“Íbamos por Madrid como si fuésemos por las Rocosas, ángeles con los labios pintados en la limusina de Nietzsche...”
Leer a Juan Carlos Mestre es un acto inspirador, el umbral de una emoción que embriaga. Me gusta imaginar que cuando Mestre escribe, vislumbra un universo de conceptos e imágenes sin tener siquiera la necesidad de cerrar los ojos.
Por eso, traspasar la puerta de su poemario supone aceptar que existen esos otros mundos: descubrirlos no intimida cuando se sigue a un guía experto que utiliza además un castellano tan puro.
476 páginas de imágenes delicadas y maravillosas: frágiles e inocentes unas veces, feroces y crueles otras. Capaces siempre de guiar al lector hacia un mundo mejor, no contaminado, donde lo esencial es aún lo más importante y la mitología, los símbolos, la imaginación y la verdad hacen las veces de política y mercados.
Podemos asegurar que Juan Carlos Mestre es uno de los mejores poetas españoles vivos, un virtuoso de las palabras con el don de volcar su imaginario personal sobre el papel, alguien que hace el mundo más habitable con su arte.
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