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miércoles, 23 de enero de 2019

"Oculto sendero" - Elena Fortún


Elena Fortún nunca debería haber tenido que esconderse.

Encarnación Aragoneses Urquijo (1886-1952), conocida como Elena Fortún desde 1928, año en el que se empezaron a publicar las primeras historias sobre el enorme personaje literario Celia, hizo soñar a niñas durante generaciones. Hizo, porque ahora no sé qué leen. Quién sabe, quizá algunas sigan leyendo a Celia (os recuerdo que mis femeninos siguen incluyendo a los varones: de nada).

En 2016 vio la luz “Oculto sendero”, una obra que la autora siempre mantuvo exactamente eso: oculta. Quienes han vivido oprimidas y traumatizadas por esta sociedad inhumana o por sucesos especialmente hostiles, difícilmente abren su corazón, aunque pasen décadas y el horror ya haya quedado atrás. Nunca queda atrás realmente, mientras el mundo siga siendo hostil y no se eduque en la empatía ni en el aprecio y cuidado por la vida… es comprensible que todo lo no hegemónico se oculte, por miedo a los ataques. Fortún sufrió una larga agonía antes de su muerte y pidió que se destruyeran sus manuscritos más comprometidos. Escrito a máquina con tinta morada se encontraban “Oculto sendero” y “Celia en la revolución”, que se desarrolla en el contexto del exilio durante la Guerra Civil española.

En esta novela con tintes autobiográficos, donde no sabemos qué es ficción y qué es verdad, tenemos a una protagonista que comparte muchos paralelismos vitales con la autora. Vive oprimida por una serie de convencionalismos sociales ante los que se rebela en la medida de sus fuerzas y posibilidades: por ejemplo, un matrimonio que no desea.

Casarse fue un disparate.

Hay una escena en las primeras páginas, cuando la protagonista aún es muy pequeña, en la que comparte una comida con su familia de brutos, en un restaurante. En seguida, la niña se fija en una mesa cercana donde almuerza una pareja de mujeres de aspecto andrógino, que desprenden un magnetismo en el que de alguna manera esa niña se refleja. Su visión le hace sentir cómoda y le encantaría poder estar con ellas, aprender de ellas, ser como ellas. Libres, hermosas: hermosas en tanto que libres.

Su “tradicional” y espantosa familia se encarga de reprimir sus instintos naturales y de obligarla a naturalizar lo fingido, lo convencional, todo lo que se espera de ella. Critican todas las identidades que no encajen en su rancia moral, a la que no cuestionan. La primera escena de la novela representa un berrinche de la niña cuando recibe un vestido “de princesita” en lugar del traje de marinero con gorra que había pedido y con el que soñaba. La androginia, en fin, el rechazo por lo “femenino impuesto” ya habitaba en ella antes aún de tener referentes, de saber qué era o de ponerle nombre.

Es una delicia leer esta novela porque en el fraseo encontramos a la Elena Fortún de “Celia” pero, a la vez, es muy duro conocer los detalles de una experiencia vital tan dolorosa por culpa de la imposición del (hetero)patriarcado, y explorar las zonas más oscuras (en tanto que ocultas) de la identidad que nunca pudo mostrar libremente. Una vez más, tenemos una historia de homosexualidad reprimida, rodeada de todo tipo de dolor, catástrofes y miserias. Hay lugar para la esperanza, eso sí, pero no seré yo quien os destripe el contenido de los últimos capítulos.

En la vida real, Elena Fortún se escondía en el baño para escribir las novelas de Celia, porque a su mierda de marido le parecía mal que su mujer ganase más dinero que él con un trabajo, para más inri, intelectual.

Creo que esta lectura puede ser interesante para todas aquellas personas que quieran ponerse en los zapatos de otra que haya sufrido violencia a causa de su orientación sexual, también para quienes no puedan pensar en los libros de Celia sin añoranza o, en fin, para cualquier persona con sensibilidad y empatía.

En mi caso, he llegado a este libro porque desde hace tiempo, en las bibliotecas públicas de la Comunidad de Madrid, hay un espacio para todo tipo de materiales relacionados con la cultura queer. Aunque es una desgracia que esto tenga que llevarse a cabo para poder normalizar de una vez algo que es perfectamente normal, es una buena idea en tiempos en que la visibilización todavía es necesaria. Cuando vi el cartel y los colores de la bandera arco-iris en los tejuelos, me produjo curiosidad, ¿qué títulos y qué películas habrían seleccionado? ¡Pero si podrían identificar más de la mitad de la biblioteca como queer!

