domingo, 23 de septiembre de 2012

"La bicicleta del panadero" - Juan Carlos Mestre


Íbamos por Madrid como si fuésemos por las Rocosas, ángeles con los labios pintados en la limusina de Nietzsche...

Leer a Juan Carlos Mestre es un acto inspirador, el umbral de una emoción que embriaga. Me gusta imaginar que cuando Mestre escribe, vislumbra un universo de conceptos e imágenes sin tener siquiera la necesidad de cerrar los ojos.

Por eso, traspasar la puerta de su poemario supone aceptar que existen esos otros mundos: descubrirlos no intimida cuando se sigue a un guía experto que utiliza además un castellano tan puro.

476 páginas de imágenes delicadas y maravillosas: frágiles e inocentes unas veces, feroces y crueles otras. Capaces siempre de guiar al lector hacia un mundo mejor, no contaminado, donde lo esencial es aún lo más importante y la mitología, los símbolos, la imaginación y la verdad hacen las veces de política y mercados.

Podemos asegurar que Juan Carlos Mestre es uno de los mejores poetas españoles vivos, un virtuoso de las palabras con el don de volcar su imaginario personal sobre el papel, alguien que hace el mundo más habitable con su arte.


viernes, 21 de septiembre de 2012

"Fiesta" - Ernest Hemingway


Lo lógico sería que ningún lector antituaurino lograse disfrutar de la lectura de “Fiesta”, escrito por un defensor de las corridas de toros que viajaba asiduamente a España con el objetivo principal de asistir a estos eventos del demonio.

Y, sin embargo, ¿qué sucede?

Que la magia de la Literatura toma forma en el papel a manos de un escritor, un genio, capaz de conseguir esa proeza.

La novela no sólo engancha desde el principio, a pesar de que el argumento inicial sean las andanzas alcohólicas poco interesantes de un grupo de amigos más o menos bien avenidos, sino que gracias a lo bien escrita que está, mantiene el interés también mientras relata los encierros y corridas, donde además no escatima en detalles relativos a violencia gratuita ni dolor innecesario.

Su prosa es directa, clara, honesta y de ritmo constante: tranquilo pero imparable. Absorbe al lector sin remedio.

A pesar de ser Hemingway abiertamente taurino y de haber escrito “Fiesta” en honor a los buenos momentos que incomprensiblemente le brindó este espectáculo de los horrores, existen detalles en la novela dirigidos a cuestionarse la necesidad de aplicar violencia extrema en estas... ¿fiestas?

Por ejemplo, se hace referencia a la incultura y carencia de raciocinio de la cuadrilla que acompaña a un torero cuando éste, en conversación privada, ha de responder por qué oculta que sabe hablar inglés, y lo hace señalando al grupo, cuyo solo aspecto y maneras delatan que serían incapaces de comprenderlo. Es el retrato silencioso de una grotesca pandilla de brutos.

En otras ocasiones, varios miembros del grupo de amigos analizan los pros y contras de tal derroche de violencia y de la absoluta carencia de piedad y humanidad que demuestran los salvajes en los encierros. 

La conclusión del lector es que existen personas deshumanizadas que disfrutan con el sufrimiento ajeno.

Y mientras tanto, la magia de la Literatura sigue danzando alrededor de las frases perfectas del genio de Illinois. El hechizo perdura exactamente hasta el punto final.

No hay razón para que la oscuridad haga ver las cosas distintas de cómo se ven cuando la luz está encendida.”

Dejando a un lado la polémica entre seres civilizados y sin civilizar, en esta fabulosa novela Hemingway transporta al lector a su bohemia de los años 20, tan literarios y cinematográficos que desde aquí soñamos perfectos.

Nuevo libro de Mircea Cărtărescu


En unos días estará a la venta en librerías el último libro de Mircea Cărtărescu editado por Impedimenta. 384 páginas de relatos. No sé si podré esperar.
Más información, aquí.

viernes, 14 de septiembre de 2012

"Historia de la muerte en Occiente: Desde la Edad Media hasta nuestros días" - Philippe Ariès


Los cementerios, siempre silenciosos e inquietantemente acogedores, también misteriosos y un poco lúgubres a veces, son lugares perfectos para la reflexión, el espacio más parecido al campo dentro de las grandes ciudades. Lo cierto es que para algunos es una bendición que la gente los rehuya. Es interesante comparar las lápidas más sencillas y casi anónimas con las capillas en formato miniatura a modo de casita para tumbas que los más ricos se hacen construir a veces: diminutos templos donde el paso del tiempo vuelve a reunir sucesivas generaciones de una misma familia. Siempre es sorprendente encontrarse con fotografías del difunto junto a su nombre y las dos fechas definitivas que prueban su paso por el mundo, o los ramilletes de flores artificiales que lucen su colorido hasta que inevitablemente también se pudren, y los resquebrajados traga-luces que inspiran ternura, con sus tumbas colocadas en la parte inferior.

Este es un estudio sobrio y riguroso (enlutado y elegante, lustrosos los zapatos) que esclarece esas cuestiones y detalla la evolución de la relación de la sociedad occidental con sus muertos.

