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sábado, 11 de octubre de 2014

"La muchacha indecible" - Giorgio Agamben y Monica Ferrando


Sexto piso edita “La muchacha indecible” con un cuidado y un gusto también indecibles. Se trata de una obra original de 2010 que ha sido traducida del italiano para esta ocasión por Ernesto Kavi. Agamben, autor de multitud de tratados filosóficos, lingüísticos y otros, se recrea esta vez en los misterios de la mitología griega, en busca de la figura de Kore y de los detalles que conforman su naturaleza.

Para la artista Monica Ferrando la figura de Kore no supone ningún misterio. Ya en 1992 había debutado con una serie de pinturas titulada “Kore”. Es a ella y no a Agamben a quien se atribuye la selección de textos clásicos. Además, colabora en este volumen con un brevísimo texto de dos páginas que sin embargo le da un baño de síntesis y estética a las cincuenta que ocupa (salpicado de imágenes) el texto de Agamben.

Asir el aire

Giorgio Agamben (Roma, 1942) y Monica Ferrando (Novi Ligure) consiguen en esta rareza retratar a Kore, en su indecibilidad y cripticidad. Con palabras Agamben, con ilustraciones Ferrando (que también escribe sobre ella estableciendo su figura como musa de los pintores, en uno de los fragmentos estilísticamente más logrados de todo el libro) la presentan al lector enmarcada en el halo de misterio y leyenda que le es propio.
Se trata de un delicioso y delicado paseo por la mitología griega, a pinceladas como susurros de viento sobre la piel. Si querían homenajear y dar a conocer a figura de Kore al público, lo han logrado de la forma más hermosa posible. En este mundo absurdo del siglo XXI, es más necesaria que nunca una pausa para volver la mirada y dirigirla a los ancestros, a todo aquello que nos enseñaron y que ya se nos ha olvidado.


Kore en imágenes

Las ilustraciones que adornan y complementan al texto en este libro aportan calidad y frescura en el mediocre mundo actual de los libros ilustrados. No sigue la corriente de los imitadores de Lacombe ni realiza bocetos pueriles como trabajos terminados, lo cual ya es mucho decir. Pero es que además sus ilustraciones transmiten emociones y conforman el complemento perfecto al texto. Por tanto, el lector que goce de un buen gusto estético y aprecie el arte en todas sus expresiones, disfrutará doblemente con este ejemplo de buen hacer estético: pictórico y literario.



Se trata de más de cuarenta imágenes realizadas con diversas técnicas y sobre distintos tipos de soporte. Esto hace que la colección sea madura, diversa, original, llamativa y de gran calidad. El lector que se detenga a reflexionar sobre ellas será capaz de realizar un viaje a las llanuras del Etna y galopar por el aire a lomos de caballos inmortales.

Para todos aquellos que quieran saber un poco más de mitología pero les dé pereza acudir a los textos clásicos, o no sepan cómo enfrentarse a ellos, tienen en este libro la manera perfecta de adentrarse en los mitos y disfrutar de una experiencia estética del más alto nivel.


El mito de la muchacha indecible

Lo que se desprende la multitud de fragmentos seleccionados de obras clásicas, es que Kore (Perséfone), hija de Deméter y Zeus, raptada por Hades (Plutón), conducida al inframundo. Deméter se desesperó buscando a su hija perdida y durante ese tiempo la vegetación dejó de crecer, y es así como se explicaba el proceso de las cuatro estaciones, por el descenso y el regreso de esta figura femenina, aunque los detalles, como siempre sucede en los mitos, cambian según las fuentes que se consulten.

Cuando Zeus ordenó que se dejara en libertad a Kore, la condición fue que durante su regreso la muchacha no comiera nada, pero fue tentada con granos de granada (que también están representados en algunas de las ilustraciones de Monica Ferrando en este libro) y por ese motivo obligada a regresar a los infiernos a por semillas cada cierto tiempo (dependiendo de la duración de las estaciones en las diversas regiones del mundo donde se relatase este mito), provocando así la desesperación o la alegría de Deméter y por tanto el paso de las estaciones en la faz de la tierra: el brote de la vida con el calor y la muerte en los meses más fríos.




