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martes, 25 de abril de 2017

Vernon Subutex 2 - Virginie Despentes


Despentes y moderación no van de la mano. Es el atrevimiento el que define su obra, que explora los resquicios más oscuros de los bajos fondos de la sociedad parisina en este caso. El año pasado descubrimos el personaje por el que apostaba Virginie para esta gran obra, Vernon Subutex, el vendedor de discos caído en desgracia. La crisis le había despojado sin contemplaciones de todo lo que poseía y la primera novela terminaba con él viviendo en las calles. Este escenario le sirve a la autora para hacer una crítica mordaz a la élite burguesa y su eterna psicopatía, así como aviso para todos los mortales de que la calle acecha ahí fuera y que en el momento menos esperado cualquiera podemos perder de un plumazo nuestros privilegios y empezar a pedir auxilio a quienes antes se lo negábamos.

p.73 Las élites cuentan con el pueblo para hacer el trabajo sucio.

La prosa de Despentes es envolvente: se ajusta al ritmo frenético de la calle y a las costumbres de los habitantes de los parques, los lugares abandonados y cualquier rincón que convertir en cueva en los suburbios. Los antiguos conocidos de Vernon Subutex se entremezclan en esta segunda entrega con los vagabundos con quienes comienza a compartir espacios, dando lugar a un baile delirante de drogas, prostitución, amenazas, venganza, convivencia y resquicios de humanidad en los momentos más inesperados. También hay lugar para la política, el postureo y la falsedad de las redes sociales, los medios de comunicación, la miseria del mundo laboral, los choques sociales, culturales y religiosos en una ciudad dividida en guetos… y mucha y muy buena música, una selección muy cuidada de viejos clásicos del rock que daría lugar a una lista de reproducción magnífica: Sex Pistols, The Who, David Bowie, Nick Cave, James Brown, The Jam, Iggy Pop… 

p.31 Él es amigo de los cuervos. En cuanto llega, los pajarracos lo reconocen y forman un círculo a su alrededor. Los cuervos parecen muchísimo más organizados que las palomas. Están gordos como aves de corral, son de un bonito color negro brillante y tienen una inteligencia inquietante para los humanos, acostumbrados a creer que los animales no entienden gran cosa. Los cuervos del parque captan enseguida con quién se las tienen que ver. No necesitan al viejo para comer –despanzurran el fondo de las basuras a picotazos y se sirven. Pero parece que les gusta socializar. No se limitan a presentarse cuando llega el viejo con la comida. Lo esperan. Y si el tío tiene que cambiar de sitio porque los vigilantes lo controlan, los pajarracos no se ponen nerviosos, lo siguen y se avisan de que el lugar de reunión ha cambiado.

p.103 La comparación más parecida con lo que conocía antes sería un porro de hierba pura a las diez de la mañana en una playa desierta, un día de otoño, justo después del café –el momento en que quieres levantarte, las piernas de algodón, presa de un ligero vértigo. Estás bien. Caminas. Los fundidos a negro te entrecortan la vista, la realidad, convertida en decorado, es perceptible, pero cuelga de un hilo. Eres un globo inflado con helio. 

