Este libro es una rareza por varios motivos. Cualquiera conoce la labor de los hermanos Grimm, pero lo cierto es que ha habido y hay muchos más rapsodas en el mundo que a lo largo del tiempo se han dedicado a transcribir y organizar los cuentos que se transmitían por vía oral.
“La princesa de las remolachas y otros cuentos populares inéditos" es un libro raro porque no se dirige a un sector claro de lectores: es una recopilación que se incluye en una colección de libros para adultos pero el contenido es juvenil con tintes infantiles. Además, las transcripciones están sin alterar y adolecen de muchos errores, por lo que su uso parece más enfocado al análisis filológico que al puro entretenimiento.
La figura de Schönwerth también es curiosa. ¿Alguien había oído hablar antes de él? Según se nos cuenta en la introducción, fue una folclorista llamada Erika Eichenseer quien en 2009 localizó más de 500 cuentos inéditos en el archivo municipal de Regensburg, todos ellos de F.X. Schönwerth (1811-1886). También se indica que los hermanos Grimm admiraban su labor y así lo hicieron constar en algunas de sus cartas que aún se conservan. Sin embargo, debido a la enorme popularidad que alcanzaron los hermanos, la labor de su colega quedó siempre relegada a un oscuro segundo plano.
Schönwerth mostró interés por la historia de Baviera y las lenguas germánicas desde muy joven. Eran años en los que el pueblo alemán buscaba su identidad para poderse definir como nación y, en este sentido, los escritores románticos se volcaron a la búsqueda de los tesoros de la antigua poesía alemana, que se creían perdidos. La poesía era el alma del pueblo y por eso se hacía necesario recopilar los testimonios perdidos de las literaturas populares. La zona de recopilación se extendió por todo el Alto Palatinado, sobre todo por el este, por las zonas limítrofes con los bosques de Bohemia. Schönwerth recogió estas historias directamente de la gente sencilla: campesinos, sirvientes o narradores populares poco o nada versados en cuestiones lingüísticas.
En estos cuentos observamos diferencias formales: algunos están redactados de una forma muy poética y cuidada, y otros sin embargo, tienen errores de concordancia y están escritos con prisa y sin atender a los detalles. Es en estos últimos donde más se detecta el origen oral de los mismos: quizá se transcribieron de una forma apresurada con la idea de retocarlos más tarde y esto nunca se hizo, o se perdió la copia corregida.
Los hermanos Grimm tomaron los cuentos de la tradición popular y los retocaron a placer para hacerlos aptos al público infantil, también modificaron la redacción para borrar los defectos del habla y transformarlos a una forma más aceptable para su presentación escrita. De este modo, dejaron que se perdiera el sentido original de los cuentos. Sin embargo, los que tenemos entre manos en “La princesa…” están sin alterar, y en ellos encontramos todo tipo de barbaridades: robos, calumnias, enredos, asesinatos, etc., además de los consabidos conjuros, seres feéricos y todos los personajes arquetípicos que podamos imaginar. Así pues, estos cuentos se presentan tal y como fueron transcritos, con toda su crudeza y realidad.
Hay mucha más igualdad en lo que respecta al género de los protagonistas ya que aún no se había ejercido sobre ellos el poder patriarcal (¿quién puede imaginar hoy en día una Cenicienta masculina, o hijos varones maltratados al igual que tradicionalmente lo son las niñas en los cuentos infantiles?). La mayor rareza de este libro, en fin, es que por primera vez se ofrecen al lector cuentos en estado puro, sin revisiones, alteraciones o reescrituras posteriores.
Hay más de 70 cuentos organizados por temáticas: cuentos de amor y magia, cuentos de animales, cuentos de criaturas del bosque, leyendas religiosas, farsas y cuentos de la naturaleza. Los elementos se repiten y se alteran a placer, al final el imaginario colectivo da lugar a mil versiones partiendo de una misma idea.
