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viernes, 14 de junio de 2019

"Un apartamento en Urano" - Paul B. Preciado



Tengo una deuda eterna con Paul B. Preciado. La aparición de su “Manifiesto contrasexual” derribó los primeros muros de mis barreras mentales (socialmente injertadas y fijadas con el paso de los años) con frases que sacudían mis cimientos, como la contrasexualidad afirma que en el principio era el dildo. Con la esencia de Michael Foucault, Judit Butler y Donna Haraway impregnando cada espacio en blanco y esa energía y sabiduría desenfrenada de Preciado que nos daría maravillosos títulos con los años. Porque después del “Manifiesto contrasexual” vinieron “Testo yonqui”, “Terror anal” y “Pornotopía”, que ya devoré como fervorosa practicante de la teoría y el imaginario que estaba creando Preciado.

Estoy muy orgullosa de su coherencia y de su trayectoria. Me alucina comprobar cómo ha llevado a cabo hasta los límites sus ideas, y le estoy completamente agradecida de la labor educativa y social que realiza en el terreno sexual, con todo lo que ello implica. La forma en que entiende la sexualidad humana es tan enriquecedora, tan novedosa y, a la vez, tan obvia cuando indagas en ella, que es increíble que el pensamiento promovido por los gobiernos y asumido por la sociedad, siga siendo tan patriarcal, heterosexual, tan binario y tan gris en general.

p.26 Soy un disidente del sistema sexo-género.

“Un apartamento en Urano” recoge varias decenas de artículos cuyos temas giran en torno a las preocupaciones habituales del autor, como la libertad, la sexualidad, las relaciones sociales, la política, los movimientos sociales, la transexualidad, el feminismo, los colectivos oprimidos, etc. Todo aquello que conforma la realidad diaria de cualquier humano consciente del medio en el que vive, y todo centrado en el individuo como pieza elemental pero intercambiable en la que reposa la estructura social. Recordando como un mantra que lo personal es político, y que la implicación individual produce terremotos.

Este libro aparece en un 2019 en el que los cambios en el imaginario colectivo son innegables, se cuelan por todas las rendijas, se visten de todos los colores y hablan cada vez más alto. Reclaman lo que es suyo por derecho propio mientras la violencia, el miedo y la vergüenza dan los últimos coletazos en forma de partidos de derecha compuestos por un montón de pequeños dictadores sociópatas que sin el amparo del grupo se desvanecerían como lágrimas en la lluvia.

p.64 “Si tengo un hijo maricón, lo mato.” Y ese hijo era yo.

Me gusta mucho el prólogo tan cálido de Virginie Despentes, que abre la puerta al lector mientras le da a Paul un abrazo. El amor entre ellos no sabe de géneros, ciudades, casas ni tiempos, y traspasa el papel a fogonazos. También me encanta la introducción de Preciado donde explica la elección de la figura del planeta Urano, la historia que lo relaciona con el colectivo queer y que se remonta a la mitología griega (el mismo lugar al que se remonta todo lo que importa). En 1864, Karl Henrich Ulrichs acuñó el término “uranista” para definir el tercer sexo inspirado en la cita del “Banquete” de Platón que habla de una concepción no heterosexual: en concreto, la que da a luz a Afrodita (diosa del amor) después de que Cronos castrara con una guadaña a su padre Urano.

Mientras que las relaciones homo y bisexuales están presentes en la naturaleza y en toda la maldita historia del ser humano, sin embargo, toda relación no heterosexual sigue siendo:

p.21 (…) una forma de amar que en la Inglaterra o la Prusia de la época [1864] podía  conducirte a la horca y que hoy sigue siendo ilegal en setenta y cuatro países y causa de pena de muerte en trece países, entre ellos Nigeria, Yemen, Sudán, Irán o Arabia Saudita, y motivo habitual de violencia familiar, social y policial en la mayoría de las democracias occidentales.

Me interesa mucho la trayectoria trans de Preciado. Desde “Testo yonqui” nos empezó a contar sus incursiones en el mercado negro para conseguir testosterona de modo que no tuviera que seguir los cauces legales y pautados por médicos. No estaba de acuerdo con la patologización de la  transexualidad en España y no es de extrañar, porque una cosa es que se consiguiera legalizar y otra muy diferente son los humillantes procesos por los que debe pasar todo individuo que quiera un cambio legal en su documento de identidad. Años, fármacos y el diagnóstico de enfermedad mental. Todo esto lo explica prolijamente a través de varios artículos, donde asistimos al recorrido que empieza con la auto-administración de testosterona, el posterior éxodo por consultas médicas, la apertura de su “expediente de rectificación de la mención del sexo en la partida de nacimiento” y la publicación al fin de su nuevo nombre en el boletín oficial y en los periódicos, una última burla gubernamental a su privacidad e intimidad como ser humano.

p.152 (…) en treinta y dos estados de la Unión Bruce podría llevar un Colt 45, pero no un vestido.