Y ésta es una de las claves sobre las que reflexiona Ariès: qué ha ocurrido desde la Edad Media para que se haya producido el desapego actual imperante entre los vivos y los muertos. Aunque depende de la época y del lugar (incluso de las clases sociales y de las tradiciones exclusivamente familiares) a grandes rasgos se ha ido dilatando la distancia entre unos y otros. Ya no sólo a la hora de las visitas a los cementerios para llevar flores a los difuntos, sino incluso en la forma de expresar el dolor en el momento de la pérdida. Ariès lo explica así de bien en uno de mis pasajes favoritos: 

“(...) El tabú de la muerte sucede de pronto a un muy largo período de varios siglos, durante los cuales la muerte era un espectáculo público al que nadie habría tenido la idea de sustraerse y que llegaba incluso a ser apetecido. ¡Qué rápida inversión!

Una causalidad inmediata aparece enseguida: se trata de la necesidad de la felicidad, del deber moral y la obligación social de contribuir a la felicidad colectiva evitando toda causa de tristeza o de hastío, simulando estar siempre feliz, incluso si se ha tocado el techo del desamparo. Mostrando algún signo de tristeza, se peca contra la felicidad, se la cuestiona, y la sociedad corre entonces el riesgo de perder su razón de ser.

Esa última frase me parece terrible, por lo real: es aplicable a muchos otros momentos de la vida en los que un miembro de la sociedad bienpensante debe obrar en contra de sus emociones para no desequilibrar la paz del resto. Es injusto y es absurdo, pero es cierto que generalmente es así como sucede.

Otro momento llamativo en la historia del tratamiento de los muertos es aquél en el que se ordenó trasladar los cementerios a las afueras de las ciudades, tras comprobar que convivir entre lápidas era motivo de insalubridad: en cuestiones de higiene, son increíbles los avances, retrocesos y posteriores redescubrimientos que ha habido. Pero la mejor idea que aparece en este libro, para solucionar este embarazoso asunto, son los cementerios dispuestos a lo largo de los caminos que llevaban a las ciudades: tumbas dispuestas a ambos lados dando la bienvenida o despidiendo al viajero.

Es curioso meditar también sobre el hecho de que no sólo la relación con los muertos ha cambiado, sino que también la forma de morir es ahora diferente. Ha desaparecido la escena antigua de la familia congregada en la habitación del moribundo alrededor de su cama en compañía del sacerdote, con muertes rápidas (porque incluso las enfermedades más banales solían ser mortales). Son situaciones que nada tienen que ver con las actuales, enmarcadas dentro de hospitales mecanizados donde la higiene se cuela incluso en las emociones de quienes acompañan al moribundo en su último aliento. La familia asiste a agonías más largas y asépticas de un moribundo apenas reconocible bajo metros de tubos, máquinas, pitidos y batas blancas, que en ocasiones ya está en realidad muerto a pesar de conservar artificialmente un pulso débil. Ahora generalmente se le priva de su propia muerte, impidiéndole decidir el cómo, el cuándo y el dónde en última instancia, como si se tratase de un menor o un deficiente mental, e incluso se le oculta la gravedad de su estado haciéndole creer en enfermedades leves o en recuperaciones imposibles.

La muerte de antaño era una tragedia –a menudo cómica– en la que uno representaba el papel del que va a morir. La muerte de hoy en día es una comedia –siempre dramática– donde uno representa el papel del que no sabe que va a morirse.

El luto, como el resto de muestras de decoro y elegancia básicas en cualquier situación, también se ha erradicado ya casi por completo, sobre todo en las ciudades. Eso sí me parece grave, por lo que conlleva. Como decía Javier Marías hablando de costumbres y educación, qué más se puede esperar después de comprobar que existe gente se sienta a comer con la gorra puesta. 

El único aspecto negativo de este libro es que lo conforman artículos sueltos que vieron la luz en diferentes momentos, por lo que en ocasiones las ideas se repiten y al leer se tiene la extraña sensación de haber comenzado equivocadamente un capítulo ya leído. Pero merece la pena perderse entre sus páginas y conocer los motivos sociológicos y psicológicos que conducen a los vivos a tratar a sus muertos como si ya no se encontrasen entre nosotros.

martes, 4 de septiembre de 2012

"Canto a mí mismo" - Walt Whitman - 22


Y tú, mar... También me entrego a ti.
Sé quién eres muy bien.
Desde la playa veo tu mano invitadora que me llama.
Creo que no quieres retirarte sin acariciarme.
Bien. Haremos un viaje juntos.
Aguarda a que me desnude y llévame contigo
hasta perder de vista la tierra.
Arrúllame y déjame dormir y soñar 
en los blandos cojines de tus olas,
úngeme con tu amorosa espuma.
Yo te pagaré con amor.

