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martes, 2 de julio de 2019

"Mejor la ausencia" - Edurne Portela


Esta es la primera vez que me enfrento a un libro de Edurne Portela y me ha llevado directa a su mundo, sin explicaciones ni transición. "Mejor la ausencia" es una de esas novelas que no tienen prólogo ni lo necesitan. Tiene un hilo argumental claro y se puede decir que es un libro sin pretensiones, esto es algo que dice mucho a su favor. Personalmente, me molestan las ínfulas y los engolamientos, en este sentido este libro es perfecto, si bien es verdad que he echado en falta quizá algunos toques de lirismo, luego explico por qué.

Portela se centra en describir los hechos, de una forma más o menos clara: algunas veces las escenas de violencia son muy cruentas, otras se describen de forma más escueta, que no poética: con pocas palabras y obviando fragmentos que perfectamente el lector se puede imaginar. Es decir, en estos casos la narración se presenta como una escena a fogonazos, con ráfagas de luz seguidas de momentos de oscuridad que activan la imaginación del espectador. Sabemos que lo más terrible es precisamente lo que no se ve y que la mente de quien observa es capaz de figurarse horrores mucho más terribles de los que la ficción sugiere.

En cuanto al lirismo: Portela ha elegido un modo directo y descriptivo para presentar una historia que gira en torno a la violencia (familiar, social, institucional). Es un modo tan válido como cualquier otro, si se hace bien. Personalmente, valoro mucho el esfuerzo narrativo cuando la narración describe sucesos espantosos y sin embargo la forma elegida es lírica, como en el caso de “Del color de la leche” de Nell Leyshon o “Tu amor es infinito” de Maria Peura. Me parece que, en estos casos, la finura y la delicadeza convierte al escritor en un artesano de las palabras, puesto que construir una narración hermosa con un argumento espeluznante es algo así como fabricar una obra de arte con el barro.

Algo a destacar es la evolución del lenguaje de la protagonista, que habla en primera persona y su forma de expresarse evoluciona a medida que ella crece. Desde que es una niña y empieza a asistir a escenas de violencia familiar y de terrorismo etarra, hasta que es una mujer cuya vida, en todos y cada uno de los aspectos, se ha visto afectada por ese entorno de violencia y miedo en el que viene a nacer y del que el lector comprobará si es capaz de escapar en algún momento.

Hace poco leí a Alice Miller en un ensayo que enlaza muy bien con esta historia, “El cuerpo nunca miente”. En ese texto Miller analiza hasta qué punto está aceptado e interiorizado el cuarto mandamiento católico en la cultura popular, y de qué manera lo hemos asimilado. En general, las personas que componen nuestro entorno (amigos, familia, compañeros de clase y trabajo, etc.) siempre nos van a incitar a perdonar y amar a nuestros padres aunque se compruebe que nos están tratando mal, de una forma violenta y dañina.

Muchas veces, los padres parecen creerse el cuento de la cigüeña y le encargan niños perfectos, pero perfectos según sus ideales, claro. Luego, no reciben de la cigüeña los hijos que soñaban, y rechazan y quieren modificar las formas de ser de hijos sensibles y amanerados, o de hijas asertivas y fuertes que rechazan el rosa, hijos que resultan ser hijas, hijas que resultan ser hijos, hijos e hijas con sexualidades no normativas, tatuados, o que desean carreras profesionales distintas a las que habían diseñado para ellos.

En mi opinión, los padres que no te quieren como eres, no te quieren. Quieren (si es que ser tan salvajes no les incapacita para el amor) al ideal que soñaron, y que por supuesto no existe. Y si no hay lugar para el diálogo y el entendimiento (teniendo en cuenta que su rechazo puede provenir de la ignorancia y ser reversible a través de explicaciones y educación), hay que huir de ahí. Quedarse nunca da lugar a nada bueno: los principios determinan los finales, como sucede en esta novela de comienzo premonitorio.


sábado, 20 de octubre de 2018

"Monstruas y centauras" - Marta Sanz



Una de las cosas que más me gustan de este libro es el título y su lucidez, se trata de una visión sin apenas perspectiva de los acontecimientos relativos al movimiento feminista de los últimos meses. La autora comienza explicando que siente una saturación informativa debido al bombardeo de una gran cantidad de fuentes de información. Para ordenar estas reflexiones, se basa en acontecimientos recientes como el movimiento Me Too, la carta de las intelectuales francesas y la huelga feminista de 2018.

“Monstruas y centauras” es el ensayo feminista de moda en Instagram, y me gusta que este puesto lo ocupe un libro cuya autora no da por hechas las cosas y se replantea todo, lo lleva a su terreno y construye una opinión en torno; no es, en fin, de las que opinan sobre una sentencia judicial antes de haberla leído y además escribe bien.

Hace alusión a sucesos tan recientes como el falso máster de la Cifuentes o el día en que Aitana Ocaña avisó en medio de una firma de discos que se levantaba un momento para ir al baño porque estaba con la regla. Realza la naturalización que la generación millenial hace de asuntos tabú que nos inculcaban a los que nacimos en el 85 y antes. Sin ir más lejos, estos días ha sido noticia que su compañera Amaia Romero acude a eventos públicos sin depilar, sin embargo nunca es noticia que vaya sin depilar un tío.

Marta Sanz no abandona la actitud de pensamiento crítico y analiza toda la información antes de adscribirse a movimientos o tendencias que surjan en torno al feminismo. Denuncia situaciones adversas para las mujeres en un mundo dominado por hombres, para que no miremos hacia otro lado y decaiga la rabia, para que se mantenga viva la lucha. También se abre exponiendo sus incertidumbres e inseguridades con respecto al feminismo y su lugar dentro de él, sus dudas y las contradicciones que no se obceca en resolver, sino que aprende a aceptarlas y a convivir con ellas, a observar cómo evolucionan a medida que su aprendizaje también lo hace.

Encontramos en la misma página a personajes en principio tan dispares como pueden serlo Mary Beard y Beyoncé, mientras la autora reflexiona sobre en qué parcela del feminismo se encuentra cómoda. En mi opinión todas las vertientes del feminismo son necesarias, mientras apunten en la misma dirección. Es la única forma de avanzar, sin pluralidad no es feminismo. Supongo que el hecho de que te incomode la forma de vida de una feminista muy distinta a ti, implica que debes revisar tus certezas en cuanto a la idea de mujer y de feminismo que ronda en tu cabeza. Otra cosa es que tenga que caerte bien todo el mundo, pero ese es otro tema.

No se trata de linchar al monstruo ―me digo a mí misma para sentirme mejor―, sino de escarbar en el origen de la monstruosidad, utilizar pomadas antibióticas, reeducar la postura.

Tampoco pierde de vista la necesidad del sentido del humor, a diario me pasa que a los pocos minutos de poner un pie en la calle me siento gravemente ofendida por ver actitudes machistas, incívicas, por el acoso sexual callejero, etc. Me encerraría en casa y que esa casa estuviera rodeada de kilómetros de territorio despoblado, no soy lo que se dice una persona social. Pero a la vez necesito trabajar para subsistir y recurro a unos grandes auriculares con death metal a toda pastilla y evito en lo posible andar mucho por ahí. Pero estoy divagando.

