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jueves, 20 de agosto de 2015

Ágatha


Ágatha tiene el pelo azul y el universo en los ojos, que miran al infinito. Por el momento no voy a deciros dónde vive pero, si por casualidad os topáis con ella dentro o fuera de los túneles, decidle por favor que la estoy buscando.




Cold you felt
Like a wooden doll went through his hell
But I found you ran away with you
Talked to you
Saved you too
Day by day
More veils disappeared
And turned to grey
Fell to ashes
Took away your fears
Smiles came back
No more tears
Leave behind dusty backyards
Come with me come with me
For you and me
For heaven's sake
Blue Heart
Take away those lost and poors years' sorrows
Blue Heart
Face these joyful eyes of your tomorrow
Blue Heart
Run with me uphill where summits touch the sky
Blue Heart
Take away those lost and poors years' sorrows
Blue Heart
Face these joyful eyes of your tomorrow
Blue Heart
Fly with me and we will never say goodbye
Deep dark eyes
Taste your ruby blood
You hypnotized
Made me risk all what seemed worth to me
Golden leaves
Got the key
From then on
Sand could feed
No rose will lose it's thorn
All the valleys
Of this unknown land
Will stay green
Take my hand
Leave behind dusty backyards
Come with me come with me
For you and me
For heaven's sake
Blue Heart
Take away those lost and poors years' sorrows
Blue Heart
Face these joyful eyes of your tomorrow
Blue Heart
Run with me uphill where summits touch the sky
Blue Heart
Take away those lost and poors years' sorrows
Blue Heart
Face these joyful eyes of your tomorrow
Blue Heart
Fly with me and we will never say
goodbye

miércoles, 26 de junio de 2013

"Butes" - Pascal Quignard


CAPÍTULO IX

De pronto lo antiguo se precipita.
Lo antiguo cae de las nubes.
Es el rayo mismo.
El trueno es la voz de este animal enorme y extremadamente negro que se llama tormenta.
Los relámpagos saltan desde lo alto del cielo con el deseo de venir a tocar la tierra.


Butes, Pascal Quignard: Editorial Sexto Piso, 2011


Butes mantiene esta intensidad todo el rato, es la delicadeza, la magia. Es uno de los libros más especiales que he leído nunca.

Me aproximo al secreto.
¿Qué es la música originaria? El deseo de arrojarse al agua.

martes, 21 de mayo de 2013

"La Bella, enigma y pesadilla" - Pilar Pedraza

Las sirenas (Klimt, 1899)

«Odiseo viola la dulzura del canto con el punzante y obsceno mástil de su barco, sometiendo con ello a las atroces cantoras que, según algunos, se suicidan, despechadas, como la Esfinge tebana al ser despojada del velo de sus enigmas: idea absurda, que Homero no transmite. ¿Puede morir la Muerte? ¿Va la Muerte a suicidarse porque un simple súbdito suyo, un mortal, la burle de momento valiéndose de una treta infantil y siguiendo los consejos de una turbia hechicera? No: ahí está y ahí se queda la isla de las cantoras, con sus huesos y sus flores, esperando tranquilamente, bajo los astros, a que aparezca un nuevo barco. Ahí la encuentran los Argonautas —antes que Odiseo en el mito, en la cronología literaria después, ya que el episodio es narrado por el poeta helenístico Apolonio—, que logran pasar ante ella, gracias a la potencia del canto de Orfeo.

Vista la representación desde el contracampo, ¡qué soledad la de las Sirenas, reinando entre huesos y desperdicios, alisándose las plumas al sol, en una isla remota cuyas flores no llegan a atenuar con sus perfumes los vapores de la corrupción! ¡Qué alegría las embriagaría cuando vieron aparecer en el horizonte el corvo bajel de proa azulada, con su cargamento de hombres atezados, comandados por Odiseo, el héroe de los cabellos como racimos de jacintos! ¡Y qué ofensa para ellas que cantos tan elaborados, tan sabiamente dosificados en sus perfumes y venenos, fueran a parar a oídos sordos, a orejas taponadas con la cera segregada por las abejas industriosas, las estúpidas abejas que trabajan y trabajan y trabajan y se afanan mientras las cigarras, los pájaros y las Sirenas cantan en los árboles, las rocas y las nubes!

¿Qué sintió la blanca Leucosia cuando aquel frágil cascarón de pino pasó sin detenerse ante sus ojos glaucos, cuando su canto encontró un muro de cera que le impedía llegar al corazón de los itacenses, que poco antes habían hozado como cerdos en las moradas de Circe?

¿Acaso no fue lo peor de todo para Ligia el hecho de sentir que la melodía fascinaba a Odiseo y que unas maromas de áspero cáñamo le retenían atado al poste de tormento de una impotencia que era potencia contra ella?