Mar dilatado de bruñidas lotananzas,
mar delicado y caprichoso,
mar que eres la sal de la vida
y la tumba abierta siempre para todos;
mar delicado y caprichoso,
aullido y catapulta en las tormentas,
yo también soy como tú: único y plural.
También yo tengo flujos y reflujos,
también yo llevo en mis entrañas el odio y la paz,
y glorifico a los amigos
y a los que duermen abrazados.
(...)


lunes, 3 de septiembre de 2012

"El gran Gatsby" - F. Scott Fitgerald


Icono perfecto de la novela americana, "El gran Gatsby" habla del hombre hecho a sí mismo con Jay Gatsby como protagonista, un hombre joven que abandonó por completo su pasado para construirse una existencia nueva y que consiguió alcanzar un estatus muy influyente en el mundo de los negocios y la posibilidad de nadar a su antojo en la opulencia. Éste es un libro de altibajos, que nos deja asomarnos a fabulosas fiestas en la mansión de Gatsby con cientos de invitados pero que enseguida nos muestra la cara menos amable cuando sabemos que la mayoría ni siquiera conocen al anfitrión y se dedican a difamarle dentro de su propia casa.

"El gran Gatsby" sintetiza a la perfección la esencia de los años 20 en Nueva York a través del estilo, la alegría de vivir, el hedonismo, la juventud y la belleza de sus protagonistas, seres con los que difícilmente nos podremos sentir identificados y cuyas historias son antagónicas a las nuestras, pero que está escrito de una forma tan ligera, y los protagonistas son tan estupendos, que por algún motivo queremos seguir sabiendo qué les pasa.

El egoísmo y la falta de empatía son sólo algunos de los defectos que hacen del ser humano una criatura miserable, y ésta es la lectura que extraigo de una novela que en principio no parece estar escrita con un fin moralizante y que sólo pretende ser hermosa. Para no desvelar ningún acontecimiento importante de la trama, digamos que ninguna de esas personas que acudían encantadas a las fiestas de Gatsby le acompañan luego en un momento crucial de su existencia. Son ejemplos que vemos día a día en la vida real: la gente va y viene continuamente, cuando algo les llama la atención pululan alrededor y cuando les deja de convenir se alejan. A mí me gusta imaginar que cada existencia es un vagón que avanza y sobre el cual se va subiendo y bajando gente: hay quienes permanecen mucho tiempo, otros sólo lo hacen durante una parte muy pequeña del viaje. El vagón de Gatsby, su mansión en este caso, resultaba tan ostentosa y acogedora que incluso los desconocidos se veían atraídos por su brillo. Pero esos mismos son quienes se diluyen en la nada cuando se les necesita de verdad. ¿Quién no les ha visto alguna vez, quién no les ha visto desaparecer?

viernes, 31 de agosto de 2012

"El arpa de hierba" - Truman Capote


"El arpa de hierba" posee uno de los comienzos más hermosos que he tenido el placer de leer en mucho tiempo.

¿Cuándo oí hablar por primera vez del arpa de hierba? Bastante antes del otoño ya vivíamos en el cinamomo, así que debió de ser a principios del otoño. Y, naturalmente, fue Dolly quien me lo dijo. Nadie más pudo tener la ocurrencia de llamar a aquello un arpa de hierba.
Si al salir del pueblo se toma el camino de la iglesia, pronto se deja atrás una deslumbrante colina de lápidas blancas como huesos y oscuras flores resecas: el cementerio baptista. Nuestros parientes, los Talbo y los Fenwick, están enterrados allí; mi madre al lado de mi padre, y las tumbas de nuestros familiares, veinte o más, los rodean como las raíces de un árbol pétreo. A los pies de la colina se extiende una pradera que cambia de color con las estaciones. Vale la pena verla en otoño, a finales de septiembre, cuando se torna roja a la puesta del sol y las sombras de color escarlata, semejantes al resplandor de una hoguera, pasan sobre la hierba, arrastradas por las ráfagas de los vientos otoñales que, al agitar suavemente sus hojas, emiten un leve suspiro que parece música humana: un arpa de voces.
Tras esa pradera empieza la oscuridad del bosque de River. Debió de ser en uno de aquellos días de septiembre, mientras nos hallábamos en el bosque recogiendo raíces, cuando Dolly me dijo:
-¿Lo oyes? Es el arpa de hierba, que siempre nos cuenta algo nuevo... Lo sabe todo de la gente de la colina, de los que vivieron antes aquí. Y cuando nosotros estemos muertos, también contará nuestra historia.

Fue Emily Dickinson quien me llevó a leerlo, aunque no por una relación directa entre sus libros y éste, sino por una asociación de ideas arbitraria y caprichosa. 

Es una historia rural, original y divertida narrada con una prosa serena y certera. Los personajes delirantes, pero tan raros como cualquiera (queer as folk) componen al principio un conjunto un tanto disonante que comienza a encajar tras pasar las primeras páginas. Me ha gustado mucho más que "Otras voces, otros ámbitos", del mismo autor, aunque no hay que olvidar que fue su primera novela y que en "El arpa de hierba" ya tenía más bagaje escribiendo. A pesar de eso, ambos libros tienen características en común: los personajes de "Otras voces..." también son bastante extraños, mucho, mucho más que en "El arpa de hierba". Pero ambas se basan en su propia experiencia personal: Truman Capote pasó su infancia viviendo en granjas del sur de Estados Unidos y ambas novelas están ambientadas en la América profunda con un protagonista infantil que ha perdido a sus padres y tiene que mudarse a vivir a otro lugar. 