También insiste Sanz en la importancia del uso que le damos a la sintaxis. Decía alguien a quien yo quería mucho, que el lenguaje es quizá la única arma que tenemos para cambiar las cosas. A mí no me da miedo el cambio, me da miedo el conservadurismo y la estanqueidad. Hace mucho que sé que el lenguaje es una cosa viva y me gusta ver cómo se transforma y participar de ese cambio, lo que no soporto es el maltrato al que se lo somete y la cantidad de veces al día que veo escrito enserio, sobretodo y ti con tilde. No es ese el cambio al que me refiero, sino a la creación y normalización del lenguaje inclusivo y cero ofensivo: a que el masculino no sea el género por defecto, a que José María Cano revise su ego y su homofobia interiorizada, a no callarme cuando oigo algo así en mi entorno. Por mi trabajo tengo que convivir a diario con personas con las que jamás me iría de viaje, acostumbro a decir lo más sosegadamente que puedo “en mi presencia no consiento lenguaje del odio” cuando escucho expresiones machistas u homófobas. Supongo que esto me hace menos simpática, pero es que encajar nunca ha sido algo en lo que yo haya invertido un minuto de mi vida: encajar en un mundo enfermo, no es sano.

“Por decir portavoza no se es más feminista…”, dice mi amigo Julio Llamazares, pero a mí me entran dudas porque creo que la sintaxis es una pequeña forma de violencia y el travelling en el cine una cuestión moral (…) ¿Por qué no puedo jugar a utilizar el lenguaje como arma cargada de futuro? (…) No me sale decir de manera natural portavoza ni miembra, y creo que en esa artificialidad y ese desorden reside la dimensión política de una gramática que se hace visible y simultáneamente visibiliza un problema social. La pulida bola dorada del lenguaje se abolla y refleja la realidad con sus agigantadas deformaciones. No sé muy bien a qué viene tanto escándalo. Ni esa ortodoxia tan reveladora en la época de la cola de ratón del relativismo y de la desintegración de las humanidades en los planes de estudios de secundaria. En la época en que los niños estudian finanzas. Se acusa de ignorancia a las mujeres que hacen política con la forma del lenguaje como si la forma del lenguaje estuviese exenta de todo tipo de pilosidades ideológicas. Mientras tanto, el conocimiento y la opinión se confunden y se exalta la ignorancia como si tal exaltación fuese un principio democrático que nos igualase.

De aquí viene la elección del título, y de la construcción de la mujer ideal como una máquina perfecta a partir de recortes de revista. No soporto la expresión “es la mujer que todas querríamos ser”: nadie quiere ser la mujer que otra tiene en la cabeza. No hay una mujer perfecta. Y menos mal que no la hay, qué pereza tener que ser otra todo el tiempo.

domingo, 24 de diciembre de 2017

Foucault para encapuchadas - Manada de Lobxs


"Foucault para encapuchadas" no es un libro que espere ser reseñado. Es una herramienta para la lucha diaria, un manual terminológico básico para todo aquel que detecte la heteronorma imperante en la sociedad, y renuncie a formar parte de ella, así como del binarismo que embrutece a las masas, y al capitalismo hostil.

Lejos de conformarse con migajas, "Foucault para encapuchadas" no pretende que se incluya a las minorías para que pasen a formar parte del sistema haciéndoles un favor, no quiere bodas de gays ni lesbianas paridoras: quiere destruir el sistema. Aquí se denuncia lo que hay tras la máscara de lo gay friendly, la sociedad que a diario humilla, segrega y nos ataca con violencia física y verbal. La farsa detrás de la supuesta inclusión de todo aquel que no cumpla los requisitos para ser admitido.

Todos los textos se basan en la obra de Michel Foucault, Judith Butler, Gilles Deleuze, Felix Guattari, Tiqqun, Beatriz Preciado, Paco Vidarte, Monique Witting y muchos más. El enfoque parece claro, y personalmente me parece absolutamente correcto.



p. 11
La mujer es el artefacto político que no consigue asumir la soledad, siempre en busca de quién la complete, de quién la ampare, la proteja, la cobije, la resguarde, siempre esperando al príncipe o -la princesa- azul, siempre aguardando algo que estimule su abúlico tedio existencial femenino hegemónico de ángel del hogar sin más afirmación que su melancolía. La soledad en el desierto es la forma que reviste el medio de encuentro de quien procura desertar de las formas del yo-soy- mujer, llevándose en la retirada y el éxodo las armas y los afectos necesarios.

Nos borramos, difuminamos el universal que en nuestra especie humana heterocentrada propaga la muerte de todos los existentes para emprender la fuga, el exilio, fuera de los estratos del control, fuera de las lógicas binarias varón- mujer/humano-animal/heterosexual-homosexual, combatimos para devenir múltiples. No más lágrimas.

p. 25
Es decir, los malos e indóciles sujetos de las políticas sexuales que no dejan dormir en paz al bebé concebido con la costosa inseminación artificial de la amorosa pareja lésbica profesional blanca y exitosa, que se ha casado por civil para poder heredarse los bienes de la propiedad privada obtenidos en cargos gerenciales como periodistas clasificadas. Cualquier parecido con tu jefa no es pura coincidencia.

p. 32
El devenir no constituye un punto de llegada, ni una evolución ni algo en lo que hay que transformarse. Tampoco se trataría de una identidad disidente o una mera alteridad opuesta a la hetero-norma, como la de los homosexuales. No es algo que se produzca al nivel de la imaginación o del sueño, ni una imitación que responda al orden de la identificación, ni al de la asimilación, no tiene que ver ni con ser, ni con parecer, ni con producir, ni con equivaler...

Por el contrario, el devenir es una expresión relativa a la economía del deseo, cuyos flujos proceden mediante afectos, el contenido propio del deseo, ya que desear es pasar por devenires. Todo devenir forma un bloque que supone el encuentro o relación de dos términos heterogéneos que se desterritorializan mutuamente. Molecular, minoritario, nómade, opera mediante la disolución del orden molar de las identidades. El devenir pertenece al orden de la alianza (no de la filiación) y del rizoma (distinto de un árbol genealógico); siempre una multiplicidad (a diferencia de las identidades que suponen individuos que las encarnan) en vinculación con una micro-política de contagio y de afectación (la epidemia es anti-herencia: no heredamos la disidencia del movimiento LGTB), entendiendo los afectos no como sentimientos personales sino como potencias de manadas que hacen vacilar el yo.

p. 34
De hecho, el cuerpo heterosexual es uno de los artefactos del Capitalismo Global Integrado Heterosexual más exitoso en el arte de gobernar con los que cuenta la sexopolítica decimonónica, producto de una división del trabajo de la carne según la cual cada parte del cuerpo se define respecto a su función reproductora y productora de feminidad o masculinidad (es decir, la estratificación). En tanto régimen político, el CGIH opera desde la heterosexualidad para asegurar la relación estructural entre producción de identidad de género (femenino/ masculino) y la distribución sexuada de ciertos órganos (llamados “genitales” u “órganos sexuales o reproductivos”) y no otros, según un orden binario que se pretende estable y definitivo. El régimen otorga a cada parte de nuestro cuerpo una función única y por supuesto heterosexuada, convirtiendo -subrepticiamente- los órganos de reproducción en órganos sexuales. Lo que estamos queriendo decir es que si por casualidad tu placer sexual adulto pasa por chuparte el dedo gordo, este sistema de ordenamiento de los hechos humanos y no humanos, conscientes y no conscientes, te establecería como perverso, y luego pasarás a ser objeto de control, corrección y normalización dentro de las lógicas heteronormativas. Pero no nos quejamos, no queremos que nuestra perversión sea aceptada, lo que deseamos es destruir este régimen.

p. 43
Heterosexuales paridoras de misóginos, criadores de fascistas, novias románticas encubridoras, madres que piden perdón por lo que ustedes mismas les inculcaron a sus hijos, padres amedrentadores homofóbicos futboleros, caeremos sobre ustedes como Furias, con la alegría descomunal de travestis cuchilleras, de tortas camionabomberamotoquera asesinas, de maricas emplumadas armadas con su sangre. No tenemos miedo de morir como Daniel, ni como Pepa ni como ninguna otra de nuestras amigas, tenemos miedo de vivir como ustedes.


jueves, 29 de junio de 2017

lunes, 12 de junio de 2017

Dios y el estado - Bakunin (fragmentos)


" Rechazamos toda legislación, toda autoridad y toda influencia privilegiadas, patentadas, oficiales y legales, aunque salgan del sufragio universal, convencidos de que no podrán actuar sino en provecho de una minoría dominadora y explotadora, contra los intereses de la inmensa mayoría sometida. He aquí en qué sentido somos realmente anarquistas.

