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viernes, 7 de junio de 2019

"En busca de Mary Shelley" - Fiona Sampson



Cómo se empieza a escribir sobre Mary Shelley. Cómo se rinde justo homenaje a la mujer que inauguró sin saberlo un nuevo género literario con “Frankenstein” y que por su trayectoria profesional y vital es el referente indiscutible de mujer del Romanticismo. Sin duda Fiona Sampson lo ha conseguido. Ha escrito una biografía que desarma al lector poniéndose el listón cada vez más alto: contextualizando en el tiempo y en el espacio cada-minúsculo-detalle de la vida de Mary y ofreciendo hipótesis y datos contrastados en torno a la influencia que tuvieron en ella tanto su entorno social y cultural como el familiar y afectivo.

Este libro es una auténtica maravilla. Una virguería tanto en forma como en contenido. Si no conoces a Mary, te enamorarás de ella entre estas páginas. Si ya estás al tanto de su trayectoria en mayor o menor medida, te enamorarás aún más si cabe… porque no se puede conocer la historia de Mary Shelley sin amarla.


Termina el siglo XVIII, y entonces…

El 30 de agosto de 1797 vino al mundo Mary Shelley para confirmar que difícilmente puede salir mal el hecho de ser una escritora nacida entre dos siglos. A los pocos días, y por complicaciones derivadas del parto, su madre muere en una agonía horrible, provocada por una septicemia (inducida a su vez por un médico que no se lavó las manos). Recordemos que los primeros científicos que relacionaron higiene e infecciones terminaron en la cárcel por alborotadores, y recordemos además que en aquella época no existían los antibióticos; también, que la sabiduría natural de las “brujas” se había quemado en las católicas y apostólicas hogueras. Pues bien: esa mujer muerta tras el parto era la gran Mary Wollstoncraft, a la que las feministas actuales reivindican por la genial obra “Vindicación de los derechos de la mujer”: la misma filósofa y escritora que ya antes había dado a la imprenta la “Vindicación de los derechos del hombre” (pero eso, al parecer, fácilmente se nos olvida) y, aún antes, la menos atinada “La educación de las hijas”.

Hay una anécdota preciosa que retrata a William Godwin, el filósofo e intelectual padre de Mary Shelley, visitando la tumba de Mary Wollstonecraft junto a la pequeña, y enseñándole a leer poco a poco haciendo que siguiera con sus pequeños deditos los surcos tallados en la piedra que formaban las letras del nombre de su madre en la lápida. Ese lugar se convirtió en el refugio de la pequeña niña, era donde acudía cada vez que quería darle un abrazo a su madre. Allí se inspiraba y escribía, sentada junto a la tumba, y allí es donde llevó a Percy Shelley al poco de conocerle, algo que tiene sentido si se piensa que era la forma más cercana y real de presentarle a su madre a su enamorado.

Volviendo a los primeros pasos lectores de la joven Mary, hay un pasaje en la página 50 de “En busca de Mary Shelley” ante el que inclinarse y quitarse el sombrero: aquel en el que Sampson investiga y recrea el despunte de la literatura infantil en la industria editorial aún muy joven y poco corrupta de 1800. Argumenta y contextualiza el tipo de libros a los que Mary pudo tener acceso, teniendo en cuenta también el entorno intelectual del que disfrutaba en casa, el poder adquisitivo de su padre, así como la manera en que estas historias infantiles pudieron tener influencia en la escritora que ya casi se adivinaba en ella. Seria, organizada, meticulosa, intensa hasta el paroxismo y con una necesidad imperiosa de plasmarlo todo por escrito, mantenía un diario desde muy joven y ya nunca dejó de escribir.


Mary escritora

La irrupción de Percy en la vida de Mary es decisiva. La manera en que se fugan el 28 de julio de 1814 a un largo viaje por Francia, Suiza, Alemania y Holanda, llevando consigo a la tercera en discordia, Claire (hermanastra de Mary), es un hito en la historia de la literatura. En la historia rosa de la literatura, si se quiere. Es el punto de inflexión que determina el fin de una infancia entre filósofos, cultura y libros, como mera observadora embelesada, y el comienzo de una etapa en la que Mary disfruta del entorno cultural e intelectual de su generación e interviene por derecho propio en el mismo.