Sin duda, lo mejor de estos dos libros es que Truman Capote plantea argumentos sencillos y utiliza la lírica para contrarrestar la falta de acontecimientos.


martes, 21 de agosto de 2012

"Morfina" - Mijaíl Bulgákov


Agosto en Madrid. La calle se combustiona y yo hago lo que puedo por refrescarme, Bulgakoizándome mientras tanto. Leo "Morfina" con emoción creciente y todos los relatos me traen el recuerdo de otra preciosa historia sobre médicos ya antiguos, "Corazón", de Thomas Thompson, un relato largo o novela corta que estaba incluido en una de las "Selecciones del Readers Digest" que devoraba de pequeña (en una edición, rescatada de uno de los estantes familiares y enseguida apropiada, de 1974). "El maestro y Margarita" (divertido, irónico, rápido, absorbente) intensifica con creces mis ganas de atreverme con el "Fausto" de Goethe, aunque una vez más pienso que aún es demasiado pronto, quizás ya siempre lo sea. 

Empecé la lectura de "Morfina" creyendo que se trataba tan solo del relato en el que Mijaíl Bulgákov explica su experiencia como morfinómano, con mucho interés por saber cómo había gestionado su adicción y qué sensaciones le había producido. Pero este libro contiene varios relatos: además de "Morfina", en el que cuenta esa experiencia y que es el último de la recopilación, aparecen también otros textos que son anécdotas del hospital en el que Bulgákov fue destinado como médico cuando terminó la universidad. Son estremecedores hechos reales, curiosidades médicas relatadas con detalle y realismo: qué no puede ocurrir en un pueblo ruso alejado de la civilización que permanece la mayor parte del año entoñado bajo la nieve, en el que un médico veinteañero sin experiencia (Bulgákov) atiende tan solo con la ayuda de cuatro enfermeros a cientos de campesinos llegados de los alrededores: campesinos con tan pocas nociones sobre medicina que llegan a aplicarse los ungüentos que se les receta por encima de la ropa.

Se percibe un halo de niebla a lo largo de la narración, que le da un tinte onírico muy bello. Bulgákov escribe de una forma muy cuidada pero además, en este diario dividido en relatos se ha colado parte del frío y del resplandor blanco de la nieve que rodea cada una de las anécdotas como una constante. Quizá también influya el hecho de que Bulgákov escribía muchas veces bajo la sensación del sueño, ya que su descanso se veía siempre interrumpido por alguna enfermera que le despertaba con prisas para que se levantase y corriese a atender a algún paciente recién llegado que requería atención urgente. Sus experiencias y sensaciones físicas están escritas en primera persona pero la sensación es la de un Bulgákov que se observa a sí mismo desde fuera y nos cuenta qué ve.

Grandes campos rusos nevados que son un oasis en el que refugiarse.

martes, 14 de agosto de 2012

XIX. La giganta


Antaño, cuando la Naturaleza en su impulso pujante
diariamente concebía criaturas monstruosas,
yo hubiese querido vivir con una giganta joven,
igual que un gato voluptuoso a los pies de una reina.

Me hubiera gustado ver cómo florecía su cuerpo
junto a su alma y así libre crecer en terribles juegos;
y adivinar si su corazón incubaba sombrías llamas
en las tinieblas húmedas de sus ojos;

hubiese querido recorrer tan magníficas formas,
trepar por las vertientes de sus rotundas rodillas,
y también, en estío, cuando malsanos soles

la obligaban a tumbarse, cansada, en el campo,
me hubiese gustado dormirme apaciblemente a la sombra de sus senos,
dormir como una aldea tranquila al pie de una montaña.



La Géante

Du temps que la Nature en sa verve puissante
Concevait chaque jour des enfants monstrueux,
J'eusse aimé vivre auprès d'une jeune géante,
Comme aux pieds d'une reine un chat voluptueux.

J'eusse aimé voir son corps fleurir avec son âme
Et grandir librement dans ses terribles jeux;
Deviner si son coeur couve une sombre flamme
Aux humides brouillards qui nagent dans ses yeux;

Parcourir à loisir ses magnifiques formes;
Ramper sur le versant de ses genoux énormes,
Et parfois en été, quand les soleils malsains,

Lasse, la font s'étendre à travers la campagne,
Dormir nonchalamment à l'ombre de ses seins,
Comme un hameau paisible au pied d'une montagne.


Charles Baudelaire
"Las flores del mal"
"Les fleurs du mal"

Ilustración de Luís Miguel López Soriano

lunes, 13 de agosto de 2012

Las cavernas del Abismo de Helm



"-No las has visto, y te perdono la gracia -replicó Gimli-. Pero hablas como un tonto. ¿Te parecen hermosas las estancias de tu Rey al pie de la colina en el Bosque Negro, que los Enanos ayudaron a construir hace tiempo? Son covachas comparadas con las cavernas que he visto aquí: salas inconmensurables, pobladas de la música eterna del agua que tintinea en las lagunas, tan maravillosas como Kheled-zâram a la luz de las estrellas.