Sobre todo se repiten mucho, con pequeñas variantes, las historias de personajes que han sido hechizados y que a través de algunas argucias consiguen volver a su forma humana gracias a la ayuda de otro personaje que más o menos pasaba por allí, colmándole de regalos en agradecimiento.
También, observamos que es muy común el casamiento como gesto político o social, más que un símbolo entre dos personas que se quieren. Los matrimonios se suceden constantemente entre personajes de distinto género, y pocas veces es necesario el consentimiento de la mujer para que se lleve a cabo.
Hay que destacar la maravillosa ilustración de cubierta, a cargo de Engelbert Süss. El diseño de las guardas, que también juegan con la forma de la remolacha, terminan de hacer de este libro una joyita para cualquier bibliófilo que se precie.
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martes, 20 de marzo de 2018
lunes, 14 de noviembre de 2016
"El molino de sal del diablo"
La madre del diablo, la vieja Magog, estaba un poquito disgustada porque su hijo, el diablo en persona, se encontraba dando vueltas alrededor del horno del infierno. Se encontraba trasteando con el horno, y cogía una cosa de aquí y otra de allá. Su madre se dio cuenta de que había algo que le preocupaba. A la vieja Magog, que quería a su hijo muchísimo, le disgustaba mucho todo aquello, así que le dijo:
—¿Qué es lo que te pasa, muchacho? Chico, es que no me dejas tranquila ni un momento, es que no paras. Te pasas todo el rato con el horno: remueves el fuego y no paras de coger cosas y de tirarlas al suelo. ¿Qué es lo que te preocupa?
—Madre, soy un desgraciado —le dijo.
—¿Y por qué te sientes tan desgraciado, hijo?
—Desde que llegó la última alma a la que atormentar han pasado varias semanas. Y ya estoy harto de martirizar a las mismas almas de siempre. Ya no me produce ningún placer. Solo podría volver a ser feliz con almas nuevas: con gente a quien nunca antes se haya sometido a tormento.
Y como quería ayudar a su hijo, su anciana madre se puso a pensar y a pensar. Sabía que allí fuera, en la tierra, había cientos de almas. Los humanos no se estaban muriendo tan rápidamente como de costumbre, y esto hacía que el diablo se sintiera muy infeliz. Su madre anduvo mirando en todas las cavernas del infierno. Allí siempre había encendida una gran hoguera, y encerrados en jaulas se encontraban todos los diablillos. Desde las jaulas miraban hacia afuera, y sus rostros y uñas eran horribles. Estaban atrapados en el infierno para atormentar a las almas que llegaban procedentes de la tierra.
La madre del diablo se dijo: “Me gustaría ayudar a mi muchacho. No es feliz, y si no le ayudo, se acabará marchando. Pasarán semanas, y luego meses, pero él no volverá. Y cuando él no está, yo me pongo triste.”
En aquel momento fue cuando alzó la vista hacia una estantería hecha de piedra, junto a la caverna de la chimenea del infierno. Sobre ella se asentaba un molinillo: la posesión favorita del diablo. Su madre no sabía de dónde lo había sacado. Era un molino de sal, y cuando el diablo se sentía solo o triste, se colocaba el pequeño molino de sal sobre la rodilla, lo acariciaba y luego lo volvía a colocar en la estantería. Su madre sabía que a su hijo le encantaba, pero no tenía ni idea de dónde lo había sacado. Lo que sí sabía era que, si quería hacer a su hijo feliz, tenía que conseguir unas cuantas almas a las que poder atormentar: gente que fuera al infierno por causar problemas en la tierra.
Así que se echó el chal sobre los hombros y se acercó al lugar en el que estaba el molino. El diablo se encontraba ocupado removiendo el fuego y dándole la vuelta a los carbones de la hoguera. ¡Y ella agarró a toda prisa el molinillo de la sal! Se lo puso debajo de su viejo chal negro, un chal de miles de años de antigüedad, y se dijo: “Si necesita algo, tendré que ayudarle a conseguirlo”.
