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martes, 18 de diciembre de 2018

"Apátrida" - Ariadna G. García


He cogido prestado de la biblioteca este libro de 2005 que, sin contarme a mí, sólo lo habían leído en todos estos años dos personas. Y me ha hecho pasar un buen rato de nostalgias. Melancolías a mí, oscuridades (soledad, suciedad, sangre, metal, desgracia, pena, frío). Hay de todo. Algunos poemas son flojos, eh, pero la primera parte es soberbia.

Habla de sueños rotos, en concreto del amor romántico que es en realidad una película cutre que, en la vida real, a poco que te descuides te destroza la vida. 

De la pérdida de la infancia y la inocencia, de niños arrancados de sus juegos de un plumazo, de forma violenta. Cosas que pasaron y que configuran al adulto en el futuro (que configuran en realidad cada paso, cada segundo, cada decisión, cada respiración, cada mal sueño).

De la inquietante sensación de irrealidad que a veces a mí también me invade: hay una persona adulta que avanza solo empujada por alguna suerte de inercia, que respira sólo porque hacerlo es automático y que ve a los demás solo como imágenes, no como personas vivas ni orgánicas: no existen para ella y tampoco cree que exista para ellos.

La realidad
no existe
más que de un torpe modo
relativo.

Un poema de repente habla de un viaje al pasado y lo hace a través de la imagen de una linterna encendida que cae y se hunde en el mar, creo que es hipnótico, transcribo: 

VI
 He llegado a los veinte años a mi patria
 ODISEA
LA SUPERFICIE líquida
parece desmentir los manuales
y los libros de historia, aquí no hay signos
del fuego que cruzaron las armadas
de distinta bandera, no arde el mar.
Una linterna rueda
hasta caer al mar y sumergirse.
La luz de la linterna va explorando
en su lento camino bajo el agua
la alteridad de tiempos que conviven
junto a bancos de peces y corales.
El débil foco apunta en su descenso
por el abismo negro de lo ignoto
al timón de un bajel, a una fragata
de la flota imperial; a una moneda
romana, a un casco godo, a un brazalete
egipcio… El mar contiene
en su gélida urna
lo pasado en continua permanencia.
En el silencio acuático se escucha,
lo mismo que un disparo, el estallido
de la oscura linterna. Los cristales
se pierden en un fondo
de tiempo sumergido.

Un poco desesperada, le habla a una ausencia que, en su delirio, aún es corpórea. Incluye citas religiosas que hablan de fe y esperanza y me gusta pensar que están puestas ahí de forma irónica, porque creyó y la engañaron. Después de desmontar el mito del amor romántico, también hay espacio para algunas palabras contra el matrimonio y toda suerte de convencionalismos. Creo que es el poemario de una mujer muy inteligente a la que han herido y que, paseando entre las ruinas, (los pedazos rotos se resisten aún entre sus manos) toma consciencia de su poder, y decide crear algo hermoso desde el barro.


lunes, 16 de octubre de 2017

Los sentidos del sujeto_Judith Butler


"Los sentidos del sujeto" (Herder: Barcelona, 2016), es una colección de ensayos cortos que giran en torno a la función de las pasiones en la formación del sujeto desde un punto de vista fundamentalmente filosófico. Se trata de siete textos escritos entre 1993 y 2012 (bastante desactualizados por tanto, en la introducción se indica que la autora ha modificado, para esta edición, aquellas partes en las que actualmente ya no estaba de acuerdo con lo que había expresado) en los que Judith Butler (Cleveland, EEUU, 1956) critica los aspectos de varios autores con los que no está de acuerdo (Descartes, Marleau-Ponty, Spinoza, etc.), pero va más allá y también hace críticas de otras críticas (de Irigaray sobre Marleau-Ponty, de Kierkegaard contra Hegel, etc.). Entretenido, cuanto menos. No es una lectura fácil (a lo largo de párrafos y párrafos le da vueltas y más vueltas a conceptos muy concretos aportando pequeños cambios de puntos de vista y el lenguaje es muy académico) pero resulta enriquecedora y nos invita a pensar hasta qué punto el exterior afecta en la formación del sujeto, que es impresionable y vulnerable.