¿Qué pensó Parténope cuando las espirales de armonía que salían de su boca de virgen se enredaban en el áspero palo? ¿No resultó peor que ser violada en cualquier burdel de puerto por un marino extranjero al que las dulzuras de su acento resultaran indiferentes?

Ser vencidas por los ritmos arrebatadores de Orfeo constituyó una derrota soportable, incluso honrosa; ser rebasadas por excombatientes que hacían oídos sordos, una humillación.»

(...)

«Las Sirenas de mar me interesan poco, salvo la Doña Teodora de Álvaro Cunqueiro, griega de nacimiento, que a la muerte de su amigo el vizconde portugués, quiso meterse monja en un monasterio de la laguna de Lucerna. Como tenía la cola rosada y se la quería teñir de luto, recurrió a Don Merlín. Realizó éste el encargo sumergiéndola en una tina llena de un caldo cuyos ingredientes recojo, por si alguien se ve en la tesitura de tener que enlutar un pescado. Son los siguientes: polvo de oro sulfatado, cuatro mezclas de corteza de nogal, extracto de campeche y crémor tártaro. Hay que remover esto durante una hora con una varita de plata y luego añadir un puñado de sal. Con tal mixtura, la cola viene a quedar de un color negro brillante, con un filo de oro en el borde de cada escama. Y es lástima que las Sirenas de mar carezcan de ombligo, porque si lo tuvieran, el mejor aderezo de este luto consistiría en una cuenta de azabache —piedra, por otra parte, que protege del mal de ojo— puesta en él, o bien una monedita de oro como las que traen las moras en las orejas y en los chalequillos.»


Pilar Pedraza
La bella, enigma y pesadilla
Tusquets, 1991

domingo, 2 de octubre de 2011

Sobre la magia de la música.


La melodía continúa, cambia, se transforma, Krito revive las consecuencias  de aquello, la maldición interior pesando en su vida, la destrucción para siempre de su capacidad de amar, y recordándolo abre los ojos, se contempla con realismo implacable, se abraza a sí mismo donde está, se acepta reconciliado... Porque es tocando fondo, aunque sea en la amargura y la degradación, donde uno llega a saber quién es, y donde entonces empieza a pisar firme. Y desde lo alto, desde la noche transfigurada por la música, llega al fondo del pozo el bálsamo del arte, despierta la sensatez de la sabiduría, y Krito empieza al fin a estar en paz... Desde ese momento sólo es oído y sentimiento, olvido de los demás, envuelto en música, inundado de música, apacentado en música. Es pájaro, caballo, navegante, planeta. Es corazón latiendo.


Tarda en darse cuenta de que la música ha cesado, de que abajo no hay apenas ruido. Oye crujir la vieja escalera de madera por las cautas pisadas de una muchacha y las más fuertes del tardío cliente que la sigue hasta la yacija. Oye una voz reclamando agua. La vida le envuelve de nuevo y ve al aulista, soltándose la cinta que mantenía los tubos contra su boca.
-Amigo, amigo -le dice suavemente-. ¿Qué haces con el viento en esos tubos? ¿Cómo lo alargas, lo trenzas, lo frenas, lo aceleras, lo haces saltar o doblegar?
El aulista sonríe y tantea hasta encontrar el jarro del que bebe un trago.
-Esta noche te confesaré mi secreto... No soy yo quien lo hace; es el mismo viento que está vivo y ama los tubos estrechos con las repentinas portezuelas que se abren y cierran. Sí, te diré mi secreto. Cuando nací, en Tracia, mi madrina fue una maga de hierbas, como llamamos allá a las mujeres con poderes ocultos, y no me regaló nada. Mis padres se enfadaron, pues habían esperado que me diese la vista sin la que nací, pero ella sabía que aún no era el momento. Fue más tarde, cuando ya me apuntaba la barba. Un día se me acercó en el monte y sopló tres veces en mis dedos. Por eso el viento los reconoce y ellos a él; por eso ellos le llaman y él les obedece.
-Comprendo -dice Krito, mientras piensa de qué triste o alegre historia personal será transmutación defensiva esta leyenda.
-No, no comprendes -continúa Yarko, cambiando su tono ligero en otro melancólico-, porque aún no he terminado. Después de soplar en mis dedos la maga tocó mi corazón con su mano izquierda y me dejó una cicatriz para siempre. Por eso el viento y mis dedos sólo saben tocar como has oído.
Y ahora Krito sí comprende que en la vida de Yarko hubo otra Kalidea. Se acerca al aulista y abraza a su hermano en lo irremediable.


José Luís Sampedro
"La vieja sirena"
Ediciones Destino, 2006
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