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martes, 5 de mayo de 2020

"Cervantes y Lope: Vidas Paralelas" - Mary Shelley


Contexto
Puede que seguir hablando de Mary Shelley en 2020 resulte fuera de lugar, agotado, marchito. Para mí sigue siendo una fuente de inspiración a la que, al menos por ahora, no le veo el fondo. 

La publicación en 1792 del manifiesto de su madre, Mary Wallstonecraft, “Vindicación de los derechos de la mujer” sigue siendo un punto al que no dejar de mirar. La continuación de su legado por su hija, Mary Shelley (1797-1851) también es ejemplar, somos muchas las que nos sentimos herederas de esas líneas de pensamiento y actuación.

Basta con que prestemos atención a las fechas en que vivieron y escribieron, observadas desde este 2020 convulso y apocalíptico. Los tiempos nunca han sido favorables a las mujeres, pero plantarles cara ha sido posible siempre… siempre y cuando se tuvieran agallas para ello, y la educación y formación juega un papel clave. Es cierto que ellas disfrutaron de fácil acceso a la cultura, pero también lo es que no dudaron en aprovechar ese privilegio para allanar el camino a las que venían detrás.

Hay grandes obras literarias que nos hablan de la maldad intrínseca del ser humano: “El Señor de las Moscas” de William Golding, “El corazón de las tinieblas” de Joseph Conrad, “El proceso” de Kafka, “Fahrenheit 451” de Ray Bradbury, “El Señor de los Anillos” de J.R.R. Tolkien… hay muchos, estos además son excepcionales. Con esto quiero decir que la opresión y la crueldad, disfrazadas actualmente de patriarcado, explotación animal y laboral, están y van a seguir estando: la maldad es intrínseca al ser humano. 

Pero plantarle cara está en nuestra mano, hacer todo lo posible desde nuestras decisiones informadas personales, porque lo personal, como ya bien hemos aprendido, es político.

El caso es que Mary, madre e hija, lo hicieron, le plantaron cara y por eso son ejemplo.

Cervantes y Lope
Originalmente este fue un libro de semblanzas más extenso, que incluía más autores y que se tituló “Literary Lives”, era una serie de biografías de escritores para la Cabinet Cyclopaedia de Dionysius Lardner, una iniciativa editorial en la que colaboró Mary Shelley y que respondía a la creciente demanda cultural por el aumento de la alfabetización en Inglaterra a comienzos del siglo XIX.

Tras la muerte de su pareja Percy Shelley, Mary se centró en sus trabajos literarios a fin de mantener al único de sus hijos que había sobrevivido, así como en luchar para que su suegro (que nunca compartió la ideología ni los matrimonios de su hijo) accediera a otorgarle a su nieto la herencia que le correspondía. Y lo consiguió.

Mary aprendió latín, griego, francés e italiano, las lenguas extranjeras más en boga en su época. Pero además, durante su estancia en Livorno aprendió español, quizá no al mismo nivel que las otras lenguas pero sí al suficiente como para leer a los clásicos y consultar obras de crítica contemporánea.
Era una enamorada de Cervantes y Lope, es por eso que Calambur eligiera estas dos semblanzas para componer este pequeño volumen. Ambas semblanzas están muy bien entretejidas, de modo que la vida de penurias de Cervantes se contrapone a la grandilocuente de Lope. 

Pero no me interesaba tanto ahondar en estos dos autores como buscar entre líneas a Mary: en ambos casos se desprende de los textos su intensidad conmovedora, era una entusiasta de las letras y vivía apasionadamente sus emociones. Se extasiaba investigando la literatura de los autores que más admiraba y así lo plasmaba en sus textos, exactamente lo mismo le sucedía con la observación de la naturaleza. Sabía transmitir esa exaltación de una forma inteligente y contenida, eligiendo siempre muy bien las palabras. Nunca se cansó de aprender y formarse, sirva también eso como ejemplo ahora.

