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jueves, 28 de septiembre de 2017

Querida Ijeawele: Cómo educar en el feminismo - Chimamanda Ngozi Adichie


Leí por primera vez a Chimamanda hace años, a través de sus novelas "La flor púrpura" y "Medio sol amarillo" (dejo aquí el enlace a una reseña que hice sobre ella en 2010, para más información). Más allá de las tramas, lo que desprendía la forma de narrar de esta autora nigeriana, era una bondad infinita, si se me permite la cursilada. Durante años ha encabezado el activismo por los derechos de su pueblo. Y más recientemente, a raíz de la publicación del manifiesto "Todos deberíamos ser feministas" (publicado en la misma colección que "Querida Ijeawele..."), se ha convertido en cabeza visible dentro del activismo feminista.

A modo de anotación al margen, quiero especificar que la lucha de Adichie se encuentra dentro del feminismo negro, que aúna la problemática del sometimiento que ejerce sobre las mujeres el patriarcado de las diferentes culturas, a la presión racista (eres mujer, eres negra: estás jodida). La referencia bibliográfica al respecto es la antología "Feminismos negros" que se encuentra disponible en la web de la estupenda editorial Traficantes de Sueños (se puede leer gratis on-line).

Siguiendo un poco esta idea, en "Querida Ijeawele...", Adichie comenta que sin duda se ha sentido arropada por su entorno en la lucha por los derechos humanos combatiendo el racismo, pero que, sin embargo, ha visto cómo otras mujeres no la apoyaban o, es más, la criticaban, en su lucha feminista. Precisamente, este hecho no es algo aislado y tampoco es contradicotorio, me explico: que las mujeres se sitúen en una posición contraria al feminismo, también es culpa del patriarcado. Estas mujeres tienen tan interiorizada la sumisión que son incapaces de desaprender todo lo que se les ha inculcado desde pequeñas, como para poder empezar a enfrentarse a todas las imposiciones que equivocadamente creen que han elegido libremente. Personalmente creo que ellas son el colectivo al que más urgentemente hay que explicar la necesidad de que se conviertan en seres humanos plenos, y nunca más sometidos. Un fragmento interesante al respecto, es el siguiente:

p. 38 "¿Recuerdas cuánto nos reímos hace unos años de un artículo atroz sobre mí? El autor me acusaba de estar <>, como si <> fuera algo de lo que debiera avergonzarme. Por supuesto que estoy enfadada. Estoy enfadada con el racismo. Estoy enfadada con el sexismo. Pero últimamente me he dado cuenta de que me enfada más el sexismo que el racismo.
Porque en mi enfado con el sexismo a menudo me siento sola. Porque quiero a mucha gente y convivo con mucha gente dispuesta a reconocer la injusticia racial pero no la de género.

No sabría decirte las veces que personas que aprecio, hombres y mujeres, han esperado que argumentara la causa del sexismo, que la <>, cuando nunca han esperado lo mismo para el racismo. (Obviamente en el ancho mundo, demasiadas personas siguen esperando que les <> el racismo, pero no en mi círculo inmediato). No sabría decirte cuántas veces personas que aprecio han quitado importancia o negado situaciones sexistas.

Como nuestro amigo Ikenga, siempre dispuesto a negar que algo sea producto de la misoginia, que jamás se muestra interesado en escuchar y conversar, y siempre parece ansioso por explicar cómo, en realidad, las mujeres somos las privilegiadas. Una vez llegó incluso a decirme que <>. Creía que estaba negando el sexismo cuando en realidad estaba dándome la razón. ¿Por qué <>? ¿Si una mujer tiene poder, por qué tiene que disimularlo?

La excusa para este manifiesto feminista con formato de carta extensa, es la pregunta que una de las mejores amigas de Adichie le planteó tras ser madre de una niña, Chizalum: ¿cómo educar a una niña para que sea feminista, cómo educar en y desde el feminismo? Desde que Adichie es reconocida como feminista, recibe consultas a las que no siempre sabe dar una respuesta rápida. Se trata de asuntos delicados y que requieren de un sólido argumentario, no vale con una respuesta corta y llamativa pero en el fondo vacía (algo tipo tweet).

El librito, de unas 90 páginas, está dividido en quince apartados, en cada uno de los cuales se trata un aspecto del feminismo aplicado a la educación de una pequeña: desde los roles de género a la independencia económica, pasando por la necesidad de adquirir un fuerte acervo cultural o los riesgos del amor romántico.

