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domingo, 31 de enero de 2021

"Las inseparables" - Simone de Beauvoir

Hay veces en las que una evidencia médica certificando la causa de una muerte, no es suficiente. Para explicarse algunas pérdidas, muchas veces es necesario ir más allá y conocer el pasado de quien ha fallecido: no solo su historial médico, por supuesto, sino su recorrido emocional y vital.

Esto es lo que hace Simone de Beauvoir devolviendo a la vida por algunos instantes a su eterna amiga Élisabeth Lacoin, (Zaza) a través de “Las inseparables”. También lo hace en otras obras como “Cuando predomina lo espiritual”, “Los mandarines” o “Memorias de una joven formal”, de una forma más o menos extensa o evidente.

En “Las inseparables” todo gira en torno a la tierna amistad que unió a Simone con Zaza (Sylvie y Andrée en la ficción), aunque mejor cabría hablar de devoción, por parte de la primera. En un jovencísimo siglo XX, inmersa en una estructura social férreamente patriarcal y religiosa, la joven Simone ni siquiera cuenta con referentes que expliquen ese sentimiento que la inunda y que no encaja en la definición de amiga. Como un instinto muy fuerte que no sabe explicar y mucho menos manejar, Simone se conforma con tener a Zaza cerca y procurar que sea feliz.

Si leemos esta historia conociendo mínimamente el pensamiento de Simone, resulta aún más chocante ubicar a la Simone niña y adolescente dentro de un círculo donde la religión católica y, por tanto, la represión, era la norma imperante. Una niña como ella estaba destinada a renunciar a su integridad, personalidad y sus sueños a cambio de los deseos de su entorno: pasar desapercibida y casarse “bien”. 

A este respecto, hay una frase que me ha dado que pensar. 

(…) todo habría sido más sencillo si, como yo, [Andrée] hubiera perdido la fe en cuanto su fe perdió el candor” (pág. 84)

La verdad es que resulta abrumadora la maestría con la que está escrita esta dulce y triste historia: es la marca de la casa de Simone de Beauvoir. El caso es, que todo habría sido muy diferente para la desdichada Zaza si la culpa, el pecado, el tormento, el infierno… y demás cuentos chinos que solo sirven para oprimir, no hubieran marcado su vida.

A los niños es sencillo engañarlos con cualquier cosa. Es lo que me transmite la frase de Beauvoir: también ella había sido estafada con el cuento religioso pero, por suerte, tuvo la suficiente claridad de pensamiento cuando, ya pre adolescente, alcanzó el uso de razón y abandonó de un plumazo todas esas imposiciones al darse cuenta del grave daño que provocaban.

Me gusta mucho, muchísimo, cómo está escrito. Quienes me conocen saben que el argumento me resulta secundario ante una redacción impecable. La narración deja a Simone en segundo plano y aunque habla de la amistad entre ambas, se centra sin rodeos en su adorada Zaza. Hay pasajes increíbles como este:

"¿Le habría dado pena a Andrée que nos impidieran vernos? Menos que a mí, seguramente. Nos llamaban «las dos inseparables» y ella me prefería a todas las demás compañeras. Pero me parecía que la adoración que sentía por su madre tenía que ir en menoscabo de sus otros sentimientos. Su familia era primordial para ella, se pasaba muchos ratos entreteniendo a las pequeñas, que eran mellizas, bañando y vistiendo a esas masas de carne inciertas; le hallaba sentido a todo cuanto balbucían y a sus muecas ambiguas; las mimaba amorosamente. Y además, estaba la música, que ocupaba un lugar importante en su vida. Cuando se sentaba al piano, cuando se colocaba el violín entre el cuello y el hombro y escuchaba con recogimiento la melodía que le brotaba de los dedos, yo tenía la impresión de oír cómo se hablaba a sí misma: comparadas con ese prolongado diálogo que seguía adelante en secreto con su corazón, nuestras conversaciones se me antojaban muy pueriles. A veces, la señora Gallard, que tocaba muy bien el piano, acompañaba la pieza que Andrée interpretaba al violín, y entonces yo me sentía completamente al margen. No, nuestra amistad no le importaba tanto a Andrée como a mí, pero yo la admiraba demasiado para sufrir por eso" (pág. 24)

Esta historia no deja de ser una reivindicación de la necesidad de enseñar la diversidad desde la infancia, así como la importancia de tener referentes. Si eres una mujer que se enamora de su amiga, ¿cómo no te va a volver loca no saber lo que sientes? Y, si acaso puedes barruntarlo, ¿quién te comprenderá y te tranquilizará porque no estás loca por estar sintiendo algo perfectamente natural? Por menos ha habido muertes.

