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martes, 3 de julio de 2018
Ya no es como antes - Massimo Recalcati
Tengo con Recalcati un mar de contradicciones. No sé si llegaremos a buen puerto. Me fascinó con “El complejo de Telémaco”, me quedó un poco fría con “Las manos de la madre” y con “Ya no es como antes” se me ha puesto muy difícil seguir admirándole.
No sé muy bien qué esperaba de este ensayito. Al final, este tipo de libros no son tanto un ensayo sobre una cuestión social en particular, sino la reafirmación del autor sobre una idea preconcebida al respecto. Sin datos objetivos, sin bibliografía… no puede ser más que una justificación de la propia experiencia, que me parece muy bien, pero es que de esa manera no se puede pretender teorizar científicamente, para eso mejor escribir ficción y volcar los traumas juveniles en un coro de personajes, ¿no?
En el fondo, todo iba bien al principio, con sentencias como estas, en la que refiriéndose a la facilidad que tenemos hoy en día para cambiar de pareja (en contraste con el vetusto “para toda la vida” de las generaciones anteriores), decía:
“En vez de elaborar con dolor la pérdida del objeto amado, preferimos encontrar en el menor tiempo posible su sustituto, adaptándonos a la lógica imperante que gobierna el discurso del capitalismo: ¡si un objeto ya no funciona, nada de nostalgia! ¡Reemplacémoslo con su última versión!”
“La clínica psicoanalítica descubre sin embargo el Mediterráneo al comprobar que la búsqueda compulsiva de lo Nuevo no es en absoluto una expresión de libertad, sino una nueva esclavitud, el resultado de un mandamiento social e ideológico (“¡Gozad!”) al que el sujeto está drásticamente sometido”.
Acepto la hipótesis de que, sociológicamente, haya afectado a las relaciones personales esa prisa por estar a la última y esa capacidad económica del primer mundo por acceder a los artículos que tan sugestivamente se anuncian por todos los medios y se exponen en los estantes de las tiendas. Ese afán por satisfacer el deseo de forma inmediata y por no conformarse con nada que no sea perfecto.
Alguien se va a comprar el coche y le venden el humo añadido de pertenencia a un club de élite; una colonia, y la idea de un cuerpo perfecto y lleno de paz disfrutando en un paraíso, etc., y creemos que podemos tenerlo todo, que debemos aspirar al menos a tenerlo todo. Y me encanta que reflexione sobre por qué a la vez estas supuestas libertades son en realidad una forma moderna de esclavitud. Pero el libro no indaga más en esa línea, lástima.
Seguimos con otro fragmento de las primeras páginas:
“El amor es una trampa, un engaño, una ilusión destinada a derretirse como la nieve bajo el sol, el efecto de un sueño de la razón, de una impostura, de un truco neuroendocrino. Todo amor conoce su agonía antes o después, revelando la naturaleza de artificio. El tiempo corroe la pasión decretando su final, desclasándola a mera administración de bienes y servicios. Tras los primeros trastornos extáticos provocados por el influjo de la dopamina en ciertas áreas del cerebro, todo vínculo amoroso se aplana en una rutina sin deseo; el tiempo mata inevitablemente el entusiasmo que circunda la emoción del primer encuentro. Sin la estimulación de lo Nuevo, todo enamoramiento acaba en las arenas movedizas de una intimidad alienante desprovista de erotismo. De este deterioro del deseo en el teatrillo de la vida familiar, la camiseta blanca del padre cabeza de familia fue para Adorno el símbolo de generaciones enteras.”
Stop. Íbamos muy bien pero, ¿se puede saber qué concepción de las relaciones tiene este señor? ¿La del típico matrimonio monógamo y heterosexual donde él nunca coge una fregona y eructa con lata de cerveza barata en la mano, y ella se abandera en Facebook desde su sofá, capitana en la lucha feminista por la libertad sexual de las mujeres aunque él no se pasea por su clítoris desde 1993? Pues hombre, el amor no es eso, no me puedo creer que una relación saludable sea eso.
