lunes, 13 de noviembre de 2017

Tuvimos - Rosa Lentini


Rosa Lentini (Barcelona, 1957), posee un largo historial profesional en el ámbito de la industria editorial. Entre su producción literaria se encuentra la poesía, las traducciones y la crítica, y también trabaja como co-editora en Ediciones Igitur. Más de una decena de sus poemarios han sido publicados bajo diferentes sellos editoriales, y sus textos han sido seleccionados para formar parte de multitud de antologías.

“Tuvimos” (Bartleby Editores, 2013) es un buen poemario donde la autora retrata las corrientes heladas que no se ven pero que atraviesan las escenas domésticas más costumbristas, parece capaz de detectar una mirada de odio o unas intenciones ocultas al otro lado de una puerta cerrada. Los poemas transcurren entre recuerdos salpicados de espiritualidad y dioses paganos, en una suerte de búsqueda de arcanos que den sentido y le ayuden a explicarse su propia realidad, tan única y a la vez tan comparable a otras realidades en tanto que es humana.

RECUERDO DEL HOMBRE TRAS LA PUERTA
 El arte del perdón ya no vivía en él.

Guardé en mi huida sus puños apretados
de blancos nudillos, la indignación
que teñía de rojo las venas de su frente
y el deseo de tocarle la mano.

Su forma de arrastrar los pies
al sacar el polvo de los cuadros
o al desbrozar los rosales con la podadora
en verano, un gesto que yo amaba.

Pero él prefería huir resoplando, como un gran búfalo
mudando la piel cuando la trama
urdida por la esposa
hacía mella en las nietas, y la llama
de su anciano cuerpo tras la puerta
    lo consumía.

Con la determinación
de un marinero alejándose de tierra,
un albañil a sus órdenes erigió un día en el corredor
    un muro de ladrillo y cemento
dejando la mitad de la casa a salvo,
    y la otra mitad desconcertada.

Con el tiempo mis visitas al lado
donde el padre de mi madre se quedó
restauraron los pedazos de su vieja caja de pinturas,
mientras, inmovilizado sobre una tabla,
aceptaba mi rol de bruñidor.
Al año me sorprendió regalándome
una acuarela, estudio de dos jóvenes,
    una morena alta, la otra pequeña y rubia
    que recibían clase de dibujo, tan parecidas
    a las mujeres paternas.

Tuvimos, habríamos tenido,
dos tiempos verbales en la historia dividida
de las familias, la espiral de los hijos
    que baila, baila su triste vals sobre ellas,
    escucha esa música, muro, escúchala…

LA TRIPLE HÉCATE

1
Si un indulgente universo la reuniera con ellas en un único gesto y de los talles hiciera una sola cintura, borraría las huellas que una historia de intercambio acerca. Y si un archipiélago deja de serlo cuando varias islas se unen en el recuerdo, todavía su fauna autóctona y salvaje podría ocultarse a las miradas. Nadie intentaría cazarla con el rostro de una Hécate mirando en todas direcciones para valerse mejor, voceando un bando a tres sobre lo que encierra
toda memoria detenida.
Pero desfallecer es miseria del amor, y también los huesos crecen como la hierba incluso bajo un puente, o como un árbol, con cada ama, cada hoja apuntando a lo alto, arrullados por cantos fúnebres que salmodian la imperfección.
Si la muerte nutricia vive y muere en nosotros, en tierras de hielo las otras le ofrecen los labios,
sombras pálidas en verdes asientos.

2
Su fría dedicación de toda una noche en vela hasta que el amanecer despunta inconmovible es un apósito. Sus risas, aún temiendo que el sueño del universo perdido con ellas le empañe los ojos, alumbran un fruto seco para luego contarlo entre los vivos. Y no hay otra forma de encarar sus juegos que la aprendida moldeando el lenguaje como barro sobre la vieja rencilla
entre saber y decir,
pues bastaba una frágil palabra marchita para captar la atención y componer el escaso grupo humano que todas formaban frente al mundo.

Pasa con un tintineo el platillo,
el oído es también equilibrio
    capaz de ignorar el giro veloz de las esferas.


COMERÍAMOS DE SU MANO LARGA
 
La mano larga y nudosa
en la que comeríamos cada mañana
también nos palparía las alas y arrancaría los restos
    de semillas de los picos.

Agarrada a su dedo corazón recorro
los amplios pasillos y mientras me calmo
el sol en las antesalas domestica a los canarios
    enjaulados, atentos al alimento del día.
Y desde mi exclusiva atalaya aparecen las góndolas
los aviones de pasajeros, las firmes vías de los trenes.

Cada tarde ella se sentaría un rato a leer.
Su índice derecho sobre las páginas
    levantándolas ligeramente con la punta de la uña
impulsaría tierras vírgenes o el eco de un steamer
que navega un río del norte.

A veces picoteo las pepitas surgidas
de la nada en su boca aprendiendo mi juego
de vigilancia. Me resulta fácil entonces
avistar desde el comedor su hombro como ese nido
donde tomar tierra y postergar durante horas
el vuelo de reconocimiento.

La intensa luz de la calle en los ventanales
caldeando el piso advierte el cambio repentino
de temporada y nos previene sobre la voluble primavera.
Y el espacio parece crecer de pronto,
las cosas mirarse entre sí
con más respeto y en la galería
los pájaros dejan sus trinos.

El dedo sarmentoso se habría llevado con él
el bullicio y el crujido de las láminas.
El poco lustre de mis alas, la terca suciedad
    que me cuelga del pico,
las habitaciones vacías que recorro con desgana
conviven con palabras al borde de sus sueños.

¿Con qué ángeles desaparecieron las aguas
salíferas, las raíces de mangle
en el montículo blando de su rodilla y todos los viajes?
¿Convocaron ellos a los otros pájaros orientándolos
hacia la salida? ¿Supieron que el vuelo
se volvería una secuencia de cuartos
    cuadrados y cuadrados eternos
abiertos a la nieve de la pintura caída
un cielo de azogue desplomado
sobre la invención de un invierno más deslumbrante?



Con la punta del dedo ella apuntaría a tierras vírgenes
y más allá de las abruptas montañas del mundo
    yo iría volando hacia donde
    las tallas de santos resistieran
    en sus sólidas peanas,
hacia donde las cortinas ajadas fueran nubes
    celebrando su danza del vientre
llegaría incluso hasta ese instante en que el sol
de Sumatra o de Antananarivo despunta
    y aleja todas las tormentas.

Llevo su rastro lejos    llevo su rastro muy alto
mi voluntad caza para ella y yo me dejo llevar…

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