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miércoles, 1 de mayo de 2024

"El último ramo de flores y otras historias" - Marjorie Bowen

 


Nunca había oído hablar de la escritora Marjorie Bowen, como tampoco de otras autoras oscuras de los siglos XIX – XX como Sophie Wnzell Ellis o Marie Corelli, hasta que Impedimenta recogió algunos de sus mejores relatos en una antología hace unos años.

Y por supuesto tampoco había oído antes los nombres de Joseph Shearing, George R. Preedy, John Winch o Robert Paye, que son algunos de los nombres de señor que Marjorie Bowen tuvo que adoptar como pseudónimos para poder publicar su obra en la opresiva sociedad eduardiana.

Marjorie Bowen nació en el sur de Inglaterra, en una pequeña isla de Hampshire al este de Portsmouth en 1885. Sus novelas históricas de misterio fueron pioneras en un mercado literario que cada vez demandaba más cantidad y variedad de relatos. Aunque sus libros de terror gótico son hoy muy buscados en todo el mundo, por el momento en España no nos resulta fácil acceder a sus obras traducidas al castellano, por lo que he podido comprobar. Así pues, celebro que se haya traducido al castellano esta pequeña colección de cuentos, a cargo de Shaila Correa y de la mano de la editorial La biblioteca de Carfax.

En estos cuentos encontramos elementos de terror sobrenatural pero también otros donde lo terrible proviene de lo más oscuro y profundo del alma humana, sin que el misterio finalmente tenga nada que ver en la trama. Una sucesión de atmósferas inquietantes, personajes oscuros y giros inesperados narrados con la delicadeza y el gusto por el detalle propios de su tiempo. Hay quienes han querido o han sabido ver entre líneas una fascinación de Bowen por el ocultismo y la magia oscura, detectando pistas que hacen pensar que quizá estaba interesada por el misticismo y lo desconocido más allá de utilizarlo como un juego literario o un ingrediente clave para añadir a sus historias y que estas se vendieran bien.

Como decía al principio, el hecho de que Marjorie Bowen fuera una mujer en una época en la que predominaba la misoginia y el sexismo en la industria editorial (tampoco hemos avanzado demasiado, en cualquier industria), hizo que tuviera que recurrir a escribir bajo pseudónimos masculinos para poder publicar con éxito y ser tomada en serio, algo que era una práctica común para muchas autoras de su tiempo. Como la mayoría del público lector es femenino y actualmente existe una conciencia generalizada de haber sido educadas, literariamente hablando, a través de la obra de señores en un desmesurado porcentaje, hay una tendencia a rechazar las obras de autores masculinos y elegir, esta vez sí libremente, fundamentalmente obras de mujeres. Esto hace que las editoriales hayan empezado poco a poco a priorizar la publicación de obras firmadas por mujeres y que unos pocos señores oportunistas hayan adoptado pseudónimos femeninos para firmar sus libros. Pero no os dejéis engañar por señores disfrazados. La experiencia de nacer y crecer como mujer en un mundo misógino y patriarcal no nos la van a venir a explicar quienes lo han tenido todo a su favor naciendo y creciendo como hombres en un mundo que les favorecía desde el principio en todos los aspectos. Eso sí que es sobrenatural. Y terrorífico.


sábado, 16 de julio de 2022

“París. Un poema” – Hope Mirrlees

A finales de abril, Elena Medel publicó en su cuenta de Instagram una fotografía de este libro, que se acababa de publicar: automáticamente tuve un flechazo. Pasado un mes, tuve la suerte de recibirlo como regalo de cumpleaños y lo disfruté muchísimo.

Es un viaje al París intelectual de los años 1920 a través de la mirada y la pluma de Hope Mirrlees pero ese viaje viene acompañado además con las explicaciones y aclaraciones extremadamente prolijas y generosas de la traductora María Isabel Porcel García. De modo que una inicia el recorrido y la otra te acompaña guiándote de la mano por el mismo, poniendo el foco en todo aquello que no puedes perderte, haciendo que el viaje sea apasionante y precioso.

Esta mañana de insomnio, he tomado el café mientras me llevaba la grata sorpresa de que Elena Medel había llevado este libro a su sección poética en el programa de RNE “Jardines en el bolsillo”. Como siempre, ha sido un gusto escucharla hablar pero además esta vez me interesaba especialmente lo que tuviera que decir sobre este libro que ella misma me descubrió.

Junto a la excelente presentadora Pilar Martín, que ha dado pie a la idea de seguir el rastro de las grandes ciudades a través de los testimonios escritos, Elena se ha sumergido en este precioso librito (gigantesco en importancia pero breve en extensión, de ahí mi diminutivo: con sus 147 páginas de las cuales la mayor parte la componen las anotaciones de Porcel García). Hablaban de rastrear las grandes ciudades en la literatura porque Hope Mirrlees consigue unir Londres y París, como ahora veremos.

“París. Un poema” se publicó originalmente en 1919 en Hogarth Press, la editorial de Virginia y Leonard Woolf, anticipándose en su contenido a libros tan claves como “La tierra baldía” de T.S. Eliot o el “Ulises” de James Joyce. En cuanto a la unión de tertulias intelectuales de diferentes ciudades, Mirrlees es el puente que hermana el Bloomsbury londinense con la Rive Gauche parisina (de hecho, este libro fue originalmente escrito en inglés), mientras de fondo resuenan las voces de artistas de todas las nacionalidades, que se refugian en casas, bares y locales donde unos acogían a otros y el mundo parecía que aún podría convertirse en una cosa mucho más bonita de lo que, por desgracia, después fue.

“París. Un poema” no se parecía a nada de lo que se hubiera publicado hasta entonces. Mirrlees experimenta con imágenes e ideas que tienen ciertas similitudes con la poesía modernista en lengua inglesa que la había influido en aquellos tiempos. Sin embargo, el resultado es tremendamente innovador y enseguida se posiciona como un texto que va a inspirar a muchas otras plumas.

Hope Mirrlees nació en Inglaterra pero se educó en Escocia y en Sudáfrica, y su fascinación por África también la encontramos entre las páginas de este libro, que también tiene mucho de cinematográfico en su composición, con poderosas imágenes en rápido movimiento.

Resulta interesantísimo ahondar en la relación que existe entre París y la diosa egipcia Isis, y cómo la autora era consciente de ello y dejó mil pistas entre sus versos con solapadas cuestiones de género y referencias a su relación lésbica con su mentora y amante Jane Ellen Harrison. Da escalofríos pensar en monjes de la Edad Media adorando la figura negra de Isis amamantando a su hijo en el mismo lugar donde después se erigió Notre Dame… por favor investigad sobre ello.

Vais a disculpar que me auto-cite, pero ser consciente del contraste tan artificial del tratamiento del agua que se da en los aeropuertos, me descorazonó y me llevó a escribir esto en un viaje hace unos años, y mientras reflexionaba sobre estas antítesis lo he recordado: alane es un adjetivo en escocés, en inglés es muy similar alone, significa solo. Era uno de mis viajes en solitario a Escocia.

Siguiendo con las discordancias, paseamos por un París entre poderosas imágenes urbanas, carteles de anuncios, escaparates con maniquíes vestidos con trajes de comunión como pequeñas vírgenes niñas fabricadas en serie. El descarado expolio cristiano al paganismo es solo una de las tantas contraposiciones que podemos encontrar: lo industrial se mezcla con lo animal, el pasado camina junto al futuro. 

El juego de contrastes es constante. Lo tecnológico mira de frente a lo mitológico y el progreso resulta ser la decadencia contra-natura que tan magistralmente nos mostró Huysmans, autor del que también encontramos referencias. La bajada al metro como descenso alegórico al submundo de los muertos, al Hades y los misterios eleusinos.

 

(pág. 97)

 El Primero de Mayo

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Hubo una lucha ritual por su dulce cuerpo

Entre dos vírgenes –María y la Luna

 

La malvada luna de abril.

 

El silencio de la grève

 

Lluvia

 

El Louvre se vislumbra entre la niebla

 

Pronto se volverá transparente

Y a través de él brillarán los misteriosos jardines como isletas de la Place du Carrousel

 

El Seine, viejo egoísta, serpentea, imperturbable, hacia el mar,

 

Rumiando sobre malezas y lluvia…

Si a través de su sueño acuoso y aletargado surgen sueños

Son los fantasmas azules de los reyes pescadores,

La torre Eiffel es bidimensional,

Dibujada en cartulina blanca.

 

Poilus con uniformes celestes con petates de color de Terre de Sienne acampados alrededor de la esfinge gris de las Tuileries. Parece como si un artista de guerra fuera a hacerles un esbozo a carboncillo, para “venderlo” en la Rue des Pyramides a 10 francs la copia.


 

jueves, 30 de julio de 2020

"El último hombre" - Mary Shelley



Mi curiosidad por este grupo de artistas crece al mismo ritmo que el estante de la biblioteca donde están sus libros, llamada sección Villa Diodati, como ya he comentado por aquí algunas veces. Ahí están las obras de Mary y Percy Shelley, Byron y Polidori (qué remedio), también por extensión las obras de Keats, algo de Wordsworth y Coleridge, así como biografías de algunos de ellos (la mejor sin duda es la de Mary escrita por Fiona Sampson) y otros libros relacionados.