Adichie escribe transmitiendo calma, paz y amor: su activismo surge desde una perspectiva absolutamente humana que para mí, es tranquilizadora. Además de bondad, como ya comentaba antes, también desprende sabiduría, es maravillosa. Y no me resisto a señalar la fuerza y la luz de su mirada en las fotos.

Uno de mis apartados favoritos ha sido el sexto, que se centra en la cuestión del lenguaje:

p. 44 "Enséñale a cuestionar el lenguaje. El lenguaje es el depositario de nuestros prejuicios, creencias y presunciones. Pero para enseñárselo tendrás que cuestionar tu lenguaje. Una amiga mía asegura que nunca llamará <> a su hija. La gente lo dice con buena intención, pero <> es una palabra cargada de presunciones, de la delicadeza de ella, del príncipe que la rescatará, etcétera. Mi amiga prefiere <<ángel>> y <>.

De modo  que decide tú misma lo que no le dirás a tu hija. Porque lo que digas importa. Le enseña lo que debería valorar. Seguro que conoces esa broma igbo para reírse de las chicas que están siendo infantiles: <<¿Qué haces? ¿No sabes que ya tienes edad para buscar marido?>> Yo lo decía a menudo. Pero ahora he elegido no hacerlo. Prefiero decir <>. Porque no creo que debamos enseñar a nuestras hijas a aspirar al matrimonio.

Intenta no emplear demasiado a menudo palabras como <> y <> con Chizalum. En ocasiones las feministas tiramos demasiado de jerga y la jerga a veces resulta excesivamente abstracta. No te limites a etiquetar algo de misógino, explícale a tu hija por qué lo es y cuéntale cómo dejaría de serlo.

Enséñale que si criticas X en las mujeres pero no lo criticas en los hombres, tal vez no tengas problema con X, sino con las mujeres. Sustituye X por palabras como ira, ambición, brusquedad, tozudez, frialdad, crueldad.

Enséñale a plantearse preguntas como: ¿Qué cosas no pueden hacer las mujeres porque son mujeres? ¿Esas cosas gozan de prestigio cultural? En tal caso, ¿por qué solo se les permite a los hombres realizar las actividades que tienen prestigio cultural?

(...)

En lugar de limitarte a contárselo, muéstrale ejemplos de que la misoginia puede ser descarada o sutil y que ambas son aborrecibles.

Enséñale a cuestionarse a los hombres que solo empatizan con las mujeres si las ven como una posible relación en lugar de como a seres humanos iguales. Hombres que, al hablar de las violaciones, siempre dirán algo del estilo de <>. Sin embargo, los mismos hombres no necesitan imaginar a la víctima masculina de un crimen como su <> para empatizar. Enséñale también a cuestionarse la idea de que las mujeres son especiales. Una vez escuché a un político estadounidense, en un intento de apoyar a las mujeres, hablar de cómo deberíamos <> y <> a las mujeres, una opinión demasiado común.

Dile a Chizalum que las mujeres no necesitan que las reverencien ni las defiendan; solo necesitan que las traten como a seres humanos iguales. En la idea de que las mujeres necesitan ser <> y <> por el hecho de ser mujeres subyace una actitud de superioridad. Consigue que los hombres piensen en caballerosidad, y la premisa de la caballerosidad es la debilidad femenina.

martes, 25 de abril de 2017

Vernon Subutex 2 - Virginie Despentes


Despentes y moderación no van de la mano. Es el atrevimiento el que define su obra, que explora los resquicios más oscuros de los bajos fondos de la sociedad parisina en este caso. El año pasado descubrimos el personaje por el que apostaba Virginie para esta gran obra, Vernon Subutex, el vendedor de discos caído en desgracia. La crisis le había despojado sin contemplaciones de todo lo que poseía y la primera novela terminaba con él viviendo en las calles. Este escenario le sirve a la autora para hacer una crítica mordaz a la élite burguesa y su eterna psicopatía, así como aviso para todos los mortales de que la calle acecha ahí fuera y que en el momento menos esperado cualquiera podemos perder de un plumazo nuestros privilegios y empezar a pedir auxilio a quienes antes se lo negábamos.

p.73 Las élites cuentan con el pueblo para hacer el trabajo sucio.

