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lunes, 24 de abril de 2017

La lámpara - Clarice Lispector



“La lámpara” es la segunda novela de Clarice Lispector, que se publicó por primera vez en 1946. Lispector (Ucrania, 1920 - Río de Janeiro, 1977) tuvo una prolija producción literaria, si bien la complejidad de algunos de sus escritos ha provocado que no se haya hablado mucho de ellos, pese a su indudable valor. Su primera novela, “Cerca del corazón salvaje”, sorprendió en el momento de su publicación y fue un éxito desde el principio.

Cuando Clarice era aún una niña y enviaba sus escritos al periódico local, éste los rechazaba porque los niños que participaban en la sección infantil enviaban textos narrativos, y los de Clarice describían sensaciones: esto nos puede dar una pista clara de lo particular de su trabajo, y de lo que con los años se convertiría en su sello personal.

Colores y sensaciones
Clarice Lispector poseía una sensibilidad sin límites. Es muy complejo describir una novela que parece haber sido creada a base de pinceladas de acuarela, y que se desarrolla casi solo a través de ambientes y sensaciones. La misma protagonista, Virgínia, es tan liviana y etérea que parece traslúcida, evanescente, y nunca conseguimos verla de frente, como si continuamente se escabullera.

El silencio era espeso como si la pregunta hubiese caído en el mismo mar.

Esta no es una novela para lectores primerizos, básicos o perezosos. Desde luego no es para los que buscan emoción y aventuras, una sucesión de acontecimientos entretenidos. No tenemos un arco argumental sólido, se trata tan sólo de retazos de la vida de Virgínia, o más bien, de lo que vamos deduciendo que se trata de la vida de Virgínia… ya dije que no era fácil de describir a quienes no la hayan leído.

Su vida estaba hecha de ponerse un día el vestido al revés y decir con sorpresa curiosa como ante una noticia: vaya, hace tanto tiempo que no me pasaba,vaya. Quería ocuparse de pequeñas cosas que llenasen sus días, las buscaba, pero había perdido el encanto ágil de la infancia, había roto con su propio secreto.

Demasiada luz, gótico sureño y maltrato
Es un reto literario; y la lámpara es el símbolo decadente de lo único sólido que se mantiene con el paso de los años en la vida de Virgínia, y también es un guiño que hace referencia al estilo literario gótico sureño, que se desprende de las páginas de esta novela, que deslumbra hasta cegar, siguiendo la estela de Faulkner, McCarthy y otros muchos.

¿Cuál ha sido hoy tu pensamiento más fuerte?, ella se callaba asustada, sin poder explicarle que había vivido un día de inspiración excesiva, imposible de ser guiada hacia un solo pensamiento, así como el exceso de luz impedía la visión; el alma exhausta, ella respiraba de puro placer sin solución y se sentía tan viva que moriría sin saberlo. Daniel se encolerizaba, la empujaba apretándole el brazo, llamándola ignorante, amenazando con disolver la Sociedad de las Sombras, cosa que la aterrorizaba más que su brutalidad física.

Virgínia es una mujer maltratada, que crece en una familia de madre a veces indiferente a veces cruel, padre estúpido y hermano violento. El mundo real es para Virgínia algo secundario a lo que parece no tener nunca acceso directo, como si haciendo honor a su nombre sobrehumano, éste le hubiera sido negado. Una pátina imperceptible se interpone entre el mundo y ella. Así, la vida interior como único refugio posible para alguien incapaz de disfrutar de su propia vida.

Pero ella no tenía fuerzas para ser feliz. Se había cansado.

Todo ello hace de esta novela un relato profundamente psicológico repleto de metáforas muy líricas. A esto hay que añadir la inexistencia de cortes por párrafos o capítulos, algo que dificulta aún más la lectura, no hay respiros. Hay cambios de tiempo y lugar casi tras un punto y seguido, sin avisos, es fácil perderse y por eso hay que leer con mucha atención: es una novela oscura y compleja.