Me gusta la manera en que se expresa, que balancea tan bien lo académico y lo cotidiano. Subrayo de forma frenética tanto artículos de denuncia social (“La valentía de ser uno mismo” es sin duda mi favorito), como aquellos en los que se deleita en su experiencia viajera y analiza pequeñas cotidianidades como en “Casa vacía”, donde a la vez hace una serie de relaciones filosóficas con su experiencia vital que aportan al lector lirismo y aprendizaje de vida.

En esencia, lo que nos sigue diciendo Preciado es que no somos los integrantes del colectivo LGTBI, sino que es la sociedad la que está enferma. Y que es necesario seguir habitando los márgenes y reivindicarlos, igual que nos re-apropiamos cada día de los insultos y de las etiquetas con los que la heterosexualidad binarista y mutiladora pretende señalarnos como enfermos. El mensaje que se desprende es una llamada a desarrollar el potencial individual, aprender para tomar decisiones informadas y vivir de forma coherente a como sentimos, sin que nada de lo socialmente establecido se nos imponga. Se nos invita a desobedecer. Y no hay cosa que más me guste que ir a contracorriente (ya que la corriente, tal y como la percibo, está contaminada). Luchar por la justicia poética está en mi naturaleza y no tengo ninguna intención de ponerme diques ni de contenerme. Solo quiero seguir destruyendo barreras, si es que aún me queda alguna.

p.68 (…) los espermatozoides y los óvulos son células heploides, es decir, tienen un  único juego de veintitrés cromosomas. El proceso de fertilización no supone la diferencia de sexo o de género de los cuerpos implicados, sino la fusión del material genético de dos células haploides. No hay nada que haga más apto para la reproducción a un cromosoma de un heterosexual que al de un homosexual, con independencia de que la inseminación se lleve a cabo con un pene o con una jeringa, en una vagina o sobre una placa de Petri. La reproducción sexual no necesita de la unión política ni sexual de un hombre y de una mujer, no es ni hetero ni homo. La reproducción sexual es simple y maravillosamente una recombinación cromosomática.

domingo, 18 de agosto de 2013

"Máquinas de amar" - Pilar Pedraza


<<La unión del cuerpo biológico y la máquina en un solo ser -cyborg-, al que la medicina actual ha llegado hace tiempo con el progreso de la biomecánica, es un viejo sueño del hombre, tan viejo como las prótesis: desde el hombro de marfil de Pélope para sustituir el que devoró Deméter, hasta el gancho del capitán Garfio o la pata del capitán Achab. En el cine, hay cyborgs poéticos y encantadores como Eduardo Manostijeras, terroríficos como Freddy Kruger, cabezotas como Terminator, justicieros como Robocop y, ya más evolucionados y finos, los androides y andreidas de Blade Runner. Y ayer mismo vimos por televisión un desfile de modas en el que transitó por la pasarela, sin ayuda alguna y con paso inquietante, luciendo un modelo de alta costura, una joven que había perdido las piernas en un atentado y las llevaba ortopédicas. En el ambiente futurista del desfile, creado por un diseñador para quien la moda no consistía únicamente en prendas de vestir, no faltaban brazos robóticos de los utilizados para pintar en las fábricas de coches, que pulverizaban in situ colores metalizados sobre vaporosas faldas de la nueva temporada.