Hace unas semanas, en mi búsqueda incansable de rarezas, conseguí un ejemplar de “El último hombre”, una novela que Mary Shelley empezó a escribir en febrero de 1824 y que se publicó en enero de 1826. Mi edición es española, publicada en 2007 por El Cobre Ediciones. Publicaron otras rarezas de Kipling, Chesterton y otros, pero parece que el proyecto no tuvo mucha aceptación. Hace días he sabido que Akal publicaba este mismo mes “El último hombre” en una edición, por cierto, carísima. Casualidades. Esto me confirma que Mary Shelley sigue despertando interés y que hay mucho más allá de Frankenstein.

Sobre “El último hombre” se dice que es de tipo futurista y que refleja la turbación de la autora por la pérdida de sus seres queridos. Teniendo en cuenta que Percy había muerto en el verano de 1822 y todos los hijos de ambos que también perdieron en esos años, se puede imaginar el estado de ánimo de Mary durante el desarrollo de este proyecto: es más, lo verdaderamente sorprendente es que reuniera las fuerzas para continuar trabajando y sacar adelante a su único hijo vivo con el dinero que ganaba escribiendo.

Es cierto que sobre la novela planea una sombra continua de desdicha. También, que durante la primera mitad no encontramos nada de futurista y en la segunda hay que buscar con lupa estas referencias. Personalmente, considero que se trata de dos novelas independientes que se lanzaron como una sola, unidas por un débil hilo argumental. La primera parte habla de las peripecias bélicas de un tal Raymond en Grecia (es decir, prácticamente la historia real de su amigo Lord Byron, pero cambiando los nombres propios) y es ya en la segunda parte cuando la población mundial se va diezmando a causa de una pandemia. ¡Es perfecto para leerlo en 2020!

Si se lee “El último hombre” conociendo mínimamente a su autora y el resto de su obra, se comprueba que otras referencias también tienen conexión con su propia vida: los viajes a través de la vieja Europa, el gusto por la descripción de los paisajes y la apreciación por la naturaleza, similitudes de ella y de su entorno con la clase social, temas de interés y gustos de los protagonistas, la ambición política y de poder en contraposición con las emociones y los valores éticos, etc. Resulta sorprendente comprobar que la novela está repleta de referencias a obras clásicas de Ovidio, Shakespeare, Calderón de la Barca y otros muchos, lo que demuestra la sólida formación de Mary y la pasión por su oficio.

Sobre el supuesto futurismo en esta novela: de vez en cuando se van indicando los años en los que transcurre la trama: 2073, 2092… pero viajan en calesas y carruajes tirados por caballos y se siguen matando con bayonetas. Algo falla. No hay ninguna referencia más a cómo han evolucionado los enseres cotidianos después de tantos años, o cómo la transformación tecnológica ha influido en sus vidas. Nada. Hay un momento en el que los supervivientes recuerdan la peste de 1348, pero por supuesto no saben nada de la gripe española de 1918 o del covid de 2020, esto resulta enternecedor sabiendo en qué momento fue escrita. Sí es profética en algunos aspectos, por ejemplo, muestra a unos supervivientes que se dedican a montar fiestas con el dinero que heredan de los caídos, y grupos que se enfrentan entre sí como auténticos salvajes cuando la población está ya muy diezmada: la naturaleza hostil del ser humano (que de humano tiene poco) en estado puro, miserable hasta el final. Esto no ha cambiado, o lo predijo muy atinadamente.

Me sobra, en fin, la primera parte, teniendo en cuenta que me apetecía mucho saber cómo imaginaba Mary en 1824 el siglo en el que me ha tocado vivir y desde donde la evoco. Y en cuanto a esto, encuentro nada de futuro y poco de pandemia. Parece una obra escrita a oleadas, hilada de forma frágil y que se sostiene apenas sobre un esqueleto un poco débil. No obstante y teniendo en cuenta el contexto, es enternecedora y muy valiosa como pieza fundamental en la bibliografía de Mary Shelley.


viernes, 7 de junio de 2019

"En busca de Mary Shelley" - Fiona Sampson



Cómo se empieza a escribir sobre Mary Shelley. Cómo se rinde justo homenaje a la mujer que inauguró sin saberlo un nuevo género literario con “Frankenstein” y que por su trayectoria profesional y vital es el referente indiscutible de mujer del Romanticismo. Sin duda Fiona Sampson lo ha conseguido. Ha escrito una biografía que desarma al lector poniéndose el listón cada vez más alto: contextualizando en el tiempo y en el espacio cada-minúsculo-detalle de la vida de Mary y ofreciendo hipótesis y datos contrastados en torno a la influencia que tuvieron en ella tanto su entorno social y cultural como el familiar y afectivo.

Este libro es una auténtica maravilla. Una virguería tanto en forma como en contenido. Si no conoces a Mary, te enamorarás de ella entre estas páginas. Si ya estás al tanto de su trayectoria en mayor o menor medida, te enamorarás aún más si cabe… porque no se puede conocer la historia de Mary Shelley sin amarla.


Termina el siglo XVIII, y entonces…

El 30 de agosto de 1797 vino al mundo Mary Shelley para confirmar que difícilmente puede salir mal el hecho de ser una escritora nacida entre dos siglos. A los pocos días, y por complicaciones derivadas del parto, su madre muere en una agonía horrible, provocada por una septicemia (inducida a su vez por un médico que no se lavó las manos). Recordemos que los primeros científicos que relacionaron higiene e infecciones terminaron en la cárcel por alborotadores, y recordemos además que en aquella época no existían los antibióticos; también, que la sabiduría natural de las “brujas” se había quemado en las católicas y apostólicas hogueras. Pues bien: esa mujer muerta tras el parto era la gran Mary Wollstoncraft, a la que las feministas actuales reivindican por la genial obra “Vindicación de los derechos de la mujer”: la misma filósofa y escritora que ya antes había dado a la imprenta la “Vindicación de los derechos del hombre” (pero eso, al parecer, fácilmente se nos olvida) y, aún antes, la menos atinada “La educación de las hijas”.

Hay una anécdota preciosa que retrata a William Godwin, el filósofo e intelectual padre de Mary Shelley, visitando la tumba de Mary Wollstonecraft junto a la pequeña, y enseñándole a leer poco a poco haciendo que siguiera con sus pequeños deditos los surcos tallados en la piedra que formaban las letras del nombre de su madre en la lápida. Ese lugar se convirtió en el refugio de la pequeña niña, era donde acudía cada vez que quería darle un abrazo a su madre. Allí se inspiraba y escribía, sentada junto a la tumba, y allí es donde llevó a Percy Shelley al poco de conocerle, algo que tiene sentido si se piensa que era la forma más cercana y real de presentarle a su madre a su enamorado.

Volviendo a los primeros pasos lectores de la joven Mary, hay un pasaje en la página 50 de “En busca de Mary Shelley” ante el que inclinarse y quitarse el sombrero: aquel en el que Sampson investiga y recrea el despunte de la literatura infantil en la industria editorial aún muy joven y poco corrupta de 1800. Argumenta y contextualiza el tipo de libros a los que Mary pudo tener acceso, teniendo en cuenta también el entorno intelectual del que disfrutaba en casa, el poder adquisitivo de su padre, así como la manera en que estas historias infantiles pudieron tener influencia en la escritora que ya casi se adivinaba en ella. Seria, organizada, meticulosa, intensa hasta el paroxismo y con una necesidad imperiosa de plasmarlo todo por escrito, mantenía un diario desde muy joven y ya nunca dejó de escribir.


Mary escritora

La irrupción de Percy en la vida de Mary es decisiva. La manera en que se fugan el 28 de julio de 1814 a un largo viaje por Francia, Suiza, Alemania y Holanda, llevando consigo a la tercera en discordia, Claire (hermanastra de Mary), es un hito en la historia de la literatura. En la historia rosa de la literatura, si se quiere. Es el punto de inflexión que determina el fin de una infancia entre filósofos, cultura y libros, como mera observadora embelesada, y el comienzo de una etapa en la que Mary disfruta del entorno cultural e intelectual de su generación e interviene por derecho propio en el mismo.

Me han sorprendido gratamente las hipótesis que hacia el final de la obra lanza Sampson en relación a lo que verdaderamente unía a las dos hermanastras, y por qué resultaron ser siempre inseparables a pesar de la manera de ser infantil y caprichosa de Claire, y el modo en que añadió dolor a la ya de por sí difícil relación entre el matrimonio Shelley. Pero no lo desvelaré aquí, es demasiado perfecto, tendrán que acudir a sus librerías para saberlo.

Mary se quedaba embarazada con facilidad y perdía a sus hijos casi de la misma manera. Mientras, Percy se divertía por ahí con Claire y disfrutaba de su alocada vida de poeta y aristócrata arruinado, siendo siempre coherente con su pensamiento revolucionario y provocador, que incluía cuestiones tan sacrílegas para la época como el ateísmo, el amor libre, el vegetarianismo, etc. El problema es que también era manipulador y caprichoso, y mantenerse a su lado conllevaba el sacrificio de vivir tal y como él lo hacía, porque de otro modo no entendía la lealtad, (¡así de mal entendida la tenía!). Así, por ejemplo, comprometía a Mary para que tuviera relaciones con amigos suyos (a fin quizá de tener coartada para hacer él lo mismo por su cuenta con otras personas) o le imponía el vegetarianismo, en una Inglaterra en la que conseguir fruta y verdura de calidad sería aún más difícil que en la actualidad, si cabe, y donde la información nutricional brillaría por su ausencia (igual que ahora, también).

