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sábado, 5 de diciembre de 2020

"Vulva: la revelación del sexo invisible" - Mithu M. Sanyal


p.18 Debido a que el lenguaje es el sistema con el que nos orientamos en el mundo y evaluamos las cosas, la desaparición de denominaciones que expresen aprecio o sean simplemente precisas va siempre acompañada de la desaparición de un contexto positivo de aprecio, la refleja o prepara su llegada.


p.28 En realidad, la situación para la mayor parte de las jóvenes es incluso más desoladora. «Las niñas tienen un “mumu”, una florecita, una pelusilla, un enchufecito, casi cualquier nombre que uno pudiera dar a una mascota pequeña y suave como un conejillo de Indias parece apropiado», constató la periodista Mimi Spencer en un artículo en The Guardian con el título, tomado de Eve Ensler, de «The vagina dialogues». Más allá de ello, lo que importa aquí es que estas palabras no sólo quitan importancia o establecen una distancia, sino también que son muy individuales.

(…)

Esto significa que las jóvenes no pueden hablar entre sí acerca de sus genitales. Cada referencia permanece reducida al ámbito de lo muy privado, generalmente al núcleo familiar, de forma que, sin importar cuán positivamente se expresen los padres, la vulva queda adherida más bien a un aura de secreto y ocultación: es aquello sobre lo que no se habla. «Si no podemos decirles a nuestras hijas cómo se ven realmente sus órganos sexuales, entonces animamos a cada nueva generación de mujeres a trabajar con engaños y a encubrir su lenguaje, sus pensamientos y sus sensaciones», criticó Harriet Lerner, quien, desde los comienzos de su confrontación con la palabra que empieza por «v» ha entrevistado literalmente a cientos de padres y les ha preguntado por qué no revelaban simplemente a sus hijas que su genital se llama vulva. Las respuestas aún la desconciertan treinta años después:


p.29 Muchos padres, por lo demás cultos, decían incluso que nunca habían oído la palabra. Aquellos que tenían conocimiento de los términos correctos daban las explicaciones más fantasiosas sobre por qué no las usaban. «Vulva es un término médico y yo no quisiera agobiar a mi hija con términos que sus amigas no conocen.» «Lo va a decir en su clase y entonces, ¿qué hacemos?» «Vulva y clítoris son términos técnicos.» (…) «No quiero que mi hija se convierta en una obsesa sexual o acabe creyendo que los hombres pueden ser reemplazados por un vibrador.»


p.228 “Al contemplar ese genital extraño e inexplicable me sentía como un alien, lo que es una descripción bastante precisa de la distancia entre las mujeres y sus genitales. Sí, los usamos, podemos incluso disfrutar de ellos, pero no hay sentimiento de pertenencia. Esos labios dobles en mi pubis no me pertenecían realmente ni siquiera a mí, sino que eran parte de un mundo ajeno de cuya existencia tenía una prueba en ese momento.”


p.232 La práctica generalizada de nombrar equivocadamente a los genitales femeninos es casi tan sorprendente en sus consecuencias como el silencio que rodea a este hecho. Es cierto que en los Estados Unidos no se cortan y extraen el clítoris y los labios vaginales como se hace en otras culturas a innumerables niñas y mujeres. Nosotros hacemos el trabajo no con el cuchillo sino con el lenguaje: el resultado es, si se quiere, una mutilación genital psíquica. El lenguaje puede ser tan afilado y veloz como un bisturí quirúrgico. Lo que no se nombra, no existe.


martes, 20 de marzo de 2018

"La princesa de las remolachas y otros cuentos populares inéditos" - Franz Xaver von Schönwerth

Este libro es una rareza por varios motivos. Cualquiera conoce la labor de los hermanos Grimm, pero lo cierto es que ha habido y hay muchos más rapsodas en el mundo que a lo largo del tiempo se han dedicado a transcribir y organizar los cuentos que se transmitían por vía oral.

“La princesa de las remolachas y otros cuentos populares inéditos" es un libro raro porque no se dirige a un sector claro de lectores: es una recopilación que se incluye en una colección de libros para adultos pero el contenido es juvenil con tintes infantiles. Además, las transcripciones están sin alterar y adolecen de muchos errores, por lo que su uso parece más enfocado al análisis filológico que al puro entretenimiento.

La figura de Schönwerth también es curiosa. ¿Alguien había oído hablar antes de él? Según se nos cuenta en la introducción, fue una folclorista llamada Erika Eichenseer quien en 2009 localizó más de 500 cuentos inéditos en el archivo municipal de Regensburg, todos ellos de F.X. Schönwerth (1811-1886). También se indica que los hermanos Grimm admiraban su labor y así lo hicieron constar en algunas de sus cartas que aún se conservan. Sin embargo, debido a la enorme popularidad que alcanzaron los hermanos, la labor de su colega quedó siempre relegada a un oscuro segundo plano.

Schönwerth mostró interés por la historia de Baviera y las lenguas germánicas desde muy joven. Eran años en los que el pueblo alemán buscaba su identidad para poderse definir como nación y, en este sentido, los escritores románticos se volcaron a la búsqueda de los tesoros de la antigua poesía alemana, que se creían perdidos. La poesía era el alma del pueblo y por eso se hacía necesario recopilar los testimonios perdidos de las literaturas populares. La zona de recopilación se extendió por todo el Alto Palatinado, sobre todo por el este, por las zonas limítrofes con los bosques de Bohemia. Schönwerth recogió estas historias directamente de la gente sencilla: campesinos, sirvientes o narradores populares poco o nada versados en cuestiones lingüísticas.