Y cuando se encienden las antorchas, Legolas, y los hombres caminan por los suelos de arena bajo las bóvedas resonantes, ah, entonces, Legolas, gemas y cristales y filones de mineral precioso centellean en las paredes pulidas; y la luz resplandece en las vetas de los mármoles nacarados, luminosos como las manos de la Reina Galadriel. Hay columnas de nieve, de azafrán y rosicler, Legolas, talladas con formas que parecen sueños; brotan de los sueños multicolores para unirse a las colgaduras resplandecientes: alas, cordeles, velos sutiles como nubes cristalizadas; lanzas, pendones, ¡pináculos de palacios colgantes! Unos lagos serenos reflejan esas figuras: un mundo titilante emerge de las aguas sombrías cubiertas de límpidos cristales; ciudades, como jamás Durin hubiera podido imaginar en sus sueños, se extienden a través de las avenidas y patios y pórticos, hasta los nichos oscuros donde jamás llega la luz.

De pronto, ¡pim!, cae una gota de plata, y las ondas se encrespan bajo el cristal y todas las torres se inclinan y tiemblan como las algas y los corales en una gruta marina. Luego llega la noche: las visiones tiemblan y se desvanecen; las antorchas se encineden en otra sala, en otro sueño. Los salones se suceden, Legolas, un recinto se abre a otro, una bóveda sigue a
otra bóveda, y una escalera a otra escalera, y los senderos sinuosos llevan al corazón de la montaña.

¡Cavernas! ¡Las cavernas del Abismo de Helm! ¡Feliz ha sido la suerte que hasta aquí me trajo! Lloro ahora al tener que dejarlas."


Las dos Torres
El Señor de los Anillos

J. R. R. Tolkien

lunes, 6 de agosto de 2012

"El ayudante" - Robert Walser



Publicada originalmente en el año 1908, esta estupenda novela está basada en una experiencia real de Robert Walser, quien vivió una situación laboral semejante a la que plasmó en este texto. De la misma manera que Joseph Marti en la casa del ingeniero Karl Toblerf, Walser se mantuvo fiel a su jefe hasta que desapareció el último céntimo de la casa y sólo quedaron los recuerdos y las deudas. En este sentido, la vida laboral de Walser se desarrolló a través de trabajos de todo tipo y de corta duración, puesto que nunca pareció encontrar su lugar en el mundo y su tendencia a la evasión poética y sus problemas de salud le llevaron a un sanatorio hasta el final de sus días (inseparable ya del imaginario esa escena final suya en la nieve).

“El ayudante” es una novela de ritmo lento, pero constante, prolija en detalles y descripciones, en la que parece no estar pasando nada más que el placer por la simple contemplación de los detalles más pequeños que suelen pasar desapercibidos. Sin embargo, lentamente pero de forma constante, se van dando pequeñas pinceladas de actividad que permiten el sosegado pero inexorable ritmo de la narración.

Así es siempre la escritura de Walser, a pesar de que cada uno de sus libros tiene entidad propia: se trata de una prosa lírica y esmerada, suave y deliciosa: pura literatura. Tanto “El ayudante” como el resto de sus libros son una muestra clara de las maravillosas obras literarias que se escribieron durante la época de los últimos años del s. XIX y los primeros del XX.

Otra ocasión perfecta para no dejar pasar la obra del maravilloso escritor suizo que desapareció mientras su sombrero, abandonado, rodaba sobre la nieve.

domingo, 29 de julio de 2012

"El último viaje del capitán Salgari" - Ernesto Ferrero


Dibujar el viento

La de Emilio Salgari dista mucho de haber sido una vida fácil. Antes de conocer sus circunstancias reales podemos imaginar que sus días eran apacibles y serenos, puesto que su escritura gozó de un gran reconocimiento desde el principio y él conoció ese enorme éxito en vida. Sin embargo, la realidad es muy diferente.

Salgari estudió en el Instituto Náutico de Venecia para aprender todo lo necesario antes de hacerse a la mar, que era su sueño desde la infancia. Con tan sólo diecisiete años abandonó esta escuela para comenzar a navegar, enrolándose en multitud de viajes que le llevarían a dar prácticamente la vuelta al mundo. Durante este tiempo, acumulaba notas, impresiones y datos en sus cuadernos, fijándose en los usos y las costumbres de cada uno de los lugares por donde pasaba. Su intención, desde el principio, había sido la de acumular vivencias y conocimiento para después darles forma sobre el papel: quería dotar a la literatura italiana del mismo prestigio que le dieron a sus países algunos de sus autores de cabecera como Julio Verne y Aimard habían hecho en Francia, Mayne Reid en Reino Unido y Cooper en Estados Unidos. Cuando cumplió veinticinco años, decidió que ya era hora de establecerse en un lugar y  probó suerte trabajando como periodista, que era la profesión que más le acercaba a la escritura.

