miércoles, 29 de noviembre de 2017

Manzanas robadas (antología) - Yevgeny Yevtushenko


Desde hace unos años se viene reivindicando la candidatura del poeta Yevgeny Yevtushenko para el Premio Nobel de Literatura. Con este “Manzanas robadas”, se nos antoja deudor y heredero de esa trayectoria romántica que hizo brillar a mediados del XIX a la literatura rusa.

Esta antología recoge poemas de amor, otros de carácter social y también algunos más orgánicos en los que la Naturaleza es protagonista: y son precisamente estos últimos los que lo hacen brillar por encima del resto y donde encontramos imágenes poéticamente más potentes. Hay que puntualizar que en la presente edición, 42 de los 47 poemas han sido traducidos de una edición intermedia con los poemas volcados del ruso al inglés, por lo que inevitablemente se habrá perdido parte de la esencia de los mismos en el largo proceso.

HERIDAS
Me han herido con frecuencia y con mucho dolor,
regreso a casa arrastrándome y abatido,
lastimado por lenguas venenosas,
es que se puede dañar hasta con el pétalo de una flor.

Y yo mismo me he herido sin ser consciente
por una casual ternura
y luego alguien sintió la herida
y fue como caminar descalzo como el hielo.

¿Por qué aumento las ruinas
de aquellos que me quieren y están tan cerca de mí?
¿Por qué yo, que puedo ser fácilmente herido
puedo dañar a otros casi hasta matarlos?

(1973)

LOS LIBROS PRESTADOS
Los libros también leen a quienes leen libros.
Los libros ven en nuestros ojos escondidos gritos y gemidos.
Los libros oyen todo lo que tememos y nos decimos.
Los libros aspiran lo que nosotros respiramos.
Nosotros fuimos unidos por los libros.
Anna Kareninafue nuestra Celestina suicida
cuando ella resucitó de los congelados rieles
y nos lanzó en nuestros brazos.

El silencioso  retorno de los libros prestados
por quienes se aman los unos a los otros
no parece como un mutuo favor,
es como romper páginas en pedacitos:
es una separación irreversible.

Nosotros solamente podíamos devolvernos los libros,
pero no nuestros instantes secretos,
los cuales ocultábamos muy profundamente
para no ser detectados por ojos indignos.

Tomaste mis libros del baúl de tu carro
y lo dejaste abierto esperando de mis manos los libros tuyos,
apretándolos en tus pechos:
Pasternak, García Márquez, y el Diario de Anna Frank.

Mis brazos querían abrazarte mucho
pero ellos estaban cargados de libros,
como si estuviera protegido por Dostoyevsky, Faulkner
y los proverbios rusos.

Yo puse todos tus libros de vuelta en tu baúl
tratando de no mirarte a los ojos
y tú, como alguien arrastrándose en cámara lenta bajo unas ruinas,
comenzaste a devolverme los libros uno por uno.

Yo te rogué durante dos largos años
que encontraras y amaras a alguien,
y cuando ocurrió, yo respiré tranquilo,
pero mis dientes rechinaban con desesperación en las noches.

Yo nunca te pregunté con envidioso desdén el nombre de mi rival:
“¿Quién es?” “¿Qué edad tiene?”
Yo no supe si llorar o reír
cuando tú me respondiste: “18 años”.

En ese momento de separación,
tú, como la belleza de una virgen incorruptible,
me pediste, sin palabras, sólo con una mirada
que me acercara y te abrazara otra vez.
Pero yo contesté únicamente bajando la vista.
Tú me miraste como si estuvieras enamorada de nuevo.
Si yo te hubiera mirado a los ojos, todo podría haberse repetido.
¿Qué me lo impidió? ¿Cobardía? ¿Coraje?
¿O algo que aún no tiene nombre?

Las releídas, cansadas páginas de los libros,
ya estaban temblando en tus manos.
Tus aros tintineaban.
Tú estabas aturdida protegiendo tu alma con los libros,
apretados a tu corazón.
(1999)

PEQUEÑITAS CALLES DE BARCELONA
En Barcelona las calles son angostas
como pupilas de gatos angustiados.