Pero como todo buen reto, al final tiene su recompensa, y es que cuando se consigue “entrar” en la tela de araña Lispector, una se siente ya arropada por su magia para siempre, y eso es algo que no tiene precio, es maravilloso.

martes, 17 de mayo de 2016

Corazón doble - Marcel Schwob



(…) su voz tenía el dulce sonido de las cosas que están a punto de romperse

Lo que yo no sé ahora mismo es en qué he perdido el tiempo todos estos años sin leer a Marcel Schwob mucho antes. Estoy mitad confusa mitad eufórica; mitad feliz y mitad triste, como cuando inesperadamente encuentras por el mundo a alguien como tú. O como cuando inesperadamente lo pierdes.

La escritura de Schwob es sencilla pero lúcida, elegante pero no engolada. Con una sencillez que despista, pues sus temas son un tanto complejos. Los cuentos de “Corazón doble” tienen todos prácticamente la misma longitud, y hay un pulso constante que los recorre: un gusto por lo grotesco, las ganas de incomodar al lector contando relajadamente historias muy macabras, enfrentándole a sus propios miedos… sin que al narrador se le altere, en ningún momento, el pulso. Están tan increíblemente bien escritos que es un placer leerlos en voz alta, como si de esa forma revivieran, tomaran forma de holograma saliendo desde las hojas de papel para mirarnos directamente a los ojos.

Tuve este libro unos días sobre la mesilla de noche, antes de leerlo, y ya sé qué me produjo pesadillas.

Como no podía ser de otra manera, y al igual que muchos de los escritores que vivieron y escribieron entre el siglo XIX y el XX, la literatura de Schwob… es magnífica.

Fijaos en este comienzo:

ARACNE
Decís que estoy loco y me habéis encerrado, pero yo me río de vuestras precauciones y de vuestros terrores. Porque seré libre el día que quiera. A través de un hilo de seda que me ha lanzado Aracne, huiré lejos de vuestros guardianes y de vuestras rejas. Pero la hora aún no ha llegado, aunque está próxima: progresivamente mi corazón desfallece y palidece mi sangre. Vosotros, que ahora me creéis loco, me creeréis muerto, mientras yo me balanceo en el hilo de Aracne más allá de las estrellas. (…
)

O en este otro principio glorioso:

EL HOMBRE DEL ROSTRO VELADO
Del cúmulo de circunstancias que me pierde, no puedo decir nada; ciertos accidentes de la vida humana están tan artificiosamente combinados por el azar o las leyes de la naturaleza como la invención más demoníaca: podríamos lanzar una exclamación, como ante el cuadro de un impresionista que ha captado una verdad singular y momentánea. Pero si cae mi cabeza, quiero que este relato me sobreviva y que aparezca en la historia de las existencias como una rareza verdadera, como una pálida ventana a lo desconocido. (..)

Ahora puedo decir que ya sé qué son las estrigas; he convivido durante unos minutos junto a dos hombres sin cara, he viajado junto al diablo y una extraña niña anciana durante lo que han parecido años, he descubierto el verdadero significado del tren del terror… He participado en uno de tantos absurdísimos círculos espiritistas, y recibido la visita inesperada de un irreverente esqueleto. Vosotros también podréis experimentar todas estas cosas si os asomáis a “Corazón doble” (hacedlo despacio, se divertirán con vosotros si os sorprenden confiados).

Pero la segunda parte, “La leyenda de los mendigos”, no me ha gustado tanto. En el prólogo, Schwob explica el por qué de todos estos cuentos, su interés en la evolución de los conceptos de terror y piedad a lo largo del tiempo, y tiene sentido que existan ciertas diferencias en el tono y en la temática de cada una de las partes en las que se divide el libro. Pero en fin, los que me han fascinado son los cuentos de la primera parte, eso es todo. Leedlos si tenéis ocasión… son una maravilla.

sábado, 31 de enero de 2015

"Cuentos reunidos" - Clarice Lispector


Necesito hablaros de Clarice Lispector.