Me han sorprendido gratamente las hipótesis que hacia el final de la obra lanza Sampson en relación a lo que verdaderamente unía a las dos hermanastras, y por qué resultaron ser siempre inseparables a pesar de la manera de ser infantil y caprichosa de Claire, y el modo en que añadió dolor a la ya de por sí difícil relación entre el matrimonio Shelley. Pero no lo desvelaré aquí, es demasiado perfecto, tendrán que acudir a sus librerías para saberlo.

Mary se quedaba embarazada con facilidad y perdía a sus hijos casi de la misma manera. Mientras, Percy se divertía por ahí con Claire y disfrutaba de su alocada vida de poeta y aristócrata arruinado, siendo siempre coherente con su pensamiento revolucionario y provocador, que incluía cuestiones tan sacrílegas para la época como el ateísmo, el amor libre, el vegetarianismo, etc. El problema es que también era manipulador y caprichoso, y mantenerse a su lado conllevaba el sacrificio de vivir tal y como él lo hacía, porque de otro modo no entendía la lealtad, (¡así de mal entendida la tenía!). Así, por ejemplo, comprometía a Mary para que tuviera relaciones con amigos suyos (a fin quizá de tener coartada para hacer él lo mismo por su cuenta con otras personas) o le imponía el vegetarianismo, en una Inglaterra en la que conseguir fruta y verdura de calidad sería aún más difícil que en la actualidad, si cabe, y donde la información nutricional brillaría por su ausencia (igual que ahora, también).

Uno de sus viajes les llevó a Villa Diodati, la casa que Lord Byron alquiló en Suiza, a orillas del lago Lemán, para pasar el verano de 1816, el verano en que hizo tanto frío como en invierno. Como no podían disfrutar de paseos al aire libre ni de las embarcaciones en el lago, se reunían a la luz de las velas para disfrutar de las tormentas mientras leían un libro alemán de relatos de fantasmas, “Fantasmagoriana ou Receuil d’Histories de Spectres, Revenants, Fantômes, etc.” Todos los miembros del grupo estaban familiarizados con la novela gótica, y es en este escenario donde Lord Byron sugiere que cada uno de ellos escriba su propia historia, a fin de inspirarse unos a otros y generar un pasatiempo con forma de desafío literario.

Mientras tanto, sin que ellos lo sepan, el hostelero del cercano Hôtel d’Angleterre en Sécheron, ha instalado un telescopio para que los huéspedes puedan curiosear qué se cuece en la casa donde se aloja el ya famoso, escandaloso e irreverente (“loco, malvado, peligroso”) Lord Byron. Con su formalidad habitual, Mary es la única que se toma en serio el encargo y empieza a escribir su “Frankenstein” inspirada por sus viajes con Claire y Percy (el castillo Burg Frankenstein, cerca de la Selva de Oden en Alemania) así como por la ambientación tétrica de aquel verano y los avances científicos galvanistas de su época, cuyos experimentos y escenificaciones causaban furor en los teatros de las ciudades.

Y, ¿¡¡cómo no iba a verse influida Mary, si además de todo lo que ya sabemos, fue coetánea de artistas de la talla de: Goethe, Beethoven, John Keats, William Blake, William Wordsworth, Emily Dickinson, Walt Whitman, S.T. Coleridge, Edgar Allan Poe, Alfred Tennyson, J.H. Füssli, Robert Burns, Charles Baudelaire, George Sand (A.A. Lucile Dupin), Robert Browning, Chateaubriand, Weber, Caspar David Friedrich, Goya, Velázquez y los mismísimos Percy Bysshe Shelley y George Gordon Byron, entre otros muchos y muchas…!!?