Emilio Salgari escribía sin descanso. La necesidad de plasmar todas sus vivencias sobre el papel dándoles forma de novela de aventuras era mayor que la de cuidar de los asuntos cotidianos de su vida. Desde el principio, encontró fácilmente editores para publicar sus obras, y su prisa por desprenderse de ellas en cuanto las terminaba le impedía fijarse en los detalles de los contratos de cesión de derechos o para discutir sus cláusulas. Los editores aprovecharon su despiste para incluir condiciones abusivas y enriquecerse a su costa: dentro de la legalidad, pero ruinmente. Poco a poco, sus libros se hacían más conocidos: los lectores demandaban sus aventuras con avidez y en los países donde se ponían a la venta traducidas tenían el mismo éxito. Sin embargo, Salgari malvivía en una casa ruinosa donde permanecía siempre encerrado y escribiendo. Solamente sus editores se hacían cada vez más ricos.

Aunque parezca difícil de creer, este abuso por parte de las editoriales no es un caso aislado, los hay a cientos. No se trata de que los autores no se fijen en las cláusulas antes de firmar, sino que muchas veces no les queda otro remedio que aceptarlas si quieren ver al menos sus obras publicadas, o ganar un poco de dinero con ellas. Estos casos son tristemente frecuentes, así como los de editores que no pagan la parte correspondiente a los autores (ya de por sí miserable, un 10% para la persona que ha creado la obra desde la nada es una injusticia atroz), o que modifican a su favor el número de ventas para hacer creer al autor que han vendido menos libros y pagarle así una cantidad más baja. En resumen, salvo algunos súper ventas, es muy difícil que un escritor pueda llegar a ganarse la vida sin tener que realizar también otros trabajos paralelos.

Como era de esperar, la situación de Salgari pronto se hizo insostenible al no poder mantener a su familia, y la falta de ingresos suficientes junto con la inestabilidad psíquica de su esposa derivó en el suicidio, sangriento y doloroso, del grandísimo escritor. En su carta de despedida hacía responsables a sus editores de su desgracia, y les pedía que al menos se hicieran cargo de los gastos de su entierro. Parece una broma macabra, pero su vida, que comenzó siendo alegre y aventurera y terminó recluyéndole en una habitación en condiciones miserables, parece haber sido diseñada por él mismo, puesto que es muy similar a la de los protagonistas de sus novelas.

Emilio Ferrero, autor de esta estupenda biografía, es un importante escritor y crítico literario italiano que trabaja en el sector editorial desde 1963. Una de sus obras más relevantes, hasta la aparición de esta biografía de Salgari, era N. (Premio Strego en el año 2000), una novela basada en los días de exilio de Napoleón en la isla de Elba, narrada por su bibliotecario. Napoleón y Salgari son los dos personajes por quienes Emilio Ferrero siente más admiración, y por ello ha dedicado mucho esfuerzo en documentarse para reconstruir sus historias aunando datos objetivos y literatura a partes iguales. En el caso de Salgari, la fascinación llega hasta el punto de que, a día de hoy, Ernesto Ferrero vive en la misma casa donde residió el mítico capitán. Era uno de sus mayores sueños y, en cuanto pudo, la adquirió para sí: un verdadero lujo que muy pocos podrían permitirse. No hay un lugar más adecuado en el mundo para captar el espíritu de Salgari y plasmarlo en el papel de la forma magistral que merece.

martes, 24 de julio de 2012

"El viento comenzó a mecer la hierba" - Emily Dickinson


Emily a través de la ventana

Los poemas de Emily Dickinson se caracterizan por el sosiego, la reflexión y la quietud. Esta escritura procede sin lugar a dudas de alguien que, como ella, decidió por voluntad propia encerrarse en casa sin salir al mundo exterior. No obstante, existen algunos otros poemas que destacan por la observación interior, el reflejo en el abismo, los miedos atávicos, la oscuridad y el terror más antiguo: sin lugar a dudas, esos son los mejores, capaces de transmitir ideas muy intensas. 

Esta recopilación no parece seguir un criterio claro en la selección de los textos: la obra de Dickinson es ingente y coexisten en ella todo tipo de poemas: los menos profesionales de su juventud, los que se detienen a contemplar la naturaleza, el mundo tan pequeño, sencillo y cotidiano que le rodea y esos otros que parecen haber sido escritos mientras caminaba descalza por un terreno difícil, mostrando su interior sin ambages. Con esta pequeña recopilación entre las manos, sin embargo, el lector que no conozca previamente la obra de esta poetisa tiene a su alcance en este precioso libro una pequeña muestra genérica del trabajo de Emily Dickinson que ha perdurado a través del tiempo.


Emily y el encierro

La figura de esta poetisa está envuelta en un halo de misterio y leyenda cuya existencia, ya tan antigua (1830-1886), no ayuda precisamente a esclarecer. Era una mujer disciplinada y culta perteneciente a una familia adinerada, que prefirió sin embargo vivir de espaldas al mundo que la rodeaba, imaginando una existencia en lugar de vivir la suya de forma real. Dedicaba su tiempo a escribir en una habitación austera vestida con ropa de color blanco: salía poco, sólo para recorrer el resto de la casa y el jardín; se dice que la decisión de recluirse pudo estar asociada con el hecho de haberse enamorado de un hombre con el que por algún motivo no se podía casar, un tema que ocupa gran parte de su obra poética. Escribía continuamente y se relacionaba con pocas personas. Sus textos nunca fueron creados para ser publicados, Emily sólo escribía para sí misma. Eso implica que recorrer su literatura se convierta a veces en un tránsito a ciegas a través de sus palabras, sin tener nunca la certeza de haber encontrado la clave que desentrañe el mensaje que esas palabras sin duda llevan implícito. 