La razón por la que empecé a leerla es porque dos periodistas a quienes admiro y respeto, ya que poseen un bagaje cultural envidiable y un gusto cultural exquisito, no solo adoran y recomiendan la literatura de Clarice Lispector, sino que directamente querrían ser ella. Y esta afirmación, tan rotunda y definitiva, derrumba por completo cualquier atisbo de duda o pereza que tuviera antes de sumergirme de lleno en su mundo.

Es cierto que no se trata de una lectura para masas y que quizá puede costar un poco adaptarse a su discurso, pero también es cierto que a medida que van pasando las primeras páginas llega un momento en que esto sucede sin que uno se dé cuenta, y que luego no hay vuelta atrás.

"Esta vez era un amor más realista, nada romántico; era el amor de aquel que ya ha sufrido por amor."

No existe en el mundo entero literatura de calidad que sirva para no pensar. Cualquier librero que se precie os explicaría por qué está harto de que le hagan esa consulta que todos odian, “quiero un libro para no pensar”. ¿Quién querría un alimento que no le nutriese, quién un amor que no le inspirase? La lista de comparaciones sería infinita. Con Clarice Lispector pensaréis, eso puedo asegurarlo, y eso es maravilloso.

Existe una estupenda edición de sus relatos, editada por Siruela en 2013, con la que es muy fácil comenzar a disfrutar de esta gigante de las letras. Se titula sencillamente “Cuentos reunidos” y contiene 74 joyas en forma de cuentos ordenados cronológicamente por fecha de publicación original. Aquí podemos encontrar tesoros como el cuento titulado “El huevo y la gallina” en la que Lispector filosofa de forma magistral sobre este pequeño animalito poco frecuente en la literatura, y que sin embargo es relativamente recurrente a lo largo de sus cuentos (se termina adorando la figura de la gallina una vez que Lispector te la explica…) La figura de la mujer, su soledad y desolación, la pérdida de ilusión y energías por culpa del machismo patriarcal, también está perfectamente representada, y es el motivo principal por el que Lispector es autora de cabecera de los feministas más leídos. Solo alguien con su fuerza y sensibilidad puede crear textos atrevidos y rompedores para su época (nació en 1920), y que reflejen tan bien la realidad femenina, siempre tan menospreciada, ridiculizada y vapuleada en pos de los intereses masculinos.

Leyendo un poco acerca de su vida, descubrimos que entre sus referentes literarios más influyentes se encuentran genios de la talla de Queiroz, Hesse o Dostoievski. Sin duda, su principal aportación a la Literatura es el discurso interior sin concesiones, siempre profundo y en ocasiones enfermizo, si se me permite la expresión: quiero decir que explora zonas de la mente humana que tienden a permanecer inexploradas, por un lado no se atreve cualquiera a introducirse en ellas y por otro, hay que ser muy bueno para plasmar por escrito todo eso. Siempre con una serenidad y un pulso envidiables, logra transmitir todo aquello que desea seleccionando en cada instante la palabra exacta: es una de esas pocas elegidas que sabe sacar partido a las penosas limitaciones del lenguaje. Diosa Lispector.

Pero será mejor que cada uno saque sus propias conclusiones. A continuación, dos cuentos, uno con la primera infancia y otro con la adolescencia como excusas... para contar además otras muchas cosas en los espacios que quedan en blanco entre letra y letra.

Clarice Lispector


FELICIDAD CLANDESTINA

Ella era gorda, baja, pecosa y de pelo excesivamente crespo, medio pelirrojo. Tenía un busto enorme, mientras que todas nosotras todavía éramos planas. Como si no fuese suficiente, por encima del pecho se llenaba de caramelos los dos bolsillos de la blusa. Pero poseía lo que a cualquier niña devoradora de historias le habría gustado tener: un papá dueño de una librería.

No lo aprovechaba mucho. Y nosotras todavía menos: incluso para los cumpleaños, en vez de un librito barato por lo menos, nos entregaba una postal de la tienda del papá. Para colmo, siempre era algún paisaje de Recife, la ciudad donde vivíamos, con sus puentes más que vistos. Detrás escribía con letra elaboradísima palabras como “fecha natalicia” y “recuerdos”.

