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jueves, 15 de octubre de 2020

"País de arena: relatos argelinos" - Isabelle Eberhardt


Isabelle Eberhardt fue una viajera y escritora nacida en Ginebra en 1877. Su vida es fascinante, todo gira en torno a sus exóticos viajes y a sus costumbres alejadas de los convencionalismos de la época. Desde muy joven, se dio cuenta de que vestirse con ropas típicamente masculinas ampliaba sus libertades de forma exponencial. Tuvo una sólida formación en idiomas y su curiosidad innata la llevó a realizar grandes viajes y a tomar buena nota de todos ellos. A veces escribía en forma de diario y otras en forma de relatos basados en sus experiencias, como el libro que hoy nos trae hasta aquí: “País de arena: relatos argelinos”.

Eberhardt escribía principalmente porque disfrutaba del proceso de creación literaria, nunca lo consideró un oficio, consideraba inalcanzable la posibilidad de hacerse un nombre en el panorama literario de su época o pasar a la historia por sus textos. Escribía porque no entendía otra manera de canalizar sus vivencias. En estos relatos, así como en “Los diarios de una nómada apasionada”, podemos conocer a una mujer profundamente anticolonialista, que opinaba que una modernización al estilo occidental no depararía nada bueno a los musulmanes. Desde 2020 ya tenemos perspectiva suficiente como para determinar si la historia le ha dado la razón.

Sentía una pasión desmedida por el desierto, el vagabundeo, la vida nómada. La suya es una voz que clama por la pureza y la naturaleza contra la imposición de lo moderno. En sus relatos encontramos también críticas a las costumbres de las mujeres musulmanas y una llamada continua a alejarse de las ciudades y de todo lo que suponga civilización.


Entonces Jacques se replegó sobre sí mismo aún más, y la ruinosa casita se le hizo más querida. Allí, en aquel decorado amado, descansaba; allí, estaba lejos de todo lo que le hacía la vida intolerable en el borch. Embarka no le preguntaba por el motivo de su tristeza, pero, sentada a sus pies, le cantaba sus coplas favoritas o le sonreía…

¿Lo amaba? Jacques no hubiera podido precisarlo. Pero no sufría por aquella incertidumbre, ya que lo que más le atraía y seducía de ella era el misterio que planeaba sobre todo su ser. Para él, era como la encarnación de aquel país y su raza, con su tristeza, su silencio y su incapacidad absoluta para la alegría y la risa… Pues Embarka no reía nunca.


Este pasaje refleja muy bien ese sentimiento de tristeza que parece encarnar al país y, de alguna manera, recorre todos los relatos. Representa al pueblo argelino con un halo mágico que nunca termina de hacerse patente pero de alguna manera siempre está ahí. Se integra tanto en su forma de ser y sus costumbres que hoy la habrían acusado de apropiación cultural: no deja de ser una mujer de clase alta disfrutando de un periplo exótico en una época y lugar donde aún no existía el turismo como concepto, ni por supuesto la masificación.

Algo a destacar son las minuciosas y abundantes descripciones del paisaje argelino, las grandes extensiones de arena que tanto le fascinaban. Al final, la reflexión que más me he hecho tras leer el diario y estos relatos es que transmite constantemente un mensaje muy fúnebre: los relatos son oscuros, de penuria y muerte, magia y hechicería. Entonces, ¿qué le atraería de ese lugar? Quizá era precisamente eso.


sábado, 16 de mayo de 2020

"El libro del té" - Kakuzo Okakura (fragmentos)



«La primera taza me humedece los labios y la garganta, la segunda acaba con mi soledad, la tercera registra mis entrañas yermas sólo para encontrar en ella cinco mil volúmenes de extraños ideogramas. La cuarta taza me causa una ligera sudoración, y cuanto de nocivo hay en la vida se disipa a través de mis poros. Al llegar a la quinta taza estoy purificado, la sexta me lleva al reino de los inmortales. La séptima... ¡ah, pero no podría tomar más! Tan sólo siento el hálito del fresco viento que me alza las mangas. ¿Dónde está Horaisan? Dejad que me lleve allá.»

«[El té] le llegaba al alma como una llamada directa, cuyo delicado sabor amargo era como el que deja en la boca un buen consejo.»

«La sala de té, llamada sukiya en japonés, no pretende ser otra cosa que una cabaña, una choza de paja, como nosotros la llamamos. Los ideogramas originales del término sukiya significan "morada de la fantasía". Más adelante los diversos maestros del té sustituyeron varios caracteres chinos, de acuerdo con su concepto de la sala de té, y así el vocablo puede significar "morada del vacío" o "morada de lo asimétrico". Es una morada de la fantasía en la medida en que se trata de una estructura efímera construida para albergar un impulso poético. Es una morada vacía porque carece de ornamentación, excepto lo que se coloca en ella para satisfacer alguna necesidad estética del momento. Es una morada de lo asimétrico porque está consagrada al culto de lo imperfecto, dejando a propósito alguna cosa sin terminar a fin de que la complete la imaginación.»

«Entre nosotros el té llegó a ser más que una idealización de la manera de beber, para convertirse en una religión del arte de vivir. La bebida acabó por ser una excusa para el culto de la pureza y el refinamiento, una función sagrada en la que el anfitrión y el invitado ponen juntos en escena la suprema beatitud de lo mundano. La sala de té era un oasis en el monótono desierto de la existencia, donde los fatigados viajeros podían reunirse para beber del manantial común de la apreciación artística.»

«La ceremonia era un drama improvisado cuyo argumento se tejía en torno al té, las flores y las pinturas. Ningún color fuera de lugar alteraba el tono de la sala, ningún sonido trastornaba el ritmo de la acción, ningún gesto desbarataba la armonía, ninguna palabra rompía la unidad del entorno, todos los movimientos se llevaban a cabo de una manera sencilla y natural... tales eran los objetivos de la ceremonia del té. Y, por extraño que parezca, a menudo se conseguían. Detrás de todo ello se encontraba una filosofía sutil: el teísmo era taoísmo disfrazado.»


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