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miércoles, 11 de diciembre de 2019

"Mi Nueva York" - Brendan Behan



"Mi Nueva York" es un libro irreverente e inclasificable, al igual que su autor, quien poseía un sentido del humor muy fresco y cargado de ironía, en cuaquier caso muy personal y no para todos los gustos. Se definía a sí mismo como "un alcohólico con problemas de escritura" y digamos que esa frase de alguna manera lo dice todo. Define muy bien ese humor con toques oscuros y su ausencia de filtros para decir las cosas según le venían a la cabeza (o al menos esa es la sensación que se tiene leyéndole), también define la dosis de drama que el alcohol añadió a su vida, que fue excesivamente corta: murió a los 41años.

Que nadie busque en este libro una guía para visitar lugares destacados en Nueva York, porque no los encontrará. De hecho, hay tal saturación con los lugares que todo turista (que no viajero) aburguesado debe visitar en Nueva York, que lo mejor que puede hacer uno es irse a otra parte, y si termina yendo que se deje llevar por su instinto, en todo caso que no siga al rebaño turístico (gracias).

Lo que hace Behan es hablar de algunos de sus sitios de referencia y de por qué le resultan llamativos o destacados algunos aspectos de la vida en Nueva York, pero todo es una excusa para hablar de Irlanda y de cómo viven los irlandeses tan lejos de su isla. Deja al descubierto que cosas que se destacan como irlandesas en NY, jamás se han conocido en Irlanda. Que canciones supuestamente típicas irlandesas que se cantan en NY, jamás han sonado en un pub irlandés. Y así sucesivamente. Digamos que hace una autocrítica muy divertida, escrita de una forma fresca y ligera que se lee con gusto y muy rápido. Salta de forma anárquica de un tema a otro, mezcla anécdotas de juventud con sus platos preferidos de cualquier restaurante, o cuenta curiosidades de los irlandeses (como que nunca especifican la marca de cerveza cuando piden en los bares porque se da por hecho que la única cerveza es Guinness).

" Esta costumbre americana de no llevar bañador me resultaba en cierto modo molesta, no porque me diera vergüenza nadar desnudo, sino porque los demás podían ver que no era hebreo. Hoy ya no me molestaría, sin embargo, porque ese pequeño asunto ha sido ya rectificado, aunque sea un poco tarde en la vida.

Brendan Behan fue pintor, poeta, novelista y dramaturgo. Ahora que he terminado "Mi Nueva York" ya me esperan "Mi isla" (también editado por Marbot, y donde habla de Irlanda), y una edición del 72 de dos de sus obras de teatro traducidas al castellano, "Víspera de ejecución y El rehén" (de la editorial Cuadernos para el Diálogo, Edicusa). Escribió una obra muy extensa que lamentablemente no se encuentra traducida al castellano en su totalidad. Behan era muy alto y tenía cara de bonachón con unos rasgos típicamente irlandeses que salvando las distancias recuerdan a ese otro irlandés gigantón y adorable que fue Oscar Wilde.

Las ilustraciones de esta edición son de Paul Hogarth y resultan hipnóticas, me han encantado. Son tan abundantes como estupendas. Se trata de breves borradores de instantes de la vida en la ciudad que de tan cotidianos nos pasan desapercibidos, la excusa perfecta para detenerse en ellos y disfrutar de los detalles.

" Supongo que el Barrio Latino de París fue algo parecido al Village en algún momento del partido, en los días en que Sylvia Beach tenía una famosa librería allí. Sylvia era de Nueva York, una mujer muy noble y una honra para la especie humana, y amaba Nueva York, pero la amaba del mismo modo que yo amo Dublín, desde cierta distancia. Tres mil millas, en total. También fue la primera  persona de las que estaban en París en aquella época que se decidió a publicar las obras de James Joyce.
Joyce envió una de sus obras, titulada Exiliados, al Théâtre de l'Oeuvre, pero le fue devuelta. "Sr. Joyce" podía leerse en la hoja anexa, "acabamos de librar una Guerra Mundial y como resultado hay muchas viudas y huérfanos. Creemos que su obra resulta demasiado triste."
Supongo que debería haberle puesto a Richard una pierna de corcho o algo así para animar un poco las cosas le comentó Joyce amargamente a Sylvia Beach, y aparcó la obra para seguir escribiendo el Ulises, que tenía prácticamente terminado. Por mi parte pienso que un poco de animación no hace daño a nadie, de modo que he decidido titular mi próxima obra: Richard's Cork Leg [La pierna de corcho de Richard].