Emily y la oscuridad 

La verdadera Emily surgía cuando las puertas del pequeño mundo en el que se encontraba guarecida por decisión propia se cerraban y desaparecía hasta el último resquicio de luz en su habitación. Sólo entonces quedaban a un lado los poemas evocadores de claridad, naturaleza y hermosa rutina para dar lugar a aquellos otros de exploración interior donde salían a relucir los verdaderos fantasmas de la poetisa. Esos poemas son sin duda de mejor calidad y transmiten una carga emocional muy intensa. 

Además, es sólo a través de poemas como No es necesario ser una habitación / para estar embrujada, / no es necesario ser una casa. / El cerebro tiene pasillos más grandes / que los pasillos reales (...) como podemos comprender las verdaderas motivaciones que llevaron a Emily a adoptar la decisión del encierro, así como vislumbrar qué temores le rondaban y contra qué fantasmas luchaba a diario. Nadie con un espíritu lánguido y conformista escribiría versos donde explicase que encuentra más seguridad recorriendo los pasillos de una casa vacía que los propios entresijos de su pensamiento desnudo. La lucha contra las imposiciones, las inseguridades, los miedos y los muros de la propia mente es a menudo mucho más dura que la que se libra contra los elementos del mundo exterior: en el caso de Emily Dickinson, parece claro que la lucha consigo misma fue la causa de recluirse para no tener que luchar, también, con el mundo externo.

Una poesía realmente pura y sin pretensiones, sencilla, encantadora y dolorosamente real.

sábado, 21 de julio de 2012

"Leviatán o la ballena" - Philip Hoare


Este libro es uno de los homenajes más sinceros, intensos, tiernos y delicados que se hayan hecho jamás a las ballenas. Desprende tanto amor y tanta entrega que desde las primeras líneas quedarán subyugados incluso aquellos quienes nunca hayan sentido una especial inclinación hacia estos seres majestuosos. Philip Hoare resume el inicio de su extraña y maravillosa pasión con la siguiente frase brillante: “Todo empezó con aquella ballena en mi bañera”.

“Leviatán o la ballena” es una obra de difícil clasificación, que fusiona el cuaderno de viajes con el diario íntimo o la novela de aventuras marinas, pero que también incluye multitud de datos científicos que lo convierten en un riguroso tratado biológico sobre los cetáceos. Además, se trata de una crónica detallada de la relación del hombre con las ballenas a lo largo de la historia, desde las primeras capturas con arpón hasta la feroz masacre llevada a cabo por las grandes potencias mundiales para fabricar todo tipo de productos para el consumo humano y animal mediante el sacrificio de miles de ballenas. 

El hecho de que los propios cazadores advirtiesen la necesidad de acotar las capturas para no destruir por completo la especie no significa que muchos tipos de cetáceos ya hayan desaparecido para siempre y sin remedio.

El ser humano se presenta como el depredador despiadado e innecesariamente violento que ha demostrado ser a lo largo de toda la historia. La brutalidad de la caza de ballenas es un lastre sangriento que inevitablemente recorre todo el libro: las escenas de lucha son escalofriantes, ya que describen con detalle los arpones, las vísceras, la sangre, la majestuosidad infinita de la ballena flotando inerte sobre el agua, el hombre exprimiendo ufano sus restos en el mercado.

Es curioso y desconsolador saber que las ballenas, a pesar de su impresionante corpulencia, no sean capaces de defenderse aún más ante los ataques del hombre. Aún así, es obvio que muchos hombres han muerto en alta mar porque naufragaron los barcos donde viajaban porque las ballenas que querían matar se defendieron a tiempo. Y es que, según se explica en el libro, estos mamíferos infinitos son mucho más ágiles de lo que podría presuponerse. Además, cuentan con una inteligencia muy desarrollada, según se ha desprendido de numerosos estudios científicos. El problema es que durante siglos su existencia no se vio comprometida por la mano del hombre y, cuando esto empezó a suceder, no estaban preparadas para defenderse. No conocen la maldad, no saben nada del hombre. Habitan otro lugar (mucho más puro y ancestral) que estamos muy lejos de poder a llegar a conocer por completo.

Resulta inevitable destacar aquí la forma tan característica en que está escrito este libro. ¿Cómo es capaz de conseguir atrapar al lector de una forma voraz, si éste no siente el más mínimo interés previo por las ballenas? Magia. Canto de sirenas.

La prosa de Philip Hoare atrae con la misma fuerza que el abismo azul del agua en alta mar: independientemente de la voluntad de cada uno, el magnetismo de la profundidad, del vacío, de la oscuridad y de la nada, es más fuerte que el más poderoso de todos los humanos. La intención de Philip Hoare al escribir este libro es rendir un sentido homenaje a las ballenas y su mundo (que dista mucho del nuestro) y, para ello, recrea cada escena con un lenguaje afín, creando un ambiente totalmente ajeno a nosotros. Hoare lo transmite sumergiéndose de lleno en la narración, deliciosamente absorto. 