"Considerad un loco: cualquiera que sea el objeto especial de su locura, hallaréis que la idea oscura y fija que le obsesiona le parece la más natural del mundo, y al contrario, las cosas naturales y reales, que están en contradicción con esa idea, le parecerán locuras ridículas y odiosas. Y bien, la religión es una locura colectiva, tanto más poderosa cuanto que es una locura tradicional y que su origen se pierde en una antigüedad excesivamente lejana. Como locura colectiva, ha penetrado en todos los detalles, tanto públicos como privados de la existencia social de un pueblo, se ha encarnado en la sociedad, se ha convertido por decirlo así en el alma y el pensamiento colectivos.

"¿Cuáles son las causas de esta lentitud desoladora y tan próxima al estancamiento que constituyen, según mi opinión, la mayor desgracia de la humanidad? Esas causas son múltiples. Entre ellas, una de las más considerables, sin duda, es la ignorancia de las masas. Privadas general y sistemáticamente de toda educación científica, gracias a los cuidados paternales de todos los gobiernos y de las clases privilegiadas, que consideran útil mantenerlas el más largo tiempo posible en la ignorancia, en la piedad, en la fe, tras sustantivos que expresan poco más o menos la misma cosa, ignoran igualmente la existencia y el uso de ese sin la cual no puede haber revolución moral y social completa. Las masas, a quienes interesa tanto rebelarse contra el orden de cosas establecido, se adaptaron más o menos a la religión de sus padres, a esa providencia de las clases privilegiadas.

"En Grecia la divinidad se humaniza ―su unidad misteriosa, reconocida en Oriente sólo por los sacerdotes, su carácter atroz y sombrío son relegados en el fondo de la mitología helénica―, al panteísmo sucede el politeísmo. El Olimpo, imagen de la federación de las ciudades griegas, es una especie de república muy débilmente gobernada por el padre de los dioses, Júpiter, que obedece él mismo los decretos del destino.

El destino es impersonal; es la fatalidad misma, la fuerza irresistible de las cosas, ante la cual debe plegarse todo, hombres y dioses. Por lo demás, entre esos dioses, creados por los poetas, ninguno es absoluto; cada uno representa sólo un aspecto, una parte, sea del hombre, sea de la naturaleza en general, sin cesar sin embargo de ser por eso concretos y vivos. Se completan mutuamente y forman un conjunto muy vivo, muy gracioso y sobre todo muy humano.

Nada de sombrío en esa religión cuya teología fue inventada por los poetas, añadiendo cada cual libremente algún dios o alguna diosa nuevos, según las necesidades de las ciudades griegas, cada una de las cuales se honraba con su divinidad tutelar, representante de su espíritu colectivo. Ésa fue la religión, no de los individuos, sino de la colectividad de los ciudadanos de tantas patrias restringidas, asociadas por otra parte entre sí más o menos por una especie de federación imperfectamente organizada.

De todos los cultos religiosos que nos muestra la historia, ése fue ciertamente el menos teológico, el menos serio, el menos divino y a causa de eso mismo el menos malhechor, el que obstaculizó menos el libre desenvolvimiento de la sociedad humana. La sola pluralidad de los dioses más o menos iguales en potencia era una garantía contra el absolutismo; perseguido por unos, se podía buscar la protección de los otros y el mal causado por un dios encontraba su compensación en el bien producido por otro. No existía, pues, en la mitología griega esa contradicción lógica y moralmente monstruosa del bien y el mal, de la belleza y la fealdad, de la bondad y la maldad, del amor y el odio concentrados en una sola y misma persona, como sucede fatalmente en el dios del monoteísmo.

sábado, 29 de noviembre de 2014

Entrevista a Inma Luna a propósito de su novela "Mi vida con Potlach"


“Mi vida con Potlach” es una de las sorpresas editoriales de los últimos meses. Se trata de una novela que se aleja rotundamente de la mediocridad habitual gracias a la profesionalidad de su autora y la falta de aspiraciones engoladas: difícilmente dejará indiferente a los lectores de buen criterio literario. Su autora, Inma Luna (Madrid, 1966), es periodista y antropóloga. Antes había publicado una gran cantidad de producción literaria, siendo esta su primera novela. Acaba de reeditar su primer poemario, “Divina”, también con Baile del Sol, y otro de sus poemarios más recientes es “Cosas extrañas que sin embargo ocurren”, a cargo de la editorial Cangrejo Pistolero (2013). Atendiendo a su producción en prosa, existe un libro de relatos titulado “Las mujeres no tienen que machacar con ajos su corazón en el mortero” (Baile del Sol, 2008).

Esta entrevista surge por la gran calidad de la novela que tenemos entre manos: “Mi vida con Potlach”. Después de leerla, estábamos deseando conocer a Inma y preguntarle acerca de un buen puñado de cuestiones. Su predisposición para concertar una cita y realizar la entrevista fue inmediata, y comprobamos en persona que su amabilidad es tan grande como la sonrisa que luce en todas sus fotografías. Nos citó en un local absolutamente encantador, y tras un té de nombre evocador y la mejor música de fondo, esto fue lo que nos contó: 


“Mi vida con Potlach”, el proceso.

Pregunta: En primer lugar, hasta ahora conocíamos su trayectoria literaria a través de sus relatos publicados, pero principalmente por su poesía, que además nos parece muy íntima, muy femenina y muy personal (que se aleja un tanto de la poesía narrativa)… ¿cómo surge ese salto a la novela, qué sucede?

Respuesta: Aparte de poesía, siempre he escrito también relatos: para mí, la diferencia esencial entre escribir poesía y narrativa está sobre todo en lo que hay de ficción en cada cosa. En la poesía no hay nada de ficción, es decir, todo lo que pongo sobre el papel es lo que realmente pienso, lo que siento. Quizá no todo lo experimento, pero sí es mi visión del mundo. Ahí no hay nada ficticio, no hay ningún personaje creado. Para eso me habían venido muy bien los relatos, había conocido muchos personajes muy interesantes.

P: No ha caído en la trampa del poeta que de pronto irrumpe en la narrativa escribiendo prosa lírica o incluyendo poemas entre los capítulos… ¡y queremos darle la enhorabuena por ello! ¿Cómo ha sido la experiencia escribiendo narrativa?

R: Yo tenía una idea en la cabeza: quería contar cómo a veces, aunque nos cerremos a las sorpresas que la vida nos depara, la vida se empeña en irnos cambiando ese trayecto: cómo era casi inevitable que la vida fuese cambiando el camino que tú has elegido. Pero no sabía con qué historia iba a explicar esto. Entonces, como no tenía experiencia en novela, al principio empecé a redactar esquemas, a pensar por capítulos, a hacer la dinámica que puedes encontrar en cualquier taller de cómo escribir una novela. Bueno, pues fui incapaz de funcionar así. Entonces, empecé a escribir de una manera más intuitiva, y en ese otro comienzo surgió Luis, el protagonista de la novela, que en principio yo no sabía ni siquiera si iba a ser un hombre, no lo tenía nada claro.