El libro está muy bien prologado (eso es una rareza en los tiempos que corren) y anotado, y da gusto tenerlo entre las manos; forma parte ya de la preciosa sección “Villa Diodati” de nuestra biblioteca casera.



lunes, 14 de noviembre de 2016

"El molino de sal del diablo"



La madre del diablo, la vieja Magog, estaba un poquito disgustada porque su hijo, el diablo en persona, se encontraba dando vueltas alrededor del horno del infierno. Se encontraba trasteando con el horno, y cogía una cosa de aquí y otra de allá. Su madre se dio cuenta de que había algo que le preocupaba. A la vieja Magog, que quería a su hijo muchísimo, le disgustaba mucho todo aquello, así que le dijo:
—¿Qué es lo que te pasa, muchacho? Chico, es que no me dejas tranquila ni un momento, es que no paras. Te pasas todo el rato con el horno: remueves el fuego y no paras de coger cosas y de tirarlas al suelo. ¿Qué es lo que te preocupa?
—Madre, soy un desgraciado —le dijo.
—¿Y por qué te sientes tan desgraciado, hijo?
—Desde que llegó la última alma a la que atormentar han pasado varias semanas. Y ya estoy harto de martirizar a las mismas almas de siempre. Ya no me produce ningún placer. Solo podría volver a ser feliz con almas nuevas: con gente a quien nunca antes se haya sometido a tormento.
Y como quería ayudar a su hijo, su anciana madre se puso a pensar y a pensar. Sabía que allí fuera, en la tierra, había cientos de almas. Los humanos no se estaban muriendo tan rápidamente como de costumbre, y esto hacía que el diablo se sintiera muy infeliz. Su madre anduvo mirando en todas las cavernas del infierno. Allí siempre había encendida una gran hoguera, y encerrados en jaulas se encontraban todos los diablillos. Desde las jaulas miraban hacia afuera, y sus rostros y uñas eran horribles. Estaban atrapados en el infierno para atormentar a las almas que llegaban procedentes de la tierra.
La madre del diablo se dijo: “Me gustaría ayudar a mi muchacho. No es feliz, y si no le ayudo, se acabará marchando. Pasarán semanas, y luego meses, pero él no volverá. Y cuando él no está, yo me pongo triste.”
En aquel momento fue cuando alzó la vista hacia una estantería hecha de piedra, junto a la caverna de la chimenea del infierno. Sobre ella se asentaba un molinillo: la posesión favorita del diablo. Su madre no sabía de dónde lo había sacado. Era un molino de sal, y cuando el diablo se sentía solo o triste, se colocaba el pequeño molino de sal sobre la rodilla, lo acariciaba y luego lo volvía a colocar en la estantería. Su madre sabía que a su hijo le encantaba, pero no tenía ni idea de dónde lo había sacado. Lo que sí sabía era que, si quería hacer a su hijo feliz, tenía que conseguir unas cuantas almas a las que poder atormentar: gente que fuera al infierno por causar problemas en la tierra.
Así que se echó el chal sobre los hombros y se acercó al lugar en el que estaba el molino. El diablo se encontraba ocupado removiendo el fuego y dándole la vuelta a los carbones de la hoguera. ¡Y ella agarró a toda prisa el molinillo de la sal! Se lo puso debajo de su viejo chal negro, un chal de miles de años de antigüedad, y se dijo: “Si necesita algo, tendré que ayudarle a conseguirlo”.
Y entonces la vieja Magog se marchó del infierno y subió desde las profundidades de él hasta la tierra.

(…)