En estos cuentos observamos diferencias formales: algunos están redactados de una forma muy poética y cuidada, y otros sin embargo, tienen errores de concordancia y están escritos con prisa y sin atender a los detalles. Es en estos últimos donde más se detecta el origen oral de los mismos: quizá se transcribieron de una forma apresurada con la idea de retocarlos más tarde y esto nunca se hizo, o se perdió la copia corregida.

Los hermanos Grimm tomaron los cuentos de la tradición popular y los retocaron a placer para hacerlos aptos al público infantil, también modificaron la redacción para borrar los defectos del habla y transformarlos a una forma más aceptable para su presentación escrita. De este modo, dejaron que se perdiera el sentido original de los cuentos. Sin embargo, los que tenemos entre manos en “La princesa…” están sin alterar, y en ellos encontramos todo tipo de barbaridades: robos, calumnias, enredos, asesinatos, etc., además de los consabidos conjuros, seres feéricos y todos los personajes arquetípicos que podamos imaginar. Así pues, estos cuentos se presentan tal y como fueron transcritos, con toda su crudeza y realidad.

Hay mucha más igualdad en lo que respecta al género de los protagonistas ya que aún no se había ejercido sobre ellos el poder patriarcal (¿quién puede imaginar hoy en día una Cenicienta masculina, o hijos varones maltratados al igual que tradicionalmente lo son las niñas en los cuentos infantiles?). La mayor rareza de este libro, en fin, es que por primera vez se ofrecen al lector cuentos en estado puro, sin revisiones, alteraciones o reescrituras posteriores.

Hay más de 70 cuentos organizados por temáticas: cuentos de amor y magia, cuentos de animales, cuentos de criaturas del bosque, leyendas religiosas, farsas y cuentos de la naturaleza. Los elementos se repiten y se alteran a placer, al final el imaginario colectivo da lugar a mil versiones partiendo de una misma idea.

Sobre todo se repiten mucho, con pequeñas variantes, las historias de personajes que han sido hechizados y que a través de algunas argucias consiguen volver a su forma humana gracias a la ayuda de otro personaje que más o menos pasaba por allí, colmándole de regalos en agradecimiento.

También, observamos que es muy común el casamiento como gesto político o social, más que un símbolo entre dos personas que se quieren. Los matrimonios se suceden constantemente entre personajes de distinto género, y pocas veces es necesario el consentimiento de la mujer para que se lleve a cabo.


Hay que destacar la maravillosa ilustración de cubierta, a cargo de Engelbert Süss. El diseño de las guardas, que también juegan con la forma de la remolacha, terminan de hacer de este libro una joyita para cualquier bibliófilo que se precie.

jueves, 15 de junio de 2017

La sonámbula y más relatos inquietantes - Marie Luise Kaschnitz


A finales de 2015 descubría a Marie Luise Kaschnitz a través del primer volumen de relatos que se lanzaba a publicar la editorial asturiana Hoja de Lata. Se trataba de una colección de cuentos con componentes siniestros y redacción impecable, lo que hizo que se convirtiera instantáneamente en uno de mis libros de relatos favoritos.
 
Hace muy poco han vuelto a las mesas de novedades de las librerías con una nueva entrega de relatos de la misma autora, que no le va a la zaga al primero en lo que a calidad se refiere, tampoco en su capacidad para dejarnos perplejos. Para la ilustración de la cubierta se ha vuelto a contar con la colaboración de Marta Orlowska, una artista con una producción maravillosa que gira en torno al surrealismo.

Literatura de calidad en pequeñas dosis
Sabemos que estamos ante una buena colección de relatos cuando estos nos enganchan y no queremos dejar de leer, pero también cuando la impresión que nos produce su lectura nos obliga a hacer una pausa (para reflexionar y coger aire) entre cuento y cuento: en este caso, esto se cumple al finalizar todos y cada uno de los relatos que conforman “La sonámbula…”
 
Los doce relatos tienen en torno a diez o quince páginas, y recrean situaciones sencillas del día a día, en las que se inserta de repente algún elemento extraño o inquietante, más o menos siniestro (salvo el relato “Fantasmas” o “Historia de un barco”, el resto de cuentos no alcanzan niveles de oscuridad que nos haga clasificar como gótica a la recopilación en conjunto).
 
Cabe destacar que, al igual que ocurría en “La niña gorda…”, también en esta ocasión nos encontramos descripciones detallistas y minuciosas, así como una forma de narración hermosa que une con aparente facilidad características tan contradictorias como profundidad y levedad con un resultado fresco y original que representa e identifica a su autora.
 
Se exploran temas como el comportamiento animal en las personas, la crueldad infantil y el despertar adolescente, la infidelidad y el acoso, el holocausto alemán y la lucha contra la muerte, así como los sucesos paranormales en los dos relatos de corte gótico que he mencionado antes. En concreto, la editorial Hoja de lata desde su página web nos invita a leer gratuitamente uno de los relatos que me han dejado más huella, “Historia de un barco”.

Adolescencia, mitología y acoso sexual callejero
Hay algo más que resulta fascinante en la literatura de Kaschnitz, y es la inclusión de elementos mitológicos dentro de sus relatos. Relaciona puntualmente el comportamiento de sus personajes con rasgos atávicos del folklore antiguo y consigue una mayor comprensión de la situación incluyendo elementos que todos reconocemos, y a la vez reviste la escena de un aura mágica que termina por hacerla redonda y perfecta.
 
