"El arpa de hierba" posee uno de los comienzos más hermosos que he tenido el placer de leer en mucho tiempo.
¿Cuándo oí hablar por primera vez del arpa de hierba? Bastante antes del otoño ya vivíamos en el cinamomo, así que debió de ser a principios del otoño. Y, naturalmente, fue Dolly quien me lo dijo. Nadie más pudo tener la ocurrencia de llamar a aquello un arpa de hierba.
Si al salir del pueblo se toma el camino de la iglesia, pronto se deja atrás una deslumbrante colina de lápidas blancas como huesos y oscuras flores resecas: el cementerio baptista. Nuestros parientes, los Talbo y los Fenwick, están enterrados allí; mi madre al lado de mi padre, y las tumbas de nuestros familiares, veinte o más, los rodean como las raíces de un árbol pétreo. A los pies de la colina se extiende una pradera que cambia de color con las estaciones. Vale la pena verla en otoño, a finales de septiembre, cuando se torna roja a la puesta del sol y las sombras de color escarlata, semejantes al resplandor de una hoguera, pasan sobre la hierba, arrastradas por las ráfagas de los vientos otoñales que, al agitar suavemente sus hojas, emiten un leve suspiro que parece música humana: un arpa de voces.
Tras esa pradera empieza la oscuridad del bosque de River. Debió de ser en uno de aquellos días de septiembre, mientras nos hallábamos en el bosque recogiendo raíces, cuando Dolly me dijo:
Si al salir del pueblo se toma el camino de la iglesia, pronto se deja atrás una deslumbrante colina de lápidas blancas como huesos y oscuras flores resecas: el cementerio baptista. Nuestros parientes, los Talbo y los Fenwick, están enterrados allí; mi madre al lado de mi padre, y las tumbas de nuestros familiares, veinte o más, los rodean como las raíces de un árbol pétreo. A los pies de la colina se extiende una pradera que cambia de color con las estaciones. Vale la pena verla en otoño, a finales de septiembre, cuando se torna roja a la puesta del sol y las sombras de color escarlata, semejantes al resplandor de una hoguera, pasan sobre la hierba, arrastradas por las ráfagas de los vientos otoñales que, al agitar suavemente sus hojas, emiten un leve suspiro que parece música humana: un arpa de voces.
Tras esa pradera empieza la oscuridad del bosque de River. Debió de ser en uno de aquellos días de septiembre, mientras nos hallábamos en el bosque recogiendo raíces, cuando Dolly me dijo:
-¿Lo oyes? Es el arpa de hierba, que siempre nos cuenta algo nuevo... Lo sabe todo de la gente de la colina, de los que vivieron antes aquí. Y cuando nosotros estemos muertos, también contará nuestra historia.
Fue Emily Dickinson quien me llevó a leerlo, aunque no por una relación directa entre sus libros y éste, sino por una asociación de ideas arbitraria y caprichosa.
Es una historia rural, original y divertida narrada con una prosa serena y certera. Los personajes delirantes, pero tan raros como cualquiera (queer as folk) componen al principio un conjunto un tanto disonante que comienza a encajar tras pasar las primeras páginas. Me ha gustado mucho más que "Otras voces, otros ámbitos", del mismo autor, aunque no hay que olvidar que fue su primera novela y que en "El arpa de hierba" ya tenía más bagaje escribiendo. A pesar de eso, ambos libros tienen características en común: los personajes de "Otras voces..." también son bastante extraños, mucho, mucho más que en "El arpa de hierba". Pero ambas se basan en su propia experiencia personal: Truman Capote pasó su infancia viviendo en granjas del sur de Estados Unidos y ambas novelas están ambientadas en la América profunda con un protagonista infantil que ha perdido a sus padres y tiene que mudarse a vivir a otro lugar.
Sin duda, lo mejor de estos dos libros es que Truman Capote plantea argumentos sencillos y utiliza la lírica para contrarrestar la falta de acontecimientos.
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