Este no es el libro del año, ni Isaac Rosa el mejor escritor del mundo, pero en “La habitación oscura” trata una serie de cuestiones sobre las que conviene detenerse un poco.
¿De qué se alimenta el deseo? La excusa para iniciar esta locura de novela surge de un grupo de amigos que se quedan de repente a oscuras durante un apagón, y que comienzan a enrollarse entre ellos sin saber quién es quién. La experiencia les resulta tan sorprendentemente gratificante que deciden construir un cuarto oscuro privado en un local. Parejas y solteros, todos a ciegas participan y a pesar de la tiniebla nos van siendo presentados, sus rasgos definidos y sus miserias descubiertas.
¿Por qué mirar a los ojos a la oscuridad? A tientas, sus historias encajan en la de seres infelices que utilizan ese espacio como refugio donde abstraerse del mundo que les es hostil, una vuelta al origen, al vientre materno, un lugar en el que quitarse la careta, donde no-ser.
¿Por qué buscar placer en lo desconocido? Un disfraz, un nick, una mentira detrás de otra... todas son excusas válidas para abstraerse de sí mismo y dar rienda suelta al instinto primitivo de conquista. Los personajes de Isaac Rosa son unos perdedores sin ambiciones, pero desprenderse de los prejuicios y buscar a tientas, con instinto animal, a alguien que anhele lo mismo, no tiene por qué surgir siempre de una cabeza mal amueblada. Cualquiera que comience a leer esta novela puede pensar que se trata de una propuesta atrevida que evolucionará de una forma feliz, y que nunca se convertirá en un nido de problemas, pero precisamente la reflexión estriba en el hecho de que cualquier experimento a este nivel, si está mal gestionado, puede resultar un fracaso. Del mismo modo que en manos de personas adultas y mentalmente sanas puede convertirse en un plan perfecto.
¿Cómo olvidar la mirada escrutadora de quien hasta ahora sólo te había visto a ciegas? Mientras sus vidas se desmoronan como un castillo de naipes, los miembros del grupo acuden al cuarto oscuro a lamerse las heridas. Así pues, un juego privado que surgió como fuente de diversión, placer y locura se convierte poco a poco en una evasión, la oscuridad como desconexión: cuando cualquiera de ellos traspasa la puerta, el mundo se apaga ahí fuera.
¿Por qué dejarse arrastrar por unos ojos de luz, unos ojos de mar? La rabia crece como una bola de nieve que rueda en el interior de cada uno de los miembros del grupo, alimentada por una serie de injusticias sociales que Isaac Rosa introduce (de una forma un tanto forzada, por cierto) como excusa para hacer una crítica feroz al sistema capitalista. Así, de ese pozo de tinieblas salen a la luz espionajes internautas (a nivel casero pero también político y empresarial), protestas callejeras, desahucios, bancarrotas y un largo etcétera de miserias que dejan al descubierto la parte más inhumana del ser humano. El libro, que data de 2013, gracias a esas pinceladas adquiere actualidad: lo que narra está sucediendo hoy mismo. Sin embargo, el hilo argumental en torno al cuarto oscuro podría ajustarse a cualquier época. De hecho, es inevitable no evocar la caverna de Platón cuando quienes desean permanecer en silencio y a solas se colocan contra la pared y quienes buscan sexo se sitúan en el centro mientras palpan torpes alrededor en busca de alguien con quien compartir ese deseo: así, ellos no ven sombras ni tampoco están atados, pero componen una escena de seres que se reúnen en torno a un fuego que no ilumina, pero que está ardiendo.
¿Por qué no cometer una locura? Sólo disponemos de una vida y no podemos dejar de vivirla intensamente, parece querer decirnos cada uno de los personajes en un grito ahogado. La habitación oscura se transforma en un ente que es todos ellos en uno solo, que asume sus gritos y gemidos y los emite con una voz propia. Resulta aterrador mirar al vacío y que el vacío te devuelva la mirada, te absorba, te succione. En esta novela se nos da una única oportunidad de asomarnos y mirar, agarrados a una barandilla con las palmas de las manos humedecidas.