Judith Butler es autora de referencia en estudios de género, estableció las bases en sus libros más conocidos como "El género en disputa" (Paidós, 2001), "Cuerpos que importan" (Paidós, 2008), "Cuerpos aliados y lucha política" (Paidós, 2017) ó "Deshacer el género" (Paidós, 2008), pocos ensayos feministas actuales no la citan en algún momento. Algunos fragmentos brillantes de "Los sentidos del sujeto":

p.88 (...) los más variados actos de aparente autodestrucción tienen algo de persistente y de potencial autoafirmador de vida.

*

p.99 Mientras que el duelo parece versar sobre la pérdida de un objeto —la pérdida consciente de un objeto—, los melancólicos no saben qué lamentan. Y en algún punto se resisten a reconocer esta pérdida. Como resultado, padecen la pérdida como una pérdida de conciencia, es decir, de un yo cognoscente. Si este conocimiento es el que afianza al yo, este yo también se pierde, y la melancolía se convierte en un lento desfallecimiento, un deterioro potencialmente suicida. Este deterioro tiene lugar por medio del autorreproche y la autocrítica, y puede tomar la forma del suicidio, es decir, del intento de anular la propia vida debido al desprecio que se siente por esta.

*

p.161 Nos podríamos preguntar si no hay más alternativa que la fe o la desesperación. Según Kierkegaard, así es. La mayoría de los seres humanos viven en la desesperación, y ni siquiera saben que están desesperados. En realidad, el hecho de ignorar la propia desesperación es un síntoma de desesperación. La persona que ignora que tiene ante sí una tarea, que debe librar una batalla por afirmar su yo de este modo tan paradójico, se basa en una serie de suposiciones sobre la solidez de su propia existencia que permanecen sin cuestionar y, por lo tanto, al margen de la dificultad de la fe. Así que parece que existe otro camino hacia la fe que no es el de la desesperación. Pero para Kierkegaard, la fe no provee una solución a la paradoja del yo. De hecho, no hay nada que pueda proporcionar tal solución. El yo es una alteración, un constante ir de aquí para allí, una paradoja viva, y la fe no detiene ni resuelve esa alteración convirtiéndola en un todo armónico o sintético. Al contrario, la fe es precisamente la afirmación de que no puede haber solución. Y puesto que la "síntesis" representa la solución racional de la paradoja, y esta no se puede resolver, de ahí se sigue que la fe emerge precisamente en el momento en que la "síntesis" se demuestra una solución engañosa. Digamos que esta sería la última de las burlas de Kierkegaard a costa de Hegel.

*

p.193 ¿Y cómo funciona en la relación ética entre los sexos que Irigaray imagina y promueve y que entiende como el eje del proyecto de la filosofía feminista? Recordemos que, según ella, universalizar una norma, o sustituir una por otra, serían ejemplos de un procedimiento ético que presupone una posición simétrica de hombres y mujeres en el lenguaje. De hecho, si las mujeres y los hombres se ubicaran simétrica o recíprocamente en el lenguaje, entonces la reflexión ética consistiría en imaginarse a uno mismo en el lugar del otro y en extraer un conjunto de reglas o prácticas a partir de esa sustitución imaginada o imaginable. Pero en el caso de que hombres y mujeres se ubiquen asimétricamente, el acto de un hombre de sustituirse por una mujer en un esfuerzo por lograr una igualdad imaginada se convierte en un acto por el cual el hombre extrapola su propia experiencia a expensas de la propia de cada mujer. En este escenario, según Irigaray, el acto por el cual un hombre se sustituye por una mujer se convierte en un acto de apropiación y borrado; el procedimiento ético de la sustitución, pues, queda reducido, paradójicamente, a un acto de dominación. Por otro lado, si una mujer, desde su posición subordinada en el lenguaje, se sustituye por un hombre, esta se imagina a sí misma en una posición dominante y sacrifica su sentido de la diferencia respecto a la norma. En tal caso, el acto de sustitución se convierte en un acto de autoborradura o autosacrificio.
Podríamos concluir que, para Irigaray, dada su perspectiva, según la cual hombres y mujeres ocupan una posición asimétrica en el lenguaje, no puede haber relación ética.