Kore se sitúa en la línea que separa las dos caras de una contradicción, en la falta de certeza. Como se sitúa entre la vida y la muerte, la artista Monica Ferrando la nombra musa de la pintura, puesto que esta es la representación gráfica de lo que está vivo, mientras que la pintura se aprecia y el ojo es capaz de verla, pero no de asirla, está viva y está muerta. Es la contradicción maravillosa que estos dos cuidadosos autores han querido plasmar, y lo han hecho así de bien: sirvan estas palabras como enhorabuena.

sábado, 22 de marzo de 2014

"Desnudez" - Giorgio Agamben


“Desnudez” es un libro que recopila diez textos de diferentes temáticas, escritos por Giorgio Agamben en el curso de sus investigaciones. Al igual que sucede en su libro “Profanaciones”, también publicado en España por Anagrama, Agamben reflexiona aquí sobre diferentes aspectos de la existencia humana, con su particular estilo y su punto de vista tan deudor de la escuela foucaltiana.

Giorgio Agamben (Roma, 1942) es ya un referente entre los filósofos contemporáneos. Se caracteriza por su particular forma de dirigirse al público (no precisamente mucho más sencillo de entender que otros, aunque no es particularmente denso). Imparte clases en el Instituto Universitario de Venecia y es el editor de las obra de Walter Benjamin en italiano. Fue alumno de Martín Heidegger y actualmente sigue la estela de las huellas de Gilles Deleuze, con quien comparte autoría en algunos ensayos.


Convivir con un espectro

Aunque el texto que da título a este libro es el de “Desnudez”, suponemos que por ser tan llamativo y capaz de captar la rápida atención de cualquier comprador potencial, el mejor título de estos breves ensayos es “De la utilidad y los inconvenientes de vivir entre espectros”, sin ninguna duda. En este texto Agamben reflexiona sobre el hecho de que la ciudad de Venecia es comparable a un muerto, al que se maquilla y expone para poder así seguir sacándole partido, o también, para que los que vienen de fuera e ignoran que ya murió, continúen en la creencia de que sigue viva y por tanto pueden seguir haciéndole visitas. Así pues, al continuar Venecia existiendo, (como de hecho lo hace, aún a pesar de haber muerto) sólo cabe pensar, concluye el autor, que se ha convertido en un espectro, puesto que de alguna tenebrosa manera vive, estando muerta.

En un pasaje especialmente inspirado, Agamben afirma que Venecia, al igual que otras ciudades, se parece a los sueños. Al igual que “en el sueño cada cosa le guiña el ojo a quien la sueña”, Venecia le guiña el ojo a sus visitantes, e intentar descifrarla es tarea inútil. Como todo el mundo sabe, guiñar el ojo a otros seres es un rasgo muy común entre los espectros, de esta forma camelan y pueden incluso inducir a pensar que siguen vivos. Agamben continúa reflexionando sobre la imposibilidad que experimentan los venecianos al intentar amar a su ciudad: no saben ni pueden hacerlo, puesto que “amar a una difunta es difícil”. 

Y sigue: “la espectralidad es una forma de vida, una vida póstuma o complementaria, que comienza sólo cuando todo ha terminado...” Afirma que existe otro tipo de  espectralidad que sucede ante la negación de lo que somos. Este pasaje es terriblemente cierto, y seamos conscientes o no, hay mucha gente que vive de esta espantosa manera. Sin recurrir a la magia o a la fantasía, no hace falta haber nacido igual que Frankenstein, pero puede que en algún momento a alguien le tocase morir y por alguna razón no lo hiciera, o que algo lo matase y aún así continuara vivo: ese ser, esa persona, es ya un espectro, y por eso mismo su forma de proceder será siempre distinta, porque, en realidad, todo lo humano, en cuanto vivo, le es ya ajeno.


Desnudez

Este ensayo trata sobre la extrañeza que causa al hombre toparse con otro cuerpo desnudo, y sobre sus porqués. Se han hecho multitud de experimentos al respecto y Agamben cita algunos, como por ejemplo, exposiciones en museos de cuerpos vivos desnudos (o cubiertos por trajes trasparentes) que los turistas y curiosos podían contemplar ataviados con sus ropas de calle y abrigos: miradas primero huidizas, casi de soslayo, luego más confiadas, curiosas e inquisitivas. 