(...) Un hombre puede amar a una muñeca, pero una mujer no puede amar a un muñeco, salvo en casos límite como el de Protesilao y Laodamia. No lo necesita. El esfuerzo de la cultura por crear a la mujer, como Pigmalión a Galatea, no puede tener como contrapeso un esfuerzo (¿de quién?) por crear al hombre para la mujer. La mujer no quiere hombres ideales, está dispuesta a abandonar a su padre y compartir su suerte con otra persona. ¿Qué sentido tiene repetir un error, aunque haya dado en el arte resultados tan espléndidos? Otra cosa es el travestismo artístico en la creación de personajes. Si Flaubert es Mme. Bovary, Emily Bronte es Heathcliff, y Patricia Highsmith es Ripley. En este sentido, la más profunda transubstanciación es la de Mary Shelley en la Criatura de Frankenstein, espejo de la desdichada condición de todos nosotros, hombres y mujeres.
Pero las cosas no son tan sencillas ni nosotros tan ingenuos. A estas alturas, los problemas no son sólo de género sino sobre todo de civilización. Estamos inmersos en un capitalismo proteico que, como el Océano de la novela de Lem, Solaris, recicla, imita y clona continua y automáticamente lo que le echen. El narcisismo inherente al mito de Pigmalión ha sido transferido por el sistema a las mujeres, en el sentido de impulsarlas a ser sus propias Galateas. El Body-Art actual es el ejemplo extremo, con sus endoscopias, liposucciones en público y operaciones de cirugía plástica para acercar el rostro vivo al pintado. Pero lo que en el arte es ironía y desmesura, en la vida real constituye una nueva claudicación: convertir los cuerpos en materia para que la industria del deseo nos proporcione los moldes de unas formas cada vez más caras y más estrechas.>>

En este estupendo libro, "Máquinas de amar", Pilar Pedraza nos ofrece un recorrido por la historia de las mujeres creadas, muñecas y derivados, muy prolijo y como siempre, muy bien documentado. Comienza con los ejemplos extraídos de la mitología (Pigmalión y Galatea), sigue con los muñecos autómatas y después hace un análisis exhaustivo de estas figuras en la literatura y el cine, de forma que decenas de maniquíes inundan las páginas, ilustradas también con fotogramas y dibujos explicativos.

La redacción del libro es académica (explicativa, precisa y clara), aunque también irónica y subjetiva en pequeñas apreciaciones a lo largo de todo el texto, pero es hacia el final del libro donde la autora expone sus conclusiones y su punto de vista radical sobre el tema abordado: precisamente, a lo largo del libro abundan más las sucesiones de ejemplos (salpicados de pequeños comentarios, eso sí), que las opiniones personales explícitas y feministas que uno busca, casi como una droga, en este tipo de libros.

Las conclusiones de Pedraza son claras, como se ve de forma condensada en los fragmentos que he seleccionado aquí: es el hombre quien crea mujeres de mentira, a la mujer no le hace falta crear hombres de juguete. (En este punto, habría sido interesante que Pilar reflexionara sobre aquellas mujeres que aborrecen del sexo masculino y para quienes el mercado pone a su disposición figuras fálicas con diferentes grados de realismo que consumen mientras continúan aborreciendo el sexo masculino). Ya sea debido a la pérdida de la mujer amada, a quien se sustituye por una réplica inerte, o bien por enfermedades mentales, el hombre crea mujeres artificiales que le aportan una serie de ventajas que una de carne y hueso no le puede ofrecer. O bien, construyendo una mujer de mentira tiene la posibilidad de evitarse los inconvenientes que una mujer de verdad le reportaría.

Siempre se tiende a generalizar,  y eso provoca errores y malos entendidos. Pero es cierto que muchos hombres sólo ven en la mujer un cuerpo que les excita: el hecho de que se trate de un ser humano es un problema secundario. Sí, generalizar quizá lo dificulte todo un poco. Pero acudamos a los datos objetivos y pongamos en una balanza el número de hombres violadores contra el de mujeres violadoras. ¿Y ahora?

Autoras estupendas como Pilar Pedraza, feministas de verdad, luchadoras y creadoras de opinión (no falsas feministas de boquilla que se ocultan bajo las faldas de mamá cuando las cosas se ponen feas), me reafirman en mi opinión de que una feminista jamás apoyaría a un hombre que juega, engaña y trata como utensilios a las mujeres. Y viceversa: como bien dice Pilar, en esta sociedad " los problemas no son sólo de género sino sobre todo de civilización".

Y es que existe mucha confusión en todos los ámbitos, hay demasiada gente, demasiada concentración y un bombardeo de información vacía y falsa que lo contamina todo. Recrearse en una mujer de juguete posiblemente sea sólo una forma enfermiza de escapar de una realidad que a algunos hombres (y a algunas mujeres) les viene grande. Pero qué es más enfermizo: apartarse de la humanidad  y convivir con una muñeca, o tratar como muñecas a mujeres (o a hombres) de carne y hueso. ¿Qué opción es más insana? ¿Y cuál la más extendida?

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