p.112 Acuérdate, Vernon, entrábamos en el rock como el que entra en una catedral, y esta historia era una nave espacial. Estaba lleno de santos, ya no sabíamos ante cuál arrodillarnos para rezar. Sabíamos que una vez desenchufados los jacks, los músicos eran personas como las demás, que hacían caca y se limpiaban los mocos cuando pillaban un resfriado, pero daba lo mismo. Nos importaban un huevo los héroes, lo que queríamos era aquel sonido. Nos traspasaba, nos fulminaba, nos colocaba. Existía, a todos nos provocó lo mismo al principio: joder, ¿esto existe? Era demasiado grande para nuestros cuerpos. Jóvenes al galope, no teníamos ni idea de la suerte que teníamos… Me acuerdo del tío que me enseñó los tres acordes  de “Louie Louie” a la guitarra, y por la noche me di cuenta de que con eso podía tocar casi todos los clásicos. Cuando tenías callos en los dedos por primera vez, era como haberte sacado el certificado de aptitud profesional. El primer tema que supe tocar entero fue “She´s Calling You”. Necesité un verano. Lo que hacíamos era una guerra. Contra la tibieza. Nos inventábamos la vida que queríamos tener y no había ningún aguafiestas que nos advirtiera que al final renunciaríamos. Cuando yo tenía dieciséis años, nadie habría podido hacerme creer que no estaba exactamente donde tenía que estar. En un camión G7, sentado en la rueda, temblando con seis colegas sin estar seguros de haber puesto bastante gasolina para volver pero a ninguno de nosotros le preocupaba la duda. Era “la última aventura del mundo civilizado”. Lo demás, te acuerdas, no era tabú, no estábamos cabreados con nadie. Lo demás no existía. Vivimos nuestra juventud en burbujas de acero blindado. Había alquimias de entusiasmo, cosas cuya otra cara aún no habíamos visto, nos buscábamos apodos, todo era interesante, hasta las mayores gilipolleces. “¿Tocamos mañana?” era la única pregunta que me hacía. Vivíamos en el acople de los micros abiertos, en el silbido del Jack que conectamos, en el calor de los focos, ser teloneros de los Thugs y encontrar tíquets de consumición era lo esencial de nuestra aventura, y nos llenaba. Entre los dieciséis y los veintitrés años, no recuerdo haber visto ni un programa de la tele, no teníamos tiempo, estábamos fuera de casa o escuchábamos música, no recuerdo haber ido a ver una película para el gran público, haber visto un clip de Madonna o de Michale Jackson, la cultura mainstream no formaba parte de nuestro campo de visión. Ni siquiera hablábamos de ella. No sabía que no iba a durar. Lo llamábamos la red, éramos lo más cuando teníamos contestador automático, los que tenían un fax eran los dioses de la comunicación. Ninguno de nosotros pensaba en ira comprar carne o en hacer vacaciones, solo estaban los surferos, a los que les interesaba el rollo de la playa, nosotros nos quedábamos en la ciudad, donde hay conciertos. No era un sacrificio –nos importaba un huevo lo demás.  
“La” escena era lo único que contaba. Y teníamos razón. Entre semana pegábamos carteles, los fines de semana tocábamos en algún sitio, había bastante gente para que no nos diera la impresión de estar ensayando, planchábamos nuestros discos, no nos pronunciábamos en ninguna parte, no había intermitencia, no había mundo exterior al nuestro. Todos teníamos asociaciones sin ánimo de lucro, éramos tesoreros, presidentes, y todos vivíamos de trabajos de ayuda al empleo. Íbamos a Italia a Alemania a Suiza a Hungría a España a Inglaterra a Suecia, siempre en camiones hechos polvo, y éramos los reyes del mundo. Luego llegó el señor que se encargaba del rock en el Ministerio de Cultura, empezamos a oír hablar de subvenciones, a ver que abrían bonitas salas que parecían centros de juventud municipales de lujo, vimos aparecer a tíos que sabían montar dosieres, que hablaban el lenguaje de las instituciones, estaban más estructurados, eran más listos. Empezamos a rellenar papeles. El CD sustituyó al vinilo. Desaparecieron los 45 revoluciones. Parecía que no pasaba nada. Sabíamos y no sabíamos. Cada cosa, tomada de una en una, era anecdótica. No lo vimos venir en conjunto. Y aquel sueño sagrado se convirtió en una fábrica de meados. Es la historia de la Cenicienta: un pedal Fuzz había convertido nuestras calabazas en carrozas, y dieron las doce de la noche. Recuperábamos nuestros harapos. Ya nada era nuestro. Nos convertíamos todos en clientes. El rock le venía bien a la lengua oficial del capitalismo, la de la publicidad: eslogan, placer, individualismo, un sonido que te impacta sin tu consentimiento. No entendimos que las piedras mágicas que teníamos en las manos eran diamantes puros. Un tesoro en manos de una pandilla de inadaptados. Ninguno de nosotros tenía planes de hacer carrera. No pensábamos que era posible. Eso nos salvaba. Lo perdimos todo. Pero nunca hablaremos de igual a igual con los que nunca han conocido una vida que se ajusta a sus sueños punto por punto. Hoy en día me cruzo con personas que, a los veinte años, aprendían la competitividad en la escuela o el marketing en la empresa, y que quieren hacerme creer que hemos vivido la misma juventud. Yo no digo nada. Pero olvídalo, tío, olvídalo. Mi aristocracia es mi biografía. Me quitaron todo lo que tenía, pero conocí un mundo que nos creamos a nuestra medida, en el que no me levantaba por la mañana diciéndome voy a seguir obedeciendo.