Uno de sus viajes les llevó a Villa Diodati, la casa que Lord Byron alquiló en Suiza, a orillas del lago Lemán, para pasar el verano de 1816, el verano en que hizo tanto frío como en invierno. Como no podían disfrutar de paseos al aire libre ni de las embarcaciones en el lago, se reunían a la luz de las velas para disfrutar de las tormentas mientras leían un libro alemán de relatos de fantasmas, “Fantasmagoriana ou Receuil d’Histories de Spectres, Revenants, Fantômes, etc.” Todos los miembros del grupo estaban familiarizados con la novela gótica, y es en este escenario donde Lord Byron sugiere que cada uno de ellos escriba su propia historia, a fin de inspirarse unos a otros y generar un pasatiempo con forma de desafío literario.

Mientras tanto, sin que ellos lo sepan, el hostelero del cercano Hôtel d’Angleterre en Sécheron, ha instalado un telescopio para que los huéspedes puedan curiosear qué se cuece en la casa donde se aloja el ya famoso, escandaloso e irreverente (“loco, malvado, peligroso”) Lord Byron. Con su formalidad habitual, Mary es la única que se toma en serio el encargo y empieza a escribir su “Frankenstein” inspirada por sus viajes con Claire y Percy (el castillo Burg Frankenstein, cerca de la Selva de Oden en Alemania) así como por la ambientación tétrica de aquel verano y los avances científicos galvanistas de su época, cuyos experimentos y escenificaciones causaban furor en los teatros de las ciudades.

Y, ¿¡¡cómo no iba a verse influida Mary, si además de todo lo que ya sabemos, fue coetánea de artistas de la talla de: Goethe, Beethoven, John Keats, William Blake, William Wordsworth, Emily Dickinson, Walt Whitman, S.T. Coleridge, Edgar Allan Poe, Alfred Tennyson, J.H. Füssli, Robert Burns, Charles Baudelaire, George Sand (A.A. Lucile Dupin), Robert Browning, Chateaubriand, Weber, Caspar David Friedrich, Goya, Velázquez y los mismísimos Percy Bysshe Shelley y George Gordon Byron, entre otros muchos y muchas…!!?


La vida a partir de Frankenstein o el moderno prometeo

Resulta muy revelador cómo Sampson analiza la evolución de la escritura de la joven Mary a través de sus diarios y sus obras literarias, con precisión y cuidado, así como la vasta influencia que su obra ha tenido en el mundo occidental. Tenía una inquietud cultural férrea y se dedicaba a leer y a escribir, a aprender idiomas y escribir, a disfrutar del arte y escribir, a corregir y transcribir las obras de Shelley y Byron y escribir, a observar la naturaleza y escribir, a observar su propio mundo interior y escribir…

La vida de Mary fue larga teniendo en cuenta la esperanza de vida de su época, y después de ese episodio clave en Villa Diodati conoció el reconocimiento literario y la fama, vivió en mil y un lugares diferentes y tuvo muchos momentos de felicidad y también de desdicha, pues aún le esperaban muchos incidentes dramáticos en su vida. El tétrico listado de muertes que arrastraba es imponente, y cómo se sobrepuso a ellas, admirable.

No se trata de resumir aquí “En busca de Mary Shelley”, dejémosla insuflando vida al monstruo con palabras en su habitación propia mientras Percy y Byron recorren juntos Venecia. Yo elijo quedarme observándolos en sus momentos más emocionantes e inspiradores. La historia de este grupo de personajes mágicos marcó una etapa intensamente agridulce de mi vida que creí que había terminado hace mucho, cuando realmente no había hecho más que empezar. Fiona Sampson, de la mano de Galaxia Gutenberg, ha venido a endulzar unos días en los que siento a la preciosa Mary más cerca que nunca: porque este libro no supone un viaje al pasado donde nos situemos cómodamente a observarles, no; va mucho más allá. Son ellos mismos situados en nuestro presente tal y como se los percibe, debido a la apabullante cercanía a través de la que casi podemos acariciarles, sentirles, escuchar sus voces y recibir su esencia… gracias al admirable trabajo de Fiona Sampson.

sábado, 1 de junio de 2019

"El bosque" - Nell Leyshon




Conocía a Nell Leyshon a través de su admirable trabajo “Del color de la leche”, novela que se publicó en España a cargo de Sexto Piso y con traducción de Mariano Peyrou: era una auténtica delicia, con esa redacción tan sutil y esa capacidad para mantener al lector en vilo. A pesar de relatar sucesos espeluznantes (de abuso infantil) conseguía dar forma a todo ese lodo y construir algo hermoso a partir de eso: una tarea complicada y casi contradictoria, pero es que en eso consiste la verdadera literatura.

En “El bosque”, con traducción de Inga Pellisa, he encontrado vaivenes en lo que a intensidad se refiere. También es cierto que la novela se divide en tres bloques principales bien diferenciados y que la intención, la forma, el fondo… todo parece haber sido orquestado de modo que no se perciba como una novela al uso.

La trama no es ningún secreto, ya que se resume detalladamente en la cuarta de cubierta de la novela.

La primera parte se desarrolla en Polonia, en un ambiente familiar ideal donde el pequeño Pawel crece junto a las contradicciones de su madre y el resto de la familia (tan parecida a todas las demás familias felices o tan infelices a su manera). Las contradicciones de su madre son debidas a su difícil gestión personal de la ruptura con su independencia y todo el tiempo que tenía disponible para dedicarlo a los placeres, la habitación propia… cuando irrumpe la maternidad. Esto está muy bien plasmado a lo largo de toda la trama, sin eufemismos, ya que la vida interior de las mujeres, la sexualidad femenina y la maternidad son temas tabúes en la vida real y, por tanto, en la literatura, que es la representación escrita de la misma. Zofia, la madre de Pawel, se percibe a sí misma como un sol transmutado en planeta que gira en torno a un nuevo astro, su hijo, que reclama todo su tiempo y todas sus atenciones.

Su piel huele a galletas, a algo hecho en casa, aquí en la cocina. Siente que ella misma empieza a ablandarse, como si su corazón fuese de nuevo cera y él fuese de nuevo la llama. Levanta un brazo, rodea su cuerpo. Levanta la otra mano, le aparta el pelo de la frente con una caricia. Él la estrecha más fuerte por la cintura, por el cuello.
Vuelve a ser un solo cuerpo.
Desliza la mano por su pelo, por su mejilla, envuelve su mentón en la mano. Le levanta la cara y se miran el uno al otro. Sostiene su cara, su cara entera, su mundo entero, parecería, en la palma de la mano.

La segunda parte es la pérdida de la inocencia para Pawel y también la pérdida de la vida, o de la vida tal y como la conocían, para el resto de su familia. El niño y su madre huyen al bosque para salvarse de la invasión militar y durante una temporada se refugian en un establo, dignificando su día a día en la medida de sus posibilidades: esta época marcará sus vidas para siempre. Este bloque es el más abstraído, de modo que refleja muy bien los esfuerzos, conscientes o no, de los protagonistas para disociarse de una realidad que se les presenta de forma tan hostil. Entre el lector y la trama hay un velo muy denso, que no es accidental. Es también muy lírico y casi se podría decir deshilachado, en el sentido de que en ocasiones la cadencia se interrumpe, se ramifica, llega a puntos muertos y se retoma a sí misma en cualquier otro lugar inesperado. Justo aquí Leyshon deja entrar a la magia y lo hace por todo lo alto, dando lugar a algunos de los pasajes más emocionantes de toda la obra. Un I went out to the hazel wood al más puro estilo Yeats que, precisamente, homenajearía al escritor irlandés también en lo mágico si es que el lector quiere sugestionarse tanto como yo lo hago y encontrar asociaciones incluso donde no las hay: o, más bien, donde Leyshon nunca las puso adrede. O quién sabe.

Le es imposible dormir. Tal vez sea verdad, y está vigilando la entrada de la cueva. Los seres humanos creen que avanzan sin fin hacia el desarrollo y la sofisticación, sin embargo, habitan en todos nosotros los fósiles enroscados de los hombres y mujeres antiguos, que saben cosas que nosotros no. Que notan una presencia a nuestra espalda. Que saben que debemos sentarnos apoyados en la pared para ver acercarse al enemigo. Que se enamoran en la primera cita, guiados por olores invisibles, imperceptibles.
Ella, Zofia, sabe todo esto: lo rápido que se esfuma la sofisticación, lo rápido que puede desplegarse la mujer fósil.

Finalmente, la tercera y última parte es el regreso a la civilización, años después, cuando la guerra ha terminado y madre e hijo pueden salir de su escondite en el bosque. Observamos los estragos que una vida tan violenta y accidentada ha causado en los protagonistas, así como la presión de la sociedad retrógada. El contenido de este apartado no se desvela en la cuarta de cubierta así que tampoco voy a comentarlo aquí. Para mí ha sido una sorpresa, un hallazgo que para nada esperaba y que me ha llevado hasta las lágrimas en algunos pasajes. Leyshon concentra en esta parte su mejor saber hacer en cuanto a delicadeza y sensibilidad se refiere, y se reafirma como una maestra en el arte de describir la cotidianidad de puertas para dentro y los finísimos pensamientos captados al vuelo. También, del uso de pequeños objetos que sirven como desencadenante de un sinfín de recuerdos. Pero, aunque para mi gusto esta parte es la que más brilla, en conjunto es una novela muy recomendable, y he de confesar que huyo de las novelas que utilizan la guerra en su argumento. Pero por suerte (para mí, al menos) esta novela va más allá y, además, la edición, como siempre sucede cuando se trata de Sexto Piso, es impecable.