Por último, hay un detalle grave que no quiero dejar de comentar. En el comienzo de este libro hay una nota de las editoras aclarando que el manuscrito original estaba plagado de erratas y que, por tanto, ha sido convenientemente corregido. Tengo que respirar hondo antes de seguir.

(Oh benévolas editoras, os alabamos).

Soy licenciada en Biblioteconomía y Documentación, tengo el título de Corrección profesional de textos (podríais contratarme), escribo reseñas desde hace más de 10 años y conozco bien el mundo editorial: los libros se han de corregir, siempre, igual que se maquetan también siempre, o se traducen a veces. No hay más. La figura de la correctora ortotipográfica o de estilo, es necesaria: esa intervención, previa a la publicación, no hace mejor ni peor la labor de la autora del texto (recordad que mis femeninos siguen incluyendo a los hombres: de nada). Necesaria, decía, porque somos humanos e imperfectos. Indicar que la autora dejó un manuscrito plagado de erratas es una falta de respeto y una evidencia de profundo desconocimiento de los procesos de la industria editorial. Muchas autoras entregan verdaderos truños que han de rehacerse casi por completo, pocas veces revisan los textos en pruebas, ya maquetados y corregidos, ni participan en ninguna fase del proceso editorial; también muchas veces se publica de cualquier manera, vendiéndose por tanto libros defectuosos, y las lectoras los compran sin percatarse de ello, porque la corrección gramatical y ortográfica no es precisamente un valor en alza. Yo cada vez encuentro más erratas, ¿no os pasa?

¿Sabéis qué es lo mejor de todo? Que el libro está corregido con el culo mal. Las tildes diacríticas están mal ¡casi todas!, el leísmo navega a placer entre las páginas y las rayas de los incisos en los diálogos están mal puestas ¡¡todas!! ¿Qué demonios han corregido exactamente las editoras, con su excelsa benevolencia y su buen hacer? ¿¡Qué!? ¿Quizá cosas que estaban bien en el original…? Porque de otra forma no se explica una cantidad tan exagerada de meteduras de pata. Espero de verdad que disfrutéis de la lectura, a pesar de todo.



jueves, 12 de diciembre de 2013

¡Eh!, ratas...


Sucede que cada vez con más frecuencia me topo con erratas en letra impresa. Y no por ello soy capaz de acostumbrarme, o de blindarme frente a la violenta impresión que me genera el hecho de encontrarme alguna.

Los libros son un material que tiene sus propias normas y a veces no sabemos cómo actuar frente a algunos casos: porque, si advierto que una prenda de ropa que he comprado presenta un defecto de fabricación, me la cambiarán por otra en la tienda o me devolverán el dinero, pero sería absurdo cambiar un libro por otro de la misma tirada, que contendrá exactamente las mismas erratas, y pocas librerías devuelven el dinero. Menos lectores aún perderían su tiempo en cambiar un libro defectuoso.

Hay una idea generalizada que asegura que alguien que lee mucho difícilmente cometerá faltas de ortografía. Yo creo que es un error. No es suficiente, para aprender a escribir correctamente primero hay que estudiar gramática. Una pequeña gramática de bolsillo para repaso en los viajes de metro puede ser de gran ayuda. Hay quien hace sudokus, luego, por qué no.

Precisamente me he topado con seres que presumían de una redacción impecable y aseguraban leer cantidades ingentes de libros pero que, sin embargo, en la práctica no sabían diferenciar la coma del punto y coma, o confundían la y con la ll en todo momento y ocasión en que tuvieran que utilizarla. Porque uno puede argüir que la b y la v están juntas en el teclado: cualquiera puede pulsar por error en un momento dado. Bueno, con gesto de disconformidad, esto se acepta. Pero: ¿la y y la ll?, ¿cuál es la excusa... cuál? Por todos los cielos.

Cuando uno compra un libro de una editorial desconocida y remota, antiguo además, o incluso, impreso fuera de España, ha de ser absolutamente consciente de que se encontrará con errores ortotipográficos. Pero hoy mismo estamos en un momento en el que editoriales punteras con reseñas en el mismísimo Babelia (que, ya saben: es lo más) se permiten la desfachatez de poner a la venta libros con más de 30 errores (que yo haya localizado, me baso en un caso real, una novedad editorial que está hasta en la mismísima sopa –de letras–). ¿Qué está pasando?

