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domingo, 2 de enero de 2022

"Cuando lo sugerente se hace evidente" - Aldo Linares


 

Hay algo a la par hermoso y agotador al reflexionar sobre lo intangible. Lo que Aldo me transmite es la idea de un artesano que moldea figuras, que amalgama filosofía, poesía y certezas para dar forma a lo que no se ve, pero es. El resultado (esas figuras) son la representación de pensamiento, arte y memoria.

Aldo también me transmite dulzura, ilusión, emoción apenas contenida, educación o formas (que de tan perdidas, advertirlas de nuevo en alguien resulta extraño), comedimiento, infinita curiosidad, buen gusto y una sensibilidad a flor de piel, o a raudales.

Busco a Aldo en las redes después de que sus intervenciones en Cuarto Milenio me resulten cada vez más demasiado espaciadas, tras darme cuenta también de que su energía atraviesa la pantalla y entreveo en sus gestos, en sus palabras y sus miradas una verdad, una inocencia y una sencillez que me agradan. Resulta evidente que la participación de Aldo en los programas añade a estos un extra de misterio y fascinación de las que ningún otro colaborador es capaz. A excepción, claro está, de Paloma Navarrete: todas sus intervenciones son historia desde el momento que se emitieron.

Encuentro su canal de YouTube y me gusta encontrar momentos tranquilos para escucharle hablar con ese sosiego tan personal, con su brillo tan especial en los ojos (en esa chispa se encuentra la emoción inocente y pura del niño que fue y que es porque vive en él) buscando la verdad y dándole forma a la belleza. A través de conversaciones con otras personas a las que admira y de las que pretende aprender, generando un diálogo enriquecedor del que podamos beneficiarnos muchas otras personas al otro lado de la pantalla. 

Algo en esos vídeos hace que mi memoria vuele a mi antiguo salón de hace 4 o 5 casas, invadido por fantasmas que se divierten contando historias de humanos. Presencias espectrales porque si estiras el brazo no eres capaz de tocarlos, porque cuando los necesites nunca estarán, porque se divertirán a tu costa, porque te robarán energía y objetos que nunca recuperarás. Te dejarán una herida abierta, preguntas sin respuesta y mucho dolor.

Se dice que los espíritus son tal y como fueron cuando estaban vivos: pasar al otro lado no nos hará peores, o mejores, lo que somos ahora seguirá. Incluso las personas más sensibles e inteligentes (o especialmente ellas) son a menudo engañadas.

En este libro tanto en la palabra escrita como en los espacios entre líneas se encuentran las respuestas (o preguntas que llevan a otras preguntas que a veces son en sí mismas respuestas). Aldo relata sus experiencias paranormales (sucesos que la ciencia aun no es capaz de explicar) desde que era niño, en una suerte de biografía a través del misterio. 

Algunos pasajes resultan extremadamente intensos y evocadores. Uno de ellos relata un viaje con amigos a la zona andina, cuando Aldo todavía vivía en Perú. Tras una excursión por una montaña encontraron a un grupo de personas sentadas en círculo que les invitaron a unirse a ellos: la reunión giraba en torno a una mujer mayor que hablaba en quechua. Tuvieron la gran suerte y el honor de participar en un rito ancestral de culto a la Tierra y esto hizo que se derribasen sus certezas urbanitas y en menos de hora y media solo fuimos nuestros nombres (pág. 104).

Es necesario leer el relato, de varias páginas y rico en detalles, en palabras de Aldo para comprender toda su inmensidad y significado. La lectura me trae sin querer el recuerdo de otro círculo también ritual e iniciático, de cuya circunferencia me excluí a consciencia. Era una noche de San Juan y en el momento de juntar todas las tazas de barro en el centro, una puerta se cerró en el piso superior dando un fuerte portazo. Era un dúplex con todas las ventanas cerradas en ese momento y sin posibilidad de corrientes u otras explicaciones científicas que le dieran sentido terrenal a ese fuerte golpe, que al recordarlo ahora aún me resuena. Hay otros acontecimientos en mi vida que recuerdo muy claros y para los que no he conseguido encontrar explicación física pero que sencillamente son, no me los cuestiono porque nunca he considerado que las energías que los generaron tengan algo que ver conmigo.

