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miércoles, 3 de octubre de 2012

"Tóxica" - Françoise Sagan


Pronunciar el nombre de Françoise Sagan es evocar un estilo de vida frenético y desenfrenado, la continua búsqueda de estímulos, el despilfarro de dinero, los viajes y el placer. Pero, sobre todo, es hacer alusión a un gran exponente de la literatura francesa de las últimas décadas. En esta ocasión, nos adentramos en el frágil mundo de la desintoxicación de la mano de una Francoise Sagan íntima y transparente, que nos brinda la oportunidad de conocer su dura experiencia con la morfina.

"Tóxica" es uno de los textos más desconocidos de la autora, pero que en muy pocas páginas condensa a la perfección su estilo literario y su fuerte y extravagante personalidad. Sin duda, es un libro idóneo para aquellos que aún no hayan leído a Françoise Sagan.


Buenos días, morfina

F. Sagan se hizo famosa a nivel mundial a raíz de la publicación de su primer libro, titulado “Buenos días, tristeza”, escrito a la jovencísima edad de 18 años. Se trata de un libro que surgió de un trabajo escolar en el que debía reflexionar acerca de un tema complicado: en qué se asemeja la tragedia a la vida. Dentro del libro están las respuestas de la excéntrica escritora. Más tarde, habiendo conocido ya el éxito a gran escala, recibió una oferta de la revista Elle para publicar una columna de turismo, que escribía siempre bajo el título “Buenos días, Venecia”, “Buenos días, Nápoles”, “Buenos días...”, por lo que ese “buenos días” de inicio terminó siendo su marca personal como columnista. A pesar de haber producido una amplísima bibliografía, ese primer libro ha sido considerado siempre su mejor obra.

Es interesante recordar aquí que Sagan procedía de una familia de la alta burguesía francesa, y que debido a su alocada vida decidió cambiarse el apellido para no perjudicarles. Sus ideas radicales y opuestas a las de su entorno bienpensante procedían de sus precoces lecturas a Gide, Camus, Eluard, Sartre, Rimbaud y Proust. Además, se rodeó de las personalidades más importantes de su época a nivel intelectual, como Tennessee Williams, Jean-Paul Sartre ó Françoise Mitterand, entre otros, por lo que es considerada como uno de los referentes intelectuales de los años cincuenta y sesenta.

En “Tóxica”, la rebelde escritora acababa de sufrir un grave accidente de tráfico, debido al cual estuvo en coma una breve temporada. Tras superar la convalecencia y poder prescindir de la medicación, hubo de ingresar en una clínica donde le aplicaron un tratamiento durante tres meses para desintoxicarse de la morfina administrada hasta entonces: un complicado trance que para cualquier persona supone una experiencia traumática, y que un espíritu abocado a la literatura como el suyo debía plasmar en el papel para transmitir su experiencia, investigando además la escritura surgida desde un estado físico bastante delicado, del que surge un texto onírico a la vez que inclemente y descarnado.


857 Palfium

Una vez finalizado el tratamiento con morfina, su cuerpo comenzó a sentir los efectos de la abstinencia, por lo que tuvo que recibir un tratamiento que le ayudase a superar esa fase.

Son muchos los escritores que han experimentado con el dolor y han escrito sobre ello mientras lo sufrían o después de haberlo padecido: Bulgakov en “Morfina”, los escritos de Aliocha Coll que Javier Marías llevó a la ficción convirtiéndolo en uno de sus personajes míticos, o Fritz Zorn en “Bajo el símbolo de Marte”. La lista es interminable.

El dolor provoca una serie de reacciones mentales y de pensamientos que pueden resultar muy interesantes volcados sobre el papel. Al igual que muchos escritores toman su inspiración de sus tragedias sentimentales personales, el dolor físico también puede ser una fuente de ideas llegado el caso. Son muchos quienes han llegado al extremo de infligirse daño a sí mismos para experimentar dolorosas sensaciones y poder así transmitir de primera mano al papel todas sus impresiones al respecto.