La edición de la que yo he disfrutado, además de contar la historia de Behan por Nueva York, cuenta su propia historia, ya que está destrozado tras sufrir un percance en una playa hace unos años. Las tapas están tremendamente arrugadas y las hojas tienen una ondulación caprichosa.

El tacto en conjunto resulta tan agradable que me resulta difícil describirlo con palabras. Es romo y blandito, muy acogedor. También tiene, si te fijas, un poquito de arena de playa entre las páginas, muy poca, la suficiente para que al pasar las páginas (delicadamente, están un tanto encajadas unas en otras, con sus ondulaciones) algunas briznas brillen momentáneamente, de forma inesperada y breve.

Todo pasó cuando la marea subió de foma repentina y Behan se encontró de pronto flotando junto a un pareo también olvidado en la orilla, como si quisiera alcanzar a nado su isla cruzando el Mediterráneo.


jueves, 13 de diciembre de 2018

"El alma del mar" - Philip Hoare


Descubrir a Philip Hoare fue una de las cosas más bonitas que me pasó en 2012. Una editorial que no conocía, Ático de los libros, ponía a nuestra disposición el sugerente “Leviatán o la ballena”, que resultaba ser un homenaje intenso y precioso al mar y a la vida. Poco después nos sorprendían con “El mar interior”, del mismo autor, que seguía exactamente la misma estela, y que disfruté enormemente a pesar de la desmesurada cantidad de erratas que surcaban sus páginas.

Y ahora nos llega “El alma del mar”, que ya desde su título nos indica que, por tercera vez y sin querer evitarlo, volvemos a sumergirnos en aquello que le da la vida a Philip Hoare. Insiste, a través de las páginas, en que al mar nada le importa, es un ente independiente con voluntad propia, algo así como un inabarcable organismo vivo que ha tomado conciencia de sí mismo a través de sus millones de años de existencia.

Podrán pasar décadas, Philip Hoare seguirá escribiendo sobre el mar y yo le seguiré leyendo. Posee una de las formas más sutiles de expresarse, tan delicada como imagino que serán sus pisadas sobre la arena de las playas, sus inmersiones en el agua salada, la suavidad en la yema de sus dedos deslizándose sobre el lomo de un animal vivo, la ternura en su mirada sobre un animal muerto.

p. 52 En ocasiones, la casa se convierte en un instrumento de viento tocado por un niño demente.

“El alma del mar” es muy cambiante según avanza, como un oleaje juguetón y caprichoso. Descubro que, enmarcadas siempre con un mar de fondo, en esta ocasión aparecen más personas que animales, aunque destaca el fragmento maravilloso de un avistamiento de ballenas genial, prehistórico, emocionante, muy bestia. Eso sí, no me gustan las imágenes en las que el autor posa junto a cadáveres de animales (independientemente del homenaje que intenta hacerle en el texto que las acompaña), no me encaja para nada en su discurso.

Mientras pasea por los mismos parajes de Massachusetts que sirvieron de fondo a las aventuras del gran Thoreau, “El alma del mar” se comienza a convertir en un homenaje a personajes literarios, y a la relación de estos con el mar: Virginia Woolf, Herman Melville, Sylvia Plath, Oscar Wilde, Elizabeth Barrett Browning, etc., y poco a poco se estanca durante páginas y más páginas en el grupo Edward-Mary-Percy-George... uf. Nos relata sus más y sus menos, sus aventuras y desventuras, su forma de vida caprichosa, narcisista y engolada que a través de multitud de ensayos y películas ya sabemos todos. No sé si por conocer ya los detalles, por ocupar demasiadas páginas, o por no terminar de encajarme en este libro, esta parte se me ha hecho pesada y larga.