La vida a partir de Frankenstein o el moderno prometeo

Resulta muy revelador cómo Sampson analiza la evolución de la escritura de la joven Mary a través de sus diarios y sus obras literarias, con precisión y cuidado, así como la vasta influencia que su obra ha tenido en el mundo occidental. Tenía una inquietud cultural férrea y se dedicaba a leer y a escribir, a aprender idiomas y escribir, a disfrutar del arte y escribir, a corregir y transcribir las obras de Shelley y Byron y escribir, a observar la naturaleza y escribir, a observar su propio mundo interior y escribir…

La vida de Mary fue larga teniendo en cuenta la esperanza de vida de su época, y después de ese episodio clave en Villa Diodati conoció el reconocimiento literario y la fama, vivió en mil y un lugares diferentes y tuvo muchos momentos de felicidad y también de desdicha, pues aún le esperaban muchos incidentes dramáticos en su vida. El tétrico listado de muertes que arrastraba es imponente, y cómo se sobrepuso a ellas, admirable.

No se trata de resumir aquí “En busca de Mary Shelley”, dejémosla insuflando vida al monstruo con palabras en su habitación propia mientras Percy y Byron recorren juntos Venecia. Yo elijo quedarme observándolos en sus momentos más emocionantes e inspiradores. La historia de este grupo de personajes mágicos marcó una etapa intensamente agridulce de mi vida que creí que había terminado hace mucho, cuando realmente no había hecho más que empezar. Fiona Sampson, de la mano de Galaxia Gutenberg, ha venido a endulzar unos días en los que siento a la preciosa Mary más cerca que nunca: porque este libro no supone un viaje al pasado donde nos situemos cómodamente a observarles, no; va mucho más allá. Son ellos mismos situados en nuestro presente tal y como se los percibe, debido a la apabullante cercanía a través de la que casi podemos acariciarles, sentirles, escuchar sus voces y recibir su esencia… gracias al admirable trabajo de Fiona Sampson.

jueves, 23 de mayo de 2019

como Alicia corriendo detrás


Te apareciste

No te acercaste

ni entraste sin llamar

Te apareciste

A pocos centímetros de mi cara

de repente

Como una virgen salvífica de sonrisa infinita

y esa luz preciosa y brillante alrededor,

agitando orgulloso una botella en alto

para que todos la vieran

una de aquellas botellas con un mensaje dentro

que Shelley lanzaba al mar

Y dentro estaba escrito mi nombre

En las palmas de tus manos

estaba escrito mi nombre

En las paredes de aquel bar

y al otro lado de los espejos

siempre estuvieron escritos

como Alicia corriendo detrás

de nuestros nombres


Del texto: 
© Todos los derechos reservados - Mar López, 2019

martes, 21 de marzo de 2017

Los últimos pasos de Keats en Roma

Aquí yace alguien cuyo nombre fue escrito en el agua

Me fascina el componente literario de los viajes. Cualquier excusa es válida, en realidad, mientras se mantenga el espíritu viajero y no se convierta uno en un turista. En esta ocasión viajé a Roma (más exacto sería decir que peregrinaba) porque había idealizado por varios motivos el lugar en el que está enterrado John Keats.

Por un lado y principalmente, porque posee el epitafio más hermoso del mundo; por supuesto, también por la calidad de su obra y el respeto que le profeso. También me influyó mucho leer lo que Oscar Wilde escribió sobre ese lugar (él mismo se postró en su momento ante esa tumba), en un artículo de 1877 titulado sencillamente “La tumba de Keats” en el que describe el cementerio en el que se encuentra y dice preciosas cosas como esta:

“En pie junto a la tumba mezquina de este divino adolescente, yo lo veía como a un sacerdote de belleza prematuramente inmolado (…)”

Una motivación más era el magnífico poemario “La tumba de Keats” (1999) del genial Juan Carlos Mestre, uno de nuestros poetas nacionales más destacados, que escribió parte de ese largo poema allí mismo:

“He pasado la tarde junto a la tumba de Keats,
me he postrado ante la guarida donde la divinidad no es un ser poderoso,
no he descendido a ningún otro infierno que no fuese mi vida (…)”