Algunas calles están muy ocupadas con el amor, otras con penitencias,
a través de las ventanas se oyen palabras muy jugosas,
si alguien pica cebollas en el lado derecho
en el lado izquierdo alguien se pone a llorar.

Mujeres con enloquecidos ojos negros
ahora lanzan agua de una bañera sobre una vecina,
ahora salen por las ventanas, al aire libre,
cada una con sus peinados en desorden.

Y muertos de risa, desde el marco de las ventanas,
tirando los maceteros al suelo,
los niños entrecruzan
los chorros de sus meados.

¡Una pelea! Todos los maridos son unos cornudos
¡Los abismos se tragarán a los viciosos!
Y como cohetes sobre sus cabezas
largos hocicos de pájaros pasan volando.

Camino hacia el medio de las calles
y allí en el centro también todo es inseguro
los rostros enardecidos de la gente
sólo quieren comprar sardinas.

Me gustaría cantar alabando la vida común
o cantar a una simple rosa
aun cuando fuera una rosa artificial
pero que azotara mis mejillas.

Uno quiere por supuesto que la gente sea amable
pero en mi chaqueta, diseñada a la moda,
la parte derecha está manchada con algo que cayó de no sé dónde
y en la parte izquierda está pegado un gato con los pelos de punta.

Alguien al lado investiga, hace preguntas,
en la celda voces desconocidas gimen
pero, bueno, las amenazas del rival
lanzando ácido por los ojos pueden calmarse.

Y mientras la censura fascista
ahoga los pensamientos como gatos en una bolsa
alguien le grita a una mujer al estilo ruso: “¡Tetona imbécil!”
pero claro, se lo dice en lengua española.

La gente ya cansada y fastidiada
ventilan sus rabias a la nada
y se han convertido en represores los unos de los otros
olvidándose de los principales represores.

La paz está amenazada por escobas y cuchillos.
Y yo estoy por la paz, pero aquí, ¡Dios mío!
¡no hay ninguna manera de desplegar tus brazos!
Todo está amurallado desde la derecha hasta la izquierda.

En Barcelona las calles son angostas
como pupilas de gatos angustiados. 
(1967)

martes, 14 de noviembre de 2017

Mónechka - Marina Palei


Marina Palei (Leningrado, 1955) es una autora ecléctica y original, que dejó a un lado su carrera en la Medicina para dedicarse a tiempo completo a la Literatura. En “Mónechka” nos presenta a una protagonista tremendamente vital, de la que conoceremos sus peripecias a través de un hilo argumental un tanto deshilvanado. Es una novela muy breve (105 páginas) que sin embargo resulta suficiente para hacernos una composición del personaje, una mujer a la que le apasiona el sexo y que tiene una gran cantidad de amantes y aventuras. Su entorno no comprende ni aprueba su forma de vivir las relaciones íntimas, pero su prima, quien es la voz narradora en la novela, la adora y será quien la cuide cuando su salud se resienta.

“Mónechka” es un torbellino de vitalidad que arrasa todo aquello cuanto toca, y que incluso guarda la suficiente energía para dejar boquiabiertos a los médicos que no confiaban en su recuperación.
Marina Palei era hasta ahora inédita en España, donde ya podemos disfrutar de este pequeño soplo ruso de vida, que nos hace pensar en la fragilidad de la existencia humana y en la dicotomía entre felicidad y diversión.