martes, 31 de enero de 2017

El sentido del círculo - Manuel Ortuño



Termino de leer “El sentido del círculo” gratamente sorprendida, porque aunque no se trata del tipo de libro que suelo frecuentar, me ha enganchado y entretenido. Al principio me llamó la atención que fuera un libro de crítica social a través del humor absurdo. Sinceramente, si no hubiera habido algo más allá del humor, no creo que lo hubiera empezado. No soy una de esas personas de risa fácil, es más, incluso puede llegar a molestarme ver cómo otras personas se ríen con facilidad por soberanas tonterías. Por no hablar de las risas histéricas, chillonas, estridentes o molestas en general… mejor volvamos al libro.

Es una novela fácil de etiquetar pero se hace difícil describirla un poco más allá. Podría decirse que es el resultado de coger un chiste de Lepe, conformar todo un entramado de novela en torno a él, dotar de consistencia el absurdo, crear todo un pequeño mundo (escenarios, personajes, situaciones y un hilo argumental) girando alrededor de esa idea… y hacer que entre líneas se filtre la crítica social, sin llegar a mencionarla directamente.

Algo que destaca es que está muy bien escrita, y que a pesar de estar publicada en una editorial poco conocida, la presentación física es buena y no tiene muchas erratas (y las que se encuentran no son ortográficas, sino errores de tecleado). Su autor, Manuel Ortuño, ha publicado también poesía y relatos cortos, algo que no sorprende después de leer algunos fragmentos especialmente rítmicos y elaborados que se encuentran salpicados por toda la novela. También me ha gustado que mantenga el pulso narrativo sin flaquear desde el principio hasta el final: sinceramente, aunque es una novela humorística no resulta inoportuna, el trabajo para esbozarla y llevarla a cabo es digno de admiración. Un fragmento:

El cementerio es un inmenso panal humano de planta horizontal que se extiende a las afueras de la ciudad y que ocupa una superficie aún mayor que ésta. Lo pueblan todo tipo de seres extraños, todos ellos inánimes, silenciosos y discretos, todos ellos apáticos, todos ellos muertos. Cuando algo parecido a la vida se escapa por alguna grieta, resquicio o hendidura, la soledad y el silencio que allí imperan se encargan rápidamente de acallarlo o ahuyentarlo a patadas.

Cada capítulo se inicia con una descripción del lugar en el que va a desarrollarse la escena, con un tono similar a este fragmento. Después, el capítulo como tal es una sucesión de disparates encadenados, que adquieren sentido dentro del “universo paralelo” creado en la novela. En ese lugar, tener un reloj que funcione y marque la hora es un suplicio, por eso la aparición de alguien que los rompe a martillazos es todo un acontecimiento, la gente hace cola para que destroce el suyo, le dan las gracias entre lágrimas, etc. Otro detalle es que el sistema del funcionariado no es tan diferente al que todos conocemos, ya que está lleno de sinsentidos y montones de trámites absurdos que no sirven para nada. Sin embargo, las vueltas de tuerca que se le dan a placer dentro de la novela, terminan de convertirlo definitivamente en un compendio de ventanillas y formularios completamente desquiciado.

Otra cosa que me ha gustado es el final, que no desvelaré. Mientras leía, tenía mis dudas acerca del desenlace, porque un mal final podría dar al traste con una novela que me estaba interesando. Pero un buen final, como es el caso, la convierte en una novela amable, en absoluto pretenciosa, que entretiene y que le echa un pulso amistoso a la capacidad de cada lector para dejar que el mundo que conoce dé unos cuantos brincos y piruetas, que todo se descoloque sin que le haga perder los nervios y que, a cambio, se eche unas risas.