Mucho se ha escrito sobre este lugar, el Cimiterio Protestante o Acattolico de Roma, que allí consideran un museo. Es precioso, sosegado, se detiene el tiempo tras atravesar la puerta como suele suceder en estos lugares (en cuanto se sale de España, el drama de visitarlos y venerarlos, desaparece). Hay una pequeña tienda a la entrada con ediciones conmemorativas de los románticos ingleses más conocidos, postales, etc., también hay huchas diseminadas por los muros, para hacer donativos al cuidado de los gatos que habitan entre las lápidas. Hay unas esculturas preciosas en otras tumbas, una placa conmemorativa a Percy Shelley, un banco de madera ante las tumbas de Keats y Severn. Y el respeto que se respira allí, también es digno de mención. Es fácil encontrar mapas en línea que sitúan este preciado pequeño lugar en el mundo, en la esquina derecha del recinto dejando a la espalda la pirámide de Cayo Cestio, no tiene pérdida. Hay un algo imantado que arrastra hacia ese punto nada más llegar, quizá sea sugestión pero la sensación es la de estar muy cerca de algo sagrado, la emoción es real, la de los visitantes que no pasaban por allí de casualidad. Es indescriptible, en cualquier caso, que siga inspirando generaciones desde 1821.








Es conveniente comprobar los horarios antes de ir, tanto del cementerio como del otro lugar de visita obligada y que suele pasar desapercibido a pesar de su inmejorable ubicación: la casa-museo en Plaza de España, 26: el lugar donde vivió Keats desde septiembre de 1820 en Roma, y donde finalmente murió el 23 de febrero de 1821.

El edificio se encuentra situado a la derecha de la famosa escalinata si uno la mira desde abajo de frente: es el primer portal, y se dice que Keats se entretenía con el bullicio de la plaza y la fuente durante sus últimos días de vida. En aquella época, era habitual que los muchachos más apuestos se sentaran en esas escaleras para que los escultores y pintores los eligieran como modelos.

El Vaticano ordenó quemar todos los muebles y objetos de la habitación de Keats tras su muerte. Pero a pesar de las zancadillas eclesiásticas, años después se fundó el museo y se consiguió mantener en pie el edificio, por lo que hoy en día se pueden visitar estas habitaciones con pocos cambios, o más bien respetando la esencia. Las donaciones y ampliaciones que se han ido consiguiendo con el paso de los años, lo han convertido en un museo que no sólo se centra en la vida y obra de Keats (aunque sí es quien afortunadamente tiene el  mayor protagonismo), sino que podemos encontrar cartas, poemas manuscritos, utensilios, primeras ediciones de sus obras (algunas firmadas por los autores), relicarios con mechones de pelo y muchas otras reliquias de Keats y coetáneos como Shelley, Mary y Byron, a pesar de que estos jamás visitaron a Keats en esa casa y de que en ciertos momentos existió rivalidad entre ellos: nada se dice de esto en el museo, de las burlas o de cómo Keats logró la fama gracias a su talento a pesar de sus orígenes humildes y de no poseer riquezas y títulos nobiliarios como el resto del “grupo” en el que ahora se le incluye, en cierto modo, erróneamente. Cómo no ceder a la tentación y comprarse la camiseta en la minúscula tiendecita del museo, pero es curioso pensar qué opinarían sobre la misma Keats, Byron y la pareja Shelley, en fin. Otra sorpresa genial que aguarda dentro del museo son algunos fragmentos manuscritos de Oscar Wilde, procedentes de sus cartas y artículos.

La entrada al museo cuesta solamente 5€, y se puede permanecer dentro tanto tiempo como se desee; en cuanto al cementerio, la entrada es libre, si bien hay carteles que solicitan un donativo de al menos 3€ para el mantenimiento del mismo (sin olvidar los donativos para los preciosos felinos que vigilan y cuidan).