“La desnudez es algo de lo que nos percatamos, mientras que la ausencia de vestidos pasa inadvertida”. Aunque no se cita aquí el maravilloso cuento del rey desnudo ¿?, es imposible evitar que acuda al pensamiento. La conclusión más sensata que se extrae aquí sobre la desnude y el pudor (aunque de ningún modo novedosa: es más bien ancestral, pero siempre es buen momento para recordarla) se basa en la desnudez infantil, que no es pudorosa por ser aún inocente, y que se transforma con la irrupción de la libido.

Este ensayo introduce ya bastantes ideas procedentes de la desnudez de Adán y Eva (debido, afirma el autor, a la herencia teológica tan pesada que arrastramos, nos guste o no) y esto continúa luego en el siguiente artículo, “El cuerpo glorioso”, donde el autor se centra en el estudio del cómo se resucita en la religión cristiana, y esto en realidad se hace bastante pesado, por lo absurdo. Multitud de teólogos gastan su tiempo en decidir o peor, dictaminar si al resucitar le crecen a uno o no las uñas, si se resucita con un minuto de vida si uno murió con un minuto de vida, etc. Este es quizá el ensayo más prescindible de todos.


Reflexiones

Otro de los minúsculos artículos o ensayos que resulta especialmente interesante es “¿Qué es lo contemporáneo?”, en el que Agamben afirma que “contemporáneo es aquel que mantiene su mirada fija en su tiempo, para percibir, no sus luces, sino su oscuridad” y profundiza tanto en este concepto que termina por concluir que contiene prácticamente su sentido justamente contrario, como si para poder observar el tiempo contemporáneo hubiese que posicionarse de algún modo lejos de él, es decir, antes o después, convirtiéndose por tanto en algo no contemporáneo (aún así, no es tan sencillo).

Algunas reflexiones aisladas pueden dar sentido a todo un libro; en este caso, en las primeras páginas de este libro, dentro del brevísimo ensayo “Creación y salvación”, Agamben recuerda una cita de Hölderlin que afirmaban que la filosofía era “un hospital donde el poeta desgraciado puede refugiarse con honor”. Y sólo por este pensamiento ya todo el libro merece la pena.

Dice Javier Marías, a través de un personaje homónimo, en su magistral obra “Los enamoramientos” que lo importante de las novelas no es la trama, no es lo que ellas nos cuenten, sino lo que a través de los sucesos y reflexiones que en ellas se narran nosotros reflexionemos, es decir, aquello que nos da qué pensar a través de lo leído, lo que extraemos, (esté esto en mayor o menor relación con lo leído). Con los libros de filosofía pasa lo mismo. Son los mecanismos que ponen en marcha, los pensamientos que nos sugieren, lo que realmente cuenta o nos enriquece tras la lectura.

Agamben plantea algunos temas y sus propias opiniones y conclusiones al respecto: lo que nosotros decidamos y opinemos a través de sus palabras, es ya sólo cosa nuestra. O de nuestras circunstancias.

sábado, 10 de agosto de 2013

"Profanaciones" - Giorgio Agamben


"Profanaciones" recoge diez pequeñísimos ensayos de Giorgio Agamben, quien basa su línea filosófica en las enseñanzas de Michel Foucault, Martin Heidegger y Walter Benjamin, entre otros.

Con una maravillosa precisión ligüística a la hora de plasmar sus ideas, trata diferentes asuntos, desde las etimologías contradictorias del término "profano" hasta (siguiendo a Walter Benjamin) el fanatismo religioso aplicado al capitalismo, la relación magia/felicidad, etc.

El primer e hipnótico capítulo, "Genius", aborda la relación que cada hombre establece con su propio "genio", algo ajeno al Yo que no puede elegirse y nos viene dado, y que sin formar parte de nosotros mismos, nos acompaña (en la ideología cristiana, el genius se representa con un ángel bueno y uno malo; en la angelología iraní, con Daena, una preciosa niña que asiste a cada nacimiento y que después se presenta a la hora de la muerte con la imagen que los actos -buenos o malos- del moribundo la hayan modelado a lo largo de su vida).