En el relato que más me ha impactado por su calidad, “Sombras alargadas”, tenemos algunos componentes que están de rabiosa actualidad y a la vez son tan antiguos como el ser humano: tenemos a una chica adolescente (que sólo por serlo pasa a formar parte del colectivo oprimido en la sociedad heteropatriarcal) y un chico de edad similar que actúa como opresor, en este caso gracias a los privilegios adquiridos nada más nacer y al uso indebido que hace de ellos. Tenemos acoso sexual callejero, humillación y miedo; el chico está en un ambiente conocido y tiene más fuerza física, la chica es una extranjera de vacaciones con su familia que ahora se arrepiente de haber decidido dar un pequeño paseo en solitario por los alrededores.
Rossie, derrumbada como una montaña de infortunios, se acurruca junto a la pared de rocas, se pone de pie, crece, crece desde sus hombros de niña y mira al chico llena de rabia, lo mira fijamente, a los ojos, durante muchos segundos, sin parpadear una sola vez y sin mover un solo dedo. Todavía reina una calma tensa y de pronto le llega intensamente el aroma de los miles de arbustos del lugar, invisibles, dulces como la miel, amargos como la berza, y en esta quietud y esta intensidad aromática, el niño se desploma como un muñeco al que se le estuviera desparramando el serrín.

El componente mitológico aparece aquí con las similitudes entre el violador como dios Pan y la víctima que se defiende con la bravura del basilisco. La limpieza de las escenas en este relato es sencillamente genial, y durante los momentos de máxima tensión parece que realmente se ha detenido el tiempo. Luego, todo vuelve a la normalidad componiendo un cuadro costumbrista con elementos marinos que nos deja un sabor a salitre de una forma casi física.
 
“La sonámbula…” es digna sucesora de “La niña gorda…”, les invito a que les den una oportunidad en el orden que prefieran, ya que difícilmente les defraudarán.

viernes, 6 de noviembre de 2015

"La niña gorda y otros relatos inquietantes" - Marie Luise Kaschnitz



Este magnífico volumen de cuentos se lanzó en octubre, coincidiendo con los preparativos de la famosa noche de Halloween, o Samhain para quienes celebran la festividad celta; pero si partimos de que cualquier día es adecuado para disfrutar de buena literatura con matices inquietantes, podemos decir sin duda que este libro es una magnífica recomendación para cualquier día del año.

Breve y muy selecto, este volumen nos deleita con una sucesión de personajes que deambulan por la Alemania de mediados del siglo XX pero cuyas historias podrían desarrollarse en cualquier otro momento y lugar, ya que tienen matices que las convierten en intemporales; sus peripecias podrían sucedernos a cualquiera de nosotros. Solo esperemos no encontrarnos nunca en sus zapatos.


Una selección de sobresaliente
Marie Luise Kaschnitz fue una escritora muy prolija, que nos legó una maravillosa producción literaria. En España pocas editoriales han mostrado interés en sus obras, tanto es así que actualmente solo disponemos de cuatro de sus libros en circulación. La editorial Pre-Textos publicó “Lugares” y “Aún no está decidido” en 2007 y 2008, respectivamente, y la editorial Minúscula hizo lo propio con “La casa de la infancia” en 2009. Desde entonces, un gran silencio, hasta el volumen que hoy os propongo, que viene de la mano de la editorial Hoja de Lata.

Sin duda, queda mucho camino por recorrer en este sentido, y sería una gran noticia que el público demandase su literatura (plagada de premios y reconocimientos en otros países) y se apostara en firme por su obra. Escribió multitud de relatos, pero también nos dejó algunas novelas y poemas. Su obra es el producto de la necesidad de aferrarse a la palabra escrita para dar sentido a una vida que no encajaba dentro de los cánones sociales establecidos.

“La niña gorda y otros relatos inquietantes” se presenta con una deliciosa edición que me ha fascinado por las siguientes características: físicamente, las cubiertas se presentan en dos texturas diferentes (de cartón más rugoso con algunas partes satinadas) y la ilustración principal es delicada, misteriosa, muy cuidada y llamativa, obra de una verdadera profesional (Marta Orlowska), creadora de obras tan inquietantes como atrayentes, reflejo perfecto del contenido de este libro.

En el interior, tras la estupenda selección de doce relatos, se encuentra un epílogo muy esclarecedor, que aporta información muy valiosa acerca de la vida de la autora, de su personalidad, el ambiente en el que creció y las influencias que marcaron su estilo literario.


Las causas del miedo y otros argumentos perturbadores
Si hay que definir con un solo adjetivo estos relatos, sería el de inquietantes, porque en ningún caso se trata de literatura de terror, o de género fantástico. La narración parte siempre de situaciones más o menos mundanas para dar enseguida un giro ligeramente siniestro (esa sensación de contemplar una estatua que de repente se mueve un poco, como lo define la escritora Pilar Pedraza), que deja al lector confuso y atrapado irremediablemente en el devenir del argumento.

Un elemento muy común en todos estos cuentos es la dudosa cordura de los personajes. No siempre queda clara su salud mental, en contraposición al resto de personajes o la situación a la que debe enfrentarse. Por ejemplo, en “El tarado” tenemos un funcionario de Tráfico que recibe ese mote por parte de sus compañeros porque gradualmente su trabajo le va obsesionando hasta alcanzar límites poco saludables: pero cuenta con la justificación de trabajar en un puesto que supone un pulso continuo con la mismísima Muerte, luego su locura, ¿acaso no está justificada? Esto queda a juicio del lector, así como en el relato “Sí, mi ángel”, una penosa historia en la que una anciana se abandona a sí misma debido a una malsana obsesión por su huésped, que a su vez se aprovecha de ella.

También las identidades confusas juegan un importante papel en las tramas. Así, en “La niña gorda” encontramos un manejo del tiempo tan sutil que nos hace cuestionarnos quién es quién, o si los personajes son reales o tan solo fabulaciones, o apariciones fantasmales. Algo similar sucede en “Osos polares”, sin duda uno de los mejores cuentos de toda la recopilación y que da comienzo al libro. En él, una mujer habla con su marido en una situación extraña que podría ser real… pero de pronto, no solo el marido no es lo que creíamos, sino que el final, onírico y siniestro, tampoco nos deja muy claro quién era ella.