Otro destino relacionado con la literatura en Roma, y que tampoco aparece en las guías de viaje, es la Biblioteca Angelica, se encuentra muy cerca de la Plaza Navona, en la Plaza de San Agustín 8. Fue inaugurada en 1604, la primera biblioteca pública en Italia, fundada por el obispo agustino Angelo Rocca, de la que procede su nombre. Posee multitud de tesoros bibliográficos pero aunque está abierta al público no está preparada para la visita como tal: el personal de la entrada deja pasar a regañadientes, insisten en que no saques más de una foto sin flash y vigilan para que te vayas rápido. No se puede pasar más allá de la entrada, prácticamente, pero es suficiente para perder el aliento por unos instantes, merece la pena.




Roma es inabarcable, yo estuve sólo tres días y por supuesto me quedaron muchas cosas pendientes, pero lo relacionado con Keats, la fontana de Trevi de noche, el café, la pizza y los helados, cómo no, eso está hecho y brindo por ello.

Feliz día de la poesía...



Del texto y las fotografías: 
© Todos los derechos reservados - Mar López, 2017


domingo, 31 de enero de 2016

La necesidad del ateísmo - P.B. Shelley


¿Quiénes eran los románticos  ingleses? ¿Hacían algo más aparte de abstraerse en la poesía y vivir apresuradamente? ¿Establecían cátedra sobre algún asunto, se implicaban en los problemas de la sociedad? Percy Bysshe Shelley fue uno de los autores destacados de este movimiento, quizá ligeramente ensombrecido por la fama de su inseparable amigo el poeta Lord Byron. En este volumen encontramos una gran cantidad de datos sobre su biografía y mucho más acerca de sus artículos y escritos en prosa, más desconocidos y un tanto olvidados.

La editorial Pepitas de Calabaza, (cuyo nombre, a modo de curiosidad, procede de la película “Amanece que no es poco”) comenzó su andadura en 1998, y desde entonces ha iluminado el panorama editorial español con grandes aportaciones y estupendos rescates literarios, como podemos comprobar visitando su catálogo. Este libro es un punto de partida perfecto para sumergirse en su valioso y heterogéneo catálogo.



Romanticismo inglés y otros excesos

Si algo aprendemos con la lectura de “La necesidad del ateísmo” es a ubicar a P.B. Shelley dentro de su época y contexto. Su espíritu libre y profundamente justo no pudo soportar la desigualdad imperante en todos los aspectos de la sociedad, y se rebeló contra las instituciones y contra todo aquello que estuviera socialmente establecido, viviendo de una forma coherente a su pensamiento a una velocidad tan vertiginosa que le conminó a morir a la edad de treinta años.

Algunos de los principales poetas románticos ingleses son William Wordsworth, Samuel Taylor Coleridge, Lord Byron, Percy Bysshe Shelley y John Keats, precedidos por William Blake. Si bien las relaciones entre todos ellos fueron confusas y no siempre fáciles, sus libros han llegado hasta nosotros y han establecido las pautas acerca de una nueva forma de escribir y vivir la poesía que fue muy novedosa y radical en su momento.

El movimiento surge a finales del s. XVIII a partir de las tensiones producidas por las revoluciones francesa e industrial. Se parte de un profundo rechazo a todos esos cambios, y los poetas se basan en la antigüedad clásica para extraer de ella los temas y los motivos de sus obras.

Pero volviendo a Shelley, en los textos introductorios de este magnífico libro encontraremos toda la información relativa a su biografía, y aprenderemos, con todo lujo de detalles, cómo formó su personalidad rebelde y libre en la prestigiosa escuela de Eton y en la universidad de Oxford (de donde sería expulsado por sus escritos revolucionarios), leyendo filosofía y literatura clásica, experimentando con la electricidad, estudiando a los antiguos alquimistas y entusiasmándose con la literatura gótica.


Shelley y las religiones

¿Por qué rechazaba Shelley las religiones? Porque había invertido mucho tiempo en leer, aprender y establecer sus propias deducciones al respecto. Y se basaba en grandes autores para afirmar brillantes sentencias como la siguiente: “La religión significa intolerancia en sí misma. Las diferentes sectas solo toleran sus propios dogmas (…) Saben que les temes; pero si te mantienes de pie al margen, entonces ellos te temen a ti”.