Pero de repente aparece esta voz y me resulta muy potente. Entonces me dejé llevar absolutamente. Y de verdad que ha sido un personaje agradecidísimo porque me ha contado muchas cosas. Ha habido mucha parte mágica, porque realmente me dejaba llevar. Tenía todas las facetas que yo necesitaba para contar esta historia: esa cierta paranoia, esos problemas que tiene, cómo intenta que su vida se convierta en una cuadrícula para salvarse del dolor… que en realidad es por lo que yo creo que a veces nos volvemos un poco inmóviles, porque creemos que cualquier paso que demos puede hacernos daño. Si no tuviésemos miedo al dolor seríamos mucho más osados. Necesité un trabajo de constancia, que es lo que requiere esto por contra de la poesía, (que para mí no requiere ningún esfuerzo).

P: ¿Cómo describiría la experiencia al darle voz a un protagonista masculino?

R: Ha sido muy, muy, muy interesante porque en cada tesitura que Luis se encuentra yo tengo que pensar como él, y tengo que entender por qué él piensa así, por qué se relaciona de esa manera con las mujeres, qué le ha pasado para tener esos prejuicios cada vez que se enfrenta a una relación, qué miedos le atenazan y por qué… y ver esto desde un punto de vista masculino, cuando yo además he hecho una literatura muy femenina. Ponerme en la piel de Luis ha sido un ejercicio precioso, porque me ha servido a mí también de mucho. Ponerte en lugar del otro pero no de una manera paternalista. Y la verdad es que los lectores hombres me han dicho que le veían bastante real, que era un hombre sensible pero que no parecía algo impostado.

P: ¿Por qué le interesaba meterse en la piel de un personaje con problemas mentales? ¿Hay un por qué?

R: ¡Eso también fue cosa suya! (Risas). En principio tampoco tenía pensado que tuviese ningún problema mental. Me venía muy bien ese punto de inflexión en un momento de su vida, cómo él empieza con esa crisis brutal que tiene, para que se replantearse qué hacer. Ese aspecto es muy útil para indagar en esa mente, en su forma de ver la vida, y también para ver cómo se enfrenta a otra visión con la que él no está familiarizado, y sobre todo, cómo se da cuenta de que tiene sentimientos que desconocía: intentar ayudar a gente que no conoce, que le ayuden a él…

P: ¿En qué proyectos literarios está trabajando actualmente?

R: Estoy trabajando en otra novela, pero igual, con paso lento porque me cuesta, y además casi no corrijo, con lo cual cada página esta destilada absolutamente: tardo muchísimo en escribirla porque no me gusta lo superfluo en nada, ni en la poesía ni tampoco en la novela. No quiero contar cosas que no sean imprescindibles, por eso voy corrigiendo a la vez que escribo, el proceso es lento. Estoy escribiendo una novela que creo que tiene muy poco que ver con ésta tanto en el tono como en los personajes; quería en principio que fuese un poco más ligera porque ésta es un poco densa en algunas partes, pero… ¡no me está saliendo tampoco tan ligera como me gustaría! (Risas). También estoy haciendo un poemario que sacaré para el mes de julio con una editorial de Huelva que se llama Crecida.

- La escritora Inma Luna -

Feminismo en la literatura.

P: Actualmente existen movimientos de carácter feminista, de igualdad de géneros, tanto a nivel político y social como, concretamente, literario.  Por ejemplo, se está presentando por muchas ciudades el documental “Se dice poeta” de Sofía Castañón, que reivindica la igualdad de la presencia femenina en todos los ámbitos de la industria de la literatura, y en el que participan escritoras de tu círculo y/o generación. ¿Se siente identificada con estos movimientos? ¿Ha tenido que luchar con más fuerza en alguna ocasión dentro del ámbito literario por ser mujer?

R: Yo he tenido mucha suerte: cuando he querido publicar, he publicado. He escrito mucho de siempre, pero no he querido publicar hasta muy tarde porque todo lo que había escrito no me parecía digno de ser publicado. El primer poemario lo presenté a un concurso y gané la publicación, del que ahora ha salido la segunda edición (“Nada para cenar”). A partir de ahí casi todo me lo han ido pidiendo las editoriales.

Ahora bien: ¿qué le pasa a una escritora?, ¿qué le pasa a una mujer en general? Lo mismo, la misma dinámica que podemos experimentar en cualquier otro campo pasa en la literatura. Casi siempre somos un grupo aparte. No hay todavía un campo abierto de hombres y mujeres en nada: están los hombres, que ocupan la parte genérica de cualquier cosa (del arte, de la literatura…), la parte masculina es la que puede interesar a todo el mundo, siempre nos encontramos con esa barrera.

Me preguntan: ¿tú escribes para mujeres? ¡Pues no, nunca en mi vida he escrito para mujeres! ¿Escribo como mujer? Pues claro, escribo como mujer como pinto como mujer, como aprieto un tornillo como mujer… todo lo que hago en mi vida lo hago como una mujer, y además no reniego de eso para nada. Y lo que siento y experimento no me planteo si es femenino, es que es mío y sale de mí. Pero es que creo que ningún hombre se plantea si lo que hace es masculino. El problema que veo es que todo lo masculino es genérico, como ocurre con el lenguaje, y luego está lo femenino, que casi siempre son intereses que sólo corresponden a una parte de la sociedad. Parece que lo femenino no interesa en general, con ese choque te encuentras siempre. Tenemos que tener una alarma constante.

Por ejemplo, yo noto que me invitan mucho a festivales, a recitales. Pero a mesas redondas me invitan a muy pocas, esas casi siempre son de hombres… ¡salvo que hablen de literatura femenina! Entonces sí me llaman. Estoy segura de que quien lo organiza ni siquiera se acuerda. Tenemos que estar alerta. A veces no sabría decir si es discriminación… que sí que lo es… a lo mejor no voluntaria, pero existe, y se percibe.

Mi trabajo no sólo va destinado a las mujeres: hablo de la vida, que nos interesa a todos, y hablo de la maternidad porque me parece una experiencia relevante, pero no sólo para las mujeres. Este tema sólo se utiliza a nivel universal cuando interesa, es decir, cuando se trata de comprar cosas: si te interesa que los padres tengan en cuenta que tienen que comprar. En general parece que la maternidad es una cosa de la mujer, tanto para bien como para mal. Si quien diese a luz fuese un hombre, ¿te imaginas?, ¡tendría todos los privilegios del mundo! Y la maternidad no es una debilidad: es lo que hace que el mundo siga. El hecho de que ahora esté de moda hablar de algunos temas feministas me parece maravilloso.

Oigo a muchas mujeres más jóvenes que yo: “Soy feminista, pero no radical”. ¡Pero es que tienes que ser radical  hasta el máximo… radicalísima! Nos las cuelan, hay miles de cosas que no eres consciente que estás haciendo o te estás tragando en la tele y esto no tiene que ser así. Tenemos que ser muy radicales, claro que sí: muy radicales pero no en el sentido de ataque, es una cuestión de defensa.


Cuestiones sociales, literarias y más.

P: ¿A nivel global, qué opinión le merece el panorama literario actual de este país?

R: No estoy muy al tanto, pero lo que veo es que hay corrientes subterráneas, gente haciendo cosas que me parecen interesantes. De la literatura española contemporánea no me gusta casi nada. Hay excepciones, pero en general lo que llega a las librerías y lo que aparece en Babelia me parece malo, o por lo menos a mí no me interesa. Coordino un club de lectura y hemos leído cosas muy buenas y otras que te preguntas cómo se pueden publicar y vender durante tanto tiempo. Leímos “La alegría es un té contigo” de Mamen Sánchez… no puede estar peor escrito. Pero es que el último de Julia Navarro (que también lo leímos porque iba a venir a la librería) me pareció nefasto.

