He podido comprobar que últimamente este libro sigue, o
vuelve a estar, de moda, a pesar de datar de 1669: la mismísima editorial
Acantilado lo editó en 2009, y Libros del Zorro Rojo incluye en su catálogo de
este año una edición ilustrada del mismo. El que yo he leído es de Círculo de
Lectores, en una edición cuidadísima que incluye la reproducción de la portada
original, guardas ilustradas a la antigua y relieve en las tapas, entre otros
detalles.
Portada original, ed. Círculo de Lectores |
Precisamente lo que me llamó la atención fue no tanto el título como
la presentación formal del libro. De haber caído en mis manos la edición del
Zorro Rojo no creo que me la hubiera llevado a casa: la ilustración de la
cubierta representa a la monjita con gesto aún más excitado que la niña de
Crespúsculo en las películas, y según he podido comprobar en su catálogo de
Internet, una de las ilustraciones del interior contiene a la monja
masturbándose con la toga puesta: un reclamo publicitario que no se corresponde
para nada con el contenido del libro y que por tanto no demuestra muy buen
gusto.
Guardas, ed. Círculo de Lectores |
En la edición de Círculo (2000), la traducción y el prólogo
son de Carmen Martín Gaite y como epílogo tenemos un artículo de Emilia Pardo
Bazán que data de 1889: ambas autoras explican el contenido de las cartas con
un gusto exquisito y ofrecen al lector multitud de datos para contextualizar la
obra su a su (supuesta) autora.
En cuanto a las cartas, que sólo son cinco y más bien
breves, presentan el testimonio, verídico o inventado (¿qué más da eso a estas
alturas?) de una monja que se obsesiona con un tipo le promete amor verdadero y
luego pasa de ella: en resumen, la típica historia. Ni es la primera monja que
desoye sus votos de castidad, ni la primera niña que según sale del colegio de
monjas se enamora del primer gilipollas que le ríe la gracia.
Al menos, a la monja portuguesa se le cae la venda de los
ojos a la quinta carta: existen multitud de casos de señoritas que ni con el
paso de los años dejan de comportarse como abnegadas madres con el objeto de sus
desvelos, conformándose con migajas, viviendo a su sombra y además, agradecidas
de que su Don Juan de barrio tenga la deferencia de indicarles cómo tienen que
vivir su vida. Patético pero verídico, y es que hay quienes hacen del maltrato
una forma de placer, si no cómo se explica que a tantas almas femeninas se le
mojen hasta las ideas con las 50 sombras del maltratador de moda.
En todo caso, las cartas son apasionadas pero en ningún caso
eróticas (que nadie se lleve a engaño), y si llaman la atención del lector no
es por el “Cartas de amor” del título, sino por la coletilla “...de una monja
portuguesa”. Una vez resuelto el asunto de la curiosidad, el libro en realidad
no es para tanto.
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