Antes de la experiencia andina, Aldo cita El Arte es Magia y la Magia es Arte liberado (pág. 98), lo que indefectiblemente me lleva a Alan Moore y su tan especial “Ángeles fósiles”. Su lectura me aclaró muchas preguntas y me generó evidencias que aún me sirven.

Otra referencia literaria muy clave que encuentro entre estas páginas es a Leopoldo María Panero (pág. 61), cuya letra temblorosa y ya ilegible, escrita pocos meses antes de morir, se encuentra para siempre plasmada en algunos libros de la biblioteca de nuestra casa. Es curioso que mientras leía “Cuando lo sugerente se hace evidente”, y a las pocas páginas de su mención, una amiga me lo recordara, hablando por chat sobre libros y locura. Es posible que las casualidades no existan.

El gusto selecto de Aldo se explaya en la música, el libro incluye la referencia a una lista de canciones de Spotify un tanto tenebrosa e inquietante, y suspiro ante la fotografía de sus antiguas entradas a conciertos de Depeche Mode, Nick Cave, The Cure… (pág. 138). Su relación con la música es muy especial, me gusta cómo describe uno de sus más preciados recuerdos en el que, siendo niño y en la cocina de la casa familiar durante el desayuno, tenía ocasión de escuchar algunos de sus programas de radio favoritos y hallaba una fuga hacia lugares que no veía pero que existían: las canciones (pág. 41).

Con respecto a esa “fuga”, me he sentido muy reflejada en los pasajes que describen su traslado a Madrid, siendo muy joven. La misma ciudad que me acogió con su espectáculo de luz, multitud, color y brillo cuando tenía la misma edad que tenía Aldo cuando aterrizó allí, él proveniente eso sí, de mucho más lejos. Salí hacia mi habitación y, con la luz apagada, me metí en la cama hasta quedarme dormido, viendo la maleta sin cerrar a un lado. Era mi vida al descubierto (pág. 123) (…) me hallé sacando cosas de la maleta en un barrio que no conocía, dentro de una ciudad totalmente desconocida al otro lado del mundo. Si bien no lo estaba, no podía evitar saberme individualmente solo (pág. 131). Madrid sigue acogiendo a Aldo mientras que para mí nunca fue apenas algo más que un amago de hogar, por fortuna encontré arrullo a orillas del mar cuando aceptar irme fue más sencillo que negarme.

Cuando Aldo relata una investigación con algunos integrantes de La Escóbula de la Brújula y del Grupo Hepta, describe a Piedi con su máquina de fotos entrando en una cueva por un estrecho túnel y, ensoñado o sugestionado, Aldo la imagina avanzando en días pretéritos haciendo el recorrido con una antorcha (pág. 180) Leer este pasaje automáticamente me devuelve recuerdos de la multitud de viajes que he realizado los últimos años por diferentes países acompañada tan solo por una mochila, fascinándome especialmente ante los solitarios castillos totalmente en ruinas que encontré en varias exploraciones por Escocia y que me transportaban instantáneamente al pasado creyendo poder ver la cotidianeidad, sus gentes, las texturas y los olores. 

La sugestión nos expone en gran medida, de forma que puede resultar peligroso. Como bien dice Aldo un poco más adelante, tomar conciencia de que estás lejos de tu campo base te produce dos cosas: o te desorienta al máximo o te ayuda a redefinir tu eje (pág. 190). Conozco la sensación de buscar perderse intencionadamente, o encontrar placer en ello cuando no estaba de forma fehaciente entre los planes del viaje. La desubicación es clave para volver a encontrarse cuando se viaja pretendiendo que los momentos y los lugares pasen por una, no solo para que una pase por ellos.