La prosa de Despentes es envolvente: se ajusta al ritmo frenético de la calle y a las costumbres de los habitantes de los parques, los lugares abandonados y cualquier rincón que convertir en cueva en los suburbios. Los antiguos conocidos de Vernon Subutex se entremezclan en esta segunda entrega con los vagabundos con quienes comienza a compartir espacios, dando lugar a un baile delirante de drogas, prostitución, amenazas, venganza, convivencia y resquicios de humanidad en los momentos más inesperados. También hay lugar para la política, el postureo y la falsedad de las redes sociales, los medios de comunicación, la miseria del mundo laboral, los choques sociales, culturales y religiosos en una ciudad dividida en guetos… y mucha y muy buena música, una selección muy cuidada de viejos clásicos del rock que daría lugar a una lista de reproducción magnífica: Sex Pistols, The Who, David Bowie, Nick Cave, James Brown, The Jam, Iggy Pop… 

p.31 Él es amigo de los cuervos. En cuanto llega, los pajarracos lo reconocen y forman un círculo a su alrededor. Los cuervos parecen muchísimo más organizados que las palomas. Están gordos como aves de corral, son de un bonito color negro brillante y tienen una inteligencia inquietante para los humanos, acostumbrados a creer que los animales no entienden gran cosa. Los cuervos del parque captan enseguida con quién se las tienen que ver. No necesitan al viejo para comer –despanzurran el fondo de las basuras a picotazos y se sirven. Pero parece que les gusta socializar. No se limitan a presentarse cuando llega el viejo con la comida. Lo esperan. Y si el tío tiene que cambiar de sitio porque los vigilantes lo controlan, los pajarracos no se ponen nerviosos, lo siguen y se avisan de que el lugar de reunión ha cambiado.

p.103 La comparación más parecida con lo que conocía antes sería un porro de hierba pura a las diez de la mañana en una playa desierta, un día de otoño, justo después del café –el momento en que quieres levantarte, las piernas de algodón, presa de un ligero vértigo. Estás bien. Caminas. Los fundidos a negro te entrecortan la vista, la realidad, convertida en decorado, es perceptible, pero cuelga de un hilo. Eres un globo inflado con helio. 