Me hechizan y horrorizan a partes iguales todos los fragmentos en los que se trata el tema de morir ahogado: se trata en varias ocasiones, salpicadas, aquí y allá, obligando a una lectura hiperventilada.

Blub-blub-blub.

                                                   

lunes, 3 de abril de 2017

El postporno era eso - María Llopis


Sí y no: me ha encantado leer este libro y aplaudo, comparto y recomiendo su contenido… pero. He visto cómo las drogas permitidas e ilegales determinaban, para mal, el día a día de algunas personas, influyendo negativamente en todo, sin olvidar que las adicciones pueden terminar en muerte, por eso me resulta imposible compartir la visión despreocupada y divertida que se desprende de estas páginas sobre el particular.

Una vez aclarado esto, concluyo que el postporno es al porno comercial lo que Youtube está siendo desde hace años a la televisión, un producto que se idea, guioniza, graba, edita y publica sin la intervención de productoras, ajena a los canales habituales. Algo así como el público creando el contenido que quiere ver y que de otra forma no encuentra.

p.19
Mi padre biológico era cura. Y profesor de inglés. Se folló a mi madre cuando ésta era una cría de 17 años. Se la folló una y otra vez hasta que la dejó embarazada. Mi madre era esquizofrénica. Y huérfana del que había sido el mejor amigo de mi padre. Menudo cabrón. Me jode y me pesa pensar que era un jodido violador de niñas locas. Él tenía treinta años más que ella, qué cojones. Me jode pensar que puedo parecerme a él. Y lo pienso. Soy como él, soy como él. Morbosa, viciosa, sucia. No me creo que nadie pueda quererme, y en cuanto me enamoro tengo que hacer algo morboso, vicioso, sucio, para que se cabreen, y demostrarme a mí misma que tengo razón. He hecho en mi vida cosas horribles a las personas de las que estaba enamorada.

“El postporno era eso” habla de muchos conceptos básicos en la lucha contra la sexualidad heteronormativa imperante en nuestra sociedad heteropatriarcal de mierda: sexualidades alternativas, el mal entendido y relativamente revolucionario porno para mujeres, sadomasoquismo, teoría queer, etc.

p. 57
Todas las Caperucitas Rojas se vuelven lobos en la práctica postpornográfica. 
p.71
Poco a poco han ido preguntándome estos días a qué me dedico y les he hablado del postporno y hasta les he grabado un par de DVDs. Ahora me piden más, les escucho hablar de pornografía, de lo poco que les gusta, pero esto es diferente, me dicen. Les prometo traerles más pelis. Me siento como una misionera postpornográfica, iluminando con la verdad del sexo a almas inocentes. 
p.89
Quedo con X. para devolvernos las cosas que tenemos todavía el uno del otro. X. me trae unas bragas usadas, “Testo Yonqui” de Beatriz Preciado y las llaves de mi casa. Yo tengo que devolverle las llaves de la suya, unos calzoncillos, una peli de Fassbinder y “La crisis de la heterosexualidad”. Miro en silencio los objetos sobre la mesa. Pura poesía.

Hay mil detalles que subrayaría y destacaría de este libro porque me han encantado, pero es difícil comentarlos todos en una reseña breve. Por ejemplo, me gustó mucho una reflexión acerca del “ser” o “estar” en relación a las inclinaciones sexuales que siempre pueden ser cambiantes, de forma que lo correcto sería decir “María está hetero” porque es como se siente en este momento o en el momento al que haga referencia, y no “María es hetero” como etiqueta que defina de forma estricta tanto los gustos actuales de María como al resto de su historial, eso es absurdo. El uso de las etiquetas está muy extendido y a la vez es tremendamente controvertido, más o menos parece haberse llegado a la conclusión de que para algunas personas, en algunos momentos, son necesarias para identificarse y definirse a sí mismos o ante los demás; también, sin duda, son muy efectivas por su capacidad sintetizadora, como herramienta para la visibilización de realidades y colectivos que suelen ignorarse social y políticamente de forma sistemática.