No persigas un pensamiento que duele. Ya sabes que no hay que hacerlo.

jueves, 13 de diciembre de 2018

"El alma del mar" - Philip Hoare


Descubrir a Philip Hoare fue una de las cosas más bonitas que me pasó en 2012. Una editorial que no conocía, Ático de los libros, ponía a nuestra disposición el sugerente “Leviatán o la ballena”, que resultaba ser un homenaje intenso y precioso al mar y a la vida. Poco después nos sorprendían con “El mar interior”, del mismo autor, que seguía exactamente la misma estela, y que disfruté enormemente a pesar de la desmesurada cantidad de erratas que surcaban sus páginas.

Y ahora nos llega “El alma del mar”, que ya desde su título nos indica que, por tercera vez y sin querer evitarlo, volvemos a sumergirnos en aquello que le da la vida a Philip Hoare. Insiste, a través de las páginas, en que al mar nada le importa, es un ente independiente con voluntad propia, algo así como un inabarcable organismo vivo que ha tomado conciencia de sí mismo a través de sus millones de años de existencia.

Podrán pasar décadas, Philip Hoare seguirá escribiendo sobre el mar y yo le seguiré leyendo. Posee una de las formas más sutiles de expresarse, tan delicada como imagino que serán sus pisadas sobre la arena de las playas, sus inmersiones en el agua salada, la suavidad en la yema de sus dedos deslizándose sobre el lomo de un animal vivo, la ternura en su mirada sobre un animal muerto.

p. 52 En ocasiones, la casa se convierte en un instrumento de viento tocado por un niño demente.

“El alma del mar” es muy cambiante según avanza, como un oleaje juguetón y caprichoso. Descubro que, enmarcadas siempre con un mar de fondo, en esta ocasión aparecen más personas que animales, aunque destaca el fragmento maravilloso de un avistamiento de ballenas genial, prehistórico, emocionante, muy bestia. Eso sí, no me gustan las imágenes en las que el autor posa junto a cadáveres de animales (independientemente del homenaje que intenta hacerle en el texto que las acompaña), no me encaja para nada en su discurso.

Mientras pasea por los mismos parajes de Massachusetts que sirvieron de fondo a las aventuras del gran Thoreau, “El alma del mar” se comienza a convertir en un homenaje a personajes literarios, y a la relación de estos con el mar: Virginia Woolf, Herman Melville, Sylvia Plath, Oscar Wilde, Elizabeth Barrett Browning, etc., y poco a poco se estanca durante páginas y más páginas en el grupo Edward-Mary-Percy-George... uf. Nos relata sus más y sus menos, sus aventuras y desventuras, su forma de vida caprichosa, narcisista y engolada que a través de multitud de ensayos y películas ya sabemos todos. No sé si por conocer ya los detalles, por ocupar demasiadas páginas, o por no terminar de encajarme en este libro, esta parte se me ha hecho pesada y larga.

Me hechizan y horrorizan a partes iguales todos los fragmentos en los que se trata el tema de morir ahogado: se trata en varias ocasiones, salpicadas, aquí y allá, obligando a una lectura hiperventilada.

Blub-blub-blub.

                                                   

lunes, 1 de octubre de 2018

"De la mano" - Christie Watson


Christie Watson nos cuenta en “De la mano” su experiencia profesional como enfermera en varios hospitales ingleses. El título original, “The Language of Kindness” sin ser especialmente brillante contiene muchos más matices y engloba bastante bien el contenido del libro y su mensaje principal, esto es: que en la profesión de enfermería es tanto o más importante la calidad humana del profesional que sus conocimientos técnicos. En todo caso, “De la mano” es un título que cojea.

Christie Watson ya no es enfermera: dejó la profesión para dedicarse a la escritura cuando consiguió una beca en un máster de escritura creativa. A menudo durante la narración comenta los graves problemas de conciliación familiar que conlleva el desarrollo de esta profesión en Reino Unido. Y siguiendo con la huella de lo profesional en la vida privada, también asegura que resulta casi imposible establecer un límite para que lo que les sucede a los pacientes no afecte psicológicamente y termine transformándote como persona.

Leí este libro durante un viaje y fue una buena compañía, no requiere que se le preste una atención profunda y continuada, es apropiado para leer a ratos. En esencia se trata de anécdotas encadenadas, que a su vez se engloban en temáticas más amplias (niños, ancianos, el paciente es un familiar de la autora, la unidad de urgencias, maternidad, etc.). Nada que no sepamos ya si hemos leído algo sobre el tema o tenemos cerca a alguien con profesión sanitaria.

Las anécdotas de los médicos son difíciles de superar, de ahí que haya tantas series de televisión en torno a este tema. Son escatológicas y brutales, y muestran lo más siniestro de la condición humana, es una delicatesen para las ansias de entretenimiento del gran público. Sólo están a la altura las anécdotas de las profesiones de seguridad, que en todo caso suelen ir de la mano (detenidos por la policía por alguna barbaridad que acaban en el hospital, etc.)

Hay espacio para todo tipo de historias, en cualquier caso Watson no ahorra en detalles escabrosos y llama a las cosas por su nombre, así que pueden abstenerse los que se desmayan ante la visión de una gota de sangre o la primera pregunta sobre casi cualquier cosa es “¿pero eso no duele mucho?” Seres de luz, etéreos e incorpóreos, elegid otra lectura.

Me han gustado y entretenido todas las secciones por igual, quizá son más llamativas algunas en las que pone sobre la mesa temas tabú que no suelen ser bienvenidos en corrillos de oficina. Por ejemplo todo lo relativo a las sombras de la maternidad: el porcentaje de bebés que nacen con problemas de salud y los malos tratos a los que les someten sus padres, quienes más deberían quererlos. Hijos de la esclavitud (prostitución) con vidas truncadas desde el principio, madres perdidas y padres fantasma; las salas de incubadoras, a veces el abandono. También, el contraste con la calidez humana, que en ocasiones no proviene de la familia y depende de que el enfermero de ese turno quiera hacer horas extras o extralimitarse en sus funciones; en el caso de los bebés se ha demostrado que la falta continuada de contacto humano tras el nacimiento les conduce a la muerte.

También es muy duro (pero especialmente delicado, literariamente hablando) el episodio relativo a la muerte de uno de sus familiares más queridos, donde ahonda mucho más en lo personal, se limita al rol de familiar de un paciente y se fija en cada movimiento de la enfermera que les asignan, a quien adora y de hecho se encuentra entre los agradecimientos del libro. Hay un antes y un después de este acontecimiento, Watson ya no será la misma ni como persona ni como profesional. Vive una de esas situaciones que te añaden una capa, o te la quitan, que te cambian el color con el que observas los acontecimientos del mundo a tu alrededor. Lo que ayer te parecía vital hoy es irrelevante, aprendes a dar sentido a todo lo que realmente lo tiene, pero es que antes no lo sabías. Hay cosas que, en fin, solo se aprenden a base de este tipo de golpes.

Creo que Christie Watson no es una excelente narradora, es correcta sin más. Su libro es agradable pero también es de los que fácilmente se olvidan, pasando a ser “un libro más de anécdotas de enfermeras”: típico para regalar, ya me entienden.

martes, 9 de mayo de 2017

Cáscara de nuez - Ian McEwan



La novela más reciente de McEwan tiene una sorpresa escondida en su interior. En “Cáscara de nuez” poco importa la trama, lo que resulta totalmente atrayente desde el principio es el hecho de que se haya elegido a un narrador poco habitual, el bebé a punto de nacer que una de las protagonistas porta en su interior.

Esta peculiaridad hace que por fuerza se hayan introducido elementos fantásticos en una trama real; además, es una decisión que literariamente puede dar mucho juego para exponer los hechos de formas poco habituales. No he podido resistirme a una novedad tan llamativa, que además ha superado con creces mis expectativas.

Encerrado en la cáscara de una nuez
“Cáscara de nuez” es un bonito título que surge de “Hamlet”, Shakespeare, siguiendo la costumbre de Javier Marías de extraer citas de obras shakesperianas para titular las suyas (otra cosa que une a ambos escritores, es que desde 2011 Ian McEwan es Duque de Perros negros de Redonda, la isla que reina Javier Marías en la distancia, con lo cual la asociación entre ambos queda aún más clara).

Algo divertido que nos hace pensar antes aún de lanzarnos a leer la novela, es el hecho de que el narrador sea un nonato, un feto en avanzado estado de gestación, que ratificará con un argumento más (únicamente literario, eso sí), la posición de aquellos que estén en contra del aborto.

“Cáscara de nuez” se sitúa en Londres pero casi todas las escenas suceden en el interior de una casa y apenas se hace alguna referencia al entorno, el escenario no influye en absoluto, es Londres como podría ser cualquier otra gran ciudad del mundo en la que los actos más oscuros de los personajes pasen desapercibidos en el bullicio general: donde un bebé que está a punto de nacer sea aún más anónimo e invisible si cabe. Siguiendo con Londres, en las primeras páginas encontramos algunos comentarios satíricos sobre las intromisiones inconstitucionales del heredero al trono de Reino Unido, críticas que no van más allá y en cualquier caso, el objetivo de la novela, como veremos más adelante, no es la crítica política.