p.112 Acuérdate, Vernon, entrábamos en el rock como el que entra en una catedral, y esta historia era una nave espacial. Estaba lleno de santos, ya no sabíamos ante cuál arrodillarnos para rezar. Sabíamos que una vez desenchufados los jacks, los músicos eran personas como las demás, que hacían caca y se limpiaban los mocos cuando pillaban un resfriado, pero daba lo mismo. Nos importaban un huevo los héroes, lo que queríamos era aquel sonido. Nos traspasaba, nos fulminaba, nos colocaba. Existía, a todos nos provocó lo mismo al principio: joder, ¿esto existe? Era demasiado grande para nuestros cuerpos. Jóvenes al galope, no teníamos ni idea de la suerte que teníamos… Me acuerdo del tío que me enseñó los tres acordes  de “Louie Louie” a la guitarra, y por la noche me di cuenta de que con eso podía tocar casi todos los clásicos. Cuando tenías callos en los dedos por primera vez, era como haberte sacado el certificado de aptitud profesional. El primer tema que supe tocar entero fue “She´s Calling You”. Necesité un verano. Lo que hacíamos era una guerra. Contra la tibieza. Nos inventábamos la vida que queríamos tener y no había ningún aguafiestas que nos advirtiera que al final renunciaríamos. Cuando yo tenía dieciséis años, nadie habría podido hacerme creer que no estaba exactamente donde tenía que estar. En un camión G7, sentado en la rueda, temblando con seis colegas sin estar seguros de haber puesto bastante gasolina para volver pero a ninguno de nosotros le preocupaba la duda. Era “la última aventura del mundo civilizado”. Lo demás, te acuerdas, no era tabú, no estábamos cabreados con nadie. Lo demás no existía. Vivimos nuestra juventud en burbujas de acero blindado. Había alquimias de entusiasmo, cosas cuya otra cara aún no habíamos visto, nos buscábamos apodos, todo era interesante, hasta las mayores gilipolleces. “¿Tocamos mañana?” era la única pregunta que me hacía. Vivíamos en el acople de los micros abiertos, en el silbido del Jack que conectamos, en el calor de los focos, ser teloneros de los Thugs y encontrar tíquets de consumición era lo esencial de nuestra aventura, y nos llenaba. Entre los dieciséis y los veintitrés años, no recuerdo haber visto ni un programa de la tele, no teníamos tiempo, estábamos fuera de casa o escuchábamos música, no recuerdo haber ido a ver una película para el gran público, haber visto un clip de Madonna o de Michale Jackson, la cultura mainstream no formaba parte de nuestro campo de visión. Ni siquiera hablábamos de ella. No sabía que no iba a durar. Lo llamábamos la red, éramos lo más cuando teníamos contestador automático, los que tenían un fax eran los dioses de la comunicación. Ninguno de nosotros pensaba en ira comprar carne o en hacer vacaciones, solo estaban los surferos, a los que les interesaba el rollo de la playa, nosotros nos quedábamos en la ciudad, donde hay conciertos. No era un sacrificio –nos importaba un huevo lo demás.  
“La” escena era lo único que contaba. Y teníamos razón. Entre semana pegábamos carteles, los fines de semana tocábamos en algún sitio, había bastante gente para que no nos diera la impresión de estar ensayando, planchábamos nuestros discos, no nos pronunciábamos en ninguna parte, no había intermitencia, no había mundo exterior al nuestro. Todos teníamos asociaciones sin ánimo de lucro, éramos tesoreros, presidentes, y todos vivíamos de trabajos de ayuda al empleo. Íbamos a Italia a Alemania a Suiza a Hungría a España a Inglaterra a Suecia, siempre en camiones hechos polvo, y éramos los reyes del mundo. Luego llegó el señor que se encargaba del rock en el Ministerio de Cultura, empezamos a oír hablar de subvenciones, a ver que abrían bonitas salas que parecían centros de juventud municipales de lujo, vimos aparecer a tíos que sabían montar dosieres, que hablaban el lenguaje de las instituciones, estaban más estructurados, eran más listos. Empezamos a rellenar papeles. El CD sustituyó al vinilo. Desaparecieron los 45 revoluciones. Parecía que no pasaba nada. Sabíamos y no sabíamos. Cada cosa, tomada de una en una, era anecdótica. No lo vimos venir en conjunto. Y aquel sueño sagrado se convirtió en una fábrica de meados. Es la historia de la Cenicienta: un pedal Fuzz había convertido nuestras calabazas en carrozas, y dieron las doce de la noche. Recuperábamos nuestros harapos. Ya nada era nuestro. Nos convertíamos todos en clientes. El rock le venía bien a la lengua oficial del capitalismo, la de la publicidad: eslogan, placer, individualismo, un sonido que te impacta sin tu consentimiento. No entendimos que las piedras mágicas que teníamos en las manos eran diamantes puros. Un tesoro en manos de una pandilla de inadaptados. Ninguno de nosotros tenía planes de hacer carrera. No pensábamos que era posible. Eso nos salvaba. Lo perdimos todo. Pero nunca hablaremos de igual a igual con los que nunca han conocido una vida que se ajusta a sus sueños punto por punto. Hoy en día me cruzo con personas que, a los veinte años, aprendían la competitividad en la escuela o el marketing en la empresa, y que quieren hacerme creer que hemos vivido la misma juventud. Yo no digo nada. Pero olvídalo, tío, olvídalo. Mi aristocracia es mi biografía. Me quitaron todo lo que tenía, pero conocí un mundo que nos creamos a nuestra medida, en el que no me levantaba por la mañana diciéndome voy a seguir obedeciendo.

jueves, 9 de marzo de 2017

Acuario - David Vann



Tenemos entre manos “Acuario”, la última novela de David Vann (aunque una aún más reciente, Bright Air Black, se puede adquirir ya on-line sin traducir, y aún tardará unos largos meses en llegar a España). David Vann es uno de esos escritores con una técnica tan refinada y unos límites éticos tan difusos en lo que respecta a la integridad física de sus personajes, que uno como lector se puede esperar absolutamente cualquier cosa: lo que es siempre seguro es que no defrauda.

David Vann fue una sorpresa en 2010 cuando Ediciones Alfabia nos trajo aquella edición impecable de "Sukkwan Island". Después, y ya a manos de Random House, llegaron otros de sus grandes logros como "Caribou Island", "Tierra" y "Goat Mountain". En las primeras novelas se repetían algunos patrones de los que poco a poco Vann se fue desprendiendo para investigar nuevas formas narrativas que sin embargo siguieron estando a la misma altura en calidad.