Es la brecha que suelo encontrar con autores de otras generaciones a la mía (Recalcati, 1959), para quienes cosas como el sexo antes del matrimonio fueron toda una revelación y por tanto entienden que en ese sentido la sociedad está muy avanzada; sin embargo, mi generación ni siquiera contemplaba el matrimonio como posibilidad y entrábamos y salíamos con quien nos daba la gana sin dar explicaciones ni atender a géneros, etnias o clases sociales, hemos evolucionado hasta hacer realidad conceptos como la anarquía relacional y por lo tanto pensamos que estamos totalmente en pañales cuando vemos las barbaridades que aguanta la gente “por amor”. Eso no es amor, amor es cuidarse desde la libertad. Así que… ¡como para ponernos a reflexionar por enésima vez sobre el amor en relaciones hegemónicas en las que uno es el esclavo sexual del otro eliminando de su horizonte el deseo por puro miedo a la soledad! Pues mira, no, chica: qué pereza.
“La simple epidemiología de las relaciones de parejas lo demuestra: a los seres humanos cada vez les cuesta más trabajo mantener una relación en el curso del tiempo. Las separaciones se multiplican, los cónyuges o convivientes se separan con mayor frecuencia cada vez para volver a unirse en nuevos vínculos o vivir de manera más despreocupada su libertad. Es un signo de nuestros tiempos. Nuestra época es la época, como afirma acertadamente Bauman, de los amores líquidos”.
Pero si he encontrado fisuras irreconciliables con Recalcati es cuando he descubierto que no ha superado a Freud. Que sigue haciendo distinciones entre la forma de amar de hombres y mujeres (¿qué serán para Recalcati un hombre, una mujer?, ¿penes, vaginas… quizá? Ay, qué mal, ¿esa miguita que tienes entre los dientes es un poco de transfobia, Recalcati?).
Comprobad que estáis sentados antes de leer esta barbaridad, cito de la página 113:
“Por esta razón a los hombres les resulta más difícil perdonar. Su apego al Yo es más fuerte, más voluminoso que en las mujeres puesto que está sustentado por la presencia imaginaria (competencia varonil) y real (presencia del órgano) del falo.”
Conozco a unas cuantas personas con vagina, que gustosamente le explicarían a Recalcati el concepto del Yo armadas con un arnés que mantuviera en su sitio un Falo de silicona decorado con los colores del arcoíris. Qué te pasa Recalcati, antes molabas.
En cuanto al concepto de perdón que me habría encantado leer en este libro: si no nos damos libertad a nosotros mismos, difícilmente se la vamos a dar a los demás. No podemos prometer fidelidad ni amor eterno porque sencillamente el tiempo nos cambia, y será o no será, cuántas veces has descubierto cambios profundos en ti, cuántas otras has descubierto que esa persona que creías tan cerca, de repente es una total desconocida y te hace asomarte a un abismo de incomprensión. Y nada de eso está mal si se gestiona desde el respeto, y teniendo siempre en cuenta que el amor es un bien infinito, que no se agota por más que lo gastemos.
Ama, y haz lo que quieras (San Agustín, icono queer desde el siglo IV).
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jueves, 12 de diciembre de 2013
¡Eh!, ratas...
Sucede que cada vez con más frecuencia me topo con erratas en letra impresa. Y no por ello soy capaz de acostumbrarme, o de blindarme frente a la violenta impresión que me genera el hecho de encontrarme alguna.
Los libros son un material que tiene sus propias normas y a veces no sabemos cómo actuar frente a algunos casos: porque, si advierto que una prenda de ropa que he comprado presenta un defecto de fabricación, me la cambiarán por otra en la tienda o me devolverán el dinero, pero sería absurdo cambiar un libro por otro de la misma tirada, que contendrá exactamente las mismas erratas, y pocas librerías devuelven el dinero. Menos lectores aún perderían su tiempo en cambiar un libro defectuoso.
Hay una idea generalizada que asegura que alguien que lee mucho difícilmente cometerá faltas de ortografía. Yo creo que es un error. No es suficiente, para aprender a escribir correctamente primero hay que estudiar gramática. Una pequeña gramática de bolsillo para repaso en los viajes de metro puede ser de gran ayuda. Hay quien hace sudokus, luego, por qué no.
Precisamente me he topado con seres que presumían de una redacción impecable y aseguraban leer cantidades ingentes de libros pero que, sin embargo, en la práctica no sabían diferenciar la coma del punto y coma, o confundían la y con la ll en todo momento y ocasión en que tuvieran que utilizarla. Porque uno puede argüir que la b y la v están juntas en el teclado: cualquiera puede pulsar por error en un momento dado. Bueno, con gesto de disconformidad, esto se acepta. Pero: ¿la y y la ll?, ¿cuál es la excusa... cuál? Por todos los cielos.