Un fragmento:

Pero en esta vida me daba miedo ver su cuerpo. No lo había visto desde pequeñas y había tenido tiempo de olvidarlo. Antes de que ella tuviera que desnudarse para irse a dormir, yo me había adelantado imaginando sus ijares cascados y pecadores con señales recientes de impetuosa lujuria, esos ijares delgados, cianóticos como los de los alcohólicos, con moratones, arañazos, con una malla de venillas del color del permanganato, con pelos negros y gruesos escapándose a lo bruto por las fronteras del triángulo. Pero el cuerpo de Raimonda resultó blanco, limpio y, por extraño que parezca, lleno de vergonzosas líneas adolescentes, mientras que sus piernas eran atractivamente normales de arriba abajo, los edemas solo eran visibles en los tobillos (su corazón le molestaba bastante).
Raimonda tenía una relación ambigua con su cuerpo. Por un lado, como objeto y sujeto de pasión, o sea, como un recipiente pecaminoso, le venía muy bien y ella creía ―por lo visto con razón― que no era fácil encontrar a una como ella. Pero para todo lo demás era un apéndice pesado y engorroso del que no quería saber nada.

Por su parte, este apéndice cada vez exigía más atención. Le salió un asma cardíaca, tosía y hasta expectoraba sangre (“Va, al cuerno, algún vasito que ha reventado”. “¿Te has tomado los diuréticos?”, “Va, al cuerno”), pero resultaba que, con todo, si periódicamente se le echaba un puñado de píldoras multicolores, durante varias horas podía no recordarlo y vivir una vida normal, plena. “Vale, he bebido, pero muy poco, un coñac de marca, ¿y qué? Si después he evacuado hasta la última gota con un diurético”.
    

Lo de las gotas y el coñac eran trolas, claro ―su diapasón era lo más amplio, la verdad―, pero parece que sí decía la verdad sobre el diurético. Resumiendo, en todas las situaciones que no fueran el acto sagrado del amor, a Raimonda no es que se la refanflinfara la funda en la que de casualidad se había instalado su alma alegre, sino que más bien se relacionaba con ella mecánicamente (añadía por aquí, quitaba por allá) y puede que hiciera bien.

lunes, 13 de noviembre de 2017

It´s a match! ♥


Siglo XXI y seguimos sin educación emocional en las escuelas, dejándonos llevar por la inercia como eternos incompletos. Mintiendo, mintiéndonos, sufriendo por el qué dirán, coleccionando más likes virtuales que relaciones auténticas y reales con personas. Con la posibilidad de tener una cita cada día, perdiendo la energía rodeados de falsos amigos, aterrorizados por la sombra de la soledad, sin saber que la vida no era eso.

Del texto y la imagen: 
© Todos los derechos reservados - Mar López, 2017

Tuvimos - Rosa Lentini


Rosa Lentini (Barcelona, 1957), posee un largo historial profesional en el ámbito de la industria editorial. Entre su producción literaria se encuentra la poesía, las traducciones y la crítica, y también trabaja como co-editora en Ediciones Igitur. Más de una decena de sus poemarios han sido publicados bajo diferentes sellos editoriales, y sus textos han sido seleccionados para formar parte de multitud de antologías.

“Tuvimos” (Bartleby Editores, 2013) es un buen poemario donde la autora retrata las corrientes heladas que no se ven pero que atraviesan las escenas domésticas más costumbristas, parece capaz de detectar una mirada de odio o unas intenciones ocultas al otro lado de una puerta cerrada. Los poemas transcurren entre recuerdos salpicados de espiritualidad y dioses paganos, en una suerte de búsqueda de arcanos que den sentido y le ayuden a explicarse su propia realidad, tan única y a la vez tan comparable a otras realidades en tanto que es humana.

RECUERDO DEL HOMBRE TRAS LA PUERTA
 El arte del perdón ya no vivía en él.

Guardé en mi huida sus puños apretados
de blancos nudillos, la indignación
que teñía de rojo las venas de su frente
y el deseo de tocarle la mano.

Su forma de arrastrar los pies
al sacar el polvo de los cuadros
o al desbrozar los rosales con la podadora
en verano, un gesto que yo amaba.

Pero él prefería huir resoplando, como un gran búfalo
mudando la piel cuando la trama
urdida por la esposa
hacía mella en las nietas, y la llama
de su anciano cuerpo tras la puerta
    lo consumía.

Con la determinación
de un marinero alejándose de tierra,
un albañil a sus órdenes erigió un día en el corredor
    un muro de ladrillo y cemento
dejando la mitad de la casa a salvo,
    y la otra mitad desconcertada.

