jueves, 17 de noviembre de 2016

Tartufo el impostor - Molière


Habitualmente recomiendo lecturas, en este caso será un poco diferente, pero no tanto. Lean a Molière, claro que sí. Pero el Tartufo se estrenó en 1664, hace tanto tiempo que desentrañar el argumento ya ni siquiera se puede considerar spoiler. En cualquier caso, no contaré el final, prefiero recomendar la obra de teatro que se estrena hoy en el teatro Fernán Gómez (Centro Cultural de la Villa) en Madrid, y que sea la compañía Venezia Teatro la que les cuente el resto.

Ayer tuve la gran suerte de acudir al preestreno de esta obra, y me impresionó tanto, tanto, que salí de allí emocionada, inspirada, llena de energía y por supuesto con unas ganas locas de repetir la experiencia y de compartirla con todos los que se cruzaran en mi camino.

Suele decir el actor y vlogger mexicano Alan Estrada que una entrada para el teatro o un billete de avión (tren, bus, etc.) son pases que siempre te aseguran una experiencia, y es cierto. También es habitual escuchar que el buen teatro es aquel capaz de modificar algo de ti mismo, de forma que salgas de la sala habiendo cambiado un poco, con la capacidad mejorada de cuestionarte el mundo o habiendo aprendido a mirar desde otro lugar, ya sea fuera o dentro de ti mismo.

Venezia Teatro ha adaptado Tartufo con tanto acierto que ha conseguido crear una suerte de poderosa magia que trasciende el escenario y golpea al público. Durante los primeros minutos Vicente León, encarnando a Madame Pernelle, se mete al público en el bolsillo, podría decirse que literalmente. Se come al personaje, resplandece y hace brillar al resto del reparto, establece el altísimo nivel de calidad que vamos a disfrutar en lo sucesivo. Cuando reaparece lo hace transformado en Orgón y así lo veremos hasta el final de la obra.

En este punto estábamos ya todos con la boca abierta. Poco a poco fuimos disfrutando de las intervenciones del resto del reparto, ninguna defrauda, están todos perfectos, se perciben muy bien conectados entre ellos y muy cómodos. En cada momento se podría pulsar "pause" y la escena sería una postal perfecta. Brilla Marian Aguilera como Elmira, la segunda y joven esposa de Orgón. Poderosa, madura, sabia, tan brillante como una súper heroína y tan seductora como una actriz de los años veinte.

Brilla también Esther Isla, como la sirvienta de la casa de Orgón: tiene la suficiente confianza con la familia como para intervenir en sus asuntos personales y es amiga de Mariana, hija de Orgón, y de la ya citada Elmira. Esther tiene tablas, desparpajo, energía y tanta, tanta gracia que en todo momento tiene al público deseoso de su próxima intervención para estallar de risa. Pero también tiene la capacidad de conmover, lo cierto es que su personaje, aunque todos lo son, es tan rico en matices y redondo y complejo como el ser humano lo es.

Null García e Ignacio Jiménez dan vida a Mariana (hija de Orgón, a quien éste quiere casar con su íntimo amigo el estafador Tartufo) y Valerio, la pareja de amantes y prometidos cuya inminente boda peligra por la aparición de Tartufo en la familia.


Por fin, la aparición que todos esperábamos, la entrada de Rubén Ochandiano devenido en Tartufo. Es el personaje principal y que da título a la obra y sin embargo es el gran odiado: sólo Orgón está engañado, el reparto y los espectadores saben que se trata de un embustero, un embaucador que se aprovecha de la generosidad sin límites de Orgón para conseguir quitarle todo lo que tiene. Y sin embargo, nos hace dudar. Nos hace dudar, maldita sea. Si alguna vez han estado ante un encantador de serpientes, un prestidigitador de la palabra, alguien hermoso por fuera y podrido por dentro que te sonríe mientras te tiende la mano y hace lo increíble por que no te des cuenta de que su aliento está podrido mientras te habla, entonces sabrán de lo que hablo. Tartufo es exactamente eso.

Ochandiano lleva el increíble vestuario de la obra a otro nivel. Un sobretodo medieval, granate y aterciopelado con una cruceta en la espalda que combina a la perfección con unos pantalones negros rajados a la altura de las rodillas, una simbiosis perfecta entre el siglo XVII y el XXI que instantáneamente se nos antoja un vampiro salido de una de las novelas de Anne Rice. Es imposible no adorar su influjo mientras despreciamos su vileza. Es sublime.

La adaptación del texto, a cargo de Pedro Villora y dirigida por José Gómez-Friha, ha recortado personajes sin perder en absoluto la esencia de la obra, también ha intercalado elementos modernos que la acercan a los ciudadanos urbanitas de 2016 con guiños salpicados muy oportunos (Tartufo fuma en un vapeador, saca fotos con su móvil o pincha música en una tablet; Mariana hace referencia a su contrato indefinido y Valerio en un arranque de valentía se nos muestra con una camiseta de súper héroe, etc.) También es muy de agradecer las interactuaciones puntuales que tienen los actores tanto con el público como con el espacio del que disponen. Pero no contaré más, les mantendré en vilo, como se sentirán una vez sentados en la sala y se enciendan las luces, con la sonrisa temblando entre los labios, esto es teatro de verdad, vayan y vean.

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