-Búscame éste -ordena una Señora al bibliotecario-. Después, comenta a su amiga (vecina?, cuñada?, madre compañera de espera a la puerta del colegio?). Es que es una tontería comprarlo. Luego lo leen una vez y ahí se queda muerto de risa.
Me callo. Pero me dan ganas de gritarle.
Señora, no hace falta que mienta, prefiere tomarlo en préstamo y ahorrarse el importe en la librería. No mienta, insisto, es lícito y las bibliotecas están ahí para algo...
Y no se engañe, Señora, los libros no mueren de risa en las estanterías sino que permanecen vivos, latentes, hasta que una mano les da una nueva oportunidad algún día.
Y no se ofenda, Señora, pero los libros que obligan a leer, para bien o para mal, siempre se recuerdan, si su hijo es mínimamente sensible gustará de tenerlos a mano cuando cumpla más años.
Y no se enfade, Señora, pero más le valía a Vd. seguir las recomendaciones de los maestros de sus hijos porque el libro que lleva en la mano, insisto Señora no se enfade -y al igual que a Vd.- más le valía quedarse riéndose en un estante. Y, se me olvidaba. Señora, por dios. Cierre el pico. Esto es una biblioteca.