En poesía hay cosas que me encantan, y muchas son mujeres. Me encanta lo que están haciendo Ana Pérez Cañamares, Sofía Castañón, Sonia San Román… hay gente que está haciendo un trabajo muy bueno. Pero, ¿cómo está el panorama? Como todo, difícil, la cultura está en declive absolutamente. Luego hay grupúsculos semi mafiosos haciendo cosas de las que no participo, me muevo en ambientes mucho más gratificantes. La gente que he conocido en el campo de la literatura ha sido muy generosa conmigo.

Cuando me preguntan: “¿Vives de la poesía?”, digo: “Sí, vivo de la poesía porque es lo que me da la vida”. Recitar para la gente me encanta, porque hay un punto de conexión preciosa, es como un paso más del libro.

P: ¿Cuáles son sus principales referentes literarios?

R: Mi diosa es Clarice Lispector, es la escritora que más me gusta y más difícil me parece, pero siempre que la leo pienso: “Yo quiero hacer esto, quiero escribir con esta depuración”. Ella era una mujer que pensaba tanto en la literatura, que todo lo que ha escrito sobre literatura, yo lo firmaría. Es como si leyera lo que pienso, me encanta. Aparte, hay libros sueltos… me gusta volver a los libros de Juan Rulfo, “Pedro Páramo” y “El llano en llamas”, que son dos libros deliciosos; Yasunari Kawabata también me gusta mucho; algunas cosas de Gioconda Belli me parecen muy interesantes, las manos comerciales, quizá. En poesía me gustan Jaime Sabines, Laya…

P: Una de las grandes cualidades que ennoblecen a algunos de los personajes principales de esta novela, es su generosidad sin fisuras, ¿cree que es una de las grandes taras de la sociedad, la falta de empatía y de generosidad entre las personas?

R: Creo que no está perdido, que hay gente muy generosa, lo que pasa es que no sabemos mucho de ella. Esa gente no llega a los medios de comunicación, se ve mucho más la suciedad que nos rodea, que en esa no hay ninguna empatía, efectivamente.

El otro día fui a una Caixa, tienen un cuaderno con los pisos que venden, lo cogí y estaba lleno de dramas: cada piso de esos se lo han quitado a una familia y lo venden por una miseria. Es tan triste ver eso… ¡que te lo ofrezca una entidad que está ganando millones y millones, y tenga ahí esa exhibición del dolor! Es terrible, es horroroso. Se lo dijimos al director, “Estos son los pisos que quitáis a la gente”. Claro, no saben qué decir porque no pueden justificar eso.

Pero entre esa gente que han echado de los pisos estoy segura de que a su alrededor hay gente generosa que les está ayudando a sobrevivir, porque si no, ¡estarían las calles llenas! Así, hay una red de gente que está ayudando a los que estos están destruyendo. Ayer oía que la gente sigue aguantando gracias a la economía sumergida… mentira, siguen aguantando gracias a las familias, de las pensiones de los ancianos, de los 500 euros de la pensión, esa persona, sus hijos y sus nietos. Si eso no es empatía y generosidad… Esa gentuza nos está robando y además quiere hacernos creer que la culpa es nuestra. Viendo estos agujeros, ¿cómo pueden decir que es inviable la renta básica de Podemos? ¡Suma, suma todo lo que has robado!

P:  Esta novela nos transmite un gran mensaje de aliento, de la superación a pesar de las dificultades… ¿cuál es el mensaje principal que desea transmitir a los lectores?

R: Sobre todo me encantaría que pudiese ayudarnos a estar más abiertos a la vida. Aunque tiene momentos tristes, es esperanzadora. La sociedad está construida sobre unos cánones equivocados. Es un sistema que a veces se olvida de la persona, sólo mira lo superficial.

En la maternidad y la corresponsabilidad, ¿quién decide que una historia de una noche implique ya a dos personas de por vida? Es un tema muy interesante que va en paralelo a la novela. También estoy de acuerdo en lo que tú dices, es una novela de superación, y de descubrimiento. También de sentimientos. No hemos hablado de Potlach, pero no vamos a desvelar quién es… es un personaje que Luis no sabía que le iba a hacer tanta falta, y en realidad la novela es todo el tiempo que comparte con ese personaje, y cómo va formando parte de sí mismo. También es una novela de descubrimiento en ese sentido: cómo él descubre cómo pueden ser las mujeres, (no la que él tenía en su cabeza), cómo puede ser la gente, y cómo puede ser él mismo.

Todo le va haciendo a comprenderse a sí mismo para enfrentarse de otra manera al mundo. Creo que es una buena fórmula para todos: conocernos, entendernos, perdonarnos lo que nos tenemos que perdonar y tener esa visión un poco más relajada y optimista frente a lo que nos rodea.


Para saber más de Inma Luna, mantiene un blog de literatura y aquí encontramos una relación de su bibliografía.

domingo, 4 de agosto de 2013

"Walden" - Henry David Thoreau


H. D. Thoreau, padre de la teoría de la "Desobediencia civil", desarrolla en "Walden" con todo lujo de detalles la forma en que llevó a la práctica sus propias teorías, materializadas en una forma de vida ya esbozada en "Cartas a un buscador de sí mismo", un libro también editado por Errata Naturae.

¿Por qué no escapar de las leyes de la sociedad que nos son impuestas por el mero hecho de haber nacido en su seno?¿Por qué no construir una existencia paralela con la que nos sintamos más cómodos e identificados? Thoreau quiso llevar a cabo este planteamiento escapando de impuestos, leyes y estructuras jerárquicas, en fin, tan rancias como inamovibles. Evaluó diferentes localizaciones y se estableció finalmente en un terreno junto a la laguna de Walden, cerca de Concord (Middlesex, Massachusetts), donde construyó una pequeña cabaña con sus propias manos, economizando al máximo los recursos y proporcionándose tan solo los útiles esenciales para su día a día. Hoy día, ese lugar es un atractivo turístico de la zona. En él se ha construido una réplica de la cabaña original (ya desaparecida). Este es el aspecto que presenta:


Y, en el interior...


Este libro, pues, es el resultado de aquella experiencia, que duró dos años (después, Thoreau volvió a vivir en sociedad). En él, no sólo queda plasmada la parte práctica de su huida a los bosques, sino también sus reflexiones filosóficas, producto de las meditaciones llevadas a cabo en el seno de la Naturaleza durante su estancia en Walden: interesantísimos puntos de vista sobre la inconveniencia de vivir en sociedad, apuntes medioambientales sobre el aprendizaje que le reportaba la observación diaria del bosque, su profundo amor por cualquier manifestación natural, tanto vegetal como animal (la afinidad que siento con las palpitantes hojas de alisos y álamos casi me corta la respiración), reflexiones sobre literatura, etc. Delicado, reflexivo y muy bien argumentado: en suma, una delicia.

Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente, enfrentándome solo a los hechos esenciales de la vida, y ver si podía aprender lo que la vida tenía que enseñar, no fuera que cuando estuviera por morir descubriera que no había vivido.

Leyendo Walden se es aún un poco más consciente de hasta qué punto el hombre es incapaz de dejar algo sin manipular, legislar, cuantificar o tasar. Todo está registrado y normalizado, vivimos una vida artificial y monótona, y lo peor, somos nosotros mismos los que nos hemos vetado la posibilidad de escapar de ella.