Una de las cosas que más disfruto al leer ensayo feminista y/o queer, es la enorme capacidad intelectual de sus autoras (que, sí, suelen ser mujeres), a las que admiro por su clarividencia mental, la lectura como pornografía literaria, literatura transgresora como objeto en un acto político-reivindicativo de onanismo sapiosexual salvaje. Gracias, Llopis.

“El postporno era esto” incluye multitud de enlaces a webs y referencias bibliográficas para continuar la formación postporno en un bucle infinito de aprendizaje-goce intelectual no heteronormativo, por todos los dioses, el paraíso.

p.142
La cultura punk es política radical y no un peinado atrevido. 
p.153
A lo mejor hoy estoy quisquillosa, pero en el lenguaje se transpira la política, y hay que cuidarlo.
María llama a las cosas por su nombre, a fe que lo hace, y transcribe sus conocimientos a través de un diario que abarca aproximadamente seis meses de su vida, de forma que su experiencia (o su experiencia literaturizada) sirve al lector para conocer los entresijos del mundo en que se mueve, en qué consiste su trabajo y también detalles morbosos sobre su vida privada, que no está del todo desligada de la pública, en cierto modo. Me gusta porque cuando es necesario señala con el dedo sin tapujos, y saltan sus alarmas ante los discursos ajenos no inclusivos, ante todo la visibilidad de los oprimidos, bravo. 
p.158
Maldigo mi sexualidad por no ser lesbiana. Las mujeres estamos luchando como perras para deconstruir las relaciones de poder. No es casualidad que los libros publicados sobre nuevas formas de mirar el mundo estén escritos por mujeres. No es casualidad que la gran mayoría del público asistente a los talleres de postporno sean mujeres. ¿Qué están haciendo ellos? Dentro de la homosexualidad sí que hay una corriente de hombres deconstruyendo la masculinidad impuesta, pero el hombre heterosexual está quieto, no mueve ficha. Ve que el mundo en el que vive se deconstruye pero es consciente de su poder y no quiere soltarlo. Y no quiere replantearse nada, obstinado como Adán en someter a Lilith. ¿Cómo puede un mito tan antiguo tener una vigencia tan actual?

sábado, 21 de marzo de 2015

"Deseo que venga el Diablo" - Mary MacLane


En el año 1902, una joven estadounidense escribió este relato autobiográfico en el que narraba el día a día de su vida gris, pero sobre todo los deseos de colores con los que soñaba en un futuro no muy lejano. Consiguió crear una gran polémica por evocar la figura del diablo como medio para conseguir el éxito y la fama que deseaba fervientemente, e incluso en un primer momento el libro se publicó con el título modificado (“La historia de Mary MacLane”) para poder comercializarse. La joven escritora consiguió que diferentes medios le pidieran su colaboración y tuvo una vida corta a lo largo de la cual vivió tal y como quiso.

Mary MacLane
Es posible que al principio Mary MacLane os caiga mal, muy mal. Pero sentiréis ternura y quizá admiración por ella más tarde, pero solo si llegáis a entenderla. Eso requiere un ejercicio por vuestra parte que no todo lector está dispuesto a hacer. Su historia no es trepidante ni vive mil aventuras, al final no sabemos si el asesino es el mayordomo porque no hay ningún cadáver en la primera página… pero es que lo que tenemos entre manos es mucho más valioso que todo eso, se llama Literatura y se trata de una de esas ocasiones en las que la conexión mágica entre autor y lector atraviesa el tiempo y el espacio y, sencillamente, sucede.

Antes de nada, hay que entender a Mary MacLane dentro de su contexto: se trata de una joven de 19 años nacida en 1881 que observaba aterrada a su alrededor, siendo cada vez más consciente del futuro desolador que le esperaba: una vida simple y anodina, sin salir del pequeño pueblo en el que nació, viviendo a la sombra de un futuro marido al que atender y dar hijos… fue sensata, y muy valiente, y se dio cuenta de que quería vivir SU vida, aunque le costara más, aunque fueran a señalarla siempre con el dedo por no ser quien se esperaba que fuera. Y, ¿ha cambiado mucho todo eso después de cien años? No puedo decir que mucho. Han cambiado leyes, algunas cuestiones prácticas, evidentemente ahora lo tenemos más fácil las que no queremos ser “mujeres virtuosas” de lo que lo tenían entonces. Pero seguimos siendo señaladas con el dedo, y hay fuertes corrientes de individuos retrógrados (entre quienes se encuentran multitud de mujeres, y ése realmente es el verdadero problema) que siguen queriendo conminarnos entre baberos y fogones.