Es más, no se trata solamente de la normalización del lesbianismo sino, también, de la bisexualidad: algo perfectamente normal que le sucede a la pequeña Simone es enamorarse de una amiga en un contexto donde se segregaba por géneros (colegios de monjas y demás) sino interesarse también por hombres cuando por fin tiene la ocasión de rodearse también de ellos. Algo que no invalida su atracción por las mujeres, dado que no se trata de dos orientaciones sexuales que pueden convivir, sino de una orientación como tal, la bisexualidad, que suele menospreciarse y relegarse a una fase y todo tipo de tópicos discriminatorios muy dañinos. Simone la defendió en su vida y en su obra con sabiduría y coherencia. Todo lo demás, son traumas.


miércoles, 28 de febrero de 2018

El arte del placer - Goliarda Sapienza


Goliarda Sapienza (1924-1996), ignorada toda su vida por crítica y público, murió anónima y ahora, dos décadas después de su muerte, se publica su obra con todos los honores, con los editores casi a sus pies pidiéndole disculpas. La autora estuvo en la cárcel y esta novela parecía destinada a ser un libro maldito.

Sapienza fue niña de colegio en casa, sin oportunidades reales para formarse. Una víctima más del heteropatriarcado hostil. Con 16 años hizo un curso de arte dramático en Roma, fue actriz de teatro e hizo alguna aparición en el cine con Visconti.

“El arte del placer” es una novela donde lo erótico tiene cabida pero no es la temática predominante, también hay lugar para la vida y el transcurso natural del tiempo, para la historia y para la política a través de una atípica biografía familiar.

Empieza fuerte, con un festín del horror literariamente maravilloso. Es profundamente lírica y es también un ejemplo de que la sensibilidad, el oído musical o el ritmo narrativo no son técnicas literarias que se puedan aprender tan fácilmente si no se escribe desde la ternura, volcando las vísceras sin miedo sobre el papel.

p.22 (…) ¿me dejas mirarte a los ojos? Si los miro fijamente comprendo mejor cómo es el mar.

Llego a este libro a través de la recomendación de una chica italiana que apenas sabía unas pocas palabras en español, y se negaba a que nos comunicásemos en inglés porque quería aprender mi idioma. Así que todo lo que me decía era italiano con alguna palabra española aquí y allí. Ella escribía, su vida era la literatura, creo sin duda que por ahí nos entendimos.

p.39 (…) los aparadores de la madre Leonora estaban llenos de libros. Y los libros estaban llenos de todas esas palabras e historias que me enseñaba la madre Leonora. Quién sabe si los había leído todos.
―¡Cuántos libros, madre! ¿Los ha leído todos?
―¡Pero qué dices, locuela! Sí, he estudiado, algo sé, pero no soy una persona culta. Sólo los doctores de la Iglesia reúnen todo el saber del mundo.
―¿También yo seré culta?
―¡Una locuela es lo que serás! ¿Y de qué te serviría serlo si eres mujer? La mujer no puede alcanzar nunca la sabiduría del hombre.