A veces dejamos que la realidad se imponga, simplemente por permitir y dar por hecho que las cosas sean como se nos han dicho que son. Quién sabe, quizá existan muchos más absurdos de los que detectamos, y convendría detenerse lo necesario para identificar todo aquello que está mal, salir del círculo y valorar qué está pasando dentro.

martes, 18 de agosto de 2015

"Ser grieta" - Sor Kampana


Madrid, agosto, un verano agridulce; y solo han pasado unas semanas desde que la Editorial Alba me arrebatara de golpe las ganas de v̶i̶v̶i̶r̶ leer (ya os hablaré sobre ello).
El azar me lleva de la mano hasta una biblioteca pública y me quita la venda de los ojos delante del típico expositor de libros recomendados.
Entre otros libros anodinos que no sacuden mi abulia veraniega, enseguida me sorprende "Ser grieta" con un diseño b/n bastante sofisticado, una presentación editorial que promete al menos cierta calidad de contenido, y sigo detectando señales...: Sor Kampana, no me suena nada, pero esa K junto a esas connotaciones religiosas me está indicando protesta, lucha activa, insumisión, me gusta; las campanas me evocan rápidamente ese aviso al que se refería mi admirado David González en el vídeo promocional de su poemario "Campanas de Etiopía": La poesía es como una campana. Y yo soy el que la toco. Avisando del peligro. No me equivoco en absoluto. Por otro lado, al coger el libro había pensado que el pseudónimo correspondía a una escritora, por aquello de estar en femenino, y cuando lo abrí me di cuenta de que el autor era un tipo, un valenciano nacido en el 63, y entonces me gustó aún más. ¡Qué cañero!, pensé (y qué atrevido), y tampoco me equivocaba.

¿Dónde he estado encerrada para no haber conocido hasta ahora a este autor? Me pregunto. Nadie lo sabe. Lo importante es que ya lo conocí y que se encuentra a salvo y en remojo en este mar de letras saladas.

Dice el prólogo de David Trashumante, entre otras verdades:

Y es que ser grieta es luchar por recuperar la vida libre de convencionalismos sociales, escapar de la retórica rutina del engranaje y posicionarse del lado de los desheredados, de los inadaptados y los declarados dementes por el sistema uniformizador capitalista. Es posicionarse del lado de Los Despojos del Espectáculo y con ellos, El Alimaña, Alex Badal y cía..., hacer la gira más larga y patética de la historia de las promociones editoriales. Como recién cagaditos de Guy Debord, hijos bastardos de La Sociedad del Espectáculo que ya treinta y tantos años antes vaticinaba que nos íbamos a dar la gran hostia como especie. 

Pienso en el gesto bobino que recibo cada vez que recomiendo a Guy Debord a gente que lee mal o que no lee nada, pienso en el escalofrío que me recorre el espinazo tras darme de bruces contra un muro de cemento una vez más por haberlo intentado..., y cierro los ojos mientras exhalo el aire despacio por haber encontrado, una vez más, alguien con quien entenderme eso sí (cómo no), entre las páginas.

Sor Kampana, a quien da vida Antonio Belarte Aliaga, es creador de poesía social de buena calidad. No tiene nada que ver con los poetas a los que admiran últimamente las adolescentes, y que tras versos coquetos que aluden directamente a la emoción facilona y rápida, no transmiten nada. Al menos nada que sea cierto.

Aquí encuentro versos que me gustan mucho, de esos cargados de contenido, que no desperdician ni una sola de las sílabas de los que están compuestos, y que siguen transmitiendo más mensajes agazapados cuando el lector se toma un momento para leer entre líneas.

Ser grieta es ser el objeto punzante que rasga el muro de lo impuesto, ser el primer pinchazo que inicia la fisura, o ser uno más en un montón de granos de arena, ser uno de esos pececitos enanos que un buen día se agrupa con el resto y todos juntos se comen al pez grande; es atreverse y gritar hasta hacer desaparecer la injusticia, es no permitir que los convencionalismos tradicionalistas sigan provocando ni un segundo más de dolor a los más débiles.

(...) no les miréis a los ojos,
podríais veros reflejados
y morir de culpa o de asco.

Leo como un sediento emocionado, encontrando entre las páginas aquello que quiero leer |*que me lea por dentro, y así es como llega sin avisar EL poema (que me destroza).