Pero qué talento tenía para la crueldad. Mientras haciendo barullo chupaba caramelos, toda ella era pura venganza. Cómo nos debía e odiar esa niña a nosotras, que éramos imperdonablemente monas, delgadas, altas, de cabello libre. Conmigo ejercitó su sadismo con una serena ferocidad. En mi ansiedad por leer, yo no me daba cuenta de las humillaciones que me imponía: seguía pidiéndole prestados los libros que a ella no le interesaban.

Hasta que llegó el día magno de empezar a infligirme una tortura china. Como por casualidad, me informó de que tenía El reinado de Naricita, de Monteiro Lobato.

Era un libro grueso, vágame Dios, era un libro para quedarse a vivir con él, para comer, para dormir con él. Y totalmente por encima de mis posibilidades. Me dijo que si al día siguiente pasaba por su casa me lo prestaría.

Hasta el día siguiente, de la alegría, yo estuve transformada en la misma esperanza: no vivía, nadaba lentamente en un mar suave, las olas me transportaban de un lado a otro.

Literalmente corriendo, al día siguiente fui a su casa. No vivía en un apartamento, como yo, sino en una casa. No me hizo pasar. Con la mirada fija en  la mía, me dijo que le había prestado el libro a otra niña y que volviera a buscarlo al día siguiente. Boquiabierta, yo me fui despacio, pero al poco rato la esperanza había vuelto a apoderarse de mí por completo y ya caminaba por la calle a saltos, que era mi manera extraña de caminar por las calles de Recife. Esa vez no me caí: me guiaba la promesa del libro, llegaría el día siguiente, los siguientes serían después mi vida entera, me esperaba el amor por el mundo, anduve brincando por las calles y no me caí una sola vez.

Pero las cosas no fueron tan sencillas. El plan secreto de la hija del dueño de la librería era sereno y diabólico. Al día siguiente allí estaba yo en la puerta de su casa, con una sonrisa y el corazón palpitante. Todo para oír la tranquila respuesta: que el libro no se hallaba aún en su poder, que volviese al día siguiente. Apenas me imaginaba yo que más tarde, en el transcurso de la vida, el drama del “día siguiente” iba a repetirse para mi corazón palpitante otras veces como aquella.

Y así seguimos. ¿Cuánto tiempo? No lo sé. Ella sabía que, mientras la hiel no escurriese por completo de su cuerpo gordo, sería un tiempo indefinido. Yo había empezado a adivinar, es algo que adivino a veces, que me había elegido para que sufriera. Pero incluso sospechándolo, a veces lo acepto, como si el que me quiere hacer sufrir necesitara desesperadamente que yo sufra.

¿Cuánto tiempo? Yo iba a su casa todos los días, sin faltar ni uno. A veces ella decía: Pues el libro estuvo conmigo ayer por la tarde, pero como tú no has venido hasta esa mañana se lo presté a otra niña. Y yo, que no era propensa a las ojeras, sentía cómo las ojeras me ahondaban bajo mis ojos sorprendidos.

Hasta que un día, cuando yo estaba en la puerta de la casa de ella oyendo silenciosa, humildemente, su negativa, apareció la mamá. Debía de extrañarle la presencia muda y cotidiana de esa niña en la puerta de su casa. Nos pidió explicaciones a las dos.

Hubo una confusión silenciosa, entrecortada de palabras poco aclaratorias. A la señora le resultaba cada vez más extraño el hecho de no entender. Hasta que, esa mamá buena, entendió al fin. Se volvió hacia la hija y con enorme sorpresa exclamó: ¡Pero si ese libro no ha salido nunca de casa y tú ni siquiera quisiste leerlo!

Y lo peor para esa mujer no era el descubrimiento de lo que pasaba. Debía de ser el horrorizado descubrimiento de la hija que tenía. Nos observaba en silencio: la potencia de perversidad de su hija desconocida, la niña rubia de pie ante la puerta, exhausta, al viento de las calles de Recife. Fue entonces cuando, recobrándose al fin, firme y serena le ordenó a su hija: Vas a prestar ahora mismo ese libro. Y a mí: “Y tú te quedas con el libro todo el tiempo que quieras”. ¿Entendido? Eso era más valioso que si me hubiesen regalado el libro: “el tiempo que quieras” es todo lo que una persona, grande o pequeña, puede tener la osadía de querer.