Llenamos de objetos inútiles el vacío de nuestro interior, provocado precisamente por habernos arrancado de lo esencial, teniendo cerrada la puerta de regreso a los orígenes desde antes, incluso, de haber nacido. Cuando uno de nosotros intenta escapar de este juego cruel, tal y como hizo Thoreau, se le toma por loco y se le convierte en objeto de museo, cuando realmente, regresar a la Naturaleza, debería ser la pulsión primordial e innata de todo ser humano... de todo ser vivo.

Observar la vida del bosque, navegar por Walden en una pequeña canoa de madera hecha con nuestras propias manos, leer, escribir y meditar rodeados de millas de silencio y paz, recibir amigos y charlar hasta el anochecer (o aún mejor, durante el anochecer) junto a la puerta de la cabaña... algo tan sencillo y tan inalcanzable a la vez. En un mundo feo, superpoblado y exageradamente mercantilizado, donde hasta la amistad tiene fecha de caducidad y etiqueta con el precio.


Laguna de Walden
O algo muy parecido a la felicidad

Con mi experimento aprendí al menos que quien avance confiado en la dirección de sus sueños y acometa la vida tal y como la ha imaginado recibirá a cambio una gratificación que no le otorgará el tiempo ordinario. Dejará atrás algunas cosas, cruzará una frontera invisible; leyes nuevas, universales y más tolerantes comenzarán a regir en su interior y a su alrededor; o se modificarán las antiguas, interpretadas en su beneficio, en un sentido más generoso, y vivirá con la libertad de la que gozan seres más elevados. Conforme simplifique su vida, las leyes del universo parecerán menos complicadas y la soledad ya no será soledad, ni la pobreza tal pobreza, ni la debilidad tal debilidad.

Que quienes se enorgullecen de vivir mantenidos y sin esfuerzo se queden muy lejos; que el falso amor y la falsa amistad permanezcan en sus barrios contaminados y mediocres; que el bosque impida la entra de todo aquello que sea impuro e indigno de él... ah, Thoreau, ¡cómo me gustaría poder irme contigo!

La luz que nos ciega es nuestra oscuridad. Sólo amanece el día para el que estamos despiertos. El amanecer sigue aún su curso. El sol no es sino una estrella de la mañana.

viernes, 5 de julio de 2013

Bartleby el escribiente y otros cuentos - Herman Melville


Mientras aprendo, embelesada, de las teorías de Gilles Deleuze, Bartleby se cruza de nuevo en mi camino. Releo en esta ocasión la ya mítica nouvelle de Herman Melville sobre este escribiente extraño en una deliciosa edición de Alianza, que incluye otros cuatro cuentos de Herman Melville que no conocía. 

Bartleby, un copista que decide empezar a declinar las tareas que le son encomendadas en su trabajo, es un personaje que encarna la imposibilidad de escapar a las leyes sociales estipuladas: cuando alguien se separa de la sociedad-rebaño, ésta le persigue hasta encerrarle o infringirle daño o castigo. Bartleby es un buen ejemplo de ello.

Del resto de cuentos me fascina “La veranda”, un cuento de tintes feéricos escrito con una sencillez y una delicadeza fascinantes. Versa sobre un tema encantador: la pátina de fantasía que muchas veces, casi sin querer, extendemos sobre la realidad para hacer del día a día algo más habitable y soportable. Es algo que hasta los humanos menos mágicos practican, aunque casi nunca se den cuenta. En este caso, el protagonista del cuento localiza una casa que se ve desde la suya en la lejanía, e imagina para ella un entorno mágico, mientras ese lugar le atrae y reclama cada vez con más fuerza: un cuento maravilloso. 


Volviendo a Bartleby, (que, por más veces que uno lo lea, insiste en seguir teniendo siempre el mismo maldito final) esta lectura me descubre detalles nuevos. Presto más atención a los otros dos copistas secundarios, Nippers y Turkey y al pequeño recadero Ginger Nut. Verdaderamente, añaden frescura al comienzo del relato y consiguen que no sea tan sombrío desde el principio. Poco a poco la atención se centra en Bartleby, delgado, pálido, silencioso. ¿Cómo no fijarse en él, como no sentir simpatía inmediata sobre alguien tan diferente al resto, cómo no dejarse llevar por la ternura? Bartleby encarna nuestros miedos y frustraciones, los lleva al límite, nos muestra qué sucedería si el terror o la inacción (o una producto del otro, o viceversa, sí, incluso viceversa) nos paralizasen y condenasen al fracaso nuestra existencia.

No existe justicia para Bartleby, esta sociedad no ha reparado en esos individuos que no desean someterse a ella, no hay lugar en el que refugiarse. Su final es injusto, injusto, injusto. 

Al respecto de Bartleby, Gilles Deleuze, Giorgio Agamben y José Luis Pardo tienen mucho que decir. Existe en la editorial Pre-Textos un libro magnífico que incluye el relato de Herman Melville sobre Bartleby más tres ensayos de los citados filósofos: “Preferiría no hacerlo”.

En este libro, Deleuze, (heterogéneo, prolijo en recursos, perspicaz y con una redacción impecable), reflexiona sobre el lenguaje analizando la sintaxis de la frase original I would prefer not to, una sentencia extraña que inquieta a todo aquel a quien vaya dirigida y que desestabiliza toda norma de comportamiento social establecido: “Pese a ser una construcción normal, suena como una anomalía”. A partir de sus reflexiones sobre las peculiaridades que provoca esa frase en cualquier idioma, expone algunas sentencias sublimes: 

A primera vista, podría parecer que la fórmula es una mala traducción de un idioma extranjero. Pero, a decir verdad, su propio esplendor desmiente tal hipótesis. Sucede más bien como si fuera la fórmula la que socavase la lengua con una especie de idioma extranjero (...) aún siendo cierto que las obras maestras de la literatura constituyen una suerte de lengua extranjera en el interior del idioma en que están escritas, ¿qué impulso de locura, qué inspiración psicótica ocupa el lenguaje en tales ocasiones?

Giorgio Agamben principalmente establece referencias históricas entre Bartleby y la forma de copiar textos en civilizaciones remotas, con ejemplos concretos, observando la acción de escribir desde un punto de vista metafísico. Acerca del personaje de Bartleby, comenta:

Como escriba que ha dejado de escribir es la figura extrema  de la nada de la que procede toda creación y, al mismo tiempo, la más implacable reivindicación de esta nada como potencia pura y absoluta. El escribiente se ha convertido en la tablilla de escribir, ya no es nada más que la hoja de papel en blanco. No es, pues, de extrañar, que se demore tan obstinadamente en el abismo de la posibilidad y no parezca tener la menor intención de salir de él.

José Luis Pardo, por su parte, examina la figura del escritor y del lector uniéndolas en una sola, convirtiendo a uno en otro, fundiendo ambas tareas en una misma y excluyendo de esta unión al copista que no comprende aquello que transcribe. 

El matrimonio entre lectura y escritura (que hace de todo lector un escritor in fieri y de todo escritor un lector in actu) es la clave de esa “invención reciente” que llamamos literatura.

También trata el asunto de la identificación entre el lector y la obra literaria, así como de otros muchos relativos a la figura de Bartleby cuestionándose multitud de aspectos (y exponiendo estas interrogaciones al lector para que construya pensamiento propio en base a ellas) con el fin de comprender mejor al personaje y sus motivaciones. Finalmente, asocia su figura con la del apóstol Bartolomé, estableciendo las conexiones y similitudes entre ambos, creando un vínculo inesperado, haciendo rizoma.

Devengamos en Bartleby, ¿por qué no? Hagamos línea de fuga: elijamos no hacerlo.

martes, 25 de junio de 2013

"Comentarios sobre la sociedad del espectáculo" - Guy Debord


Cuando leí "La sociedad del espectáculo" me quedé absolutamente encantada con las teorías de Guy Debord y su asombrosa lucidez (esto puede comprobarse aquí); pero no sabía que ese libro (tan pequeño, tan eterno) tenía continuación en este que leo ahora, "Comentarios sobre la sociedad del espectáculo", editado magistralmente, como es habitual, por Anagrama.