Si caes destrozado junto a un portal
y el horizonte es un adoquín;
si el pavimento te parte la cara
y los sueños reptan
buscando sumideros
en los que gotear su desencanto;
si el cielo es una pálida utopía,
desgarrada,
y el amor pasa de largo
y escupe al espantajo desparramado;
entonces,
y sólo entonces,
eres el poema,
un sucio poema
a punto de manchar el asfalto
y salpicar a los viandantes.

La cursiva, la negrita y las cicatrices, son mías.

Los versos de Sor Kampana han sido musicalizados por Extremoduro, Kutxi Romero, Marea y otros muchos. Comenzó su andadura en plena década ochentera valenciana y al parecer tiene un largo historial de literatura de combate que estoy deseando investigar en breve. Los aires punk, la pérdida de modales causada por el hartazgo, la protesta sin ambages contra la injusticia... me recuerdan al canal de YouTube de Koala Rabioso y por afinidad al grupo de punk-rock Penadas por la Ley; a las granadinas A.C.A.B.A.D.A.S. y a todos esos agitadores culturales de conciencias que cada día luchan, en fin, para abrirnos los ojos a todos.

(...) Mañana volveré a salir de mi infierno
para perturbar vuestra paz,
y os recuerdo que también caeréis,
ahogados en vuestro propio caos,
que la suerte se acaba,
que no espero permiso ni perdón,
que no pienso parar,
que nadie me detendrá.

Este libro es capaz de traerme incluso fantasmas como el de Percy Shelley y los tatuajes de botellas con mensaje dentro, a través de este poema (maldita sea) intergaláctico.

Toma unos poemas incendiarios,
introduce tus entrañas en una botella,
ponle una mecha de voz
y ya tienes dispuesto tu particular cóctel molotov;
sal recitando a la calle sin pasamontañas,
vuelca vehículos de prestigiosa estupidez
y levanta barricadas de desnudez,
enciende tu artefacto poético
y que arda el desamparo en los autobuses
y la soledad en cada esquina,
y que ardan los contenedores
de basura emocional.

Que resplandezca en las calles
al fin
la conciencia de saberse vivo,
las implicaciones del colapso necesario
y la risa
rebosando sumideros,
para que la empatía sustente nuestras vidas
y guíe nuestros actos
más allá de los sueños.

Este magnífico poemario está dividido en tres secciones, a saber: "Desde mundos resquebrajados", "Fisura a fisura" y "Abriendo grietas en el muro". Es en este último apartado donde el autor definitivamente se deja llevar y es más directo, artístico y cargado de contenido. De verdad que me entusiasma, podría seguir copiando poemas y poemas hasta transcribirlo entero; sólo unos versos más (a favor de los derechos LGTB), y adiós.

(...) Desde su cielo paternal
un ojo viril nos mira,
abrasador,
horrorizado,
beligerante;
y maldicen nuestros cuerpos desnudos,
y aborrecen los sexos indefinidos,
y condenan los roles descarriados,
somos y seremos humanos libres
gozando
las grandezas del instinto.


P.D.: La cursiva, la negrita y el escalofrío emocionado, una vez más, son míos.

jueves, 2 de abril de 2015

La acción; transitividades, 6

Imagen: Banksy
Entonces cultivan cereal en un altar en Chile
Entonces vierten leche en un viejo cañón
Entonces amontonan leña de flechas envenenadas
Entonces plantan arroz en un abandonado bastión

Entonces juegan al escondite en un parlamento vacío
Entonces juegan a la pelota con bombas inocentes
Entonces juegan al ajedrez con trozos minúsculos
de lo que una vez fue un gran presidente

Entonces cultivan vino en la pedregosa Mafia
Entonces sacrifican cabras y corderos en un banco
Entonces dan vueltas en un Rolls Royce por Sofía
Entonces queman rublos y dólares y francos

Entonces cantan canciones sobre la felicidad de los pueblos
Entonces cantan canciones sobre la pena de los pueblos
Entonces arrastran como un vendaval a todos los partidos
y derriban el castillo del último tigre de papel

"Eso", Inger Christensen. Ed. Sexto Piso, 2015; pág. 225.

lunes, 17 de febrero de 2014

"La habitación oscura" - Isaac Rosa


Este no es el libro del año, ni Isaac Rosa el mejor escritor del mundo, pero en “La habitación oscura” trata una serie de cuestiones sobre las que conviene detenerse un poco.