Por eso me gusta mucho esta fotografía que tomé del libro de Aldo sobre el pozo votivo fundacional de L’Almoina de la antigua ciudad de Valentia: un lugar excavado previamente al inicio de la construcción de la ciudad y donde se enterraron restos de un ritual para asegurar la prosperidad de lo que allí en torno se iba a construir. Se consideraba una puerta abierta al mundo del más allá y se abría solo tres días al año, en los cuales podía atravesarlo alguna presencia no deseada. Es la conexión perfecta entre el bullicio frívolo del presente con el recogimiento mísitico del pasado. "Cuando lo sugerente se hace evidente" también es conexión, reflexión, apertura.

Este libro bien supone la experiencia de un viaje, el de una persona tan especial como es Aldo Linares y en cuyas páginas he podido encontrar multitud de ecos en los que verme reflejada y por supuesto, disfrutar y enriquecerme, sentir vértigo y regocijarme. Creo que puede servir a muchas personas con intereses y conexiones en la misma frecuencia. Si algo me gusta es descubrir la esencia y personalidad en seres especiales que se dejan ver, sin duda en este libro es algo que se encuentra a mares y se disfruta.

Parafraseando la habitual y hermosa despedida de Aldo, que es una seña de su identidad… que todo os sea propicio.


martes, 21 de marzo de 2017

Los últimos pasos de Keats en Roma

Aquí yace alguien cuyo nombre fue escrito en el agua

Me fascina el componente literario de los viajes. Cualquier excusa es válida, en realidad, mientras se mantenga el espíritu viajero y no se convierta uno en un turista. En esta ocasión viajé a Roma (más exacto sería decir que peregrinaba) porque había idealizado por varios motivos el lugar en el que está enterrado John Keats.

Por un lado y principalmente, porque posee el epitafio más hermoso del mundo; por supuesto, también por la calidad de su obra y el respeto que le profeso. También me influyó mucho leer lo que Oscar Wilde escribió sobre ese lugar (él mismo se postró en su momento ante esa tumba), en un artículo de 1877 titulado sencillamente “La tumba de Keats” en el que describe el cementerio en el que se encuentra y dice preciosas cosas como esta:

“En pie junto a la tumba mezquina de este divino adolescente, yo lo veía como a un sacerdote de belleza prematuramente inmolado (…)”

Una motivación más era el magnífico poemario “La tumba de Keats” (1999) del genial Juan Carlos Mestre, uno de nuestros poetas nacionales más destacados, que escribió parte de ese largo poema allí mismo:

“He pasado la tarde junto a la tumba de Keats,
me he postrado ante la guarida donde la divinidad no es un ser poderoso,
no he descendido a ningún otro infierno que no fuese mi vida (…)”

Mucho se ha escrito sobre este lugar, el Cimiterio Protestante o Acattolico de Roma, que allí consideran un museo. Es precioso, sosegado, se detiene el tiempo tras atravesar la puerta como suele suceder en estos lugares (en cuanto se sale de España, el drama de visitarlos y venerarlos, desaparece). Hay una pequeña tienda a la entrada con ediciones conmemorativas de los románticos ingleses más conocidos, postales, etc., también hay huchas diseminadas por los muros, para hacer donativos al cuidado de los gatos que habitan entre las lápidas. Hay unas esculturas preciosas en otras tumbas, una placa conmemorativa a Percy Shelley, un banco de madera ante las tumbas de Keats y Severn. Y el respeto que se respira allí, también es digno de mención. Es fácil encontrar mapas en línea que sitúan este preciado pequeño lugar en el mundo, en la esquina derecha del recinto dejando a la espalda la pirámide de Cayo Cestio, no tiene pérdida. Hay un algo imantado que arrastra hacia ese punto nada más llegar, quizá sea sugestión pero la sensación es la de estar muy cerca de algo sagrado, la emoción es real, la de los visitantes que no pasaban por allí de casualidad. Es indescriptible, en cualquier caso, que siga inspirando generaciones desde 1821.