*

p. 246 El "tú´" es anterior al nosotros, anterior al vosotros y anterior al ellos. Es sintomático que el "tú" sea un término que no encuentre un lugar en los desarrollos modernos y contemporáneos de la ética y la política. Las doctrinas individualistas ignoran al "tú", porque están demasiado preocupadas por enaltecer los derechos del yo, y el tú queda oculto en una forma de ética kantiana que solo es capaz de poner en escena un yo que se dirige a sí mismo como un "tú" conocido. El "tú" tampoco encuentra su lugar en las escuelas de pensamiento a las que se opone el individualismo, escuelas que, en su mayor parte, se ven afectadas por un vicio moral, que, para evitar caer en la decadencia del yo, evita la contigüidad del tú, y privilegia lo colectivo, los pronombres en plural. De hecho, muchos movimientos revolucionarios (que van del comunismo tradicional al feminismo de la sororidad) parecen compartir este curioso código lingüístico basado en una moralidad intrínseca de los pronombres. El nosotros siempre es positivo, el vosotros es un posible aliado, el ellos muestra el rostro del enemigo, el yo es indecoroso, y el tú, por supuesto, es superfluo.


miércoles, 11 de octubre de 2017

QUIÉRETE UN POCO, JODER


Te quiero no nos compromete a nada,

pero calienta el corazón y tira hacia arriba

de los hilos que sostienen las comisuras de los labios.

Simplemente informa de una realidad,

como haría el periodismo objetivo si existiera.

Hace que le pongamos un plato a la belleza en la mesa

y que nos sintamos abrazados a distancia.

Te quiero jamás debería implicar

arrojar todo Disney sobre la cabeza de nadie.

Te quiero no debería ser tabú.

Amar tu identidad no debería ser tabú.

Amar a otre independientemente de su identidad,

no debería ser tabú.

Amar y no follar no debería ser tabú

y follar sin amar no debería ser tabú.

Ya sé que el amor no tiene nada que ver con este insomnio.

Conozco mi lugar en la lista de prioridades,

lo sé todo sobre el egoísmo y las verdades a medias,

tengo la mano sobre el picaporte de la puerta de atrás.

Me enjuago los ojos y leo en el espejo:

quiérete un poco, joder, quiérete un poco.


Del texto: 
© Todos los derechos reservados - Mar López, 2017

lunes, 24 de noviembre de 2014

"El intelectual melancólico" - Jordi Gracia



“El intelectual melancólico” es un pequeño ensayo que encaja a la perfección en el catálogo de altísima calidad de Anagrama. Un reencuentro con la intelectualidad más pura, una dosis de finura y buen hacer en un mundo hostil donde los intelectuales parecen verse obligados a convertirse en melancólicos.

Jordi Gracia es catedrático de Literatura Española en la Universidad de Barcelona, así como crítico en periódicos catalanes y madrileños. Es autor de varios ensayos sobre historia de la literatura, otros sobre autores cuya obra admira y coordinador de diversas antologías.

Cómo detectar al intelectual melancólico
La principal aportación de Jordi Gracia es esa: la de exponer con gran claridad una teoría personal basada en la observación del mundo intelectual que le rodea, y hacerlo además con una finura, una elegancia, un buen gusto y una ironía tan sutil que es imposible no disfrutar leyéndolo incluso aunque uno no esté de acuerdo con lo que cuenta.

