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domingo, 20 de noviembre de 2011

"Lulu" - Mircea Cărtărescu


Hace unos días afirmaba que "Cegador" desprendía la luz rara de lo grotesco. “Lulu”, libro en el que Cărtărescu explora las claves de su adolescencia, también encaja bajo esa definición: el texto comienza de una forma más objetiva y lineal pero, a medida que avanza, se sumerge igualmente en las aguas de lo soñado.

“Lulu”  es un experimento: supone un punto y aparte en la carrera literaria de Mircea Cărtărescu. Hasta el comienzo de la redacción de “Lulu”, había tenido mucho éxito, sobre todo con sus relatos, y adquirido reconocimiento mundial. Pero hay algo en su interior, una puerta que permanece cerrada desde hace muchos años, que le impide seguir adelante con normalidad, por eso se retira para escribir el texto que le eliminará de todas formas: si no consigue abrir esa puerta a golpe de pluma, morirá ahogado por su propia angustia y le encontrarán, ya descomponiéndose, volcado sobre el texto, fundiéndose con él.

(...) Mi sangre debe de haberse mezclado con remolinos de aire y debe de haberse cargado de islas de cuajo. Envejecido por filones de linfa, saliva, bilis y esperma, mi sistema arterial ha reventado como los viejos conductos de gas y, sin embargo, tengo que dominar los locos latidos de mi corazón, las dilataciones y contracciones de mi cerebro, que bombean adrenalina, tengo que permanecer lúcido hasta el final. Hay que mirar al drama cara a cara, aunque sea solo por un instante. Luego la hemorragia puede irrumpir en los subterráneos de la mente, puede rebosar por las encías y la nariz y caer sobre estas hojas, empaparlas y transformarse en el quinto humor, el jugo azul de la tinta. Me encontrarán como siempre he querido: putrefacto desde tiempo atrás, con la cabeza derrumbada sobre mi manuscrito, pegado a él, uno con él... Él, carne de mi carne; yo, texto de su texto...

Si, por el contrario, consigue abrirla y arrojar luz sobre ese recuerdo oscuro, una parte de él también habrá muerto, pero esa muerte supondrá desprenderse del peso que le atenaza y adquirir alas para comenzar a volar, de una vez por todas libre.

Por eso, “Lulu” es un viaje mágico a las profundidades de la mente. Cărtărescu recorre los lugares más oscuros de su conciencia, a través de recuerdos más o menos vagos, infectados de sus obsesiones y repletos de las mismas imágenes que ya se esbozaban en “Cegador” y que constituyen sus filias y fobias más recurrentes, esforzándose en todo momento (dejándose la piel) por desentrañar las oscuridades de cada instante de su pasado. El lector hace con él el descenso y camina pesadamente por estancias cubiertas de lodo, de mariposas devoradas por horribles arañas, repentinas luces cegadoras, miedos atávicos y sonidos orgánicos de procedencia desconocida. Impresionante y magistral, “Lulu”.

(...) Cuando metían goles aullaban todos al unísono, los gritos de las chicas tapaban entonces los trinos y el susurro de los árboles. ¿Con qué podía enfrentarme a ellos? ¿Con mis miserables versos? ¿Con mi camisa de nylon? ¿Con mis ojos, que no podían fijarse en ningún objeto porque ningún objeto de este mundo les interesaba?

miércoles, 16 de noviembre de 2011

"Cegador" - Mircea Cărtărescu


"Cegador" desprende la luz rara de lo grotesco, de las obsesiones, de los recuerdos umbríos y del inaprehensible mundo de los sueños. Es una historia deslumbrante, brillante (cegadora). Mircea Cărtărescu cuenta aquí su infancia ("Lulu", próxima lectura, recoge su adolescencia), con un inicio que sitúa al lector en uno de sus primeros recuerdos: el pequeño Mircea está dejando pasar el tiempo mirando Bucarest por la ventana de su habitación, un recuerdo objetivo y claro. Pero, poco a poco, de forma progresiva y muy sutil, aparecen escenas delirantes y brutalmente metafóricas que traen al presente sus recuerdos, escenas que proceden del mundo de los sueños y que retroceden a lo primitivo, a los miedos atávicos, llenas de situaciones y de personajes ancestrales. La maestría de Cărtărescu se demuestra cuando el lector percibe esos descensos al mundo de lo irreal sólo cuando ya ha llegado, ya que la línea se cruza con tanta naturalidad y fluidez que no es fácil percibir el cambio. Así, el mundo real y el imaginado que conforman la existencia de todo ser humano se mezclan en una suerte de danza antigua que Cărtărescu nos brinda con artes de prestidigitador.

En estas escenas oníricas y magistrales aparecen de forma recurrente las obsesiones que forman el mundo del escritor, como la composición del cuerpo humano o los insectos. Las mariposas, en concreto, protagonizan una de la escenas más inquietantes y destacables (pero hay tantas) de la narración: aquélla en la que una mujer permanece encerrada en la cabina de un ascensor junto con una mariposa gigante, disfrutando de una existencia desquiciante: este pasaje, en concreto, es demoledor y está maravillosamente bien escrito.



Me ha encantado leer a Cărtărescu y disfrutar de su literatura desgarrada, desnuda y absolutamente pura, así como de la continua conexión que establece con el mundo de lo primitivo que permanece encerrado en lo más profundo de nosotros mismos. Su prosa, de lenguaje preciso y delicado, es la de alguien culto, sensible y sin duda con buenas influencias literarias, todo lo cual invita a continuar buscando sus libros con ilusión y fe de acólito.

(...) En cuanto a lo que está fuera... ¿Pero qué hay, fuera? Sin los fotones que caen sobre los objetos y rebotan en el cristalino de mis ojos -esferas horribles plantadas en un hueso del cráneo-, el mundo sería un fango oscuro de reverberaciones, como el universo de las arañas, para las que sólo existe lo que hace vibrar su red irrisoria. Para mí, la imagen horrorosa de la muerte no es el no ser, es el ser sin ser, es la vida terrorífica de la larva, de la lombriz, de la concha en el fondo del abismo, es la carne viva e inconsciente con la que todos estamos remendados. Recibimos la luz por dos óvulos córneos llenos de gelatina, la convertimos en impulsos eléctricos y la trasladamos a un montón de mucílagos húmedos en una concha caliza. Jamás sabremos cómo una longitud de onda se convierte en una sensación subjetiva, cómo vemos ¿pero cómo vemos, Señor? un pétalo de diente de león. Jamás llegaremos a comprender cómo puede existir lo que en toda nuestra vida no vimos, oímos, probamos, olimos ni tocamos. Nuestra vida: limitada a nuestro universo enrollado sobre nuestro cadáver como una mortaja, como las cintas esteladas de las momias. Nuestro mundo: el campo de nuestras sensaciones. El moho tierno de la luz que nos cubre las pupilas, el fieltro sonoro que nos crece sobre los tímpanos.

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