Es conveniente comprobar los horarios antes de ir, tanto del cementerio como del otro lugar de visita obligada y que suele pasar desapercibido a pesar de su inmejorable ubicación: la casa-museo en Plaza de España, 26: el lugar donde vivió Keats desde septiembre de 1820 en Roma, y donde finalmente murió el 23 de febrero de 1821.

El edificio se encuentra situado a la derecha de la famosa escalinata si uno la mira desde abajo de frente: es el primer portal, y se dice que Keats se entretenía con el bullicio de la plaza y la fuente durante sus últimos días de vida. En aquella época, era habitual que los muchachos más apuestos se sentaran en esas escaleras para que los escultores y pintores los eligieran como modelos.

El Vaticano ordenó quemar todos los muebles y objetos de la habitación de Keats tras su muerte. Pero a pesar de las zancadillas eclesiásticas, años después se fundó el museo y se consiguió mantener en pie el edificio, por lo que hoy en día se pueden visitar estas habitaciones con pocos cambios, o más bien respetando la esencia. Las donaciones y ampliaciones que se han ido consiguiendo con el paso de los años, lo han convertido en un museo que no sólo se centra en la vida y obra de Keats (aunque sí es quien afortunadamente tiene el  mayor protagonismo), sino que podemos encontrar cartas, poemas manuscritos, utensilios, primeras ediciones de sus obras (algunas firmadas por los autores), relicarios con mechones de pelo y muchas otras reliquias de Keats y coetáneos como Shelley, Mary y Byron, a pesar de que estos jamás visitaron a Keats en esa casa y de que en ciertos momentos existió rivalidad entre ellos: nada se dice de esto en el museo, de las burlas o de cómo Keats logró la fama gracias a su talento a pesar de sus orígenes humildes y de no poseer riquezas y títulos nobiliarios como el resto del “grupo” en el que ahora se le incluye, en cierto modo, erróneamente. Cómo no ceder a la tentación y comprarse la camiseta en la minúscula tiendecita del museo, pero es curioso pensar qué opinarían sobre la misma Keats, Byron y la pareja Shelley, en fin. Otra sorpresa genial que aguarda dentro del museo son algunos fragmentos manuscritos de Oscar Wilde, procedentes de sus cartas y artículos.

La entrada al museo cuesta solamente 5€, y se puede permanecer dentro tanto tiempo como se desee; en cuanto al cementerio, la entrada es libre, si bien hay carteles que solicitan un donativo de al menos 3€ para el mantenimiento del mismo (sin olvidar los donativos para los preciosos felinos que vigilan y cuidan).














Otro destino relacionado con la literatura en Roma, y que tampoco aparece en las guías de viaje, es la Biblioteca Angelica, se encuentra muy cerca de la Plaza Navona, en la Plaza de San Agustín 8. Fue inaugurada en 1604, la primera biblioteca pública en Italia, fundada por el obispo agustino Angelo Rocca, de la que procede su nombre. Posee multitud de tesoros bibliográficos pero aunque está abierta al público no está preparada para la visita como tal: el personal de la entrada deja pasar a regañadientes, insisten en que no saques más de una foto sin flash y vigilan para que te vayas rápido. No se puede pasar más allá de la entrada, prácticamente, pero es suficiente para perder el aliento por unos instantes, merece la pena.




Roma es inabarcable, yo estuve sólo tres días y por supuesto me quedaron muchas cosas pendientes, pero lo relacionado con Keats, la fontana de Trevi de noche, el café, la pizza y los helados, cómo no, eso está hecho y brindo por ello.

Feliz día de la poesía...



Del texto y las fotografías: 
© Todos los derechos reservados - Mar López, 2017


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