El verdadero fondo del ser humano: las motivaciones de Kaschnitz
Una de las cosas que más me han gustado es la capacidad de Kaschnitz para extraer los sentimientos más oscuros y enterrados de los personajes, como hace a la perfección en el relato “El paseo”. Se trata de un relato profundamente visual, que podemos imaginar con facilidad en forma de corto cinematográfico. Una pareja feliz pasea por el campo, hasta que de pronto se sabe perdida. Entonces, por la mente de la chica comienzan a atravesarse pensamientos de una gran frialdad, que muestran a la perfección sus miedos y sus verdaderos sentimientos.

También se cuestiona la capacidad del ser humano para intervenir en las vidas ajenas, como en “Un hombre, un día” o “Conversaciones lejanas”, relatos que dan lugar a reflexiones existenciales y que nos obligan a replantearnos conceptos tan complejos y amplios como el destino, la maldad o los convencionalismos sociales que nos apartan de nuestra naturaleza animal.

Como bien nos explican en el epílogo de este libro (breve y conciso, plagado de datos interesantes), Marie Luise Kaschnitz no disfrutó de una vida fácil. Su personalidad era compleja y retraída, desde niña fue hipersensible y para colmo creció en la Alemania de la primera mitad del siglo XX. Plasmó en forma de palabras el desasosiego que sufrió y vio en quienes la rodeaban. Las sombras del miedo y la angustia, que no llegan a revelarse nunca de una forma clara, planean como una bandada de buitres entre las líneas de sus textos, al acecho. La escritura era el único medio a su alcance para reproducir una realidad paralela a la de su día a día: una existencia que no conseguía entender en su totalidad y de la que era preciso escapar.


domingo, 7 de junio de 2015

"Mundos" - Gertrud Kolmar


Se dice que Gertrud Kolmar es una poeta "extrañamente desconocida", porque la calidad de sus poemas es muy alta y porque apenas se ha hablado de ella desde que muriera en el holocausto alemán a manos de esos salvajes que despreciaban la vida.

Sin embargo, no creo que el adjetivo "extrañamente" sea aquí el adecuado: creo que, más bien, se trata de otro caso más de silenciamiento de la voz de una mujer. Su primo carnal era Walter Benjamin, quiero decir.

Cuenta en el prólogo Berta Vias Mahou que la personalidad de esta poeta era especialmente introvertida y que no se relacionaba con otras personas de círculos literarios o de apenas otros ámbitos que no fuera su propia familia. Se dedicó durante su juventud a la literatura y la enseñanza, y mientras los judíos rápidamente iban perdiendo libertades y el resto de su familia huía aterrorizada, ella permaneció en Berlín junto a su padre hasta el final y por tanto, murió. No se sabe exactamente cómo, pero murió. Aún con media vida por delante y perdiéndose así buena parte de la obra que había escrito y la totalidad de aquella que le faltaba por escribir.

Algunos de sus poemas (que escondía celosamente) fueron publicados a sus espaldas por un editor amigo de su padre. Después, se han recuperado otros textos que guardaron familiares y conocidos. Y hoy, casi 80 años después de haber sido escritos, tenemos estos poemas rescatados entre las manos, que se han publicado respetando el orden original, modificado por editores caprichosos en algunas ediciones.

Algunos de sus poemas...

DE LA OSCURIDAD
De la oscuridad vengo yo, una mujer.
Llevo un niño, ya no sé de quién;
en otro tiempo lo supe.
Pero no hay más hombre para mí...
Todos se han hundido a mi paso, como un riachuelo
que la tierra bebió.
Avanzo, más y más lejos.
Porque quiero alcanzar las montañas antes de que se haga
de día, y ya se apagan las estrellas.

De la oscuridad vengo yo.
Marchaba sola por las oscuras callejas
cuando de pronto se abalanzó una luz, despedazando
con sus garras la blanda negrura,
el leopardo a la cierva,
y una puerta abierta del todo escupió una espantosa
algarabía, un griterío salvaje, un aullido animal.
Unos borrachos se revolcaron...
Todo esto lo sacudí del borde de mis ropas por el camino.

Y atravesé el mercado desierto.
Las hojas nadaban en los charcos, que reflejaban la luna.
Perros flacos, ansiosos, olisqueaban desperdicios
sobre las piedras.
Pisoteadas, se pudrían las frutas,
y un viejo cubierto de harapos seguía torturando
su pobre instrumento de cuerda.
Cantaba en voz baja un desafinado lamento,
sin ser oído.
Y aquellas frutas que en otro tiempo maduraron al sol,
con el rocío,
aún soñaban con el perfume y la dicha de la amorosa flor,
pero el mendigo quejumbroso
hacía tiempo que lo había olvidado y no conocía ya
más que el hambre y la sed.

Ante el palacio del poderoso me detuve en silencio,
y cuando pisé el escalón más bajo,
el porfirio rojo carne estalló, partiéndose
bajo mi suela.
Me volví
y miré hacia arriba, hacia la ventana vacía, la tardía vela
del pensador,
que meditaba, meditaba, y jamás se libró de su pregunta,
y hacia la lamparilla velada del enfermo que, por supuesto,
no estudió
la forma en que habría de morir.
Bajo los arcos del puente
dos esqueletos horribles se pegaban por el oro.
Yo alcé mi pobreza como un escudo gris ante mi rostro
y seguí mi camino sin ser molestada.

A lo lejos el río habla con sus orillas.