Un pequeño filósofo narrador
Los personajes principales son tres, una mujer llamada Trudy y dos hermanos que completan el desafortunado triángulo amoroso: uno de ellos, John, es un poeta culto y sensible, padre del bebé; su hermano Claude es desagradable y maleducado, ha provocado la ruptura de los otros dos. Pero hay alguien más, la criatura que porta Trudy y que es quien narra la historia, un pequeño filósofo sin nombre a quien es muy fácil tomar cariño desde el principio. Ahora veremos por qué gracias a la afortunada decisión de darle voz, la novela es una auténtica virguería.

Ian McEwan tiene una obra muy extensa y ha demostrado con creces ser un excelente narrador, pero se diría que en esta novela ha alcanzado cotas de perfección, lirismo y limpieza técnica que nos obligan a situarle en un nivel superior, y sin lugar a dudas, a quitarnos el sombrero ante su hazaña.

Y yo la quiero, ¿cómo no iba a quererla? La madre a la que aún no he visto, a la que sólo conozco desde dentro. ¡No es suficiente! Anhelo su ser externo.

El pequeño filósofo narrador no toma parte activa en la trama, sólo interviene en el mundo real ocasionalmente, cuando decide patear desde dentro la tripa de su madre. Y sin embargo su visión particular adquiere tanto protagonismo, que por momentos los hechos que configuran la trama pasan a un segundo plano, he aquí la magia de la literatura. Además, los acontecimientos que se narran no son felices, se trata de una trama patética y delictiva, y sin embargo a veces resulta cómica, aportando el pequeñín un contrapunto tierno y vitalista, absolutamente delicioso.

Conclusiones finales
Es posible que la Biblioteca del Sueño del castillo de Morfeo (la que alberga los libros escritos o imaginados en sueños como nos explicó Neil Gaiman en “Sandman”) albergue un buen puñado de novelas en las que un feto humano sea el narrador, en todo caso es una idea muy arriesgada para llevar a cabo y conseguir que funcione: podría sonar absurdo con mucha facilidad y es necesario escribir muy bien y tener  a mano un arsenal de recursos narrativos para que el frágil entramado no se derrumbe. En este caso, McEwan ya había disipado cualquier duda sobre su calidad narrativa en sus trabajos anteriores (“Expiación” puede que sea uno de sus títulos más conseguidos); en “Cáscara de nuez”, como decía antes, se reafirma como un gran escritor.

Es muy loable el hecho de que no se haya excedido en la extensión, la novela ocupa poco más de 200 páginas; muchas novelas contienen montones de páginas prescindibles, y si no es necesario todo ese espacio, para qué alargarlo. Muchos autores se suben al carro de las novelas interminables (también debido a las imposiciones editoriales a veces), libros más largos dan lugar a precios más altos.

La novela abarca una franja de tiempo muy breve, aproximadamente unas pocas semanas previas al parto; poco a poco los hechos se precipitan, siguiendo la trayectoria que inevitablemente se intuye desde el principio. Esto no quiere decir que sea previsible, es más, este es uno de esos libros que se disfrutan más por cómo están contados que por lo que cuentan. Las reflexiones del diminuto cronista nos dan pie a pensar más allá de la trama, y reflexionar sobre las relaciones humanas, el desapego y el materialismo de la sociedad actual, entre otros temas que se encuentran entre líneas. Creo que es recomendable para un público muy amplio, y espero que la disfruten tanto como yo lo he hecho.

miércoles, 18 de enero de 2017

"El rey de los trasgos", de Angela Carter (fragmentos)

(...)

Encontré al rey trasgo sentado en un tocón cubierto de hiedra, devanando a todos los pájaros del bosque con un carrete diatónico de sonido, una nota alta, otra baja; una llamada tan dulce y penetrante que acudieron alegremente y a empellones. El claro estaba lleno de hojas secas, algunas de color miel, algunas de color escoria y algunas de color tierra. Él parecía hasta tal punto el espíritu del lugar que no me extrañó que el zorro apoyara el hocico, sin miedo alguno, en su rodilla. La luz marrón del final del día desaguaba en la húmeda y densa tierra; todo en silencio, todo inmóvil, y el frío olía a la noche que ya se acercaba. Cayeron las primeras gotas de una tormenta. En el bosque no hay más refugio que la casita del rey trasgo.
Así fue como entré en la soledad embrujada de pájaros de aquel ser, que encierra a sus cosas aladas en jaulas tejidas con mimbre para que le canten.

(...)

La blanca luna que flota sobre el claro ilumina fríamente la tranquila escena de nuestros abrazos. Qué dulcemente deambulo o, más bien, solía deambular cuando era la hija perfecta de las praderas del verano; pero entonces al año cambió, la luz se volvió más clara y yo vi al delgado rey trasgo, alto como un árbol, con pájaros en las ramas, que me atrajo hacia él con su lazo mágico de música inhumana.
Si encordara ese viejo violín con tu pelo, podríamos bailar juntos al son de la música mientras la exhausta luz del día zozobra entre los árboles; tendríamos mejor música que los agudos cantos nupciales de las alondras apiladas en sus bonitas jaulas mientras el techo cruje por el peso de los pájaros que tú has atraído mientras nos arrojamos a tus misterios profanos bajo las hojas.
Me desviste hasta mi desnudez plena, esa piel de satén aperlada color malva, como un conejo desollado; luego me vuelve a vestir en un abrazo luminoso que me circunda por completo, como si fuera de agua. Y derrama hojas secas sobre mí, como al arroyo en el que me he convertido.













La cámara sangrienta
Angela Carter
2014, Editorial Sexto Piso
Enlace aquí

domingo, 3 de abril de 2016

"La Abadía de Tintern" - William Wordsworth


El mundo del libro, y sus infinitos matices, me fascina. Los veteranos paseantes de estas aguas lo saben. Hay ocasiones en las que una serie de errores en una edición pueden lograr exasperarme, otras en las que la simple elección de la fuente correcta, o una presentación libre de erratas puede reconciliarme con la vida (por naturaleza tiendo a ser exagerada).

En esta ocasión quiero hablaros de los prólogos. Me fascinan. Ocupan ese espacio inicial tan privilegiado, previo al libro, tan cargado de infinitas posibilidades… y es dramático observar cómo uno tras otro lo desaprovechan, y la pifian. Hay prólogos innecesarios, otros cargados de falsedad y exagerada alabanza (los de escritores “amigos”); también hay prólogos-resumen que sólo te cuentan la trama, hasta el final si hace falta (nunca me han importado los spoiler, es más, creo que la información es poder y siempre quiero saberlo todo, pero maldita sea, para qué me lo cuentas en el prólogo, si he venido al libro para leerlo), en fin. 

Y hay prólogos, como es el caso, que le hacen justicia poética al libro, que lo completan, que lo realzan, que lo sitúan a la perfección en su contexto exacto en el tiempo y en el espacio: que hacen del prólogo, me atrevería a decir, un género literario por derecho propio. Me he emocionado leyendo a Gonzalo Torné en su maravilloso prólogo a Wordsworth: sólo os digo eso.

Es capaz de plasmar a la perfección los detalles del inicio del romanticismo literario en sólo trece páginas (no he hablado de los prólogos interminables, que sólo sirven para lucimiento del prologante y que nadie lee, por cierto); pero además expone con una lucidez apabullante sus propias conclusiones leyendo a Wordsworth (como por ejemplo el por qué hay ocasiones en que hay que leerle al revés, y tiene todo el sentido), también resume los conceptos clave que otros críticos literarios han establecido en relación al autor, las carencias de la poesía contemporánea, el papel fundamental de la Naturaleza en los poemas de Wordsworth y cómo se refleja en el paso de testigo a las generaciones posteriores, etc.: todo, todo, con una lucidez y una elegancia, una querencia por la precisión lingüística que, os lo juro, no sólo reconcilia con los prólogos… es que emociona. De veras, Gonzalo Torné: GRACIAS.

Transcribiría aquí el prólogo exacto, hasta la última coma, pero no quiero apropiármelo, así que dejo solo unos fragmentos:

“Aunque poco traducido en comparación con otros escritores de su rango, el criterio general es que Wordsworth hizo algo con la poesía occidental que no puede ignorarse, de manera que cualquiera que escribe o lee poesía, lo sepa o no, la lee y la escribe wordsworhizada.”

“En estos poemas ambientados en páramos, bajo la sombra de castillos en ruinas, cerca de brezales y pantanos, el mundo ya no se recorre como un cuadro al que el ánimo responde con simpatía o rechazo. No hay adecuación. La naturaleza más bien parece dispuesta como una trampa que hiere a la conciencia para provocarle una crisis que tratará de resolver o mitigar antes de que el poema termine.”

“Wordsworth será considerado con justicia una de las cimas del romanticismo, siempre que usemos la palabra romántico como una pincelada impresionista para referirnos a cientos de personas que, más o menos al mismo tiempo, empezaron a pensar que la correspondencia entre la mente y el mundo, entre las palabras y las cosas, entre la voluntad y el deseo, no era limpia, sino un proceso rugoso, minado de problemas.”