¿Cómo contar lo que siguió? Yo estaba atontada y fue así como recibí el libro en la mano. Creo que no dije nada. Tomé el libro. No, no partí brincando como siempre. Me fui caminando muy despacio. Sé que sostenía el grueso libro con las dos manos, apretándolo contra el pecho. Poco importa también cuánto tardé en llegar a casa. Tenía el pecho caliente, el corazón pensativo.

Al llegar a casa no empecé a leer. Simulaba que no lo tenía, únicamente para sentir después el sobresalto de tenerlo. Horas más tarde lo abrí, leí unas líneas maravillosas, volví a cerrarlo, me fui a pasear por la casa, lo postergué más aún yendo a comer pan con mantequilla, fingí no saber dónde había guardado el libro, lo encontraba, lo abría por unos instantes. Creaba los obstáculos más falsos para esa cosa clandestina que era la felicidad. Para mí la felicidad siempre habría de ser clandestina. Era como si ya lo presintiera. ¡Cuánto me demoré! Vivía en el aire… Había en mí orgullo y pudor. Yo era una reina delicada.
A veces me sentaba en la hamaca para balancearme con el libro abierto en el regazo, sin tocarlo, en un éxtasis purísimo.

Ya no era una niña más con un libro: era una mujer con su amante.



NIÑO DIBUJADO A PLUMA

¿Cómo llegar alguna vez a conocer al niño? Para conocerlo tengo que esperar a que se deteriore; sólo entonces estará a mi alcance. Helo allí, un punto en el infinito. Nadie conocerá su hoy. Ni siquiera él mismo. En cuanto a mí, miro, y es inútil: no consigo comprender algo que sólo es actual, totalmente actual. Lo que conozco de él es su situación: el niño es aquel a quien acaban de nacerle los primeros dientes y es el mismo que será médico o carpintero. Mientras tanto, allí está él sentado en el suelo, con una realidad que he de llamar vegetativa para poder entenderla. Treinta mil de esos niños sentados en el suelo, ¿tendrían la oportunidad de construir otro mundo, que tuviese en cuenta la memoria de la actualidad absoluta a la cual ya pertenecemos? La unión haría la fuerza. Allí está sentado, empezando todo de nuevo pero para su propia defensa futura, sin ninguna oportunidad verdadera de empezar realmente.

No sé cómo dibujar al niño. Sé que es imposible dibujarlo a carbón, pues hasta la pluma mancha el papel más allá de la finísima línea de actualidad extrema en que él vive. Un día lo domesticaremos hasta hacerlo humano, y entonces podremos dibujarlo. Pues eso hemos hecho con nosotros mismos y con Dios. El propio niño contribuirá a su domesticación: se esfuerza y coopera. Coopera sin saber que la ayuda que le pedimos está destinada a su autosacrificio. En los últimos tiempos incluso se ha entrenado mucho. Y así seguirá progresando hasta que, poco a poco –por la bondad necesaria mediante la que nos salvamos–, haya pasado del tiempo actual al tiempo cotidiano, de la meditación a la expresión, de la existencia a la vida. Realizando el gran sacrificio de no ser un loco. No soy loco por solidaridad con los miles de nosotros que, para construir lo posible, también han sacrificado esa verdad que sería una locura.

Pero, entre tanto, helo allí sentado en el suelo, inmerso en un vacío profundo.