Ahora tropiezo al subir por el sendero de piedra,
recalcitrante.
Los guijarros, los matorrales de espinas hieren las manos
que tantean a ciegas:
esperan un gruta,
que en la más profunda hendidura alberga al cuervo
verde metálico, el que no tiene nombre.
Entraré ahí,
me acurrucaré bajo la sombra de sus grandes alas
y descansaré.
Amodorrada, escucharé cómo crece la muda voz de mi hijo
y dormiré, con la frente inclinada hacia el este,
hasta la salida del sol.

EL ÁNGEL EN EL BOSQUE
Dame tu mano, tu mano querida, y ven conmigo,
pues queremos alejarnos de los hombres.
Son mezquinos, ruines, y su mezquina ruindad nos odia
y mortifica.
Sus ojos rondan maliciosos por nuestro rostro y su oído ávido
manosea las palabras de nuestra boca.
Recogen beleño...
Así que huyamos
a los campos soñadores que, gentiles, con flores y hierba,
confortan nuestros pies vagabundos,
al borde del río que, con paciencia, carga sobre su espalda
imponentes fardos, pesados barcos repletos de mercancías,
con los animales del bosque, que no murmuran.

Ven.
La niebla del otoño vela y humedece el musgo con brillos
mates, esmeralda.
Ruedan las hojas del haya, tesoro de monedas de bronce dorado.
Por delante de nuestros pasos, llama roja, temblorosa,
salta la ardilla.
Alisos negros, retorcidos, silban junto al pantano
en el resplandor cobrizo del atardecer.

Ven.
Porque el sol se ha puesto, se ha acostado en su cueva
y su aliento cálido, rojizo, se apaga.
Ahora se abre una bóveda.
Bajo el arco azul grisáceo entre las coronadas columnas
de los árboles estará el ángel,
alto, esbelto, sin alas.
Su semblante es dolor.
Y su vestido tiene la palidez glacial de las estrellas
que centellean en las noches de invierno.
El que es,
que no habla, no debe, sólo es,
que no conoce maldición alguna ni trae la bendición y que no
peregrina a las ciudades al encuentro de lo que muere:
no nos mira
en su silencio de plata.
Pero nosotros le miramos,
porque somos dos y estamos desamparados.

Tal vez
caiga una hoja seca, marrón, sobre su hombro,
resbale.
Nosotros la recogeremos y la guardaremos,
antes de seguir adelante.

Ven, amigo mío; conmigo, ven.
La escalera en casa de mi padre es oscura, tortuosa, estrecha,
pero ahora es la casa de la huérfana, y en ella
vive gente extraña.
Llévame.
En la puerta la vieja llave oxidada se resiste
a mis débiles manos.
Ahora chirriando se cierra.
Mírame ahora en la oscuridad, tú, desde hoy mi patria.
Pues tus brazos se erigirán para mí en muros protectores,
y tu corazón será mi aposento y tu ojo mi ventana,
por la que brilla el amanecer.
Y la frente se alza a tu paso.
Tú eres mi casa en cualquier calle del mundo, en cualquier
hondonada, en cualquier colina.
Tú, mi techo, languidecerás conmigo extenuado
bajo el mediodía abrasador, te estremecerás conmigo
cuando azote una tormenta de nieve.
Pasaremos hambre y sed, juntos resistiremos,
juntos un día caeremos al borde del camino, cubierto de polvo,
y lloraremos...

miércoles, 6 de agosto de 2014

"Campo Santo" - W. G. Sebald


(...) Kafka, que a menudo se sentía como un espectro entre sus semejantes, sabía con qué ansia insaciable rondan los muertos a los que todavía no lo están. Toda su literatura puede entenderse como una forma de noctambulismo o como el estado que lo precede. "Sin peso, sin huesos, sin cuerpo he deambulado dos horas por las calles, pensando en lo que había soportado mientras escribía esta tarde", anota una vez. Envía de noche a Berlín cartas de murciélago, y él mismo es el fantasma del que cuenta a Milena que apura en el aire los besos que ha enviado antes de que puedan llegar a su destino. Zischler cita también el pasaje de una carta en e que Kafka cuenta cómo, en un recorrido hasta casa en el tranvía, "al vuelo, fragmentariamente, leía con esfuerzo los carteles", ante los que pasaba. Por curiosidad, comenta Zischler, Kafka se empapa de imágenes. Para él eran evidentemente un sustitutivo de la vida que no podía llevar, un alimento sin sustancia con el que, en sus sueños de noche y de día, desarrollaba continuamente los fantásticos guiones en los que, una y otra vez, se convertía en un estrafalario personaje cinematográfico. Qué episodio más extraño es aquel en que, como cuenta Max Brod en una postal, estando en el médico se ve obligado a echarse en un canapé, por un pequeño desfallecimiento, y de pronto se siente de tal modo como una muchacha, ¡que trata de arreglar con los dedos su falda de muchacha! ¿Y no son esas secuencias oníricas, en la camera obscura de su alma, películas proyectadas por las que deambula como su propio espectro? Zischler, con la mayor delicadeza, sabe sondear las corrientes que hay entre realidad e imaginación. Las películas sobre las que escribe son para él en realidad sólo la lámina a través de la cual cae una luz nueva sobre la intensidad de un trabajo de sueño y duelo, casi ininterrumpido, entre realidad y ficción. Los Diarios de Kafka están llenos de relatos de experiencias en las que lo cotidiano, exactamente como en el cine, se disuelve entre nuestros ojos en imágenes ingrávidas.