“La brecha que el romanticismo abrió en las creencias trascendentales parece haberse cerrado en una aceptación discreta de la inmanencia. La poesía ha dejado de ser un asunto de mentes afiebradas que flotaban entre la aspereza de la tierra y la dudosa promesa del cielo, para refugiarse en el juego de accésits de las diputaciones provinciales. Cuánto hay de represión histérica en esta política de la mediocridad es una asunto que merecería (aunque quizá sólo convendría) tratarse en un marco más amplio, pero es indiscutible que los poemas del siglo pasado que nadie debería dejar de leer seguían alimentándose de la conciencia desdichada acuñada por Hölderlin y Wordsworth.”

“Wordsworth hizo algo más que escribir poemas como bálsamos para aliviar la herida psíquica que le había inflingido la naturaleza, se pasó diez años luchando contra el mito del desgaste, cada poema ensaya una respuesta, señala un problema nuevo, elabora un matiz o descarta un acuerdo.”

“La poesía de Wordsworth afronta los puntos de fuga de la existencia cuando la belleza del mundo y la intensidad de estar vivo empujan al entusiasmo a una altura donde la conciencia roza el sueño nunca desmentido de la trascendencia. Un estado mental donde considera justa y exacta la idea de vivir más, más, siempre. Wordsworth pertenece a esa clase de hombres para quienes el pensamiento sobre la decadencia personal es algo más que una pasión triste, la oportunidad de disfrutar más intensamente de todo lo que nos será arrancado (todo), un camino seguro para internarse en las regiones extrañas de la melancolía, ese vicio de los entusiastas.”

¿Qué puedo decir después de esto? Yo ahora pienso en un Gonzalo Torné Cicerone esperando en Inverness para darnos la bienvenida a las Highlands.

“La abadía de Tintern”, William Wordsworth, editorial Lumen, febrero de 2010; edición y versión de Gonzalo Torné, eso os digo.

Y ahora, Wordsworth (que habría empalidecido ante una presentación tan a su altura, y se habría sentido muy afortunado, qué duda cabe).


A slumber did my spirit seal;
I had no human fears;
She seemed a thing that could not feel
The touch of earthly years.

No motion has she now, no force;
She neither hears nor sees;
Rolled round in earth’s diurnal course,
With rocks, and stones, and trees.

Un sueño selló mi espíritu;
no tenía miedos humanos;
ella parecía una cosa que no podía sentir
el roce de los años terrenales.

Ahora ya no puede moverse, ni tiene fuerza;
ni escucha ni ve;
gira en el curso diurno de la tierra,
con las rocas, y las piedras, y los árboles.

(1799)

jueves, 24 de marzo de 2016

El algoritmo de Ada - James Essinger


Actualmente, existe una corriente feminista reivindicativa muy potente, que se plasma en un enorme interés por dirigir el foco hacia los nombres de un sinfín de mujeres que participaron de forma activa en la vida teórica y técnica de su tiempo, trabajando como auténticas profesionales y favoreciendo con su esfuerzo el progreso de las artes y las ciencias; y cuyos nombres y aportaciones fueron conscientemente eliminados por sus coetáneos por el simple hecho de ser mujeres.

He aquí un ejemplo más de esta corriente, las investigaciones del inglés James Essinger sobre la vida y obra de Ada Lovelace, quien poseía una mente brillante y genial y que sin embargo no pudo desarrollar todo su potencial por culpa de su género, y que además ha pasado a la posteridad maltratada por los autores que se han esforzado en poner en duda sus aportaciones a pesar de ser de alguna manera precursoras de la informática actual y, cómo no, por ser la hija de un poeta popular y caprichoso al que ni siquiera conoció nunca en persona.


Haciendo Herstory

Aunque este término no se menciona en esta biografía, podemos incluir esta obra, sin duda, en la iniciativa que Robin Morgan (Lugar de nacimiento, Año) creó para referirse a la Historia protagonizada por mujeres, o que, mejor dicho, incluía a las mujeres de forma natural, sin sexualizarlas ni marginarlas. Se trata de un juego de palabras que pone de relieve el hecho de que, hasta ahora, siempre se ha tendido a narrar los acontecimientos históricos desde un punto de vista masculino, y de ahí el truncamiento del pronombre femenino inglés HERstory en contraposición al clásico HIStory.

Ada Lovelace, ó Augusta Ada Byron de niña, nació el 10 de diciembre de 1815 en el número 13 de Piccadilly Terrace, Londres. Cuando la pequeña contaba con tan solo un mes de vida, su madre huyó de la residencia familiar, llevándosela con ella para escapar de la penosa existencia que llevaba junto al famoso poeta Lord Byron, quien no sale muy bien parado bajo la descripción que de él hace James Essinger en esta biografía: queda bastante claro que se trataba de una personalidad enfermiza que, pese a la fascinación inicial que producía a quienes le conocían, más bien convenía mantener lejos.

Así pues, su infancia se desarrolló en el seno de una familia perteneciente a la clase alta, pero abochornada por las deudas, las maledicencias de sus coetáneos, y en una sociedad profundamente patriarcal y misógina donde era habitual pensar que la biología dotaba a las mujeres de cerebros más pequeños que los hombres, por lo que estaban incapacitadas para cualquier actividad profesional  y debían ser educadas únicamente para ser sumisas y serviciales esposas.


Las aportaciones de Ada Lovelace a la informática

Ada Lovelace creció bajo la férrea educación de su madre, quien no estaba dispuesta a que su hija se desviase del camino que había diseñado para ella. Se empeñó en estructurar su mente a través de métodos racionales para que no sucumbiera a las ensoñaciones poéticas de su padre, temiendo que de forma natural las heredara.

Con el paso del tiempo, Ada demostró fuertes aptitudes para las ciencias, y en este sentido Essinger explica bien cómo pasó su corta vida buscando con tenacidad mentores con los que aprender cada vez más, para tener acceso a conocimientos que le estaban vetados y con los que estaba convencida de poder llegar a dar forma a muchas de las cosas que imaginaba: artilugios capaces de volar, o máquinas habilitadas para digitalizar datos y que se pudieran destinar a multitud de aplicaciones prácticas: máquinas, en fin, que hoy nos resultan cotidianas y obvias, pero que en aquel momento sólo eran quimeras y que convertían en locos a quienes las imaginaban.

A la sombra de Babbage, un gran matemático varón, como no podía ser menos, Ada tradujo y anotó prolijamente un artículo científico que explicaba el funcionamiento de la máquina analítica creada por éste, donde añadió por su cuenta la relación que ella establecía entre esta máquina y el telar de Jacquard, creado hacía poco tiempo y cuyo funcionamiento le había fascinado. Aunque no fue capaz de desarrollar el modo en que esto podría llevarse a cabo, supo (auguró) que la digitalización de datos podría aplicarse a multitud de procesos de tratamiento de información mediante el uso de algoritmos. Por desgracia, hasta mucho tiempo después estos indicios no tomaron forma, y podemos pensar que, de haberse dado más credibilidad a su trabajo de investigación, la informática podría haber nacido un siglo antes.


Pros y contras de la Herstory

Sin duda, me posiciono claramente a favor de que se otorgue justa presencia a las mujeres que han contribuido al progreso de la vida humana, aunque se haga inevitablemente de forma póstuma. Pero la tendencia no debe estancarse ahí, puesto que se limitaría a segregar por género aunque se hiciera de la forma más bienintencionada posible. Lo realmente interesante es que en algún momento, y de una vez por todas,  deje de diferenciarse a los humanos por una simple e irrelevante cuestión biológica, que en todo caso sólo afecta a la vida íntima de cada individuo y que, por tanto, a nadie importa.

Este libro es un paso más para conseguir la inclusión real e igualitaria de las mujeres en la vida profesional, y sin embargo, al tratarse de una biografía, no está exento de cuestiones personales que atañen únicamente a la vida personal de Ada Lovelace, y que, por tanto, a nadie deberían importar. Se hace constante hincapié, por ejemplo, en esclarecer si hubo o no un flirteo amoroso con su mentor Babbage, para colmo sin una respuesta clara; se enumeran también, prolijamente, los amoríos de su padre, quien se hizo famoso en gran medida por alardear de una intensa vida sexual, sin cuestionar la calidad de su obra, etc.

El origen de la informática, en fin, interesa principalmente y por definición a los propios informáticos: pero, al añadirse todo el embrollo relativo a la vida estrictamente personal de Ada Lovelace, se consigue ampliar considerablemente el público potencial de este libro, que buscará entre las páginas los modos en que Ada Lovelace accedió al conocimiento a pesar de ser mujer; de qué escabrosas e injustas maneras se la ocultó y acalló; cómo se sintió por todo ello su débil espíritu femenino; y de qué modo compaginó sus inclinaciones científicas con las obligaciones derivadas de la maternidad, etc. Es decir, su aportación profesional convenientemente aderezada de detalles morbosos.