Con el tiempo mis visitas al lado
donde el padre de mi madre se quedó
restauraron los pedazos de su vieja caja de pinturas,
mientras, inmovilizado sobre una tabla,
aceptaba mi rol de bruñidor.
Al año me sorprendió regalándome
una acuarela, estudio de dos jóvenes,
    una morena alta, la otra pequeña y rubia
    que recibían clase de dibujo, tan parecidas
    a las mujeres paternas.

Tuvimos, habríamos tenido,
dos tiempos verbales en la historia dividida
de las familias, la espiral de los hijos
    que baila, baila su triste vals sobre ellas,
    escucha esa música, muro, escúchala…

LA TRIPLE HÉCATE

1
Si un indulgente universo la reuniera con ellas en un único gesto y de los talles hiciera una sola cintura, borraría las huellas que una historia de intercambio acerca. Y si un archipiélago deja de serlo cuando varias islas se unen en el recuerdo, todavía su fauna autóctona y salvaje podría ocultarse a las miradas. Nadie intentaría cazarla con el rostro de una Hécate mirando en todas direcciones para valerse mejor, voceando un bando a tres sobre lo que encierra
toda memoria detenida.
Pero desfallecer es miseria del amor, y también los huesos crecen como la hierba incluso bajo un puente, o como un árbol, con cada ama, cada hoja apuntando a lo alto, arrullados por cantos fúnebres que salmodian la imperfección.
Si la muerte nutricia vive y muere en nosotros, en tierras de hielo las otras le ofrecen los labios,
sombras pálidas en verdes asientos.

2
Su fría dedicación de toda una noche en vela hasta que el amanecer despunta inconmovible es un apósito. Sus risas, aún temiendo que el sueño del universo perdido con ellas le empañe los ojos, alumbran un fruto seco para luego contarlo entre los vivos. Y no hay otra forma de encarar sus juegos que la aprendida moldeando el lenguaje como barro sobre la vieja rencilla
entre saber y decir,
pues bastaba una frágil palabra marchita para captar la atención y componer el escaso grupo humano que todas formaban frente al mundo.

Pasa con un tintineo el platillo,
el oído es también equilibrio
    capaz de ignorar el giro veloz de las esferas.


COMERÍAMOS DE SU MANO LARGA
 
La mano larga y nudosa
en la que comeríamos cada mañana
también nos palparía las alas y arrancaría los restos
    de semillas de los picos.

Agarrada a su dedo corazón recorro
los amplios pasillos y mientras me calmo
el sol en las antesalas domestica a los canarios
    enjaulados, atentos al alimento del día.
Y desde mi exclusiva atalaya aparecen las góndolas
los aviones de pasajeros, las firmes vías de los trenes.

Cada tarde ella se sentaría un rato a leer.
Su índice derecho sobre las páginas
    levantándolas ligeramente con la punta de la uña
impulsaría tierras vírgenes o el eco de un steamer
que navega un río del norte.

A veces picoteo las pepitas surgidas
de la nada en su boca aprendiendo mi juego
de vigilancia. Me resulta fácil entonces
avistar desde el comedor su hombro como ese nido
donde tomar tierra y postergar durante horas
el vuelo de reconocimiento.

La intensa luz de la calle en los ventanales
caldeando el piso advierte el cambio repentino
de temporada y nos previene sobre la voluble primavera.
Y el espacio parece crecer de pronto,
las cosas mirarse entre sí
con más respeto y en la galería
los pájaros dejan sus trinos.

El dedo sarmentoso se habría llevado con él
el bullicio y el crujido de las láminas.
El poco lustre de mis alas, la terca suciedad
    que me cuelga del pico,
las habitaciones vacías que recorro con desgana
conviven con palabras al borde de sus sueños.

