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jueves, 16 de mayo de 2019

*


He recorrido largos caminos a pie
―durante años
tratando de construir un hogar
para nosotras
allí donde hubiera agua
en los países del norte de Europa
  ―un hogar
con unos trozos de loza rota
y las pocas fotografías que pude salvar del incendio

Nunca he parado de caminar
llevándote en brazos
fabricando tinta en los bosques
para cubrir de color todas nuestras cicatrices blancas

buscando en los libros
la manera de revertir el hechizo
trepando a todas las montañas
para ver más lejos
y bajando cada vez a rescatarme de nuevo

Y una noche de abril
alejándonos del bullicio
sin nada que celebrar
seguimos el rastro de una pequeña luz apagada
tu pequeña mano en la mía

Llegamos ante una puerta que solo se abrió esa noche
y reconocimos dentro los muebles, el olor de la comida,
el eco de las voces, su cadencia:
si sonaba música de fondo, también era familiar

Estábamos dibujadas en las líneas
de la mano que nos invitó a entrar

La noche del incendio llovieron pájaros
y detrás de estallidos de luz y
vigas derrumbándose yo había
podido ver cómo se salvaba

Lo que nunca supe es qué camino tomó

No pude seguir ningún rastro de huellas
porque quemaban
con un dolor agudo y hondo
me alejé de todas sin poder borrarlas
hacerlas desaparecer
porque la tierra ardía

Ahora quiero volver a casa

coger esa mano y besar
cada rincón
abrir todas las ventanas
recorrer todas las habitaciones
―descalza
bailar desnuda bajo la lluvia cuando llegue
llenarme los pulmones dulcemente
de olor a hierba y a pan recién hecho

Todos los años después del incendio
solo he querido volver
estar a salvo y volver

Y es en ese lugar donde me encuentro ahora


Del texto y la imagen: 
© Todos los derechos reservados - Mar López, 2019

martes, 21 de marzo de 2017

Los últimos pasos de Keats en Roma

Aquí yace alguien cuyo nombre fue escrito en el agua

Me fascina el componente literario de los viajes. Cualquier excusa es válida, en realidad, mientras se mantenga el espíritu viajero y no se convierta uno en un turista. En esta ocasión viajé a Roma (más exacto sería decir que peregrinaba) porque había idealizado por varios motivos el lugar en el que está enterrado John Keats.

Por un lado y principalmente, porque posee el epitafio más hermoso del mundo; por supuesto, también por la calidad de su obra y el respeto que le profeso. También me influyó mucho leer lo que Oscar Wilde escribió sobre ese lugar (él mismo se postró en su momento ante esa tumba), en un artículo de 1877 titulado sencillamente “La tumba de Keats” en el que describe el cementerio en el que se encuentra y dice preciosas cosas como esta:

“En pie junto a la tumba mezquina de este divino adolescente, yo lo veía como a un sacerdote de belleza prematuramente inmolado (…)”

Una motivación más era el magnífico poemario “La tumba de Keats” (1999) del genial Juan Carlos Mestre, uno de nuestros poetas nacionales más destacados, que escribió parte de ese largo poema allí mismo:

“He pasado la tarde junto a la tumba de Keats,
me he postrado ante la guarida donde la divinidad no es un ser poderoso,
no he descendido a ningún otro infierno que no fuese mi vida (…)”

Mucho se ha escrito sobre este lugar, el Cimiterio Protestante o Acattolico de Roma, que allí consideran un museo. Es precioso, sosegado, se detiene el tiempo tras atravesar la puerta como suele suceder en estos lugares (en cuanto se sale de España, el drama de visitarlos y venerarlos, desaparece). Hay una pequeña tienda a la entrada con ediciones conmemorativas de los románticos ingleses más conocidos, postales, etc., también hay huchas diseminadas por los muros, para hacer donativos al cuidado de los gatos que habitan entre las lápidas. Hay unas esculturas preciosas en otras tumbas, una placa conmemorativa a Percy Shelley, un banco de madera ante las tumbas de Keats y Severn. Y el respeto que se respira allí, también es digno de mención. Es fácil encontrar mapas en línea que sitúan este preciado pequeño lugar en el mundo, en la esquina derecha del recinto dejando a la espalda la pirámide de Cayo Cestio, no tiene pérdida. Hay un algo imantado que arrastra hacia ese punto nada más llegar, quizá sea sugestión pero la sensación es la de estar muy cerca de algo sagrado, la emoción es real, la de los visitantes que no pasaban por allí de casualidad. Es indescriptible, en cualquier caso, que siga inspirando generaciones desde 1821.