La publicidad de Seix Barral intenta vendernos a Mary MacLane de una forma superficial y rápida diciendo que fue la precursora de los blogs. Incluso en el prólogo de Luna Miguel (pueril y esforzado, que hasta nos saca la sonrisa que aparece viendo a un niño jugando a ser mayor, concentrándose en no salirse de los bordes cuando pinta en un papel) se dice que tiene aptitudes cibernéticas, sin explicar el por qué con argumentos sólidos: es muy fácil deslumbrar con una sentencia brillante… vacía de contenido. Y muy infantil también.

Mary MacLane fue una chica insatisfecha durante su primera juventud y quería que la Fama y la Felicidad aparecieran de la nada y llenaran de color su vida gris: esto le sucede a mucha gente que,  creyéndose genios, convencen a su entorno más cercano de su genialidad, se escudan en que el mundo no está preparado para ella y permanecen en ese estado de comodidad hasta el fin de sus días.

Pues bien, MacLane tenía muy claros sus objetivos y para ello escribió este libro, creó polémica, ganó dinero y con ese dinero se fue (atención: se fue, en pleno comienzo del siglo XX siendo una mujer extremadamente joven, sola y procedente de un entorno rural estadounidense), vivió su propia vida como le vino en gana y jamás contradijo la esencia de los pensamientos que ya de adolescente comenzaron a fraguar la que sería su personalidad definitiva. Una personalidad original y pura, que no estaba basada en nada, fuerte y arriesgada, que no necesitaba de otra más fuerte y dominante que tirase de ella. Bien por Mary MacLane, fuera quien fuese.

¿Fue transgresora? Sí. Pero no por el hecho de escribir un diario (porque se trata de un diario, o un retrato personal como ella prefiere llamarlo, en ningún caso un blog como Seix Barral y Luna Miguel quieren hacernos creer), sino porque no plasmaba en él las típicas aspiraciones de una adolescente de su época. Aunque estuviera equivocada en las formas (algo totalmente lógico en un espíritu joven de cualquier siglo), el trasfondo de todo lo que pensaba era muy sólido y muy puro, estaba muy segura de cómo quería vivir su vida y en eso hay que reconocerle un gran mérito.

Escribe con estilo, cita a Shakespeare en más de una ocasión, a Dickens, a Byron. Disfruta asimilando nuevos conocimientos y es capaz de apreciar la belleza de las cosas pequeñas, nos va a caer bien. Como decimos, adolece de toda esa rebeldía propia de la juventud pero desde luego encontramos el suficiente material entre sus escritos como para considerarla una precursora y un modelo a seguir. Es necesario liberarse de prejuicios antes de leerla (será mucho más fácil si no tenemos ninguno ya en el primer momento, desde luego), y coger con pinzas todas aquellas cosas que dice y que nos hacen pensar que va de farol porque, obviamente, muchas de las cosas las dice para provocar, no piensa todo exactamente tal y como lo expresa, y en cualquier caso el lenguaje es siempre limitado.

En fin, se termina este libro admirando a Mary MacLane y comprendiendo con ternura su naturaleza: a los 19 años quería ser feliz y aún no sabía que quienes analizan las cosas al nivel que ella lo hace, nunca lo es.

El discurso apasionado de Mary MacLane ha atravesado cien años para venir a ponerle voz a nuestra coetánea silenciosa Emily the Strange, si me permiten la comparación: si alguien alguna vez se ha preguntado qué pasa por debajo de la hermosa cabellera de la preciosa niña oscura de los gatos (más allá de las breves sentencias que ella nos brinda), aquí tienen una posible respuesta muy aproximada.