"Kafka en el cine", Campo Santo, W. G. Sebald.

domingo, 2 de febrero de 2014

"Las afinidades electivas" - Johann Wolfgang von Goethe


“Las afinidades electivas” es uno de los títulos menos populares de Goethe, y sin embargo contiene unas enseñanzas muy valiosas que hacen que la trama, un tanto prescindible, pase a un segundo plano.

La parte más interesante se encuentra en las primeras páginas, donde Goethe hace hablar a sus personajes que, mediante diálogos, a la manera socrática, explican el concepto “afinidad electiva”, una idea que aúna la física y la química que hace que los materiales se unan o separen, y las mismas fuerzas naturales que provocan que los seres humanos se atraigan o se repelan independientemente de sus preferencias racionales.

Precisamente el término “afinidad” lo toma Goethe de la alquimia, y asegura que las pasiones pueden seguir las mismas leyes naturales que rigen a los materiales. Al igual que las afinidades, también aquí encuentran explicación las relaciones forzadas, o los sometimientos, tan habituales en grupos cerrados y endogámicos:

–Y sin embargo –respondió Eduard–, así como estos se pueden unir mediante costumbres y leyes, también hay en nuestro mundo químico unos miembros intermedios para unir lo que se rechaza mutuamente.
–Así unimos –intervino el capitán– el aceite con el agua mediante la sal alcalina.

También encuentran explicación física las relaciones a dos bandas, que son precisamente las que componen el argumento de la novela que sucede a estas reflexiones:

(…) conozco bastantes casos en que una unión de dos seres que parecía íntimamente indisoluble quedó suprimida por la asociación ocasional de una tercera persona, y uno de los que antes estaban tan hermosamente unidos quedó así expulsado.
–Entonces, los químicos son mucho más galantes –dijo Eduard–: añaden un cuarto elemento, para que no se produzca ningún vacío.
–¡Claro está! –respondió el capitán–. Por lo demás, los más importantes y notables son esos casos en que la atracción y la afinidad, y el abandono y la unión, se pueden representar realmente, por decirlo así, sobre una cruz, donde cuatro elementos, hasta entonces unidos de dos a dos, entran en contacto, dejando su anterior unión para unirse de otro modo. En este abandono y aferramiento, en esta huida y búsqueda, se cree ver realmente una determinación superior; se concede a tales elementos una especie de voluntad y elección, y se considera plenamente justificado el término técnico “afinidad electiva”.

domingo, 26 de enero de 2014

"El coleccionista apasionado" - Philipp Blom


Anagrama nos deleita una vez más con una deliciosa obra de lectura, consulta y referencia, esta vez sobre el arte del coleccionismo. Se trata de una obra un tanto arriesgada para este mundo virtual en el que todo está cambiando para poder ser representado por ceros y unos, y el único tacto al que se aspira es al de la pantalla, fría, indolente y manoseada.

El encargado de guiarnos entre estantes y expositores es Philipp Blom, historiador hamburgués que ya figuraba en los catálogos de Anagrama con los ensayos “Encyclopedie”, “Años de vértigo” y “Gente peligrosa”. ¿Quién no ha sentido alguna vez la pulsión de coleccionar y codiciar objetos de cualquier índole y condición?


Una pulsión innata

Todo comienza en la niñez, cuando el instinto natural de poseer y almacenar objetos inanimados se ve alimentado por el bombardeo de publicidad que provoca que el niño sienta deseo por determinados artículos y haga todo lo posible por conseguirlos.

Es así como se fabrica un nuevo consumidor en esta sociedad mercantilizada, desde la más tierna infancia: álbumes de cromos, muñecos con la etiqueta “coleccionable”, piedras, sellos, quizá pequeños insectos... todo vale. Según Philipp Blom (que observa el coleccionismo desde multitud de puntos de vista obteniendo una obra poliédrica y genial) se colecciona, entre otras cosas, para atesorar algo que permanezca, y vencer o ahuyentar así a la muerte, “para un más allá anticipado, como si la muerte no existiera, o quizá para convencerse de que no existe”. En este sentido, relata la historia personal de un bibliófilo empedernido que cuando se acercaba al límite de su esperanza de vida comenzó a desprenderse de sus libros, como técnica de preparación personal a su posible muerte inminente.

Volviendo a la idea del coleccionismo en este mundo actual tan lleno de interferencias, el simple gesto de romper y tirar el dispositivo informático personal, con todo su contenido, y tirarlo a la basura, serviría para desprenderse en un solo gesto de toda una vida de almacenaje de libros, discos, fotografías, cartas de amigos y amantes y cualquier cosa susceptible de ser almacenada en impulsos eléctricos (o en un sucedáneo de sí misma, por tanto): hasta este punto es práctico el humano moderno.

Philipp Blom afirma que coleccionar es también “llenar el vacío”: que ese vacío presione los límites del alma, el aire de una estantería o los circuitos de un disco duro, es otro asunto: cada uno sabe bien dónde le duele.


Grandes coleccionistas

“Toda colección es un teatro de recuerdos.” 

Esta historia del coleccionismo se articula siguiendo la estela de grandes coleccionistas reales, más y menos conocidos, como Walter Benjamín, filósofo y bibliófilo alemán cuyas reflexiones sobre el orden y el caos aplicadas al coleccionismo ilustran algunas de las mejores citas de esta obra; la colección de curiosidades, obras pictóricas, medallas, plantas y libros de Sir Thomas Browne, que incluía libros sobre el arte del coleccionismo; William Randolph Hearst, estadounidense magnate de la prensa y caprichosísimo coleccionista y que inspiró a Orson Wells el personaje protagonista de “Ciudadano Kane”, atesoraba miles de objetos de los que apenas disfrutaba; el botánico Carl von Linneo implantó la organización sistemática en su clasificación vegetal, y gran parte de esa colección de plantas aún permanece en un sótano fortificado de Burlington House, Picadilly.