¿Con qué ángeles desaparecieron las aguas
salíferas, las raíces de mangle
en el montículo blando de su rodilla y todos los viajes?
¿Convocaron ellos a los otros pájaros orientándolos
hacia la salida? ¿Supieron que el vuelo
se volvería una secuencia de cuartos
    cuadrados y cuadrados eternos
abiertos a la nieve de la pintura caída
un cielo de azogue desplomado
sobre la invención de un invierno más deslumbrante?



Con la punta del dedo ella apuntaría a tierras vírgenes
y más allá de las abruptas montañas del mundo
    yo iría volando hacia donde
    las tallas de santos resistieran
    en sus sólidas peanas,
hacia donde las cortinas ajadas fueran nubes
    celebrando su danza del vientre
llegaría incluso hasta ese instante en que el sol
de Sumatra o de Antananarivo despunta
    y aleja todas las tormentas.

Llevo su rastro lejos    llevo su rastro muy alto
mi voluntad caza para ella y yo me dejo llevar…

viernes, 10 de noviembre de 2017

PREGÚNTALE A LA NIÑA




Pido disculpas por si hay algún adulto en la sala.

He pretendido encerrar el misterio de la vida en una caja de certezas,
llenado páginas de tinta con palabras en blanco
intentado entender por escrito todo aquello que me aterraba.

Me he creído la voz traicionera del miedo
y se ha convertido en algo real,
he soñado en 4K las historias
que inventaba en la vigilia para atormentarme.

Luego he tenido que inventar un modo de deshacer
las manos que me apretaban los pulmones,
rezado a Hécate en voz alta para que se hagan polvo,
para que se pare el mundo y la magia me acune en sus brazos,
que me bendiga la noche y yo desaparezca en ellos.

Ahora sé que debo preguntar a la niña por cada nueva gamberrada,
dejo que haga ruidos guturales de placer cuando estamos solas,
encontramos tesoros siguiendo nuestra intuición,
conocemos los atajos por el camino de Swann
reconstruimos nuestro hogar junto a cada lugar donde encontramos agua.

Permito que baile y que cante, que se dé besos en el espejo,
que corra descalza y que ría como una india piel roja salvaje.
Hemos explorado lo que hay al otro lado del miedo
escuchado entre árboles nuestra música favorita,
devenido juntas la misma tierra húmeda que pisamos,
vestidas de negro expuestas al sol,
vestidas completamente de negro absorbiendo toda la luz,
absorbiendo toda la maldita luz que ya estaba antes dentro de nosotras.


Del texto y la imagen: 
© Todos los derechos reservados - Mar López, 2017


miércoles, 8 de noviembre de 2017

Desde el sur - José Luis Sampedro



José Luis Sampedro (Barcelona, 1917 - Madrid, 2013) habría cumplido cien años en este 2017, y es por eso que su viuda y herederos están rescatando y transcribiendo algunas de sus conferencias pronunciadas en los últimos años de vida. En este caso edita Mapas Colectivos, una iniciativa que encabeza la editora Maribel Tabuenca Borobia bajo la colección MicroBooks.

La idea es publicar “conferencias que plantean la toma de conciencia crítica de nuestra cultura y de su estado actual de transición”. En este caso, “Desde el Sur” fue pronunciada por Sampedro en 1992 dentro del Encuentro sobre la cooperación para el desarrollo alternativo en América Latina.

Lo elemental es lo más importante
Sampedro era economista, novelista y humanista. Pero ante todo era una persona buena. En su presencia, sus ojos tan vivos desprendían inmensa luz y vida. Jamás perdió de vista que por delante de las banderas y de los intereses económicos, están las personas en tanto seres humanos: algo muy sencillo que hoy más que nunca es patente que los pueblos olvidan, más preocupados por partirse la cara en su intento salvaje por demostrar qué bando tiene razón (y ninguno la tiene).

No hay que perder de vista lo esencial, lo atávico. Poner por delante lo que nos une siempre por delante de lo que nos separa. A partir de este pilar tan antiguo como el mundo, Sampedro establece similitudes entre los países del Sur, un área que se situaría “por todo el Mediterráneo desde Grecia y, pasando por el Atlántico, hasta América Latina, desde el Río Grande del Norte hasta la Patagonia”.