Estos "Comentarios..." tienen tanta relevancia y aplicación hoy día como los postulados de "La sociedad del espectáculo": sin embargo, se comprenderán mucho mejor habiendo leído antes este último. Los comentarios son mucho menos crípticos y abstractos que "La sociedad...", y mucho más reflexivos. No obstante, fueron escritos veinte años más tarde (1988), con un margen suficiente para observar la pertinencia de las teorías expuestas (en 1967) y su aplicación en la sociedad capitalista. Precisamente, hacia el final de estos "Comentarios..." Guy Debord alude a este hecho de la siguiente manera, autocomplaciente (con razón) y sin ambages: 

Me enorgullezco de ser un ejemplo, muy raro hoy día, de alguien que ha escrito sin quedar desmentido enseguida por los acontecimientos; y no digo desmentido cien veces o mil veces, como los demás, sino ni una sola vez. No dudo de que la confirmación que están encontrando todas mis tesis ha de continuar hasta el final del siglo y aún más allá. La razón es sencilla: he comprendido los factores constitutivos del espectáculo "en el fluir de su movimiento, y por tanto sin perder de vista su lado perecedero", es decir, encarando el conjunto del movimiento histórico que pudo edificar este orden y que ahora está comenzando a disolverlo.

Este libro que, como decía, reflexiona detenidamente sobre la repercusión de "La sociedad del espectáculo" en la propia sociedad del espectáculo, también aporta una buena cantidad de ejemplos prácticos (sucesos políticos y sociales que pusieron de manifiesto el acierto de sus teorías); también explica el porqué de la redacción inicial de "La sociedad del espectáculo" dentro del ambiente de aquella época (en el marco de la Internacional Situacionista, movimiento del que fuera fundador), e incluso ejemplifica la mala gestión cultural y la depauperación de la industria de la literatura en la sociedad del espectáculo con datos acerca de la traducción de su propio libro:

El trabajo intelectual asalariado tiende normalmente a seguir la ley de la producción industrial de la decadencia, conforme a la cual la ganancia del empresario depende de la rapidez de ejecución y de la mala calidad del material utilizado. Desde que esa producción tan resueltamente liberada de cualquier traza de miramientos para con el gusto del público ostenta en todo el espacio del mercado, gracias a la concentración financiera y, por consiguiente, a un equipamiento tecnológico cada vez mejor, el monopolio de la presencia no cualitativa de la oferta, ha podido especular cada vez más descaradamente con la sumisión forzada de la demanda y con la pérdida del gusto, que es momentáneamente su consecuencia entre la masa de la clientela.

Personalmente, me quedo con esos fragmentos en los que Debord ataca a las clases dirigentes sin concesiones, aludiendo a la falta de valores, de cultura y a la mala gestión política de la que somos víctimas:

El juicio de Fuerbach acerca del hecho de que su tiempo prefería "la imagen a la cosa, la copia al original, la representación a la realidad" se ha visto plenamente confirmado por el siglo del espectáculo, y eso en varios ámbitos en los que el siglo XIX había querido mantenerse apartado de lo que era ya su naturaleza profunda: la producción industrial capitalista. La burguesía difundió el espíritu riguroso del museo, del objeto original, de la crítica histórica exacta, del documento auténtico. 
(...)
El punto culminante se alcanza sin duda con la ridícula fascinación burocrática china de las grandes estatuas del enorme ejército industrial del primer emperador, que tantos hombres de Estado en sus viajes han sido convidados a admirar in situ. Lo cual demuestra, ya que ha sido posible burlarse de ellos tan cruelmente, que ninguno de ellos contaba entre la multitud de sus asesores con un solo individuo que entendiera de historia del arte de China ni de fuera de China. Es sabido que su formación es de otra índole muy distinta: "El ordenador de Su Excelencia no ha sido programado para responder sobre este particular". La constatación de que por primera vez se puede gobernar sin poseer el menor conocimiento de arte ni sentido alguno de lo auténtico y de lo imposible bastaría por sí sola para conjeturar que todos esos papanatas ingenuos de la economía y de la administración acabarán probablemente por conducir el mundo a alguna gran catástrofe, en el caso de que su práctica efectiva no lo hubiese ya demostrado.

Por último, una idea fundamental que por sí sola podría justificar la existencia de este libro: la constatación de la desaparición del concepto clásico del consejo de sabios como formato ideal de gobierno de un pueblo, así como de los grupos de debate e intercambio social y político:

Es que ya no existe el ágora, la comunidad general, ni tan siquiera unas comunidades limitadas a organismos intermedios o instituciones autónomas, a los salones o a los cafés, a los trabajadores de una sola empresa; no queda sitio en donde el debate sobre las verdades que conciernen a quienes están ahí pueda librarse a la larga de la apabullante presencia del discurso mediático y de las distintas fuerzas organizadas para aguardar su turno en tal discurso. No existe ya el juicio, con garantías de relativa independencia, de quienes constituían el mundo erudito; por ejemplo, de quienes antaño cifraban su orgullo en una capacidad de verificación que les permitía aproximarse a lo que se llamaba la historia imparcial de los hechos, o al menos creer que ésta merecía ser conocida. No queda ya ni verdad bibliográfica incontestable, y los resúmenes informatizados de los ficheros de las bibliotecas nacionales borrarán sus huellas con tanto mayor facilidad.

Las sentencias de Debord impresionan por su actualidad y acunan y acompañan en estos (en palabras de Javier Marías) tiempos ridículos.

Aquello de lo que el espectáculo puede dejar de hablar durante tres días es como si no existiera.


domingo, 28 de abril de 2013

"La sociedad del espectáculo" - Guy Debord


Esta obra maestra de la situación política y social del siglo XX fue publicada por primera vez en 1967 y posee total vigencia hoy día. Aunque pueda parecer muy teórica y de difícil aplicación y comprensión para el lector medio, por su componente filosófico y su forma de presentación poco convencional, muchos reticentes se llevarían una grata sorpresa al aventurarse entre sus páginas, porque descubrirían que no es tan difícil de desentrañar como parece a primera vista. A la hora de exponer algunos postulados es un tanto críptico, pero no desarrolla el contenido de todo el libro de una forma abstracta e, incluso, llega a presentar en ocasiones sus teorías de una forma muy gráfica acompañada de ejemplos concretos.

Pero es precisamente esa capacidad de abstracción (además de por su clarividencia ideológica y su talento para observar con la perspectiva adecuada los porqués de los vaivenes sociales y políticos a nivel mundial) lo que hace de este libro algo tan especial. Leerlo es un placer para los sentidos, un pulso con nuestra propia capacidad de abstracción y de comprensión: agudiza el ingenio, aclara aún más los conceptos propios y renueva las ideas ya caducas.

La mayor parte de la sociedad ha regalado su existencia, su vida social y también la privada a través de una sumisión informativa y social que nos es presentada artificialmente con la apariencia de la normalidad y de lo cotidiano. Precisamente, Guy Debord arranca de un tirón esos ropajes descubriendo al gran público la vergüenza desnuda de los tejemanejes del poder, que juega con hilos de hierro a la segregación forzando los mecanismos de las cada vez más máquinas. Y lo hace, incomprensiblemente, sin que la sociedad en bloque se una para escapar a esa forma de esclavismo, sino que sigue participando, cobarde e idiotizada, de esa paupérrima forma de vivir, para su propio perjucio.