Shelley fue el primer defensor público del ateísmo en Inglaterra, con todo lo que ello supone. La firme creencia en sus propias ideas le llevó a verse expulsado de la universidad y a ser desheredado por parte de su familia, que gozaba de una posición muy privilegiada (su padre era miembro del Parlamento y él iba a heredar el título de barón). Podría haber evitado esta exclusión social simplemente retrayéndose de sus afirmaciones, pero fue coherente y prefirió vivir una vida difícil pero auténtica, al margen de todo lo que despreciaba.

En este libro encontramos textos relacionados con muchos otros temas que le interesaban y preocupaban además de la religión: la injusticia social, la precariedad laboral, los abusos del poder, la teoría poética, el anarquismo, la república, la traición, la pena de muerte, la dieta libre de carne animal y muchos otros. Todos ellos son textos breves, de unas pocas páginas, de gran interés y magistralmente redactados y traducidos, que se leen rápidamente y aportan una gran luz a estos temas y a la persona de Shelley como pensador y creador. Los editores nos brindan además una cronología resumida y muy completa para localizar con facilidad los grandes hitos de la vida de este infatigable autor.

“La necesidad del ateísmo”, que da título al libro, es un texto breve que escribió junto a su compañero inseparable de Oxford, Thomas Hogg. En él se declaran ateos por falta de pruebas y aportan decenas de argumentos basados en la ciencia y en la observación, que dificultan la creencia en la existencia de ninguna deidad. Entienden que cualquier dios es una mera hipótesis creada por el hombre, y plantean la sospecha de que ninguna religión acepta que se pongan en tela de juicio sus dogmas, sino que estos deben admitirse y darse por válidos. Pero hay muchas otras razones, y todas ellas están contenidas en este libro.


Mensajes en botellas

El pensamiento de Shelley se vio fuertemente influenciado por William Godwin y Mary Woldstonecraft, padres de Mary Shelley (autora del mundialmente conocido “Frankenstein”). Mary W., precursora del feminismo mundial, fue clave en la reafirmación del pensamiento igualitario que Shelley había defendido de una forma natural desde siempre.

El libro imprescindible de Mary W. es “Vindicación de los derechos de la mujer”, un ensayo atrevido y brillante y de rabiosa actualidad sobre la igualdad entre hombres y mujeres. Pero si leemos otro de sus libros, “La educación de las hijas”, encontraremos grandes incoherencias en su pensamiento, quizá influenciadas por la presión social machista de su época, que impedían a la mujer revelarse contra las costumbres establecidas.

En cuanto a Shelley, su difícil relación con el matrimonio se justifica precisamente en la creencia de que los condicionamientos sociales perturbaban el amor en las relaciones entre personas. Por ello, defendía el amor libre y las relaciones abiertas. No obstante, y aún en contra del matrimonio, se casó dos veces a lo largo de su corta vida, y defendía  su forma de actuar basándose en unos fundamentos teóricos.

Pero sus  razones no impidieron que su primera mujer, Harriet Westbrook, se suicidara cuando Shelley la abandonó por Mary Shelley, recordándole los principios de amor libre en los que creía. Y es que en el siglo XVIII o en cualquier otro, un abandono repentino a favor de un nuevo amor, nunca ha sido fácil de gestionar. La literatura mundial está llena de grandes ejemplos al respecto.

Shelley hacía copias de sus escritos y las repartía manualmente. También lanzaba botellas al mar tras rellenarlas con sus escritos revolucionarios, entre otras acciones de propaganda. Quién sabe si no sería posible encontrar algún día, en cualquier orilla del planeta, una de estas botellas con mensaje dentro y recibir directamente de manos de Shelley su testigo. Mientras tanto, en este magnífico libro encontraremos material suficiente para compartir con él una hermosa travesía.

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