Son especialmente brillantes las reflexiones sobre cuestiones literarias: Agamben cita a Robert Walser en varias ocasiones, también a Kafka, Becket... A propósito de Foucault, reflexiona acerca de qué engloba exactamente el término "autor". También define la línea del tiempo del concepto de "parodia", asistimos a su concepción literaria y observamos cómo ha evolucionado hasta convertirse en lo que por ese término conocemos hoy (lo contrario a "sagrado").

Debido a la brevedad de los textos, me he encontrado con que cada uno de los capítulos o temas tratados terminaba demasiado pronto, y en todos los casos me he quedado con las ganas de leer más: esta sería la única nota negativa del libro...

Quizá porque el niño es un ser incompleto, la literatura infantil está llena de ayudantes, seres paralelos y aproximativos, demasiado pequeños o demasiado grandes, gnomos, larvas, gigantes buenos, genios y hadas caprichosas, grillos y luciérnagas parlantes, asnos minúsculos que cagan monedas y otras criaturas encantadas que, en el momento peligroso, consiguen, como por milagro, salvar a la buena princesita o a Juan Sin Miedo. Son los personajes que el narrador olvida en el desenlace de la historia, cuando los protagonistas viven felices y contentos hasta el fin de sus días. De ellos, de esa "gentuza" inclasificable a la que, en el fondo, le deben todo, no se vuelve a tener noticia. Pero probad a preguntar a Próspero, cuando ha renunciado a todos sus encantos y vuelve, junto con los otros humanos, a su ducado, qué es la vida sin Ariel.

Un tipo perfecto de ayudante es Pinocho, la maravillosa marioneta que Geppetto quiere fabricarse para dar la vuelta al mundo con él y ganar así "un pedazo de pan y un vaso de vino". Ni muerto ni vivo, medio golem y medio robot, siempre a punto de ceder a todas las tentaciones y a prometer, un instante después, que "de hoy en adelante seré bueno". En la primera versión de la novela, antes de que el autor pensara en añadir un final edificante, este arquetipo eterno de la seriedad y de la gracia de lo inhumano, en cierto momento "estira la pata" y muere de la manera más vergonzosa, sin convertirse en un niño. También Mecha es un ayudante, con su "personita seca, enjuta y larguirucha, tal como la mecha nueva de un farol de noche", que anuncia a los compañeros el País de los Juguetes y ríe con estridencia cuando se da cuenta de que le han salido orejas de burro. De la misma pasta están hechos los "asistentes" de Walser, irreparable y tercamente ocupados en colaborar en una obra del todo superflua, por no decir incalificable. Si estudian -y parecen estudiar duro- es sólo para volverse un completo cero a la izquierda. ¿Por qué deberían ayudar a aquello que el mundo considera serio, visto que, en realidad, no es más que locura? Prefieren pasear. Y si, caminando, encuentran un perro u otro ser viviente, le susurran: "No tengo nada que darte, querido animal; te daría con gusto algo, si lo tuviera." Y, al final, se echan en un prado para llorar amargamente su "estúpida existencia de imberbes".

viernes, 5 de julio de 2013

Bartleby el escribiente y otros cuentos - Herman Melville


Mientras aprendo, embelesada, de las teorías de Gilles Deleuze, Bartleby se cruza de nuevo en mi camino. Releo en esta ocasión la ya mítica nouvelle de Herman Melville sobre este escribiente extraño en una deliciosa edición de Alianza, que incluye otros cuatro cuentos de Herman Melville que no conocía. 

Bartleby, un copista que decide empezar a declinar las tareas que le son encomendadas en su trabajo, es un personaje que encarna la imposibilidad de escapar a las leyes sociales estipuladas: cuando alguien se separa de la sociedad-rebaño, ésta le persigue hasta encerrarle o infringirle daño o castigo. Bartleby es un buen ejemplo de ello.

Del resto de cuentos me fascina “La veranda”, un cuento de tintes feéricos escrito con una sencillez y una delicadeza fascinantes. Versa sobre un tema encantador: la pátina de fantasía que muchas veces, casi sin querer, extendemos sobre la realidad para hacer del día a día algo más habitable y soportable. Es algo que hasta los humanos menos mágicos practican, aunque casi nunca se den cuenta. En este caso, el protagonista del cuento localiza una casa que se ve desde la suya en la lejanía, e imagina para ella un entorno mágico, mientras ese lugar le atrae y reclama cada vez con más fuerza: un cuento maravilloso. 