A pesar de que toda esa parte podría reducirse considerablemente, este libro está muy bien documentado y aporta una gran cantidad de información muy interesante, está escrito con distancia y respeto y en muchas ocasiones deja a merced del lector las conclusiones, tras exponer los datos de alguna cuestión concreta, lo que es de agradecer, sin duda. Por todo ello lo considero un acierto y recomiendo su lectura.

domingo, 31 de enero de 2016

La necesidad del ateísmo - P.B. Shelley


¿Quiénes eran los románticos  ingleses? ¿Hacían algo más aparte de abstraerse en la poesía y vivir apresuradamente? ¿Establecían cátedra sobre algún asunto, se implicaban en los problemas de la sociedad? Percy Bysshe Shelley fue uno de los autores destacados de este movimiento, quizá ligeramente ensombrecido por la fama de su inseparable amigo el poeta Lord Byron. En este volumen encontramos una gran cantidad de datos sobre su biografía y mucho más acerca de sus artículos y escritos en prosa, más desconocidos y un tanto olvidados.

La editorial Pepitas de Calabaza, (cuyo nombre, a modo de curiosidad, procede de la película “Amanece que no es poco”) comenzó su andadura en 1998, y desde entonces ha iluminado el panorama editorial español con grandes aportaciones y estupendos rescates literarios, como podemos comprobar visitando su catálogo. Este libro es un punto de partida perfecto para sumergirse en su valioso y heterogéneo catálogo.



Romanticismo inglés y otros excesos

Si algo aprendemos con la lectura de “La necesidad del ateísmo” es a ubicar a P.B. Shelley dentro de su época y contexto. Su espíritu libre y profundamente justo no pudo soportar la desigualdad imperante en todos los aspectos de la sociedad, y se rebeló contra las instituciones y contra todo aquello que estuviera socialmente establecido, viviendo de una forma coherente a su pensamiento a una velocidad tan vertiginosa que le conminó a morir a la edad de treinta años.

Algunos de los principales poetas románticos ingleses son William Wordsworth, Samuel Taylor Coleridge, Lord Byron, Percy Bysshe Shelley y John Keats, precedidos por William Blake. Si bien las relaciones entre todos ellos fueron confusas y no siempre fáciles, sus libros han llegado hasta nosotros y han establecido las pautas acerca de una nueva forma de escribir y vivir la poesía que fue muy novedosa y radical en su momento.

El movimiento surge a finales del s. XVIII a partir de las tensiones producidas por las revoluciones francesa e industrial. Se parte de un profundo rechazo a todos esos cambios, y los poetas se basan en la antigüedad clásica para extraer de ella los temas y los motivos de sus obras.

Pero volviendo a Shelley, en los textos introductorios de este magnífico libro encontraremos toda la información relativa a su biografía, y aprenderemos, con todo lujo de detalles, cómo formó su personalidad rebelde y libre en la prestigiosa escuela de Eton y en la universidad de Oxford (de donde sería expulsado por sus escritos revolucionarios), leyendo filosofía y literatura clásica, experimentando con la electricidad, estudiando a los antiguos alquimistas y entusiasmándose con la literatura gótica.


Shelley y las religiones

¿Por qué rechazaba Shelley las religiones? Porque había invertido mucho tiempo en leer, aprender y establecer sus propias deducciones al respecto. Y se basaba en grandes autores para afirmar brillantes sentencias como la siguiente: “La religión significa intolerancia en sí misma. Las diferentes sectas solo toleran sus propios dogmas (…) Saben que les temes; pero si te mantienes de pie al margen, entonces ellos te temen a ti”.

Shelley fue el primer defensor público del ateísmo en Inglaterra, con todo lo que ello supone. La firme creencia en sus propias ideas le llevó a verse expulsado de la universidad y a ser desheredado por parte de su familia, que gozaba de una posición muy privilegiada (su padre era miembro del Parlamento y él iba a heredar el título de barón). Podría haber evitado esta exclusión social simplemente retrayéndose de sus afirmaciones, pero fue coherente y prefirió vivir una vida difícil pero auténtica, al margen de todo lo que despreciaba.

En este libro encontramos textos relacionados con muchos otros temas que le interesaban y preocupaban además de la religión: la injusticia social, la precariedad laboral, los abusos del poder, la teoría poética, el anarquismo, la república, la traición, la pena de muerte, la dieta libre de carne animal y muchos otros. Todos ellos son textos breves, de unas pocas páginas, de gran interés y magistralmente redactados y traducidos, que se leen rápidamente y aportan una gran luz a estos temas y a la persona de Shelley como pensador y creador. Los editores nos brindan además una cronología resumida y muy completa para localizar con facilidad los grandes hitos de la vida de este infatigable autor.

“La necesidad del ateísmo”, que da título al libro, es un texto breve que escribió junto a su compañero inseparable de Oxford, Thomas Hogg. En él se declaran ateos por falta de pruebas y aportan decenas de argumentos basados en la ciencia y en la observación, que dificultan la creencia en la existencia de ninguna deidad. Entienden que cualquier dios es una mera hipótesis creada por el hombre, y plantean la sospecha de que ninguna religión acepta que se pongan en tela de juicio sus dogmas, sino que estos deben admitirse y darse por válidos. Pero hay muchas otras razones, y todas ellas están contenidas en este libro.


Mensajes en botellas

El pensamiento de Shelley se vio fuertemente influenciado por William Godwin y Mary Woldstonecraft, padres de Mary Shelley (autora del mundialmente conocido “Frankenstein”). Mary W., precursora del feminismo mundial, fue clave en la reafirmación del pensamiento igualitario que Shelley había defendido de una forma natural desde siempre.

El libro imprescindible de Mary W. es “Vindicación de los derechos de la mujer”, un ensayo atrevido y brillante y de rabiosa actualidad sobre la igualdad entre hombres y mujeres. Pero si leemos otro de sus libros, “La educación de las hijas”, encontraremos grandes incoherencias en su pensamiento, quizá influenciadas por la presión social machista de su época, que impedían a la mujer revelarse contra las costumbres establecidas.

En cuanto a Shelley, su difícil relación con el matrimonio se justifica precisamente en la creencia de que los condicionamientos sociales perturbaban el amor en las relaciones entre personas. Por ello, defendía el amor libre y las relaciones abiertas. No obstante, y aún en contra del matrimonio, se casó dos veces a lo largo de su corta vida, y defendía  su forma de actuar basándose en unos fundamentos teóricos.

Pero sus  razones no impidieron que su primera mujer, Harriet Westbrook, se suicidara cuando Shelley la abandonó por Mary Shelley, recordándole los principios de amor libre en los que creía. Y es que en el siglo XVIII o en cualquier otro, un abandono repentino a favor de un nuevo amor, nunca ha sido fácil de gestionar. La literatura mundial está llena de grandes ejemplos al respecto.

Shelley hacía copias de sus escritos y las repartía manualmente. También lanzaba botellas al mar tras rellenarlas con sus escritos revolucionarios, entre otras acciones de propaganda. Quién sabe si no sería posible encontrar algún día, en cualquier orilla del planeta, una de estas botellas con mensaje dentro y recibir directamente de manos de Shelley su testigo. Mientras tanto, en este magnífico libro encontraremos material suficiente para compartir con él una hermosa travesía.

domingo, 27 de septiembre de 2015

Himno a la picota - Daniel Defoe


Presentamos la última contribución de la editorial La Felguera a la recuperación de textos activistas, revolucionarios, oscuros y contraculturales. En esta ocasión, descubrimos la faceta más desconocida de Daniel Defoe, el famoso autor de "Robinson Crusoe". Sabíamos que escribió multitud de novelas y otros textos, pero popularmente es conocido sólo gracias al famoso pirata; y hay más, mucho más.

La edición es impecable, muy cuidada, como siempre por parte de esta editorial. Se trata de un pequeño volumen profusamente ilustrado, con papel de alto gramaje y maquetación impoluta. La cubierta tiene diferentes texturas, y las ilustraciones que encontramos pertenecen a reproducciones de los textos originales de Defoe, o grabados de la época, y son muy detalladas.


Mucho más allá de Robinson Crusoe

Si algo nos permite este “Himno a la picota” es acercarnos lo máximo posible a la escurridiza y sombría figura de Daniel Defoe. No solo está muy lejos en el tiempo, sino que las informaciones relativas a su persona han sido muchas y muy contradictorias, lo que dificulta la tarea de los investigadores.

Uno de los rasgos más importantes que debemos tener presentes, es su contribución a la renovación de los medios de comunicación, gracias a sus originales aportaciones. Por ejemplo, Daniel Defoe fue el precursor delagitprop, es decir, la propaganda de agitación: una estrategia política que defiende una idea o ataca a partidos políticos contrarios mediante la cultura.

También fue pionero de la guerrilla de la comunicación, un sabotaje cultural que se sirve de informaciones falsas cuidadosamente filtradas con el objeto de convertirlas en verdaderas mediante la difusión, o bien para ridiculizar al enemigo.

Los periodistas recuerdan su nombre especialmente por ser el creador de la editorial en la prensa escrita. Daniel Defoe dirigió durante unos años un medio de comunicación, “The Review”, y fue aquí donde aparecieron publicados por primera vez este tipo de textos, que se caracterizan por presentarse sin firma y sirven para reflejar la línea ideológica del medio ante un suceso de gran importancia, o para reconducir la opinión del lector respecto algún asunto, etc.


Cómo hacer de la vida una novela

Otro aspecto acerca de Daniel Defoe que descubrimos en este apetecible ensayo, es que era fanático de la intriga y de las tensiones políticas y religiosas. Siempre inconformista, luchaba por derrocar a sus enemigos expandiendo como la pólvora sus ideas, utilizando para ello el panfleto y la manipulación de los medios de comunicación como herramientas.