Cuando uno compra un libro de una editorial desconocida y remota, antiguo además, o incluso, impreso fuera de España, ha de ser absolutamente consciente de que se encontrará con errores ortotipográficos. Pero hoy mismo estamos en un momento en el que editoriales punteras con reseñas en el mismísimo Babelia (que, ya saben: es lo más) se permiten la desfachatez de poner a la venta libros con más de 30 errores (que yo haya localizado, me baso en un caso real, una novedad editorial que está hasta en la mismísima sopa –de letras–). ¿Qué está pasando?
Como todo lector debería saber, los “libros” digitales no pasan corrección: quizá sí en unas pocas editoriales, pero desde luego no es la costumbre habitual. Esto sucede porque, en el proceso de fabricación de un libro, el texto corrido que pasa el propio autor, una vez que se decide su edición, primero se maqueta (resumiendo mucho el proceso) y es sólo una vez maquetado cuando los correctores (de estilo y ortotipográfico) ejecutan su trabajo. Como los “libros” digitales se ponen a la venta sin maquetar, no pasan corrección. Así, los lectores compran archivos de ordenador que el editor sólo ha tenido que poner a disposición del público en formato digital: resumiendo, ya digo.
Pero todos confiábamos en que los libros de verdad (o impresos) seguirían dando ejemplo de corrección y estilo, rebosando refinamiento y buen hacer, aún a pesar de la invasión digital, la nueva moda. ¿Será la crisis, que en las editoriales recorta en correctores? ¿Será que ellos han olvidado cómo hacer su trabajo? Sea lo que sea, algo sucede.
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Blade reader |
Dejar de leer los mensajes atestados de fallos y rebosantes de falsedad alarga la vida y la dulcifica sobremanera. Es algo que cada uno puede poner a prueba en su casa sin peligro alguno, y aseguro que da resultados inmediatos muy satisfactorios.
Observo que es habitual ignorar que “ti” nunca jamás lleva tilde. Nunca, nunca. Ni aunque den ganas. O que “delante suya”, “detrás nuestra” y demás construcciones similares con posesivos y adverbios de lugar también son siempre incorrectas y suenan tan mal como el “me se” de las abuelas (no todas las abuelas, no todas), no cuesta nada sustituir por “delante de él” o “detrás de nosotros”, por ejemplo. La secuencia p-o-r-q-u-e, cómo no, requeriría un artículo específico aparte. Y los que dicen “ej que”, ¿también lo escribirán de esa manera? Pero, por favor, si insertar esa j tan forzadamente resulta mucho más costoso que optar por una s liviana e inocua... ¿por qué, por qué lo hacen?
Y qué decir del “solo” de Javier Marías, que tanta polémica ha generado desde que la R.A.E. decidió reducir de forma drástica el número de “infractores” permitiendo absurdamente que no llevase tilde nunca. Cuando es tan sencillo como añadirle tilde cuando sustituye a “solamente” y dejarlo sin ella cuando, aún significando “solamente”, por el contexto no pueda dar lugar a equivocarse con “solo (sin compañía)”. Ay.
Desde que los escritores prefieren los 140 caracteres de Twitter antes que un estupendo e interminable papel en blanco, nada es lo que era. ¿Desde cuándo un creativo elegiría ponerse cortapisas a sí mismo? Visto de este modo, resulta llamativo y bastante absurdo, ¿no creen? Pero hay que estar en la onda, y para estarlo, hay que seguir al rebaño. Luego, Twitter. Y así, el mundo se llena cada vez más de bufones que pugnan por erigirse el más gracioso del mundo. El más gracioso comprimido. En 140 caracteres, claro. Y, si el mensaje no entra, se cambian unas qu por unas k, se eliminan todos los signos de puntuación, se cambia alguna b por una v con las prisas, y se sirve muy frío el plato de frase deconstruida. Huelga decir que tras unos meses mandé al carajo mi cuenta de Twitter. Por el hartazgo, que no por el conjunto.
Escribir mal o escribir bien no es algo malo o bueno en sí mismo: es sólo una opción de vida como cualquier otra. Cada uno elige. Y será siempre el reflejo de lo que uno emite cuando habla. Lo que sí exijo como lectora es que los libros que compro hayan seguido un cuidadoso proceso de fabricación, al igual que cualquier otro objeto de consumo. No todo el mundo ha nacido con las habilidades para ser cirujano, o conductor, o cualquier otro: tampoco cualquiera es capaz de escribir bien, o de corregir textos, aunque se esfuerce. Son profesiones que no deberían realizarse como hobby. Aunque no haya vidas en juego. O quizá sí: por menos ha habido homicidios.
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