—¿Podemos tener algo de sal para la cena?
—¡Ah, capitán! —respondió el cocinero-. Te pido perdón. Olvidamos la sal, y ya no queda ni una pizca en todo el barco.
—Pues no podemos comer sin sal —dijo el mercader.
Y a continuación dijo:
—Esperad un momento, tengo algo que me dio una anciana. Y me dijo que lo único que tenía que hacer para tener sal era pedírsela.
Se dirigió a su camarote y cogió el precioso molinillo. Era de madera y tenía una rueda en la parte trasera. Lo colocó sobre la mesa y, delante de los marineros, del cocinero y de todos los demás, dijo:
—Aquella anciana me contó que lo único que tenemos que hacer es “pedirle sal”.
Todos se miraron unos a otros y dijeron:
—¿Cómo se puede conseguir sal haciendo solo eso?
El mercader preguntó:
—¿Nos puedes dar algo de sal?
Y en aquel mismo momento la ruedecita empezó a girar. La sal empezó a salir y a salir sin parar: llenó la mesa y el suelo. A continuación llenó la bodega, los camarotes y todo lo demás. El molino continuó funcionando sin detenerse, hasta que el mercader y los marineros quedaron cubiertos de sal hasta la cintura.
—¡Para, páralo! ¡Detenlo! —gritaban.
Pero no había manera de detenerlo. El molino continuó produciendo sal y más sal, hasta que muy pronto todo el barco estuvo cubierto: la bodega, los camarotes, la cabina de mando… ¡Todo el barco se llenó de sal, todo! Pasó un día, y en el infierno dijo el diablo:
—Madre, te queda solo un día más para devolverme el molino de sal.
La vieja Magog se frotaba las manos de regocijo, mientras decía:
—¡Sí, tú dame otro día!
Llegó un momento en que el molino produjo tanta sal que el barco no pudo soportar el peso de un grano más. Y como es natural, se hundió el barco en el mar con los treinta y tres marineros, el mercader y el molino de sal. Todo acabó sepultado en el fondo del mar. Y en el infierno el diablo se llevó una gran sorpresa, ¡cuando vio aparecer a treinta y tres marineros y un mercader! El diablo miró a su alrededor y dijo:
—¡Madre, tenemos visita!
—Sí, hijo, tienes visita —le respondió—. Se trata de unos marineros y un malvado mercader. Y estoy segura de que, durante unos cuantos días, serás muy feliz con ellos.
—Madre, ¿y qué hay de mi molino de sal? —le preguntó el diablo.
—Pues hijo, yo le di el molino de sal al mercader, y este se lo llevó a bordo. Pidió sal allí… y tu molino hizo que el barco se hundiera en el fondo del mar. Es por eso por lo que tienes aquí a treinta y tres marineros, sin contar al mercader. ¿Es que esto no te mantendrá feliz durante un tiempo?
—Pero, madre —le dijo—, ¿y qué pasa con el molino?
—Hijo, el molino está en el fondo del mar, y allí se quedará girando hasta que llegue su hora.
El diablo sonrió a su anciana madre.
—Está bien, madre—le dijo—, por el momento me olvidaré del molino de sal. Aún lo tengo en la cabeza, pero, con los treinta y tres marineros y el mercader, seré feliz durante algún tiempo.
Mientras tanto, el molino de sal siguió girando en el fondo del mar, y aún lo hace. Y esta es la razón por la que el agua del mar es tan salada y por la que al mar se le llama: ¡el charco en el que rema el diablo!

Duncan Williamson
La bruja del mar y otros cuentos de los hojalateros escoceses
Ed. Calambur

Ficha del libro en la web de la editorial, aquí

miércoles, 10 de junio de 2015

"Diez poetas, diez músicos" - Editorial Calambur


Casi nunca leo antologías, prefiero los poemarios de un solo autor que voy eligiendo en base a recomendaciones, descubrimientos en librerías o boletines de novedades, bibliotecas... pero las antologías (y quizá las desdeñe torpemente porque en ellas puedo encontrar nombres desconocidos de poetas estupendos...) me dan pereza.

Sin embargo esta cayó en mis manos hace unos días y lo cierto es que me llamaron la atención dos cosas: tenía curiosidad por descubrir qué música habían inspirado los poemas (el libro incluye un CD) y por otra parte, Calambur es la editorial que publica a Juan Carlos Mestre (¡veneración!), por lo que me inspiraba confianza.

Pues bien: la música no me gustó en absoluto: todas los temas son prácticamente iguales y no tienen ninguna conexión con el poema en el que se basan, o yo no se la he encontrado. No entiendo por qué los diez recuerdan a operetas repetitivas, simples y tediosas. Creo que en el libro se encuentran poemas bastante buenos que podrían haber inspirado temas musicales verdaderamente preciosos. Precisamente el prólogo lo explica muy bien: música y poesía van de la mano. Indiscutiblemente. Y cuando se tiene la suerte de asistir a un recital poético en el que uno o varios músicos acompañen al rapsoda, cuando ambas partes son profesionales y se crea esa conexión mágica entre ellos, es indescriptible.