Desde la cocina la madre se cerciora: ¿sigues allí quietecito? Convocado al trabajo, el niño se levanta con dificultad. Se tambalea sobre las piernas, con toda la atención vuelta hacia dentro: su equilibrio entero es interno. Conseguido esto, ahora toda la atención es hacia fuera: observa lo que el acto de levantarse ha provocado. Pues el incorporarse ha tenido consecuencias y más consecuencias: el suelo se mueve incierto, una silla lo supera, la pared lo delimita. En la pare está el retrato de El Niño. Es difícil mirar ese retrato alto sin apoyarse en un mueble, para eso todavía no se ha entrenado. Pero he aquí que su propia dificultad le sirve de apoyo: lo que lo mantiene de pie es justamente la atención que pone en el retrato alto, mirar hacia arriba le sirve de grúa. Pero comete un error: parpadea. Pestañear lo desliga por una fracción de segundo del retrato que lo estaba sustentando. Se deshace el equilibrio: en un único movimiento total, el niño cae sentado. De la boca entreabierta por el esfuerzo de vida escapa una baba clara que escurre y gotea hasta el suelo. Mira la gota muy de cerca, como si fuera una hormiga. El brazo se alza, avanza en arduo mecanismo de etapas. Y de golpe, como para sujetar lo inefable, con inesperada violencia aplasta la baba con la palma de la mano. Parpadea, espera. Finalmente, pasado el tiempo necesario de espera de las cosas, aparta cuidadosamente la mano y examina en el parqué el fruto del experimento. El suelo está vacío. En una nueva y brusca etapa se mira la mano: la gota de baba está pegada en la palma. Ahora también de esto sabe. Entonces, con los ojos muy abiertos, lame la baba que pertenece al niño. Piensa en voz alta: niño.

–¿A quién llamas? –pregunta la mamá desde la cocina.

Con esfuerzo y gentileza él mira la sala, busca a quien la mamá dice que está llamando, se voltea y cae hacia atrás. Mientras llora, ve la sala distorsionada y refractada por las lágrimas, el volumen blanco crece y se le acerca –¡mamá! –, lo absorbe con brazos fuertes, y he aquí que el niño está de pronto muy alto en el aire, muy en lo caliente y lo bueno. Ahora el techo está más cerca; la mesa, debajo. Y, como no puede más de cansancio, empieza a desviar las pupilas hasta que las va hundiendo bajo la línea del horizonte de los ojos. Los cierra sobre la última imagen, los barrotes de la cama. Se duerme agotado y sereno.

El agua se ha secado en la boca. La mosca aletea en el cristal. El sueño del niño está surcado de claridad y calor, el sueño vibra en el aire. Hasta que, en repentina pesadilla, sobreviene una de las palabras que ha aprendido: se estremece violentamente, abre los ojos. Y para su terror no ve más que esto: el vacío caliente y claro del aire, sin mamá. Lo que piensa estalla en llanto por toda la casa. Mientras llora va reconociéndose, transformándose en aquel que la mamá reconocerá. Casi desfallece de tanto sollozar, tiene que transformase urgentemente en algo que pueda ser visto y oído porque si no se quedará solo, tiene que volverse comprensible porque si no nadie lo comprenderá, si no nadie se acercará a su silencio, si no dice y cuenta nadie lo reconoce, haré todo lo necesario para ser de los demás y que los otros sean míos, brincaré por encima de mi felicidad real, que sólo me traería abandono, y seré popular, hago trampa para que me amen, es totalmente mágico esto de llorar para recibir a cambio: mamá.

Hasta que el ruido familiar entra por la puerta y el niño, mudo de interés por lo que es capaz de provocar el poder de un niño, para de llorar: mamá. Es mamá, no se ha muerto. Y su seguridad consiste en saber que tiene un mundo para traicionar y vender, y que lo venderá.

Es mamá, sí, mamá, con un pañal en la mano. No bien ve el pañal, él se echa a llorar de nuevo.

–¡Pero si estás todo mojado!

La noticia lo sorprende, se renueva la curiosidad, pero ahora es una curiosidad cómoda y garantizada. Mira con ceguera la humedad propia, en una segunda etapa mira a la mamá. Pero de pronto se estira y escucha con todo el cuerpo el corazón latiendo pesado en la barriga: ¡pii-pii!, lo reconoce de golpe con un grito de victoria y de terror. ¡El niño acaba de reconocer!