Y es que la conjunción de los términos “intelectual” y “melancólico” ya a priori es divertidísima, y anticipa a la perfección tanto el tema que se va a tratar como el tono desde el que va a enfocarse. Uno empieza a leer el libro y descubre además que el título inicial era “Panfleto contra el prestigio de la melancolía entre los intelectuales afectados por el síndrome del narciso herido” y si aún le faltaba alguna razón para seguir leyendo, ya las tiene todas.

El intelectual melancólico es, en fin, todo aquel  ser dedicado a las letras que ve con horror cómo sus publicaciones tienen menos éxito del que cree que por justicia merecen, y se enfada observando las cifras insultantemente elevadas de otros autores que cree que intelectualmente no le llegan ni a la suela del zapato. Entonces se ofende y ataca y piensa que cualquier pasado fue mejor, que el mundo de la cultura está tan muerto que ya casi desaparece.

Melancolía VS solemnidad
En este libro encontramos frescura, y las ganas de contagiar el amor por el conocimiento y por las cosas bien hechas. Porque si el intelectual melancólico no para de criticar a todos los escritores de medio pelo que no tienen calidad, gasta todas sus fuerzas en darles precisamente aún más publicidad. Lo que debería hacer, según este libro, es trabajar por aportar su trabajo de calidad al mundo de la cultura y dejar de criticar una inercia que con su mismo comportamiento está alimentando.

Es solo el tiempo el que pondrá a cada uno en su lugar: las obras de consumo de masas nunca pasan a la posteridad. Como bien dice Gracia, “casi cada nuevo libro de éxito y casi cada nuevo autor con público encarnan una agresión programada contra el buen gusto” pero también, “la calidad es exigua y es minoritaria, que las grandes obras son grandes porque son pocas”.

Así que, si uno consigue publicar en un medio que llegue a otros, ¿de qué sirve criticar la mediocridad que ya todos sabemos que impera y que muchas veces nos deja tan mal sabor de boca al comprobar que es precisamente lo que tiene éxito popular? ¿Por qué no convertir esa inquina y esa crítica mordaz en razones que estimulen el buen gusto en las masas?

El intelectual melancólico se escuda en la solemnidad como refugio contra los ataques de la estupidez imperante en el mundo de la supuesta cultura. Es una opción como cualquier otra, sí, pero, ¿es la mejor?

Un regreso al buen gusto es posible
No se trata solo de recuperar la calidad en el mundo de las letras, es algo que va más allá: signos de pérdida de nivel como sociedad no son sólo la falta de interés por la cultura o la enfermedad de la titulitis. Es la pérdida total de los valores, en un mundo en el que la palabra que te den no valdrá nada, el dandy de disfraz será el que más te mienta y los jóvenes, sentados con gorra visera a la mesa, fotografiarán el plato que van a comerse y lo compartirán en Internet satisfechos. Los viejos ya no son sabios de los que aprender por su experiencia sino muebles molestos de los que desprenderse con la mayor celeridad posible. Podrían hacerse listas interminables, en fin, de ejemplos similares.

Pues bien, ¿qué podemos hacer? Este libro nos contagia el entusiasmo por no seguir esa inercia y sin embargo sí releer a los clásicos, aprender de ellos, filtrar nuestras lecturas con lupa en el maremágnum de publicaciones y novedades de nuestras librerías favoritas. El mundo de la cultura no está muerto, por suerte. Huyamos de la mediocridad, tenemos mucho, mucho que aprender, sigamos haciéndolo. Autores como Jordi Gracia están ahí para ser nuestros aliados.