Es conveniente comprobar los horarios antes de ir, tanto del cementerio como del otro lugar de visita obligada y que suele pasar desapercibido a pesar de su inmejorable ubicación: la casa-museo en Plaza de España, 26: el lugar donde vivió Keats desde septiembre de 1820 en Roma, y donde finalmente murió el 23 de febrero de 1821.

El edificio se encuentra situado a la derecha de la famosa escalinata si uno la mira desde abajo de frente: es el primer portal, y se dice que Keats se entretenía con el bullicio de la plaza y la fuente durante sus últimos días de vida. En aquella época, era habitual que los muchachos más apuestos se sentaran en esas escaleras para que los escultores y pintores los eligieran como modelos.

El Vaticano ordenó quemar todos los muebles y objetos de la habitación de Keats tras su muerte. Pero a pesar de las zancadillas eclesiásticas, años después se fundó el museo y se consiguió mantener en pie el edificio, por lo que hoy en día se pueden visitar estas habitaciones con pocos cambios, o más bien respetando la esencia. Las donaciones y ampliaciones que se han ido consiguiendo con el paso de los años, lo han convertido en un museo que no sólo se centra en la vida y obra de Keats (aunque sí es quien afortunadamente tiene el  mayor protagonismo), sino que podemos encontrar cartas, poemas manuscritos, utensilios, primeras ediciones de sus obras (algunas firmadas por los autores), relicarios con mechones de pelo y muchas otras reliquias de Keats y coetáneos como Shelley, Mary y Byron, a pesar de que estos jamás visitaron a Keats en esa casa y de que en ciertos momentos existió rivalidad entre ellos: nada se dice de esto en el museo, de las burlas o de cómo Keats logró la fama gracias a su talento a pesar de sus orígenes humildes y de no poseer riquezas y títulos nobiliarios como el resto del “grupo” en el que ahora se le incluye, en cierto modo, erróneamente. Cómo no ceder a la tentación y comprarse la camiseta en la minúscula tiendecita del museo, pero es curioso pensar qué opinarían sobre la misma Keats, Byron y la pareja Shelley, en fin. Otra sorpresa genial que aguarda dentro del museo son algunos fragmentos manuscritos de Oscar Wilde, procedentes de sus cartas y artículos.

La entrada al museo cuesta solamente 5€, y se puede permanecer dentro tanto tiempo como se desee; en cuanto al cementerio, la entrada es libre, si bien hay carteles que solicitan un donativo de al menos 3€ para el mantenimiento del mismo (sin olvidar los donativos para los preciosos felinos que vigilan y cuidan).














Otro destino relacionado con la literatura en Roma, y que tampoco aparece en las guías de viaje, es la Biblioteca Angelica, se encuentra muy cerca de la Plaza Navona, en la Plaza de San Agustín 8. Fue inaugurada en 1604, la primera biblioteca pública en Italia, fundada por el obispo agustino Angelo Rocca, de la que procede su nombre. Posee multitud de tesoros bibliográficos pero aunque está abierta al público no está preparada para la visita como tal: el personal de la entrada deja pasar a regañadientes, insisten en que no saques más de una foto sin flash y vigilan para que te vayas rápido. No se puede pasar más allá de la entrada, prácticamente, pero es suficiente para perder el aliento por unos instantes, merece la pena.




Roma es inabarcable, yo estuve sólo tres días y por supuesto me quedaron muchas cosas pendientes, pero lo relacionado con Keats, la fontana de Trevi de noche, el café, la pizza y los helados, cómo no, eso está hecho y brindo por ello.

Feliz día de la poesía...



Del texto y las fotografías: 
© Todos los derechos reservados - Mar López, 2017


viernes, 2 de mayo de 2014

Epitafio

Apuesto a que nadie, nunca, ha escrito el nombre de John Keats en el agua.

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