Existen dos formas de abandonar la adicción a la morfina: ingresando en una clínica adormecido con calmantes, o pasando el mono en casa y sin ayuda. Esta última opción es exageradamente dura para quien la padece: un tratamiento a base de morfina tiene unas secuelas adictivas muy potentes, y la privación repentina de esa sustancia lleva a unos niveles de sufrimiento muy altos. Françoise Sagan estuvo ingresada en una clínica para desintoxicarse, y el diario que relata su experiencia es increíblemente onírico y casi espiritual. Por el contrario, los textos surgidos de la experimentación del síndrome de abstinencia sin paliativos resultan muy distintos: son atroces y descarnados, no tienen nada que ver con la experiencia vivida por una persona tratada con sedantes.

Sin embargo, el texto de Sagan no carece de dureza: a pesar de la permanente duermevela, encontramos a una persona acostumbrada a la libertad que por culpa de un accidente debe estar recluida en un centro médico. Sagan procura edulcorar su estancia escribiendo sus impresiones y leyendo (Baudelaire, Chateaubriand, Apollinaire, etc.), aunque le resulta muy difícil concentrarse en la lectura.

Este libro tiene un aliciente más: el ya de por sí llamativo texto viene acompañado de las ilustraciones de Bernard Buffet, que resultan de lo más apropiadas puesto que, al igual que el estilo del diario, también son muy gráficas y precisas. Representan en muchas ocasiones un cuerpo femenino desnudo, en actitud doliente y, siguiendo con las similitudes con respecto al texto, tampoco están muy adornados, sino que son esquemáticos a la vez que contienen grandes dosis de realismo. El color rojo sangre de las tapas del libro es el detalle definitivo: sin duda, es una idea estupenda para regalar o regalarse.

martes, 21 de agosto de 2012

"Morfina" - Mijaíl Bulgákov


Agosto en Madrid. La calle se combustiona y yo hago lo que puedo por refrescarme, Bulgakoizándome mientras tanto. Leo "Morfina" con emoción creciente y todos los relatos me traen el recuerdo de otra preciosa historia sobre médicos ya antiguos, "Corazón", de Thomas Thompson, un relato largo o novela corta que estaba incluido en una de las "Selecciones del Readers Digest" que devoraba de pequeña (en una edición, rescatada de uno de los estantes familiares y enseguida apropiada, de 1974). "El maestro y Margarita" (divertido, irónico, rápido, absorbente) intensifica con creces mis ganas de atreverme con el "Fausto" de Goethe, aunque una vez más pienso que aún es demasiado pronto, quizás ya siempre lo sea. 

Empecé la lectura de "Morfina" creyendo que se trataba tan solo del relato en el que Mijaíl Bulgákov explica su experiencia como morfinómano, con mucho interés por saber cómo había gestionado su adicción y qué sensaciones le había producido. Pero este libro contiene varios relatos: además de "Morfina", en el que cuenta esa experiencia y que es el último de la recopilación, aparecen también otros textos que son anécdotas del hospital en el que Bulgákov fue destinado como médico cuando terminó la universidad. Son estremecedores hechos reales, curiosidades médicas relatadas con detalle y realismo: qué no puede ocurrir en un pueblo ruso alejado de la civilización que permanece la mayor parte del año entoñado bajo la nieve, en el que un médico veinteañero sin experiencia (Bulgákov) atiende tan solo con la ayuda de cuatro enfermeros a cientos de campesinos llegados de los alrededores: campesinos con tan pocas nociones sobre medicina que llegan a aplicarse los ungüentos que se les receta por encima de la ropa.

Se percibe un halo de niebla a lo largo de la narración, que le da un tinte onírico muy bello. Bulgákov escribe de una forma muy cuidada pero además, en este diario dividido en relatos se ha colado parte del frío y del resplandor blanco de la nieve que rodea cada una de las anécdotas como una constante. Quizá también influya el hecho de que Bulgákov escribía muchas veces bajo la sensación del sueño, ya que su descanso se veía siempre interrumpido por alguna enfermera que le despertaba con prisas para que se levantase y corriese a atender a algún paciente recién llegado que requería atención urgente. Sus experiencias y sensaciones físicas están escritas en primera persona pero la sensación es la de un Bulgákov que se observa a sí mismo desde fuera y nos cuenta qué ve.

Grandes campos rusos nevados que son un oasis en el que refugiarse.

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