domingo, 16 de marzo de 2014

tigres blancos


de pronto la lluvia
y recuerdas que el cielo es una fotografía
igual que tú estás lleno de niños por dentro
cuando los charcos crecen,
entre manchas de merienda
y una extraña sensación de eternidad fuimos creciendo
y hoy hay restos de trajes de damas por los rincones
y un señor muy serio anunciando corbatas sin piedad
nosotros sólo quisimos gritar fuerte y andar descalzos
porque nunca entendimos cómo eso
podía ser peor que los ojos en jaulas
tarde o temprano tuvimos que elegir
y todos preferimos quedarnos solos
para poder seguir chillando sin zapatos,
alguna vez nos encontramos unos con otros
y entonces sonreímos de un modo salvaje,
casi triste

isabel garcía mellado
*cómo liberar tigres blancos*
ed.YaLoDijoCasimiroParker
madrid2010

viernes, 6 de diciembre de 2013

"Visión en primavera" - William Faulkner


Y al fin, después de haber seguido una voz que gritaba en su interior
a través de velos de mudable sombra, la noche descendió sobre él,
en pie, paralizado de horror.
A su alrededor, círculos de una campana se multiplicaban, crecían.

Bajo el silencio inmóvil en torno a él, otra campana se deslizó como una estrella
despertando la súbita vaguedad de un dolor.
Aquel —decía y temblaba— era mi corazón, mi corazón antiguo que se quebrara;
roto, deshecho, mi corazón que tan cuidadosamente yo guardaba,
vacío de planta de semilla, al que el curso de los días
hubiera convertido en un jardín donde adormecer la senectud.

Pues yo, quien tanto buscara,
yo descuidé los peniques que el que compra la paz debe atesorar,
una esquina en la que extraviar los pies fatigados...

Sobre él, veloz, delicadamente
los árboles sacudieron sus brazos de plata bajo mangas de verdura
y los miembros brillantes y las ramas
se movieron en callado compás hacia una música antigua.

Y, una vez más, las frentes de los bailarines soñados
ante él flotaron en calma, liberadas de tristeza
en un mar de aire nocturno...
labios repitiendo la melodía, sosteniendo la refrescante puesta de sol
en la quietud de otoño de sus cabellos.

Levemente se elevaron a su alrededor, apresurando la magia,
y su propia vida, tan sosegada en sus ojos,
tocada por esta belleza silenciosa, cansada, se agitó nuevamente.

Las suaves manos de los cielos,
delicadamente, balancearon la delgada luna sobre él,
y llenaron de escalofrío las copas de los árboles,
hasta que oyó el beso de las hojas, y entonces.. ¡ved! el sueño se había desvanecido.

Levantó su mano, se agitó y hubiera gritado,
pero había perdido la voz como las ramas
que, ligadas a un desmayado estribillo,
tejían una telaraña en torno a él y le engañaban, dulcemente.

De nuevo las campanas,
como hojas al caer, se alzaron reflejadas desde el silencio
y, en silencio él, con su corazón vacío, meditaba:

Yo tenía aquello que buscaba,
que ha huido de mí hecho pedazos.

Pues yo, quien se afanó a través de pasillos de áspera risa,
quien buscó la luz en oscuras reservas de dolor,
¿qué haré, viejo, solo y cansado...
demasiado cansado para, en soledad, comenzar nuevamente?

Suavemente, olas claras de oscuridad surgieron en lo alto,
llenaron los árboles y aquietaron las rígidas ramas en inquietante coral.

Se levantó sobre sus rodillas entumecidas.

La primavera, cubierta de blanco a lo largo de la débil y estrellada oscuridad,
se levantó nuevamente a su alrededor,
como un muro bajo el cual permaneció en pie
y contempló, más y más frío,
una estrella, inmaculadamente, caer.


"Visión en primavera", William Faulkner. Trieste: 1987.

miércoles, 26 de junio de 2013

"Butes" - Pascal Quignard


CAPÍTULO IX

De pronto lo antiguo se precipita.
Lo antiguo cae de las nubes.
Es el rayo mismo.
El trueno es la voz de este animal enorme y extremadamente negro que se llama tormenta.
Los relámpagos saltan desde lo alto del cielo con el deseo de venir a tocar la tierra.


Butes, Pascal Quignard: Editorial Sexto Piso, 2011


Butes mantiene esta intensidad todo el rato, es la delicadeza, la magia. Es uno de los libros más especiales que he leído nunca.

Me aproximo al secreto.
¿Qué es la música originaria? El deseo de arrojarse al agua.

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