La primera parte de la novela plasma la paz enfermiza de un convento de monjas, con sus costumbres atrofiadas y contranaturales, que dan la espalda a la vida y renuncian a todo lo placentero por la promesa de una vida post-mortem sin mácula en el más allá.

p.70 Apenas me sentí más calmada, dije tímidamente en voz baja: «La odio», para ver si el efecto se repetía o me partía un rayo. Fuera llovía. Mi voz me embistió como un viento fresco que me liberase la cabeza y el pecho del temor y de la melancolía. ¿Cómo podía ser que aquella palabra prohibida me infundiera tanta energía? Ya pensaría luego en ello. Ahora sólo tenía que repetirla en voz alta, para que ya no se me escapara, y «La odio, la odio», grité después de haberme asegurado de que la puerta estuviera bien cerrada. La coraza de melancolía se separaba a pedazos de mi cuerpo, el tórax se ensanchaba sacudido por la energía de aquel sentimiento. Encerrada en el delantal ya no respiro. 
¿Qué me pesa aún en el pecho?
Arrancándome el delantal y la sayuela, mis manos encuentran esas fajas apretadas «para que no se notara el pecho», que hasta aquel momento habían sido como una segunda piel para mí. Una piel de suave apariencia que me ataba con su blancura tranquilizadora. Cogí las tijeras y las corté a pedazos. Tenía que respirar. Y finalmente desnuda ―¿cuánto hacía que no sentía mi cuerpo desnudo?, pues hasta el baño había que dárselo con la sayuela― reencuentro mi carne. El pecho libre estalla bajo mis palmas y me acaricio allí en el suelo disfrutando de mis caricias que aquella palabra mágica había liberado.

Goliarda Sapienza es un tesoro desconocido. Esta novela alza la voz por la libertad de las mujeres, denuncia los abusos y padecimientos que a lo largo de los siglos las mujeres han sufrido por culpa de su género. El lesbianismo y la bisexualidad están presentes de forma natural y fluida, a través de la protagonista Modesta, una persona muy especial que desde niña parecía destinada a influir en muchas vidas.

p. 253 
―¡Excusas, todo excusas! ¡Estás todavía enamorada de ese hombre!
―Del hombre no, Carlo, sino del entendimiento físico que existía entre nosotros cuando hacíamos el amor.
―Te pones vulgar, Modesta.
―Para ti todo lo que es verdad es vulgar.
―¡Oh, Dios, no puedo más! ¡Me voy o te mato! ¡Te mato! Pero ya hablaremos de nuevo de eso.

A medida que avanza la novela, los protagonistas crecen, maduran, se incorporan nuevos personajes, y de repente es un poco un folletín: líos y enredos que hacen que se pierda la magia del comienzo, como si fuera una novela por entregas y los lectores, aburridos de la lírica, estuvieran exigiendo salseo entre los protagonistas.

p.397
―Pero, ¿qué pasa, Stella, Elena? ¿Por qué les separáis?
―¡Porque corría como un muchachote, princesa! Se ensucia el vestidito.
He aquí cómo comienza la separación. Según ellas, Bambolina, de sólo cinco años, debería comportarse ya de modo distinto, tener una actitud comedida, estar con los ojos bajos para ir cultivando en sí a la señorita de mañana. Como en un convento, leyes, cárceles, Historia hecha por los hombres. Pero es la mujer la que ha aceptado conservar las llaves, guardiana inflexible del verbo masculino. En el convento Modesta odió a sus carceleras con odio de esclava, un odio humillante pero necesario. Hoy es con distanciamiento y seguridad como defiende a Bambolin de los chicos y chicas, sólo ella le importa, pues se defiende a sí misma en ella, su pasado, una hija que podría tener con el tiempo… ¿Te acuerdas, Carlo, te acuerdas de cuando te dije que sólo la mujer puede ayudar a la mujer, y tú, en tu orgullo de hombre, no lo entendías? ¿Entiendes ahora?, ahora que has tenido una niña, ¿entiendes?

Se abordan temas muy modernos para la época como el cambio generacional, las creencias políticas, los apegos interfamiliares, la comunicación de los sentimientos, las relaciones atípicas, etc. Nos muestra que hay otras formas de relacionarnos que no por poco convencionales son malas. De alguna manera estaba dejando plasmada la importancia de la educación sentimental o desarrollo emocional que aún a día de hoy sigue siendo una materia pendiente en la sociedad.

p. 690
―¡Oh, Nina, me devuelves la alegría! En cambio, ¿sabes qué haría yo si estuviera en el gobierno?
―¿Qué harías?
―Les asignaría un sueldo vitalicio a todas las personas que, como tú, tienen el talento de alegrarles la vida a los demás.

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