Enemigo de una existencia relajada y anodina, se esforzaba por hacer de su vida una larga obra literaria, llegando a ser perfectamente apropiado como personaje de novela. De hecho, escribió Robinson Crusoe bajo la premisa (falsa) de ser una autobiografía, indicando a sus lectores que los acontecimientos que allí se narraban eran ciertos y habían sido redactados de puño y letra por su protagonista.

Nunca dio tregua a sus seguidores, y sus innovaciones en literatura aún son recordadas, y continuadas, a día de hoy. Por ejemplo, su novela “Moll Flanders” narra una historia de tintes protofeministas, es decir, aquí empezamos a encontrar los primeros intentos femeninos por alcanzar no ya la igualdad de derechos con respecto a los hombres, (utópica en aquella sociedad férreamente patriarcal de la Gran Bretaña del s. XVIII), pero sí las primeras pequeñas reivindicaciones, tímidos pasos iniciales para empezar a luchar por una verdadera individualidad femenina, que darán paso a un feminismo más potente y revolucionario en décadas posteriores.

Por otra parte, en la novela de piratas “Las aventuras del Capitán Singleton” incluyó protagonistas homosexuales, algo inaudito en aquel momento. También se atrevió a redactar una “Historia del Diablo”: no hace falta explicar que la persecución, censura y castigo de la Iglesia en su época era implacable.
Una ardua labor de investigación

Este libro es un potente foco de luz sobre Daniel Defoe, perfectamente contextualizado en su entorno y la época en que vivió. También, es un homenaje a un autor inmenso. Gracias a todos los textos explicativos que preceden a las traducciones de los panfletos de Defoe, sabemos que aunque sufrió el castigo de la picota por escribir y distribuir textos críticos revolucionarios, su misma labia y poder de persuasión le salvó de un castigo cruel. En lugar de golpes recibió flores y abrazos durante su condena, pasando de ser un villano a convertirse en un héroe popular.

Posteriormente, estando encarcelado, la reina Ana Estuardo le requirió para ser informador a su servicio, pasando así de estar en el bando opuesto a trabajar para aquellos a los que tanto había criticado.
Los textos originales de Defoe pertenecen a los primeros años del s. XVIII, y entendemos que sean bastante farragosos de traducir por su antigüedad: no obstante, hemos detectado algún error de principiante por parte de uno de los traductores, como traducir “to remove” por “remover”, en lugar de “eliminar” (un falso amigo en castellano) dando lugar a párrafos un tanto extraños. Buscando las fuentes originales en Internet conseguimos captar el significado real.

No podemos olvidar que esta es la primera vez que se traducen estos textos de Defoe al castellano, y también debemos remarcar que la labor editorial es muy buena, puesto que los textos tan bien documentados, irónicos y aclaratorios que anteceden a los originales de Defoe, aportan una nueva dimensión a las fuentes principales, y las complementan y enriquecen.

Por último, es increíble percatarse de que los temas sociales, religiosos y políticos que tanto criticaba Defoe siguen plenamente vigentes hoy día: falsedad, traición, doble moral, injusticia, activismo, revolución, tensión política y religiosa… ¿a quién no le suena? A pesar de haber transcurrido tantos años, nos resulta fácil viajar a su época y acompañar a Defoe en su novelesco periplo vital.

jueves, 2 de julio de 2015

Salvar las apariencias - Owen Barfield


Tenemos entre manos una obra rara, curiosa y llamativa, escrita por un autor londinense que no debería ser tan desconocido en nuestra lengua: Owen Barfield (1898-1997). Quizá sí suene más el nombre de los Inklings, el grupo de sabios de Oxford que se reunía en la taberna oxoniense Eagle and Child… pues bien, Owen Barfield fue el fundador de dicho grupo, que se componía de personalidades tales como J. A. W. Bennett, Lord David Cecil, Adam Fox, C. S. Lewis, Warren Lewis (hermano mayor de C. S. Lewis), J. R. R. Tolkien, su hijo Christopher Tolkien y Charles Williams, entre otros.

Así pues, con la publicación de este libro se salva una carencia sin duda espantosa de la industria editorial española: es imposible encontrar libros de este autor traducidos al castellano: tenía que ser una editorial tan esmerada y cuidadosa como Atalanta la que pusiera fin a esta sequía imperdonable. Gran parte de la obra de Barfield está dedicada al estudio de Rudolf Steiner, pero también encontramos libros de creación literaria, poética y narrativa. Quizá este sea el primer avance de un esfuerzo editorial para recuperar sus obras y poco a poco podamos dar la bienvenida a nuevos libros en castellano de este autor.


El hombre y la Naturaleza

En esta obra, Barfield se encarga de buscar en la Historia los motivos por los cuales la relación entre el hombre y la Naturaleza es tan distinto actualmente en comparación con el momento en el que se comenzó a poblar el planeta. Y no sólo por qué ha variado, sino cómo influye en todos los demás aspectos de la vida el hecho de que ambos se hayan escindido de una forma tan marcada y artificial.

No resulta muy sencillo avanzar en la lectura de este libro si no se tienen ciertos conocimientos filosóficos y literarios, debido a las continuas referencias que se hacen a lo largo del texto, y también por el uso de una terminología compleja en ocasiones. Pero como bien explicó Barfield a C.S. Lewis en una conversación que aún hoy se recuerda: “la Filosofía no es una materia, sino un camino”. Así pues, cada uno puede recorrerlo adaptándolo a su velocidad y a sus necesidades.

Para aclarar un poco más el contenido de “Salvar las apariencias”, diremos que no se trata de un libro sobre metafísica, sino que se sitúa en paralelo a la evolución de las ciencias de los últimos siglos, y que trata de explicar las consecuencias que se desprenden de esa evolución que aún hoy se mantiene imparable.


Miremos un arcoíris

Cuando Barfield se refiere al hecho de “salvar las apariencias”, quiere decir (resumido de una forma excesivamente simple) que existen fenómenos (apariencias) que se nombran para explicarlos y acercarlos (salvarlos) al hombre: este libro trata de explicar cómo afecta el lenguaje a la relación que se tiene con los fenómenos: hasta qué punto el hombre interactúa o no con ellos. El arcoíris es el ejemplo que toma para comenzar a explicar sus teorías. (Para saber más, el libro se puede empezar a leer aquí).

Owen Barfield era católico, según se desprende de las notas biográficas que circulan por la red. Sin embargo, en este libro no lo manifiesta abiertamente, si bien cita numerosos extractos de la Biblia, y los últimos capítulos se centran en las religiones con el cristianismo a la cabeza. Pero no deja de resultar curioso que precisamente se encargase de estudiar, entre otros temas, el de la relación entre los hombres y los fenómenos, puesto que a este respecto la Iglesia da unas órdenes muy claras a sus fieles (quienes deben creer a ciegas sin cuestionar nada): que todo fue creado por su dios y que nadie debe ponerlo en duda, pues incurriría en pecado.

Así pues, resulta curioso, como decía, que Owen Barfield se abstraiga de su condición de humano por un instante y revise cuidadosamente la Historia para determinar en qué momento el hombre tomó conciencia de sí mismo como un ser (erróneamente) independiente de la Naturaleza. Esta perspectiva sería más lógica desde un punto de vista pagano, pero en todo caso nunca nos atreveríamos a poner en tela de juicio su validez. Sus referentes son brutales y su narrativa, muy convincente. Queda a juicio de cada uno aceptar o no sus conclusiones.


El lenguaje y los fenómenos

Hacia la mitad de “Salvar las apariencias”, Owen se centra en el estudio del lenguaje: en concreto, en cómo se explica la aparición del lenguaje en tanto en cuanto hacía alusión directa a los fenómenos que rodeaban al hombre, y cómo ese lenguaje le permitía interactuar con ellos.

Cuando se refiere a la sabiduría griega como cuna del pensamiento occidental, asegura que si atendemos a los matices de la lengua griega descubriremos signos incuestionables de una participación viva en la Naturaleza, y que es precisamente esa participación la que permitió a los griegos la creación de las obras escultóricas, que aún hoy conocemos, con esa calidad sobresaliente, y no solo por el hecho de tener una gran habilidad manual para crearlas. Esta participación en la Naturaleza, asegura, en el mundo actual se ha perdido totalmente, porque antiguamente el hombre formaba parte de la Naturaleza de una forma que hoy nos resulta difícil de concebir.

Se trata de una obra compleja pero que aporta un punto de vista que se aleja de las doctrinas actuales: resulta enriquecedor sobre todo porque nos obliga a intentar ponernos en la piel de los primeros hombres que poblaron la Tierra, en un ejercicio de empatía casi imposible a pesar de que pertenezcamos a la misma especie. Y es que ha pasado tanto, tantísimo tiempo, que a pesar de nuestros instintos, y nuestra supuesta memoria atávica, ya no podemos deducir fácilmente cómo pensaban. 

Pero este libro es un recorrido en la historia, y también tenemos ocasión de situarnos por ejemplo en la Edad Media, una época supuestamente oscura, para imaginar cómo veía el mundo alguien que sufría las influencias de esos siglos, tan distintos a los de ahora. Los esfuerzos se caracterizan porque acarrean satisfacciones, y la que se desprende de leer este libro no es pequeña. 


“ Las raíces [de las palabras] son el eco de la propia naturaleza resonando en el hombre. O, mejor dicho, el eco de lo que una vez sonó y se formó en ambos al mismo tiempo.


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