Un nuevo Vann entre las aguas
La publicación de una nueva novela de David Vann siempre es una grata sorpresa. Si bien considero que algunas entregas como “Cocodrilo” no han estado a la altura, también hay que pensar que este autor lleva mucho tiempo publicando aproximadamente una novela por año y esto puede estar debido a su gran éxito a nivel mundial y a la presión editorial que puede estar sufriendo.

Desde el comienzo, la pauta era tomar un pequeño puñado de personajes de psicología compleja y aislarlos de la sociedad llevándolos a regiones remotas y deshabitadas, que además solían tener climatología adversa (mucho calor, mucho frío) en las que la vida humana resultaba un reto.

La novedad en “Acuario” estriba en una nueva forma de renunciar a la sociedad estando inmersa en ella: despoja a sus personajes del dinero suficiente, convirtiéndolos así en ciudadanos de segunda categoría, pasando penurias en una casa de protección oficial a las afueras de la ciudad de Seattle. Tenemos a la joven protagonista de la novela, Caitlin, de 12 años y a su madre, Sheri Thompson, que trabaja manejando grandes contenedores con una grúa a las afueras de la ciudad, con unos turnos intempestivos y que además arrastra un doloroso pasado.

Efecto acuarela
El comienzo de “Acuario” parece estar tamizado por uno de esos filtros de imagen de efecto acuático, la pequeña Caitlin observa el mundo como a través de unas gafas azul líquido. Se hacen continuas referencias marinas que harán muy felices a los lectores enamorados del medio acuático. Las descripciones de los peces en sus detalles más curiosos y los tanques enormes del acuario de Seattle desprenden un profundo amor por el reino animal, marino en este caso.  Bajo esta premisa termina como tal la infancia de la niña, los acontecimientos se precipitan y su edad resulta escasa para estar a la altura de situaciones que difícilmente puede entender. En este momento, las cálidas y tranquilizadoras referencias marinas desparecen casi por completo de la narración y de pronto todo resulta como un golpe contra el seco asfalto: complejas relaciones familiares, un pasado no resuelto y unas situaciones que en mayor o menor medida a todos nos pueden ser conocidas.

Uno de los rasgos que caracteriza a la pequeña Caitlin es la bondad, y la forma de rehuir la realidad que se le impone es “sumergirse” de forma casi material (suele suceder cuando tiene ataques de pánico), un gesto doloroso que inevitablemente nos recuerda a la maravillosa “El gran azul”, la película sobre apnea de Luc Besson.

La adolescencia puesta a prueba
Para cualquier escritor es un reto ponerse en la piel de personajes infantiles o adolescentes, muchos olvidamos fácilmente con los años los sentimientos encontrados que suelen marcar esa etapa llena de cambios que parece interminable mientras aún se está en ella. Es remarcable la perfección con la que Vann se pone en la piel de la madre y la hija en sus diferentes edades y circunstancias, entra y sale a placer: la forma en que ambas reaccionan ante las mismas situaciones, etc. Es destacable también cómo el universo adolescente, tan complejo y cambiante, está perfectamente representado.

Toda la novela está narrada en primera persona por la misma Caitlin, que recuerda esa época que marcó un antes y un después en su vida mientras la observa ya desde lejos y a salvo, veinte años después. De esta forma, obtenemos casi un personaje más, puesto que sus oportunas intervenciones, puntualizando los acontecimientos que va narrando, hace que tengamos una visión de aquellos hechos con muchas perspectivas confluyendo.

La dureza de las situaciones familiares se complementan a la perfección con la llegada de la india Shalini, una compañera de clase de Caitlin, que aporta un contrapunto cálido y acogedor que además le sirve a Vann para reivindicar importantes situaciones sociales que aún siguen estando mal vistas en sociedades supuestamente modernas, pero no vamos a desvelar la trama ni los sorprendentes giros argumentales que nos depara.

Conclusiones finales
“Acuario” me ha gustado tanto, que la incluyo sin dudar entre las mejores entregas de este admirable autor. Antes de llegar a la mitad de la novela los personajes ya están contra las cuerdas de sus propios límites, el lector paralizado por el espanto pero por ese interés morboso tan humano, deseoso aún por seguir leyendo: “Acuario” es, sin ninguna duda, David Vann en estado puro.

El escenario donde se desarrollan los acontecimientos es la ciudad de Seattle, en el estado de Washington, EEUU: el lector curioso podrá acceder a información on-line sobre el acuario de la ciudad, que existe realmente y resulta clave dentro de esta trama; y, ya puestos, investigar sobre la larga tradición cultural de la ciudad, cuna del grunge.

