Desde hace unos años se viene reivindicando la candidatura del poeta Yevgeny Yevtushenko para el Premio Nobel de Literatura. Con este “Manzanas robadas”, se nos antoja deudor y heredero de esa trayectoria romántica que hizo brillar a mediados del XIX a la literatura rusa.
Esta antología recoge poemas de amor, otros de carácter social y también algunos más orgánicos en los que la Naturaleza es protagonista: y son precisamente estos últimos los que lo hacen brillar por encima del resto y donde encontramos imágenes poéticamente más potentes. Hay que puntualizar que en la presente edición, 42 de los 47 poemas han sido traducidos de una edición intermedia con los poemas volcados del ruso al inglés, por lo que inevitablemente se habrá perdido parte de la esencia de los mismos en el largo proceso.
HERIDAS
Me han herido con frecuencia y con mucho dolor,
regreso a casa arrastrándome y abatido,
lastimado por lenguas venenosas,
es que se puede dañar hasta con el pétalo de una flor.
Y yo mismo me he herido sin ser consciente
por una casual ternura
y luego alguien sintió la herida
y fue como caminar descalzo como el hielo.
¿Por qué aumento las ruinas
de aquellos que me quieren y están tan cerca de mí?
¿Por qué yo, que puedo ser fácilmente herido
puedo dañar a otros casi hasta matarlos?
(1973)
LOS LIBROS PRESTADOS
Los libros también leen a quienes leen libros.
Los libros ven en nuestros ojos escondidos gritos y gemidos.
Los libros oyen todo lo que tememos y nos decimos.
Los libros aspiran lo que nosotros respiramos.
Nosotros fuimos unidos por los libros.
Anna Kareninafue nuestra Celestina suicida
cuando ella resucitó de los congelados rieles
y nos lanzó en nuestros brazos.
El silencioso retorno de los libros prestados
por quienes se aman los unos a los otros
no parece como un mutuo favor,
es como romper páginas en pedacitos:
es una separación irreversible.
Nosotros solamente podíamos devolvernos los libros,
pero no nuestros instantes secretos,
los cuales ocultábamos muy profundamente
para no ser detectados por ojos indignos.
Tomaste mis libros del baúl de tu carro
y lo dejaste abierto esperando de mis manos los libros tuyos,
apretándolos en tus pechos:
Pasternak, García Márquez, y el Diario de Anna Frank.
Mis brazos querían abrazarte mucho
pero ellos estaban cargados de libros,
como si estuviera protegido por Dostoyevsky, Faulkner
y los proverbios rusos.
Yo puse todos tus libros de vuelta en tu baúl
tratando de no mirarte a los ojos
y tú, como alguien arrastrándose en cámara lenta bajo unas ruinas,
comenzaste a devolverme los libros uno por uno.
Yo te rogué durante dos largos años
que encontraras y amaras a alguien,
y cuando ocurrió, yo respiré tranquilo,
pero mis dientes rechinaban con desesperación en las noches.
Yo nunca te pregunté con envidioso desdén el nombre de mi rival:
“¿Quién es?” “¿Qué edad tiene?”
Yo no supe si llorar o reír
cuando tú me respondiste: “18 años”.
En ese momento de separación,
tú, como la belleza de una virgen incorruptible,
me pediste, sin palabras, sólo con una mirada
que me acercara y te abrazara otra vez.
Pero yo contesté únicamente bajando la vista.
Tú me miraste como si estuvieras enamorada de nuevo.
Si yo te hubiera mirado a los ojos, todo podría haberse repetido.
¿Qué me lo impidió? ¿Cobardía? ¿Coraje?
¿O algo que aún no tiene nombre?
Las releídas, cansadas páginas de los libros,
ya estaban temblando en tus manos.
Tus aros tintineaban.
Tú estabas aturdida protegiendo tu alma con los libros,
apretados a tu corazón.
(1999)
PEQUEÑITAS CALLES DE BARCELONA
En Barcelona las calles son angostas
como pupilas de gatos angustiados.
Algunas calles están muy ocupadas con el amor, otras con penitencias,
a través de las ventanas se oyen palabras muy jugosas,
si alguien pica cebollas en el lado derecho
en el lado izquierdo alguien se pone a llorar.
Mujeres con enloquecidos ojos negros
ahora lanzan agua de una bañera sobre una vecina,
ahora salen por las ventanas, al aire libre,
cada una con sus peinados en desorden.
Y muertos de risa, desde el marco de las ventanas,
tirando los maceteros al suelo,
los niños entrecruzan
los chorros de sus meados.
¡Una pelea! Todos los maridos son unos cornudos
¡Los abismos se tragarán a los viciosos!
Y como cohetes sobre sus cabezas
largos hocicos de pájaros pasan volando.
Camino hacia el medio de las calles
y allí en el centro también todo es inseguro
los rostros enardecidos de la gente
sólo quieren comprar sardinas.
Me gustaría cantar alabando la vida común
o cantar a una simple rosa
aun cuando fuera una rosa artificial
pero que azotara mis mejillas.
Uno quiere por supuesto que la gente sea amable
pero en mi chaqueta, diseñada a la moda,
la parte derecha está manchada con algo que cayó de no sé dónde
y en la parte izquierda está pegado un gato con los pelos de punta.
Alguien al lado investiga, hace preguntas,
en la celda voces desconocidas gimen
pero, bueno, las amenazas del rival
lanzando ácido por los ojos pueden calmarse.
Y mientras la censura fascista
ahoga los pensamientos como gatos en una bolsa
alguien le grita a una mujer al estilo ruso: “¡Tetona imbécil!”
pero claro, se lo dice en lengua española.
La gente ya cansada y fastidiada
ventilan sus rabias a la nada
y se han convertido en represores los unos de los otros
olvidándose de los principales represores.
La paz está amenazada por escobas y cuchillos.
Y yo estoy por la paz, pero aquí, ¡Dios mío!
¡no hay ninguna manera de desplegar tus brazos!
Todo está amurallado desde la derecha hasta la izquierda.
En Barcelona las calles son angostas
como pupilas de gatos angustiados.
(1967)