¿Por qué este libro no es un libro más? Porque MacLane era capaz de escribir a pinceladas, otorgando a cada instante un fondo de color, o luz, o contornos o incluso movimiento a todo aquello que escribía, haciendo que la siempre mágica conexión entre autor y lector fuera esta vez un poco más allá. Escribió este libro en tres meses, y unos diez años después redactó un epílogo que nos espera como brillante traca final en las últimas páginas del libro. Ya les he presentado a Mary MacLane: ahora, disfruten de su fantasma.

Mary MacLane
Reseña publicada originalmente en la web Anika entre libros.

sábado, 21 de diciembre de 2013

"El mar interior" - Philip Hoare


Desde la publicación de Leviatán o la ballena, éramos muchos los lectores que deseábamos la publicación en castellano de más libros del inglés Philip Hoare. Por suerte para nosotros, esta no se ha hecho esperar, y hace tan sólo unos días la estupenda editorial barcelonesa Ático de los libros lanzaba a la venta una nueva entrega de Hoare: “El mar interior”.

Al igual que sucedía con “Leviatán...”, esta nueva obra es difícil de clasificar, ya que mezcla características propias del diario personal, del ensayo científico y del libro de viajes. Otro punto en común de ambas es la temática, que en este caso no se centra tan sólo en las ballenas sino que se amplía a otros seres del mundo animal: unas criaturas que Hoare describe con detalle y mimo, transmitiéndonos su más profundo amor e interés por ellas.


Un lugar en el que sumergirse

¿En qué aguas nada Philip Hoare? Cada día del año, en la playa más cercana: no importa el clima, el agua salada parece servirle de alimento u oxígeno vital. Queda de manifiesto que su profunda conexión con el mundo marino no es una excusa literaria, sino algo puro y real que plasma con delicadeza y sabiduría en cuadernos de anillas que después se transforman en libros editados.

“El mar interior” permite conocer de cerca a su autor, a través de las descripciones de sus costumbres y reflexiones más personales. Es fácil imaginarlo escribiendo anotaciones sujetando el lapicero con sus delgados dedos ligeramente deformados, de nudillos rugosos y cuarteados tras un invierno de gélidas inmersiones en agua y sal.


Tan elegante como un mimo de rostro melancólico ofreciendo una flor y una sonrisa triste al transeúnte ocasional que le lance una moneda: así es como escribe Philip Hoare. Su rostro de maniquí decimonónico no engaña: su amor hacia los seres vivos es real, y esta sinceridad es la que trasciende y hace que sus libros estén dotados de una potente capacidad de transmisión.

Su propio mar interior le acompaña siempre y se refleja y extiende en las aguas que en cada momento de su vida tenga la fortuna de disfrutar, como una extensión de sí mismo. En este libro narra viajes en barco e inmersiones en aguas inglesas pero también de las islas Azores, Sri Lanka y Nueva Zelanda. En cada lugar persigue el encuentro con aves costeras y mamíferos acuáticos, los seres que conforman su mayor pasión. Pero también existen capítulos dedicados a otras especies, uno de los más espectaculares sin duda el dedicado a los cuervos, ave majestuosa por excelencia; o aquel en el que el ya extinto tilacín o Tigre de Tasmania es el protagonista.


Origen, mutación y extinción

Estos tres conceptos son sometidos a reflexión y examen en su relación con las especies animales que son objeto de estudio en este libro, citándose fuentes, hipótesis y conclusiones de toda índole y condición. Como no se trata de una obra puramente científica (aunque sí incluye una extensa bibliografía de gran calidad), la credibilidad o exactitud de todo lo expuesto queda a juicio del lector.

Uno de los anzuelos que nos lanza Hoare, en forma de hipótesis, plantea la posibilidad de la existencia, en la actualidad o en un pasado más o menos cercano, de criaturas mamíferas marinas con una alta semejanza a la especie humana. Según dice, se trataría de un “simio acuático” que explicaría por qué el cuerpo de los humanos contiene más grasa que otros mamíferos terrestres, o por qué tenemos tanta facilidad para nadar y bucear pero no para volar, o correr tanto como otros animales, entre otros muchos factores que pueden utilizarse como argumentos que sostengan esta teoría, como si procediéramos de criaturas configuradas para desarrollar una vida en el agua.