Como todo lector debería saber, los “libros” digitales no pasan corrección: quizá sí en unas pocas editoriales, pero desde luego no es la costumbre habitual. Esto sucede porque, en el proceso de fabricación de un libro, el texto corrido que pasa el propio autor, una vez que se decide su edición, primero se maqueta (resumiendo mucho el proceso) y es sólo una vez maquetado cuando los correctores (de estilo y ortotipográfico) ejecutan su trabajo. Como los “libros” digitales se ponen a la venta sin maquetar, no pasan corrección. Así, los lectores compran archivos de ordenador que el editor sólo ha tenido que poner a disposición del público en formato digital: resumiendo, ya digo.

Pero todos confiábamos en que los libros de verdad (o impresos) seguirían dando ejemplo de corrección y estilo, rebosando refinamiento y buen hacer, aún a pesar de la invasión digital, la nueva moda. ¿Será la crisis, que en las editoriales recorta en correctores? ¿Será que ellos han olvidado cómo hacer su trabajo? Sea lo que sea, algo sucede.

Blade reader
He leído cosas que no creeríais. Blogs de escritores ilustres que sí, quizá escriban muy bien: pero no lo he podido averiguar porque la avalancha de erratas me impedía leer sus textos. También he leído libros corregidos por personajes que cometen errores ortográficos incluso hablando. Correos electrónicos en el ámbito laboral (los mensajes amistosos los obviaremos, pero he de decir que soy de la opinión de que siempre, siempre, se han de cuidar las formas) plagados de errores imperdonables: un e-mail profesional con faltas de ortografía provoca que a partir de ese momento no tome tan en serio (sí: lo siento mucho) a la persona que lo ha enviado.

Dejar de leer los mensajes atestados de fallos y rebosantes de falsedad alarga la vida y la dulcifica sobremanera. Es algo que cada uno puede poner a prueba en su casa sin peligro alguno, y aseguro que da resultados inmediatos muy satisfactorios.

Observo que es habitual ignorar que “ti” nunca jamás lleva tilde. Nunca, nunca. Ni aunque den ganas. O que “delante suya”, “detrás nuestra” y demás construcciones similares con posesivos y adverbios de lugar también son siempre incorrectas y suenan tan mal como el “me se” de las abuelas (no todas las abuelas, no todas), no cuesta nada sustituir por “delante de él” o “detrás de nosotros”, por ejemplo. La secuencia p-o-r-q-u-e, cómo no, requeriría un artículo específico aparte. Y los que dicen “ej que”, ¿también lo escribirán de esa manera? Pero, por favor, si insertar esa j tan forzadamente resulta mucho más costoso que optar por una s liviana e inocua... ¿por qué, por qué lo hacen?

Y qué decir del “solo” de Javier Marías, que tanta polémica ha generado desde que la R.A.E. decidió reducir de forma drástica el número de “infractores” permitiendo absurdamente que no llevase tilde nunca. Cuando es tan sencillo como añadirle tilde cuando sustituye a “solamente” y dejarlo sin ella cuando, aún significando “solamente”, por el contexto no pueda dar lugar a equivocarse con “solo (sin compañía)”. Ay.

Desde que los escritores prefieren los 140 caracteres de Twitter antes que un estupendo e interminable papel en blanco, nada es lo que era. ¿Desde cuándo un creativo elegiría ponerse cortapisas a sí mismo? Visto de este modo, resulta llamativo y bastante absurdo, ¿no creen? Pero hay que estar en la onda, y para estarlo, hay que seguir al rebaño. Luego, Twitter. Y así, el mundo se llena cada vez más de bufones que pugnan por erigirse el más gracioso del mundo. El más gracioso comprimido. En 140 caracteres, claro. Y, si el mensaje no entra, se cambian unas qu por unas k, se eliminan todos los signos de puntuación, se cambia alguna b por una v con las prisas, y se sirve muy frío el plato de frase deconstruida. Huelga decir que tras unos meses mandé al carajo mi cuenta de Twitter. Por el hartazgo, que no por el conjunto.

Escribir mal o escribir bien no es algo malo o bueno en sí mismo: es sólo una opción de vida como cualquier otra. Cada uno elige. Y será siempre el reflejo de lo que uno emite cuando habla. Lo que sí exijo como lectora es que los libros que compro hayan seguido un cuidadoso proceso de fabricación, al igual que cualquier otro objeto de consumo. No todo el mundo ha nacido con las habilidades para ser cirujano, o conductor, o cualquier otro: tampoco cualquiera es capaz de escribir bien, o de corregir textos, aunque se esfuerce. Son profesiones que no deberían realizarse como hobby. Aunque no haya vidas en juego. O quizá sí: por menos ha habido homicidios.

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