Sin embargo, nada como los propios postulados de Debord para ayudarles a abrir (aún más) los ojos.
La traducción de José Luis Pardo, por cierto, es estupenda.

«La primera fase de la dominación de la economía sobre la vida social comportó una evidente degradación del ser en tener en lo que respecta a toda valoración humana. La fase actual de ocupación total de la vida social por los resultados acumulados de la economía conduce a un desplazamiento generalizado del tener al parecer, del cual extrae todo "tener" efectivo su prestigio inmediato y su función última. Al mismo tiempo, toda realidad individual se ha hecho social, directamente dependiente del poder social, elaborada por él. Sólo se le permite aparecer en la medida en que no es

«Cuando la necesidad es soñada socialmente, el sueño se hace necesario. El espectáculo es el mal sueño de la sociedad moderna encadenada, que no expresa en última instancia más que su deseo de dormir. El espectáculo vela ese sueño.»

«Con la separación generalizada del trabajador y su producto, se pierden todo punto de vista unitario sobre la actividad realizada y toda comunicación personal directa entre los productores. Conforme progresan la acumulación de productos separados y la concentración del proceso productivo, la unidad y la comunicación se convierten en atributo exclusivo de la dirección del sistema. El triunfo del sistema económico de la separación es la proletarización del mundo.»

«El sistema económico basado en el aislamiento es una producción circular de aislamiento. El aislamiento funda la técnica y, en consecuencia, el proceso técnico aísla. Desde el automóvil hasta la televisión, todos los bienes seleccionados por el sistema espectacular constituyen asimismo sus armas para el refuerzo constante de las condiciones de aislamiento de las "muchedumbres solitarias". El espectáculo reproduce siempre sus presupuestos, cada vez de un modo más concreto.»

«La victoria de la burguesía es la victoria del tiempo histórico profundo, el tiempo de la producción económica, que transforma constantemente y de parte a parte la sociedad. Mientras la producción agraria siguió siendo el trabajo primario, el tiempo cíclico, que seguía presente en el fondo de la sociedad, alimentaba las fuerzas concentradas en la tradición, que intentaban frenar el movimiento. Pero el tiempo irreversible de la economía burguesa extirpó en todo el mundo estas resistencias. La historia, que hasta entonces se había presentado como un movimiento exclusivo de los individuos de la clase dominante, y que por tanto se había escrito como historia de los grandes acontecimientos, se comprende a partir de este momento como el movimiento general, un movimiento a cuya importancia se sacrifican incluso los individuos. La historia, al descubrir que su base es la economía política, descubre la existencia de lo que hasta entonces era su inconsciente, pero que no obstante sigue siendo aún inconsciente, sigue siendo algo que no puede sacar a la luz. Esta prehistoria ciega una fatalidad que nadie domina es lo único que ha democratizado la economía mercantil.»


«El tiempo seudocíclico consumible es el tiempo espectacular, a la vez como tiempo de consumo de imágenes en sentido restringido, y como imagen del consumo del tiempo en toda su extensión. El tiempo del consumo de imágenes, medium de todas las mercancías, es, inseparablemente, el terreno en donde se ejercen plenamente los instrumentos del espectáculo y el objetivo que éstos presentan globalmente como lugar y figura de todos los consumos particulares: se sabe que el ahorro de tiempo que la sociedad moderna persigue constantemente 
ya se trate de la velocidad de los medios de transporte como de las sopas instantáneas se traduce positivamente, para la población de los Estados Unidos, en el hecho de que sólo la contemplación de la televisión ocupa una media de entre tres y seis horas diarias. La imagen social del consumo del tiempo, por su parte, está exclusivamente dominada por los momentos de ocio y vacaciones, momentos representables a distancia y postulados como deseables, como toda mercancía espectacular. Esta mercancía se ofrece aquí, explícitamente, como el momento de la vida real cuyo retorno cíclico hay que esperar. Pero incluso en estos momentos reservados para la vida, lo que se reproduce y se ofrece a la vista no es más que el espectáculo, que alcanza así un grado más intenso. Lo que se representa como la vida real se revela simplemente como la vida más realmente espectacular

«Bajo las aparentes modas, que se anulan y recomponen en la fútil superficie del tiempo seudocíclico contemplativo, el gran estilo de la época reside siempre en aquello que se orienta por la secreta y evidente necesidad de la revolución.»

«El mundo posee ya el sueño de un tiempo del que ha de alcanzar ahora la conciencia, para vivirlo realmente.»

«El espectáculo es la ideología por excelencia, porque expone y manifiesta plenamente la esencia de todo sistema ideológico: empobrecimiento, servidumbre y negación de la vida real. El espectáculo es, materialmente, "la expresión de la separación y del alejamiento de los hombres entre sí". La "nueva potencia del engaño", concentrada en su base, en torno a esta producción mediante la cual "con la masa de objetos, crece también el nuevo dominio de los seres extraños a los que el hombre está sometido", es la fase superior de una expansión que ha vuelto la necesidad contra la vida. "La necesidad de dinero es, pues, la verdadera necesidad producida por la economía política, y la única necesidad que ella sola produce" (Manuscritos de economía y filosofía). El espectáculo extiende a toda la vida social el principio que Hegel, en la Realphilosophie de Jena, concibe como el principio del dinero: es "la vida de lo muerto que se mueve a sí mismo".»


La sociedad del espectáculo, Guy Debord, editorial Pre-Textos, 2007.

domingo, 8 de abril de 2012

T.M.I.


A menudo sucede que la impotencia me invade. Ganarse la vida en uno de esos trabajos de cara al público da lugar a multitud de situaciones incómodas que comienzan cuando el cliente decide aportar más información de la necesaria y ya no terminan nunca. Es enriquecedor y muy agradable intercambiar impresiones acerca de un escritor o una película cuando el cliente decide que tu opinión le interesa y esto es recíproco: pero lo único que realmente necesita el dependiente es que cada cliente exprese de una forma cortés, directa y breve lo que necesita, para atenderle satisfactoriamente en el menor espacio de tiempo posible.

Parece simple, parece obvio, pero desgraciadamente no suele ser así. Nada más lejos de la realidad: a menudo sucede que los clientes se extralimitan, se contradicen, se equivocan, se olvidan. Así, puede ocurrir que a la petición final de la necesidad le anteceda una interminable introducción absolutamente innecesaria del tipo: “Es que como su compañera de clase no se lo puede prestar vengo de la Casa del Libro porque allí es más barato pero ya se les había agotado y he tenido que volver porque se puso a llover y no tenía paraguas y al salir del metro me encontré con una tienda de saldos pero con tan mala suerte que tampoco lo tenían y la dependienta, que sería así de la misma edad que tú me ha dicho que por qué no os preguntaba a vosotros y me ha mandado aquí: quiero La Celestina en la edición de Cátedra”.

Pero puede ser mucho peor. Puede que la información innecesaria sea breve y no reste más de unos segundos de tu preciado tiempo (siempre hay mucho trabajo esperando en el almacén) y sin embargo se trate de una frase lapidaria que haga que hasta el final del día tu rostro exprese el Grito de Munch: “¿Me lo puedes ir buscando mientras voy un momentito al baño? Es que no puedo más”. Lo peor, sin lugar a dudas, es la coletilla: “Es que no puedo más”. Too Much Information.

Los ejemplos al respecto son infinitos. ¿De veras todo esto es necesario? ¿Dónde quedaron la seriedad, la educación y el saber estar de la sociedad que me rodea? ¿Acaso es esto lo que les enseñan ahora a los niños en el tiempo libre que les resta de sus huelgas de deberes?

Del texto:
© Todos los derechos reservados - Mar López, 2012
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