“El agua está tan clara que da miedo. Los peces emergen como si hubiera caído de las nubes.”


Una experiencia metafísica

Cuando Philip Hoare está admirando o dejándose mecer por el agua del mar, cuando nada entre peces, el tiempo se detiene para él, esa es la impresión que transmite cuando narra sus experiencias. Estar en contacto directo con algo que es mucho más antiguo, arcano y por tanto, mucho más sabio que él, convierte esas experiencias en algo místico que le producen una fuerte sensación de bienestar y que para él ya suponen toda una forma de vida.

Si algo podemos aprender con la lectura de este libro es cómo valorar en su justa medida la magnitud del tesoro natural en el que vivimos, y seremos aún más conscientes de la importancia que tiene cuidarlo, con el mismo celo que nos cuidamos a nosotros mismos. Una forma de vida no agresiva para con el resto de seres vivos es posible: es algo que se desprende de cada una de la palabras de Hoare. Así pues, la lectura de este libro, además de enseñarnos multitud de curiosidades y hacernos pasar unas horas de lectura magníficas, también nos convertirá en mejores personas, y aunque sólo fuera por eso, zambullirse en el mar personal de este magnífico escritor merece la pena.



sábado, 2 de noviembre de 2013

Autorretrato con radiador - Christian Bobin


Es más fácil leer que explicar "Autorretrato con radiador": porque es un libro que envuelve con una atmósfera extraña, muy silenciosa y solitaria, (que al parecer se asemeja mucho a la vida real de su creador) y susurra con una voz tímida y delicada secretos que, de tan sencillos, casi siempre resulta imposible plasmar con palabras. Pues bien, Bobin los plasma.

Bajo la apariencia formal de un diario con entradas muy breves, Bobin reflexiona, a grandes rasgos, de la vida, la muerte y  la literatura. Y de cómo esta última parece servir de compañera de viaje entre una y otra. En su caso, la literatura es precisamente el motivo de que la muerte no se precipite en su camino, en varios sentidos: no sólo es la herramienta que le sirve de sustento (Bobin cuenta con más de cuarenta libros publicados, aunque en castellano sólo se hayan publicado cuatro), sino que también es el alimento espiritual que impulsa sus fuerzas para seguir adelante.

Domingo 7 de julio

Ya por dos veces me ha devuelto a la vida. Podría por lo menos, por cortesía, citar su nombre: Tomas (sin h) Tranströmer. Poeta sueco. La reseña dice que es psicólogo de profesión, que todavía vive, que en 1990 se volvió afásico. A veces uno de sus poemas viene a aletear a la altura de mis ojos, me da de comer con su pico y después se va, recuperado por la oscuridad de donde salía, de donde él saca su alimento — y por añadidura el mío.

Christian Bobin no acostumbra a viajar, dar conferencias, salir por la tele, promover, en fin, su trabajo haciendo ruido. Su espíritu se conforma con las cosas más insignificantes y humildes del día a día, y a partir de ellas construye su riqueza. Sólo alguien como él podría describir la literatura y el amor de este modo:

Lunes 24 de febrero

La literatura eterna —cuentos, mitos, leyendas— apareció en la tierra con los primeros hombres. Les permitió habitar la tierra sin morir de frío. El fuego y la voz que narra se inventaron al mismo tiempo, dando el mismo calor y logrando el respeto de los animales salvajes. La literatura eterna debió de venir así: alguien se inclina sobre alguien que está enfermo, empieza a contarle la gran leyenda de los albores, el torbellino de los fines, el carnaval de los dioses, y mediante esa voz que inventa, llega un poco de luz a la oscuridad. La literatura eterna ya estaba allí, entera, en ese tiempo en el que los hombres iluminaban las cavernas con coloreados fantasmas de caballos. Llegó al mismo tiempo en el que el miedo entró por vez primera en un alma, por una grieta de la carne  un cazador mordido en el talón por una serpiente, un niño con los ojos brillantes de la fiebre, una mujer perdiendo su sangre, tumbada cerca de las cenizas, un pintor de bisontes, que se volvió ciego, un anciano, con sus piernas atrapadas por el hielo. La literatura eterna es la medicina más antigua del mundo. Es anterior a la escritura. Antes de depositarse sobre unas tablas de arcilla, purificó voces, sosegó almas. Sigue haciéndolo cada vez que una madre se inclina sobre su hijo adormecido por el cansancio, y cuenta un cuento, canta una cancioncilla. Nunca ha existido una distinción real entre la palabra y la escritura. La escritura es la hermana pequeña de la palabra. La escritura es la hermana tardía de la palabra en la que un individuo, viajando desde su soledad a la soledad del otro, puebla el espacio entre las dos soledades con una vía láctea de palabras. Lo que nos habla, es lo que nos ama. Una palabra privada de amor es una cosa sorda, sin consecuencia. "No sé hablarte, luego te mato": el amor es un esfuerzo para salir de ese crimen natural de cada uno por cada uno de nosotros. El amor es esa bondad elemental a partir de la cual una soledad puede hablar a otra soledad y, si es necesario, acompañarla hasta en la oscuridad. (...)

Este libro es una colección de aforismos enredados entre pensamientos de la más diversa índole. Lo único que podría reprochársele a esta edición española es que, antes de imprimirlo, el libro se debió caer, o acaso un duende intervino, el caso es que las tildes aparecen y desaparecen en los lugres más inoportunos. Perderse o no perderse, en fin, en su interior, siguiendo su hilo de Ariadna, es ya sólo una decisión vuestra.

martes, 21 de agosto de 2012

"Morfina" - Mijaíl Bulgákov


Agosto en Madrid. La calle se combustiona y yo hago lo que puedo por refrescarme, Bulgakoizándome mientras tanto. Leo "Morfina" con emoción creciente y todos los relatos me traen el recuerdo de otra preciosa historia sobre médicos ya antiguos, "Corazón", de Thomas Thompson, un relato largo o novela corta que estaba incluido en una de las "Selecciones del Readers Digest" que devoraba de pequeña (en una edición, rescatada de uno de los estantes familiares y enseguida apropiada, de 1974). "El maestro y Margarita" (divertido, irónico, rápido, absorbente) intensifica con creces mis ganas de atreverme con el "Fausto" de Goethe, aunque una vez más pienso que aún es demasiado pronto, quizás ya siempre lo sea. 

Empecé la lectura de "Morfina" creyendo que se trataba tan solo del relato en el que Mijaíl Bulgákov explica su experiencia como morfinómano, con mucho interés por saber cómo había gestionado su adicción y qué sensaciones le había producido. Pero este libro contiene varios relatos: además de "Morfina", en el que cuenta esa experiencia y que es el último de la recopilación, aparecen también otros textos que son anécdotas del hospital en el que Bulgákov fue destinado como médico cuando terminó la universidad. Son estremecedores hechos reales, curiosidades médicas relatadas con detalle y realismo: qué no puede ocurrir en un pueblo ruso alejado de la civilización que permanece la mayor parte del año entoñado bajo la nieve, en el que un médico veinteañero sin experiencia (Bulgákov) atiende tan solo con la ayuda de cuatro enfermeros a cientos de campesinos llegados de los alrededores: campesinos con tan pocas nociones sobre medicina que llegan a aplicarse los ungüentos que se les receta por encima de la ropa.

Se percibe un halo de niebla a lo largo de la narración, que le da un tinte onírico muy bello. Bulgákov escribe de una forma muy cuidada pero además, en este diario dividido en relatos se ha colado parte del frío y del resplandor blanco de la nieve que rodea cada una de las anécdotas como una constante. Quizá también influya el hecho de que Bulgákov escribía muchas veces bajo la sensación del sueño, ya que su descanso se veía siempre interrumpido por alguna enfermera que le despertaba con prisas para que se levantase y corriese a atender a algún paciente recién llegado que requería atención urgente. Sus experiencias y sensaciones físicas están escritas en primera persona pero la sensación es la de un Bulgákov que se observa a sí mismo desde fuera y nos cuenta qué ve.

Grandes campos rusos nevados que son un oasis en el que refugiarse.

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