Y así, miles de coleccionistas a lo largo del mundo satisfaciendo sus deseos adquisitivos en la medida de sus posibilidades, o de la incontinencia de sus propios impulsos.

También se habla aquí de los falsificadores, que habitan en una cercanía incómoda con los coleccionistas. De la pérdida repentina de interés al conseguir el objeto de deseo. De que el objeto más importante de una colección es siempre el siguiente. Lo que hace Philipp Blom, a fin de cuentas, es sacar a la luz los trapos sucios de la intimidad del ser humano, de ahí el subtítulo del libro. Las colecciones son una extensión del coleccionista, que deposita en ella sus miedos, sus deseos, sus pasiones, sus instintos y su más meticuloso cuidado.


El coleccionismo como excusa

Philipp Blom expresa una idea que flota como una sombra a lo largo de todo el libro: la del coleccionista que ve cumplido en el desarrollo de su tarea el deseo de permanecer en soledad. Así, el coleccionismo es observado desde otra perspectiva, más psicológica y en la que podremos vernos más o menos reflejados.

Hay pocas personas inmunes al culto a los antepasados y a la magia de la proximidad física  a lo largo del tiempo: tener una moneda romana en la mano mientras nos preguntamos qué habría podido comprarse con ella; visitar lugares históricos; ver el violín de Mozart, un manuscrito de Beethoven, un poema manuscrito de Shelley, las pantuflas de Churchill, una pelota de béisbol con el autógrafo de Babe Ruth o una carta escrita por un gran hombre sobre cuestiones superficiales e íntimas. Estos objetos parecen contener el pasado, son testigos mudos de la historia, y llevan con ellos la inmediatez del tacto preservada a lo largo de los años y siglos.

Son estas reflexiones tan literarias y humanas las que hacen de este libro algo más que una simple historia del coleccionismo: un libro magnífico al que no se le puede sacar ninguna pega.

sábado, 14 de diciembre de 2013

"El proceso" - Franz Kafka


Probablemente una de las novelas mejor ambientadas que he leído. Para mí, el hilo argumental no ha sido el proceso, sino la claustrofobia, algo que permanece suspendido sobre las frases desde la descripción del primer habitáculo que se menciona en la trama. El acusado K. recorre extrañas casas y toda clase de edificios con tintes surrealistas en pos de un ápice de esperanza que le deje atisbar el final de su proceso, mientras carga con el peso de la culpa sobre sus hombros. La escena del impactante y aterrador final, sublime, bajo la luz de una luna como siempre tan hermosa (por todas partes se esparcía la luz de la luna con esa serenidad que ninguna otra luz posee), supone un resplandor final, terrorífico, sí, pero liberalizador al fin y al cabo.

Franz Kafka nunca llegó a terminar esta novela, que por tanto nos llega con algunos capítulos más breves inacabados. Aún así, se lee perfectamente sin esa sensación incómoda que sin embargo muchas veces sí producen algunos libros acabados: la de que están incompletos, cojos, sin pulir.

Como suele suceder en las obras magistrales, también de “El proceso” se desprenden multitud de lecturas. Una de ellas es la de que K., acusado sin razón aparente y que no llega nunca a conocer las causas de su detención, va asumiendo la culpa a medida que su proceso avanza: al igual que en la vida diaria nos sentimos a veces responsables de asuntos que nos son ajenos, pero que por su cercanía a nosotros o por la implicación directa de personas que queremos, terminamos asumiendo absurdamente.

Otra lectura es por supuesto la gran cantidad de terribles similitudes entre el mal funcionamiento del poder judicial de la novela (que en principio se trata de una distopía, pero es que parece que ya vivimos en una) y el real (sin remedio...) de este mundo absurdo nuestro. ¿Cómo un planeta habitado por humanos puede estar tan deshumanizado?

Cada persona individual (y esto lo podemos ver si observamos sólo con un poco de atención a nuestro alrededor) tiende a asumir, en mayor o menor grado, la personalidad social en detrimento de la que habría alcanzado siguiendo su propio instinto. A un nivel más bajo, esto también sucede en los grupos cerrados o semi-sectarios, en los que un grupo de personas fácilmente anulables siguen los designios de un líder que a su vez se alimenta de la debilidad de sus seguidores. Resulta de todo punto incomprensible que tengan que existir, y que de hecho existan personas que se arrastren para que otros pisen sobre ellas. Así precisamente es el modelo capitalista en el que por desgracia vivimos. Las profundas desigualdades y las inabarcables injusticias no sólo podemos verlas a diario en los tribunales que Kafka desdibujó para destacar sus matices en esta estupenda novela, sino también en las actuales comisarías de policía (nazionales y demás), en la esfera política dictatorial, en los estamentos religiosos patriarcales y un larguísimo etcétera.

Pero cualquier cosa que se diga sobre “El proceso” será siempre insuficiente.

Hay que leerla sufrirla.

jueves, 14 de noviembre de 2013

"Ánimo del poeta"

¿No estás emparentado con cuanto vive?
¿No se acerca a servirte la misma Parca?
¡Marcha, pues, indefenso,
por la vida, y de nada cuides!

Para ti, cuanto ocurre sea bendito,
sea trocado en gozo. Pues ¿qué podría
dañarte, corazón,
ocurrirte por donde vayas?

Como en la costa plácida, o el seno alzado
de la ola de plata, o la callada
hondura, el nadador
avanza, así estamos nosotros,

los poetas del pueblo, donde lo vivo
alienta en torno, a todo con amor dándonos;
si no ¿cómo cantar
a cada uno su propio dios?