¿De qué se alimenta el deseo? La excusa para iniciar esta locura de novela surge de un grupo de amigos que se quedan de repente a oscuras durante un apagón, y que comienzan a enrollarse entre ellos sin saber quién es quién. La experiencia les resulta tan sorprendentemente gratificante que deciden construir un cuarto oscuro privado en un local. Parejas y solteros, todos a ciegas participan y a pesar de la tiniebla nos van siendo presentados, sus rasgos definidos y sus miserias descubiertas. 

¿Por qué mirar a los ojos a la oscuridad? A tientas, sus historias encajan en la de seres infelices que utilizan ese espacio como refugio donde abstraerse del mundo que les es hostil, una vuelta al origen, al vientre materno, un lugar en el que quitarse la careta, donde no-ser.

¿Por qué buscar placer en lo desconocido? Un disfraz, un nick, una mentira detrás de otra... todas son excusas válidas para abstraerse de sí mismo y dar rienda suelta al instinto primitivo de conquista. Los personajes de Isaac Rosa son unos perdedores sin ambiciones, pero desprenderse de los prejuicios y buscar a tientas, con instinto animal, a alguien que anhele lo mismo, no tiene por qué surgir siempre de una cabeza mal amueblada. Cualquiera que comience a leer esta novela puede pensar que se trata de una propuesta atrevida que evolucionará de una forma feliz, y que nunca se convertirá en un nido de problemas, pero precisamente la reflexión estriba en el hecho de que cualquier experimento a este nivel, si está mal gestionado, puede resultar un fracaso. Del mismo modo que en manos de personas adultas y mentalmente sanas puede convertirse en un plan perfecto.

¿Cómo olvidar la mirada escrutadora de quien hasta ahora sólo te había visto a ciegas? Mientras sus vidas se desmoronan como un castillo de naipes, los miembros del grupo acuden al cuarto oscuro a lamerse las heridas. Así pues, un juego privado que surgió como fuente de diversión, placer y locura se convierte poco a poco en una evasión, la oscuridad como desconexión: cuando cualquiera de ellos traspasa la puerta, el mundo se apaga ahí fuera.

¿Por qué dejarse arrastrar por unos ojos de luz, unos ojos de mar? La rabia crece como una bola de nieve que rueda en el interior de cada uno de los miembros del grupo, alimentada por una serie de injusticias sociales que Isaac Rosa introduce (de una forma un tanto forzada, por cierto) como excusa para hacer una crítica feroz al sistema capitalista. Así, de ese pozo de tinieblas salen a la luz espionajes internautas (a nivel casero pero también político y empresarial), protestas callejeras, desahucios, bancarrotas y un largo etcétera de miserias que dejan al descubierto la parte más inhumana del ser humano. El libro, que data de 2013, gracias a esas pinceladas adquiere actualidad: lo que narra está sucediendo hoy mismo. Sin embargo, el hilo argumental en torno al cuarto oscuro podría ajustarse a cualquier época. De hecho, es inevitable no evocar la caverna de Platón cuando quienes desean permanecer en silencio y a solas se colocan contra la pared y quienes buscan sexo se sitúan en el centro mientras palpan torpes alrededor en busca de alguien con quien compartir ese deseo: así, ellos no ven sombras ni tampoco están atados, pero componen una escena de seres que se reúnen en torno a un fuego que no ilumina, pero que está ardiendo.   

¿Por qué no cometer una locura? Sólo disponemos de una vida y no podemos dejar de vivirla intensamente, parece querer decirnos cada uno de los personajes en un grito ahogado. La habitación oscura se transforma en un ente que es todos ellos en uno solo, que asume sus gritos y gemidos y los emite con una voz propia. Resulta aterrador mirar al vacío y que el vacío te devuelva la mirada, te absorba, te succione. En esta novela se nos da una única oportunidad de asomarnos y mirar, agarrados a una barandilla con las palmas de las manos humedecidas.

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