Muy recomendado, en fin, una edición bastante impecable y con una buena cantidad de frases remarcables, es una de esas buenas novelas que invitan a la reflexión y que nos sigue acompañando aún después de cerrar el libro.

viernes, 8 de julio de 2016

Vernon Subutex I - Virginie Despentes



Virginie Despentes es escritora y cineasta, muy conocida en la cultura underground. Nació en Nancy, una localidad francesa, en el año 1969. Uno de sus obras más conocidas es “Fóllame”, una novela que fue llevada al cine, y “Teoría King Kong”, un brillante manifiesto feminista, entre otros títulos. Su falta de inhibición y su calidad literaria son dos de sus puntos fuertes.

“Vernon Subutex I” es la primera parte de una trilogía cuyas segunda y tercera partes aún permanecen sin entregarse a imprenta, según ha declarado la autora. Durante la pasada Feria del Libro de Madrid, en la que Francia fue el país invitado, Virginie Despentes presentó este libro, así que pude conocer algunos datos nuevos sobre su obra y ser víctima de su intensa mirada azul.

Viaje a los bajos fondos
“Vernon Subutex I” es sobre todo un ejercicio de empatía brutal. Virginie Despentes no tuvo un comienzo fácil, muy pronto tuvo que dejar el instituto y buscar un trabajo, y fue víctima de la violencia de la sociedad heteropatriarcal como bien ha narrado en sus ensayos y novelas. Sin embargo, se ha labrado un nombre importante en la literatura y el cine, y vive de ello. Pero no olvida a ese gigantesco segmento de la población para quienes cada día es un ejercicio de supervivencia. Verse atrapado en las calles sin un lugar a donde ir es más fácil de lo que parece, y ser conscientes de esta realidad y no mirar hacia otro lado, nos hace mejores personas.

París es una de esas grandes capitales donde los contrastes sociales se aprecian con mayor virulencia. Es una ciudad rica y ostentosa con un nivel de vida muy alto… para quienes se lo pueden permitir. También es el lugar donde miles de inmigrantes acuden a recoger las migajas de la promesa europea, donde también más se les invisibiliza y conmina en guetos, y donde las incompatibilidades fanáticas y las trifulcas raciales alcanzan cotas de violencia difíciles de digerir.

En París y en muchos otros sitios es muy fácil verse envuelto en la miseria, casi de la noche a la mañana: esto es lo que le sucede al protagonista, Vernon Subutex, quien se ve acosado por las deudas y obligado a cerrar su negocio, mientras poco a poco la miseria le engulle como si de una ciénaga voraz se tratase.

Narración en fotogramas
Con “Vernon Subutex I” no valen excusas: quienes prefieren ver la película antes que leer el libro se darán cuenta de que en esta novela el ritmo es trepidante y las escenas son poderosamente visuales, de modo que parece haber sido escrita para llevarla al cine. Al menos, no cabe la menor duda de que su autora también trabaja para la industria cinematográfica. En cualquier caso, el libro se lee muy deprisa, a pesar de sus más de 300 páginas.

Ve la persiana bajada de la floristería, los tres chavales mamados que avanzan dando tumbos, una silueta tumbada en el banco de una parada de autobús. Los acontecimientos de la noche anterior desfilan por debajo de su cráneo sin suscitar en él la menor reacción. Está apagado. Es un espectador, alguien que se ha colado dentro de sí mismo, un clandestino. Porque al final ha sucedido: el vacío lo ha engullido.

Durante la presentación del libro en Madrid, el público estaba conformado casi exclusivamente por mujeres miembros del colectivo LGTBI, pero un señor mayor con aspecto de estar ahí por casualidad intervino en el turno de preguntas, muy asombrado porque la trama del libro coincidía punto por punto con su vida: también él había tenido en el pasado una tienda de discos que quebró. Lo curioso es que nadie se interesó por saber los detalles, al fin y al cabo el público se había reunido allí para hablar del libro y escuchar a la maravillosa Virginie, a nadie le interesaba ese señor, menos aún si era un mendigo.  Una vez más, la ficción captó el interés por encima del mundo real. La ceguera social que transmite la novela se hizo realidad allí sin ensayarlo.

Despentes prometió mantener el ritmo frenético en las siguientes entregas de la novela, que contará entre sus nuevos personajes con un protagonista femenino arrollador: una motera tatuada. Espero leerlo muy pronto.

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