Si las olas a alguno de los valientes,
nadando en su confianza, absorben y hunden,
y la voz del cantor
en el azul ámbito calla;

murió alegre, y aún lloran los solitarios,
en su bosque, la suerte del más amado,
y la muchacha escucha
la endecha muerte en la espesura.

Si alguno de los nuestros pasa, en la tarde,
donde se hundió el hermano, recuerda entonces
el final que le aguarda,
calla, y marcha más confortado.








Friedrich Hölderlin. Poemas. Trad. e introduc. de José María Valverde. Ed. Icaria, 1983

martes, 12 de noviembre de 2013

"El juego de las nubes" - J. W. Goethe


Este libro es sólo una curiosidad, una rareza: ni es el mejor libro de Goethe ni nadie ha dicho que lo sea, no nos llevemos a engaño. Es tan solo que resulta llamativo descubrir hasta qué punto le apasionaban los fenómenos atmosféricos a este grandísimo escritor, que incluso escribía en un diario las variaciones que observaba cada día en el cielo.

Ilustración de Goethe
Pertenece a la colección de libros ilustrados de la editorial Nórdica, y por tanto incluye algunas imágenes: unas pocas, bocetos muy sencillos, fueron realizadas por el propio Goethe, han sido extraídas de las páginas de sus cuadernos de anotaciones y fueron realizadas entre 1816 y 1820.

El resto de imágenes (o la mayoría) son de Fernando Vicente. Representan cielos cubiertos iluminados con la luz característica de determinados momentos del día y todas incluyen personajes ataviados con trajes de la época, que sitúan la obra en su tiempo y a la vez evocan la lírica de los textos de Goethe.

Ilustración de Fernando Vicente
Puede parecer que la observación de los sucesos atmosféricos era un entretenimiento lírico y relajado pero va mucho más allá, puesto que Goethe se interesaba tanto por estos asuntos que llegó a investigar leyendo los libros de especialistas de aquella época, y esto se aprecia en el segundo apartado de este libro, titulado "Ensayo de meteorología": cita sus lecturas y denomina a cada tipo de nube por su nombre exacto.

Uno de los grandes aciertos de este libro es la imagen seleccionada para la cubierta: el hecho de jugar con una nube en forma de calavera (objeto que nunca se cita en el libro) demuestra el conocimiento del dibujante sobre la obra de Goethe, ya que una imagen tan lírica y tenebrosa al mismo tiempo es absolutamente perfecta para ilustrar la obra del autor de "Faustoª.

viernes, 13 de julio de 2012

"La montaña mágica" - Thomas Mann



Nos encontramos ante una novela que es un hito de la literatura mundial cuya publicación marcó un antes y un después en la escritura: la recomendación, en este caso, se adelanta al comentario. “La montaña mágica” es uno de esos libros que uno ha de leer, como pueden ser “Crimen y castigo”, “Cumbres borrascosas” o “Grandes esperanzas”, por citar sólo unos pocos. Digamos que son novelas imprescindibles para cualquiera que se jacte de ser un buen lector: pues bien, cuando uno encuentra el momento adecuado y las lee, se da cuenta de por qué han pasado a la historia: son inabarcables, gigantescas, majestuosas y perfectas.


En el caso de “La montaña mágica”, la lectura se asemeja a un ascenso (sí, aunque sea una comparación muy obvia). A medida que se pasan las páginas, el aire que se respira es un poco más puro, la mente se despeja, las certezas ya oxidadas se diluyen y dejan paso a nuevos planteamientos que sin que nos demos apenas cuenta cambian la forma de entender el mundo que nos rodea. Miras hacia atrás y ves el camino recorrido, y el pasado a tu espalda, allí abajo. En esta novela pasan todas las cosas y a la vez pasan muy pocas: Thomas Mann mantiene en vilo al lector durante centenares de páginas sin introducir en la trama grandes enigmas, ni extraordinarias hazañas, narrando tan solo la vida de un sanatorio de enfermos con afecciones pulmonares. Esto, sólo puede hacerlo un genio.


La idea de “La montaña mágica” surgió de una breve estancia de la mujer de Thomas Mann, Katia, en un sanatorio con características muy similares al de la novela. Es el enclave y la excusa perfecta para reflejar con todo lujo de detalles la decadencia de la sociedad burguesa de principios del siglo XX en los años previos a la Primera Guerra Mundial: el mundo de aquella sociedad se vino abajo, su forma de vivir y de entender su realidad desapareció para siempre. Y esa decadencia final, esos últimos tiempos, quedan aquí perfectamente reflejados, con precisión de cirujano. Después de la guerra nadie volvió a ser quien era antes y, aunque la novela finaliza justo en los primeros días bélicos, el final abierto y absolutamente demoledor da una idea clara de lo que ocurrió entonces.


A lo largo de la novela aparecen decenas de personajes, en su mayor parte enfermos de larga duración ingresados en el sanatorio, pero también sus familiares, los médicos... todos y cada uno de ellos, inolvidables. Personalmente, hay dos personajes que me han marcado para siempre: Settembrini y Naphta, dos de los enfermos que han vivido muchos años en el sanatorio y que mantienen unas larguísimas discusiones sobre temas elevados, a las que Hans asiste atónito y sin intervenir apenas (hay que tener especial cuidado con Naptha, un tipo huraño y anómalo cuyos brillantes sofismas pueden llevarte a su terreno). Durante estas conversaciones la novela alcanza cotas de exquisitez realmente altas.


Por todo esto, les invito encarecidamente a que den una oportunidad a Thomas Mann, si no lo han hecho todavía. Hace tiempo, también disfruté mucho con la lectura de “Muerte en Venecia”, del mismo autor, cuya versión en cine (de Visconti) también es más que recomendable.
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