Y entonces la vieja Magog se marchó del infierno y subió desde las profundidades de él hasta la tierra.
(…)
—¿Podemos tener algo de sal para la cena?
—¡Ah, capitán! —respondió el cocinero-. Te pido perdón. Olvidamos la sal, y ya no queda ni una pizca en todo el barco.
—Pues no podemos comer sin sal —dijo el mercader.
Y a continuación dijo:
—Esperad un momento, tengo algo que me dio una anciana. Y me dijo que lo único que tenía que hacer para tener sal era pedírsela.
Se dirigió a su camarote y cogió el precioso molinillo. Era de madera y tenía una rueda en la parte trasera. Lo colocó sobre la mesa y, delante de los marineros, del cocinero y de todos los demás, dijo:
—Aquella anciana me contó que lo único que tenemos que hacer es “pedirle sal”.
Todos se miraron unos a otros y dijeron:
—¿Cómo se puede conseguir sal haciendo solo eso?
El mercader preguntó:
—¿Nos puedes dar algo de sal?
Y en aquel mismo momento la ruedecita empezó a girar. La sal empezó a salir y a salir sin parar: llenó la mesa y el suelo. A continuación llenó la bodega, los camarotes y todo lo demás. El molino continuó funcionando sin detenerse, hasta que el mercader y los marineros quedaron cubiertos de sal hasta la cintura.
—¡Para, páralo! ¡Detenlo! —gritaban.
Pero no había manera de detenerlo. El molino continuó produciendo sal y más sal, hasta que muy pronto todo el barco estuvo cubierto: la bodega, los camarotes, la cabina de mando… ¡Todo el barco se llenó de sal, todo! Pasó un día, y en el infierno dijo el diablo:
—Madre, te queda solo un día más para devolverme el molino de sal.
La vieja Magog se frotaba las manos de regocijo, mientras decía:
—¡Sí, tú dame otro día!
Llegó un momento en que el molino produjo tanta sal que el barco no pudo soportar el peso de un grano más. Y como es natural, se hundió el barco en el mar con los treinta y tres marineros, el mercader y el molino de sal. Todo acabó sepultado en el fondo del mar. Y en el infierno el diablo se llevó una gran sorpresa, ¡cuando vio aparecer a treinta y tres marineros y un mercader! El diablo miró a su alrededor y dijo:
—¡Madre, tenemos visita!
—Sí, hijo, tienes visita —le respondió—. Se trata de unos marineros y un malvado mercader. Y estoy segura de que, durante unos cuantos días, serás muy feliz con ellos.
—Madre, ¿y qué hay de mi molino de sal? —le preguntó el diablo.
—Pues hijo, yo le di el molino de sal al mercader, y este se lo llevó a bordo. Pidió sal allí… y tu molino hizo que el barco se hundiera en el fondo del mar. Es por eso por lo que tienes aquí a treinta y tres marineros, sin contar al mercader. ¿Es que esto no te mantendrá feliz durante un tiempo?
—Pero, madre —le dijo—, ¿y qué pasa con el molino?
—Hijo, el molino está en el fondo del mar, y allí se quedará girando hasta que llegue su hora.
El diablo sonrió a su anciana madre.
—Está bien, madre—le dijo—, por el momento me olvidaré del molino de sal. Aún lo tengo en la cabeza, pero, con los treinta y tres marineros y el mercader, seré feliz durante algún tiempo.
Mientras tanto, el molino de sal siguió girando en el fondo del mar, y aún lo hace. Y esta es la razón por la que el agua del mar es tan salada y por la que al mar se le llama: ¡el charco en el que rema el diablo!
Duncan Williamson
La bruja del mar y otros cuentos de los hojalateros escoceses
Ed. Calambur
Ficha del libro en la web de la editorial, aquí
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