lunes, 1 de agosto de 2011
"Muerte en Venecia" - Thomas Mann
"Muerte en Venecia" es una deliciosa novela corta que me ha maravillado y gracias a la cual ahora afronto con más ánimo y ganas -y prisa- la tarea de leer "La montaña mágica", del mismo autor.
Releí las primeras páginas hasta encontrar el pulso exacto al discurso del escritor que aparentemente es sencillo y llano pero que contiene gran cantidad de matices (si por algo se reconoce a los grandes literatos es por narrar de forma que la trama pase a un segundo plano). Abundan las descripciones magistralmente detalladas, posee una elegancia y una serenidad difíciles de describir.
El relato trata el encuentro casual entre dos desconocidos: un escritor anciano, viajero solitario, y un adolescente extremadamente bello, y del embelesamiento y fijación del primero hacia el joven, cuando lo descubre. Son especialmente magistrales las descripciones de Mann (1875-1955) acerca del adolescente: transmiten a la perfección su fisonomía y costumbres, que el viejo escritor observa incansable desde que le encuentra, casualmente, en el mismo hostal donde él se aloja.
La gran diferencia de edad entre ambos motiva las reflexiones del protagonista, que da por hecho que cualquier acercamiento a su objeto de deseo es inútil por culpa de su vejez. No obstante, la posibilidad de disimular los estragos del paso del tiempo (cuidados faciales, teñido de cabello, etc.) resaltan un fragmento especialmente bueno del inicio de la novela que en su momento pasa desapercibido por no influir en los acontecimientos del relato pero que ya hacia el final cobra mucho más sentido: es el espanto del protagonista tras observar a un señor mayor intentando aparentar menos años para mezclarse con un grupo de chicos mucho más jóvenes que él.
"Un grupo de jóvenes integraban el pasaje de primera (...): charlaban o reían, complaciéndose en su propia gesticulación, e inclinándose por la borda, lanzaban pullas y remoquetes a sus compañeros que, cartera bajo el brazo, discurrían afanosos por la calle del puerto y amenazaban con sus bastoncillos a los excursionistas. Uno de éstos, vestido con un traje estival de última moda, color amarillo claro, corbata roja y un panamá con el ala audazmente levantada, destacaba entre todos por su voz chillona y excelente humor. Pero en cuanto Aschenbach lo hubo observado con más detenimiento, se percató, no sin terror, de que se trataba de un falso joven. Era un hombre viejo, no cabía la menor duda. Hondas arrugas le cercaban ojos y boca. El opaco carmín de sus mejillas era maquillaje; el cabello castaño que asomaba por debajo del panamá con cinta de colores era una peluca; la piel del cuello le colgaba fláccida y tendinosa; el bigotito retorcido y la perilla se los había teñido; la dentadura amarillenta y completa, que enseñaba al reírse, era postiza, además de barata, y sus manos, cuyos índices lucían anillos con camafeos, eran manos de anciano. Aschenbach se estremeció viéndolo alternar con aquellos muchachos. ¿No sabían, no advertían acaso que era viejo y no tenía derecho a llevar su abigarrada indumentaria de dandy ni a hacerse pasar por uno de ellos? Pues lo cierto es que, con toda naturalidad y como por costumbre, según parecía, lo toleraban en su grupo y lo trataban como a un igual. ¿Cómo era posible algo así?"
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¿Hoy en día podría escribirse "hondas arrugas le cercaban ojos y boca"?
ResponderEliminarTengo pendiente a Mann pero esta reseña es una razón más para apuntarlo.
¡Un saludo!
Hoy en día... es complicado leer cualquier cosa que siquiera se acerque a la forma de escribir tanto de Mann como de sus coetáneos. Hay una elegancia implícita en lo que escribían, algo que transmiten al lector y que podría definirse como respeto por la literatura, que he apreciado leyendo a autores como Mann, Robert Walser, Stephan Zweigh, Arthur Schnitzler o H.G. Wells y en contadas ocasiones a autores actuales: en este sentido, y en base a mi experiencia lectora, sólo incluiría a Javier Marías.
ResponderEliminarSupongo que también es importante el hecho de que no se centrasen tanto en contar historias que mantuvieran la atención del lector a base de intrigas sino que hacían literatura de verdad, relatando con maestría las pequeñas o grandes tragedias del alma humana, y haciendo del texto un placer para los sentidos (más allá de la trama en sí).
Me alegra que mi comentario te anime a leer a Mann, espero que lo disfrutes y que vuelvas pronto para contar tus impresiones.
Un saludo,
Mar.
Y sólo Visconti podría llevarlo al cine, un gusto para los sentidos esta novela. Excelente elección para incluir en 'el mar de letras'.
ResponderEliminarMuchísimas gracias, Sr. Anónimo. Conocía la existencia de la película y tengo muchas ganas de verla, tengo entendido que es muy buena: la buscaré.
ResponderEliminarLeyendo esta maravilla no pude dejar de sentir una infinita piedad por Von Aschenbach, esa implacable lejanía entre el objeto de su amor y él deja al lector sin defensas, conmueve por lo triste y por lo bello, como bien apuntas. Thomas Mann no hace sino enriquecer aún más -si es posible- este Mar de letras.
ResponderEliminarGracias por recordárnoslo.
Á.
Muchas gracias, pero Thomas Mann era un éxito asegurado ;)
ResponderEliminarHe leído "impecable" en vez de "implacable" en tu frase, y también me pegaba... precisamente, eso también llama la atención, lo limpia y aparentemente pura que es esa atracción (o será que sólo lo parece, por lo delicado de las palabras de Mann, por su serenidad narrando).
"La montaña mágica" ya se ha puesto a la cola y me espera, pero de momento me tiene absorbida el que según Gaiman, es el mejor libro jamás escrito...
Besazo,
Mar.