–¡Claro que sí! –dice orgullosa la mamá–. Claro que sí, mi amor, es el pii-pii que ha pasado por la calle, le contaré a papa que ya lo has aprendido. Y vaya si no se dice así: ¡pii-pii, mi amor! –dice la mamá tirando de arriba abajo y después de abajo arriba, levantándolo  por las piernas, echándolo hacia atrás, tirando de nuevo de abajo hacia arriba. En todas las posiciones el niño conserva los ojos bien abiertos. Secos como el pañal nuevo.


domingo, 1 de diciembre de 2013

"Literatura y fantasma" - Javier Marías


"Vida del fantasma", "La canción de Lord Rendall", "Serán nostalgias", "El fantasma y la señora Muir", "Cuando fui mortal", "Campanadas y viento y fantasma y muertos", "Fantasmas leídos", "Literatura y fantasma"... títulos de libros, cuentos o artículos de Javier Marías que aluden a su predilección por estos personajes de ficción tan encantadores y aterradores al mismo tiempo, los fantasmas. Esta divertidísima afición suya resulta inspiradora, pero todo a su debido tiempo.

"Literatura y fantasma" es un libro que actualmente se encuentra disponible en reediciones, (incluso ampliadas), cuya edición inicial, publicada por la editorial Siruela en 1993 posee la cubierta con una de las mejores imágenes que he visto nunca. Se trata de un collage de rostros en el que parte del de Javier Marías ocupa el lugar central, respaldado por el medio rostro inclinado y semioculto de Robert Louis Stevenson; la casi totalidad del lado izquierdo del rostro de Marías es invadida por el de Vladimir Nabokov, mientras la mirada de soslayo de Juan Benet sirve de apoyo a los mentones de todos ellos.

Lo que contiene "Literatura y fantasma" son artículos, ponencias y prólogos recopilados, procedentes de otras publicaciones y conferencias. Tratan asuntos lingüísticos y literarios, pero no deben confundirse con esos otros textos en los que Javier Marías a veces reflexiona y nos ilustra sobre cuestiones gramaticales y ortográficas, que fueron recogidos y publicados en 2012 por Galaxia Gutemberg, y que constituyen una de las colecciones más divertidas y enriquecedoras de artículos de Javier Marías.

En "Literatura y fantasma" desvela algunos de los pormenores de su método de trabajo, explica por qué no utiliza esta o aquella herramienta y nos permite observar su obra como a través de rayos X (lo que ya de por sí resulta bastante fantasmagórico). En uno de los artículos, "La muerte de Manur: narración hipotética y presente de indicativo", explica cómo se las ingenió para introducir párrafos en presente de indicativo en una obra fundamentalmente narrada en pretérito indefinido e imperfecto, "El hombre sentimental", valiéndose de una transición que no diera como resultado un cambio de tiempo brusco. 

A veces uno lee y le parece que la redacción es tan perfecta y tan exacta que no sólo no podría haber sido de otra manera, sino que la pluma o el teclado del escritor se activaron solos y dieron lugar a un libro estupendo escrito aparentemente sin ningún esfuerzo. Y nada más lejos de la realidad.

Precisamente, en este mismo artículo Javier Marías lanza una pequeña crítica al "realismo sucio", un estilo procedente de la literatura estadounidense que se caracteriza fundamentalmente por redactarse en presente, utilizar frases muy cortas e inmediatas y también por su marcado carácter autobiográfico, aunque esa es otra cuestión. Esta fórmula es más fácil y requiere al escritor menos esfuerzos, también el lector tendrá que esmerarse menos: esta presentación recuerda a la inmediatez del teatro, a las conversaciones coloquiales... al lenguaje sin demasiados tratamiento y aderezo, en suma. Y por eso mismo, más caduco y pobre que otros textos pulidos y esmerados, como los que Javier Marías sí emplea en sus obras.