Volviendo a Bartleby, (que, por más veces que uno lo lea, insiste en seguir teniendo siempre el mismo maldito final) esta lectura me descubre detalles nuevos. Presto más atención a los otros dos copistas secundarios, Nippers y Turkey y al pequeño recadero Ginger Nut. Verdaderamente, añaden frescura al comienzo del relato y consiguen que no sea tan sombrío desde el principio. Poco a poco la atención se centra en Bartleby, delgado, pálido, silencioso. ¿Cómo no fijarse en él, como no sentir simpatía inmediata sobre alguien tan diferente al resto, cómo no dejarse llevar por la ternura? Bartleby encarna nuestros miedos y frustraciones, los lleva al límite, nos muestra qué sucedería si el terror o la inacción (o una producto del otro, o viceversa, sí, incluso viceversa) nos paralizasen y condenasen al fracaso nuestra existencia.

No existe justicia para Bartleby, esta sociedad no ha reparado en esos individuos que no desean someterse a ella, no hay lugar en el que refugiarse. Su final es injusto, injusto, injusto. 

Al respecto de Bartleby, Gilles Deleuze, Giorgio Agamben y José Luis Pardo tienen mucho que decir. Existe en la editorial Pre-Textos un libro magnífico que incluye el relato de Herman Melville sobre Bartleby más tres ensayos de los citados filósofos: “Preferiría no hacerlo”.

En este libro, Deleuze, (heterogéneo, prolijo en recursos, perspicaz y con una redacción impecable), reflexiona sobre el lenguaje analizando la sintaxis de la frase original I would prefer not to, una sentencia extraña que inquieta a todo aquel a quien vaya dirigida y que desestabiliza toda norma de comportamiento social establecido: “Pese a ser una construcción normal, suena como una anomalía”. A partir de sus reflexiones sobre las peculiaridades que provoca esa frase en cualquier idioma, expone algunas sentencias sublimes: 

A primera vista, podría parecer que la fórmula es una mala traducción de un idioma extranjero. Pero, a decir verdad, su propio esplendor desmiente tal hipótesis. Sucede más bien como si fuera la fórmula la que socavase la lengua con una especie de idioma extranjero (...) aún siendo cierto que las obras maestras de la literatura constituyen una suerte de lengua extranjera en el interior del idioma en que están escritas, ¿qué impulso de locura, qué inspiración psicótica ocupa el lenguaje en tales ocasiones?

Giorgio Agamben principalmente establece referencias históricas entre Bartleby y la forma de copiar textos en civilizaciones remotas, con ejemplos concretos, observando la acción de escribir desde un punto de vista metafísico. Acerca del personaje de Bartleby, comenta:

Como escriba que ha dejado de escribir es la figura extrema  de la nada de la que procede toda creación y, al mismo tiempo, la más implacable reivindicación de esta nada como potencia pura y absoluta. El escribiente se ha convertido en la tablilla de escribir, ya no es nada más que la hoja de papel en blanco. No es, pues, de extrañar, que se demore tan obstinadamente en el abismo de la posibilidad y no parezca tener la menor intención de salir de él.

José Luis Pardo, por su parte, examina la figura del escritor y del lector uniéndolas en una sola, convirtiendo a uno en otro, fundiendo ambas tareas en una misma y excluyendo de esta unión al copista que no comprende aquello que transcribe. 

El matrimonio entre lectura y escritura (que hace de todo lector un escritor in fieri y de todo escritor un lector in actu) es la clave de esa “invención reciente” que llamamos literatura.

También trata el asunto de la identificación entre el lector y la obra literaria, así como de otros muchos relativos a la figura de Bartleby cuestionándose multitud de aspectos (y exponiendo estas interrogaciones al lector para que construya pensamiento propio en base a ellas) con el fin de comprender mejor al personaje y sus motivaciones. Finalmente, asocia su figura con la del apóstol Bartolomé, estableciendo las conexiones y similitudes entre ambos, creando un vínculo inesperado, haciendo rizoma.

Devengamos en Bartleby, ¿por qué no? Hagamos línea de fuga: elijamos no hacerlo.

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