Según él, hay una forma de entender la vida que es común a las diferentes culturas que se extienden por todo ese territorio. Y es que, en contraposición a los países del norte, el sur:

(…) conserva un sentido de la comunidad que es muy importante como fuente de solidaridad y para dar sentido a lo que uno es. Por otra parte, frente a esta idolatría de la técnica que se tiene en el Norte, al producir por producir, el Sur mantiene la idea de la vida, de la sabiduría. Y la sabiduría es mucho más amplia y mucho más importante que la ciencia. Se puede vivir con poca técnica pero no se puede vivir bien sin sabiduría.

Plantea la necesidad de unión de todos esos pueblos precisamente porque son débiles, y por tanto serán quienes harán progresos porque “los poderosos nunca quieren perder el poder” y “nunca han querido transformar nada”.


El camino que lleva al sur
La propuesta de Sampedro, que antepone un regreso a la convivencia y a la idea de comunidad en contraposición a la desigualdad social y la productividad empresarial, me recuerda a la búsqueda del camino que conduce hacia el sur en la preciosa novela breve de Ana María Matute, “Aranmanoth” (2001). Cuando las cosas van mal y asistimos a batallas campales de hordas abanderadas, no hay nada mejor que cerrar los ojos e imaginar que José Luis Sampedro y Ana María Matute se acercan de la mano para susurrarnos: tranquilx, todo va a salir bien.

Según Sampedro, el desarrollo se ha basado históricamente en preceptos economicistas y cuantitativos (en producir cada vez más bienes y servicios), y según él, esta tendencia no puede continuar mucho tiempo más. Se han dejado completamente de lado aspectos importantes como mejorar al ser humano o proteger el medio ambiente. Él invita a tomar las piezas sobre las que se construye la Teoría Económica para desmontarlas y estructurarlas de una manera nueva que tenga en cuenta otros valores.

Para ello, se sitúa en una perspectiva de pasado, imprescindible para entender el presente e intuir el futuro (creo que esto es clave porque incluso el pasado más inmediato siempre se olvida con demasiada rapidez):

Todos ustedes saben lo suficiente del tema como para convenir que la física de 1850 no tiene nada que ver con la física de nuestro tiempo. Ha cambiado por completo, son unos conceptos diferentes. Ha sido preciso reformar la visión del mundo para poder ocuparse de cosas que no han cambiado. Ha tenido que cambiar la visión del científico. En cambio, en las ciencias sociales seguimos con ideas del siglo XVIII y llamamos a eso neoliberalismo.

Sampedro, aún vigente
Las ideas de Sampedro aún son válidas en este mundo que le relegó en 2013. Sobre todo, sus palabras todavía nos ayudan a replantearnos la realidad, y hacernos preguntas es básico para poder llegar a sacar nuestras propias conclusiones. En cuanto a las políticas del cuidado que se desprenden de la visión del Sur que nos muestra en estas páginas, aún hace poco que empiezan a despuntar, tímidamente.

Podríamos comparar norte-producción/sur-ser humano con el ejemplo de los abuelos: el norte los llevaría a asilos para que los miembros productivos de la familia pudieran seguir en activo a tiempo completo, y el sur los cuidaría de otra manera más cercana, estableciendo políticas de conciliación laboral y familiar, amparadas por leyes y con la cooperación de los ciudadanos y las empresas. Precisamente en esta línea se encuentran las propuestas de Silvia Federici (Italia, 1942), autora feminista de libros como “Calibán y la bruja” (Traficantes de Sueños, 2010),  o “Revolución en punto cero” (Traficantes de sueños, 2013).

Para continuar avanzando en la dirección correcta, lo mejor es partir del pensamiento que nos brindan los sabios, tal y como dijo Sampedro en esta conferencia: “Se puede vivir con poca técnica pero no se puede vivir bien sin sabiduría”. Todos sus libros están llenos de ella, denles una oportunidad si tienen tiempo.