Escritores de calidad producen lectores de calidad, al igual que los restaurantes de comida rápida producen organismos enfermos y mal nutridos. Así, tanto en la literatura como en la gastronomía, cada uno elige lo que le alimenta, también en qué quiere convertirse. No es lo mismo leer "La montaña mágica" tomando un té con leche de soja y pastas caseras, que acompañar la lectura de las sombras de grey con picadillo de restos de algo parecido al pollo rebozados en no se sabe qué y fritos en aceite de mala calidad reutilizada. Tampoco creo que sean extremos opuestos: sinceramente, no sé si hay término medio.

Otro tema que aparece en "Literatura y fantasma" es el de la autobiografía, la biografía novelada o la inclusión de elementos biográficos en una obra de ficción. Javier Marías desvela de qué artimañas se vale para mezclar realidad y ficción en sus libros de forma que ambas convivan amigablemente. También reflexiona sobre cómo el lector tiende a desconfiar de los textos declaradamente biográficos por las posibles exageraciones o engaños; también, en el caso contrario, cómo el lector busca datos reconocibles de la vida del escritor en sus obras ficticias. Javier Marías cuenta sin tapujos, y cualquiera puede comprobarlo, cómo en su caso ha jugado a la ambigüedad (con gran acierto y mejor ejecución, por cierto) en casi todas sus novelas, y este es un rasgo que, entre otros muchos, le convierten en un escritor magistral. Y por estas perlas, lo amo:

"Rara es la ocasión en que se ve a alguien por la calle o en una playa leyendo un libro suyo, entre otras cosas porque ya casi nadie lleva libros por la calle y menos aún a la playa. Recuerdo la emoción que sentí cuando alguien caritativo y quizá embustero me contó que en un vuelo había visto a tres personas distintas (ya sé que tres personas son siempre distintas, el adjetivo sirve para subrayar que eran tres, como el famoso <<6 6="" toros="">>) leyendo una de mis novelas. Pensé: qué avión tan amable, qué vuelo tan distinguido."

En el apartado "Otras vanidades" de este mismo libro, (de donde también procede el párrafo citado), se incluye un artículo en el que da siete razones para no escribir novelas y una sola para hacerlo. Lejos de la intención de desvelar esta última, solo diré que es la misma por la que muchos leemos.

viernes, 28 de diciembre de 2012

Una tienda de sueños


—Si desea ver un sueño, he de dejar la tienda a oscuras —me explicó sosegadamente el hombre, que hizo girar el interruptor, se acercó a una ventana por la que entraba la luz de las farolas de la calle y corrió una cortina.

(...)

—Deseo llevarme este sueño —dije—, y quizá también este otro. ¡Encienda la luz!

(...)

Un mes murmuró al fin, tachando sus cálculos con una raya firme.
Yo me reí en su cara.
Alisándose las solapas, el hombre explicó:
Hablo en serio. Quizá esperaba poder pagar con dinero, pero sepa usted que en ningún sitio se compran con dinero los sueños. Debe pagarlos con tiempo. Los sueños cuestan tiempo; algunos, mucho tiempo. Tenemos un sueño (puedo enseñárselo si quiere) por el que pedimos una vida.

(...)

Aquella tarde caminé de un lado a otro por la ciudad. Los cierres metálicos de los escaparates bajaban con estrépito. Delante de cada tienda tenía un sobresalto, porque temía haber llegado, sin querer, a la que estaba buscando y rehuyendo a la vez.

Otras muchas tardes sufrí el mismo tormento  camino de mi casa, hasta que, un día, decidí poner fin a mis angustias. Volvería a la tienda a preguntar por el sueño y trataría de convencer al hombre de que rebajara el precio que yo no estaba dispuesto a pagar.

O quizá sí lo pagara.

Cuando avisté el edificio en el que sabía que estaba la tienda, ya desde lejos, distinguí un andamiaje que llegaba hasta el tejado. En la acera había baldes de cal y cubos de mortero, y donde antes estaba la oscura tiendecita, llena de paquetes, se veían ahora unas paredes limpias y desnudas. No habían dejado ni el escaparate.



                                                  










Ingeborg Bachmann
Ansia y otros cuentos
Editorial Siruela, 2005
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