Transcribo aquí algunos de los poemas más inspiradores del libro:

*De María Victoria Atencia:

TERNURA
Quizás no sea ternura la palabra precisa
para este cierto modo compartido
de quedar en silencio ante lo bello exacto,
o de hablar yo muy poco y ser tú la belleza
misma, su emblema, aunque tan próxima y latiendo.
Y es también un destino unánime que vuelvan
a idéntico silencio cuando llegue la hora
de la tregua indecible mi palabra y tu zarpa

*De Antonio Gamoneda:
[sin título]
Yo estaré en tu pensamiento, no seré más que una
sombra imprecisa;

habré existido un instante en que la alegría y la piedad
ardían en tus ojos.

Pero también quiero permanecer desconocido dentro de ti.

Desconocido. Simplemente envuelto en tu felicidad.

Tú distraída en tu luz y yo apenas viviente en ella, y
así, imperceptiblemente amado, esperar la desaparición.

Aunque quizá estemos ya separados por un hilo de sombras
y casa uno está en su propia luz

y la mía es la que tú vas abandonando.


*De Clara Janés:

V
La menta y el espliego y el romero,
el hinojo, la salvia, la ajedrea,
el tomillo, la malva, el estragón,
el anís estrellado y el poleo,
la angélica y el boldo, la violeta,
la ortiga y el llantén, la celedonia,
la maría luisa y la verbena,
la tila, el azahar y la artemisa,
la manzanilla, el brezo, la borraja,
la amapola, el helenio, el malvavisco
y también la cicuta.


domingo, 23 de septiembre de 2012

"La bicicleta del panadero" - Juan Carlos Mestre


Íbamos por Madrid como si fuésemos por las Rocosas, ángeles con los labios pintados en la limusina de Nietzsche...

Leer a Juan Carlos Mestre es un acto inspirador, el umbral de una emoción que embriaga. Me gusta imaginar que cuando Mestre escribe, vislumbra un universo de conceptos e imágenes sin tener siquiera la necesidad de cerrar los ojos.

Por eso, traspasar la puerta de su poemario supone aceptar que existen esos otros mundos: descubrirlos no intimida cuando se sigue a un guía experto que utiliza además un castellano tan puro.

476 páginas de imágenes delicadas y maravillosas: frágiles e inocentes unas veces, feroces y crueles otras. Capaces siempre de guiar al lector hacia un mundo mejor, no contaminado, donde lo esencial es aún lo más importante y la mitología, los símbolos, la imaginación y la verdad hacen las veces de política y mercados.

Podemos asegurar que Juan Carlos Mestre es uno de los mejores poetas españoles vivos, un virtuoso de las palabras con el don de volcar su imaginario personal sobre el papel, alguien que hace el mundo más habitable con su arte.


viernes, 6 de julio de 2012

Todos los libros llenos de palabras


Y todos los libros llenos de palabras
y todos los calendarios llenos de días
y todos los ojos llenos de lágrimas
y llena de nubes la cabeza de todos los mares
y llenos de coronas y puntapiés todos los relojes de arena
y de jirafas molidas todos los pechos condecorados
y todas las manos llenas de verano y caracoles marinos
y todos los dormitorios llenos de manojos de explicaciones
y de pantalones disecados las sillas de todos los prostíbulos
y todos los huecos llenos de público
y todas las camas llenas de electrocutados
y todos los animales llenos de espíritu y pánico
y de feroces gritos los árboles en todos los aserraderos
y todos los tribunales llenos de testimonios
y todos los sueños llenos de sacacorchos
y llenas de chicas todas las estrellas
y todos los libros llenos de palabras
y todos los calendarios llenos de días
y todos los ojos llenos de lágrimas
y todas las peceras y todos los pupitres y todas las cenas íntimas
y todos los razonamientos llenos de indudables edificios
y toda la primavera llena de moscas y crisantemos
y llenas todas las iglesias y todos los calcetines y todas las peluquerías
y todas las mujeres llenas de gloria
y llenos también de gloria todos los hombres
y todas las perreras llenas de ángeles
y todas las llaves llenas de puertas
y todos los bazares llenos de ratones
y llenos de barrenderos todos los cuadros
y llenas de estiércol todas las escobas de la patria
y todas las cabezas llenas de radiografías e intríngulis
y llenas de luz todas las subestaciones eléctricas
y llenos de amor todos los manicomios
y todos los cementerios llenos de salvavidas



Poema extraído del libro La bicicleta del panadero, de Juan Carlos Mestre.
Editorial Calambur, Mayo de 2012.



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