Su prosa atrapa, está cuajada de palabras que se enredan entre sí, que te rodean, salvajes, silenciosas y capaces de arrastrarte al inescrutable fondo del océano. Estamos en el lugar donde habitan las ballenas. Es un lugar mágico poblado por seres superiores y, sobre todo, muy antiguo. Sagrado. El hombre nunca debió profanarlo.

Pero lo más bonito de la relación de Hoare con este libro es la admiración sin límite que siente por Herman Melville y su obra maestra Moby Dick: en este libro se incluyen algunas fotografías actuales de los lugares donde vivió y se cuentan anécdotas de su vida y de su amistad con el escritor norteamericano Nathaniel Hawthorne. De hecho, Philip Hoare viene a ser una suerte de Ismael moderno, alguien que ha abandonado su trabajo y su rutina para perseguir su sueño y vivir dentro de él: el mundo de las ballenas y todo lo que lo rodea.

Este libro es un viaje iniciático a través del mar que tiene como finalidad conocer a fondo las ballenas pero que a la vez sirve para que el autor consiga conocerse también a sí mismo. En ese sentido, tiene ecos de los viajes de Marco Polo y del “Corazón de las tinieblas” de Conrad.

La inclusión de multitud de fotografías y grabados es una característica que convierte a este libro en una joya especial: imágenes de ballenas fotografiadas en múltiples actitudes, escenas de captura, ataques a barcos y marineros, maquetas de esqueletos y reproducciones en museos, mapas antiguos de navegación, esquemas explicativos de sus funciones biológicas y un largo etc.

La ya de por sí esmerada presentación formal del libro, junto con la inclusión de decenas de imágenes, hacen de “Leviatán y la ballena”  una verdadera joya de bibliófilo, además de contar con una incuestionable calidad literaria. ¿Lo oyen? Ya se escucha su llamada...

viernes, 13 de julio de 2012

"La montaña mágica" - Thomas Mann



Nos encontramos ante una novela que es un hito de la literatura mundial cuya publicación marcó un antes y un después en la escritura: la recomendación, en este caso, se adelanta al comentario. “La montaña mágica” es uno de esos libros que uno ha de leer, como pueden ser “Crimen y castigo”, “Cumbres borrascosas” o “Grandes esperanzas”, por citar sólo unos pocos. Digamos que son novelas imprescindibles para cualquiera que se jacte de ser un buen lector: pues bien, cuando uno encuentra el momento adecuado y las lee, se da cuenta de por qué han pasado a la historia: son inabarcables, gigantescas, majestuosas y perfectas.


En el caso de “La montaña mágica”, la lectura se asemeja a un ascenso (sí, aunque sea una comparación muy obvia). A medida que se pasan las páginas, el aire que se respira es un poco más puro, la mente se despeja, las certezas ya oxidadas se diluyen y dejan paso a nuevos planteamientos que sin que nos demos apenas cuenta cambian la forma de entender el mundo que nos rodea. Miras hacia atrás y ves el camino recorrido, y el pasado a tu espalda, allí abajo. En esta novela pasan todas las cosas y a la vez pasan muy pocas: Thomas Mann mantiene en vilo al lector durante centenares de páginas sin introducir en la trama grandes enigmas, ni extraordinarias hazañas, narrando tan solo la vida de un sanatorio de enfermos con afecciones pulmonares. Esto, sólo puede hacerlo un genio.


La idea de “La montaña mágica” surgió de una breve estancia de la mujer de Thomas Mann, Katia, en un sanatorio con características muy similares al de la novela. Es el enclave y la excusa perfecta para reflejar con todo lujo de detalles la decadencia de la sociedad burguesa de principios del siglo XX en los años previos a la Primera Guerra Mundial: el mundo de aquella sociedad se vino abajo, su forma de vivir y de entender su realidad desapareció para siempre. Y esa decadencia final, esos últimos tiempos, quedan aquí perfectamente reflejados, con precisión de cirujano. Después de la guerra nadie volvió a ser quien era antes y, aunque la novela finaliza justo en los primeros días bélicos, el final abierto y absolutamente demoledor da una idea clara de lo que ocurrió entonces.


A lo largo de la novela aparecen decenas de personajes, en su mayor parte enfermos de larga duración ingresados en el sanatorio, pero también sus familiares, los médicos... todos y cada uno de ellos, inolvidables. Personalmente, hay dos personajes que me han marcado para siempre: Settembrini y Naphta, dos de los enfermos que han vivido muchos años en el sanatorio y que mantienen unas larguísimas discusiones sobre temas elevados, a las que Hans asiste atónito y sin intervenir apenas (hay que tener especial cuidado con Naptha, un tipo huraño y anómalo cuyos brillantes sofismas pueden llevarte a su terreno). Durante estas conversaciones la novela alcanza cotas de exquisitez realmente altas.


Por todo esto, les invito encarecidamente a que den una oportunidad a Thomas Mann, si no lo han hecho todavía. Hace tiempo, también disfruté mucho con la lectura de “Muerte en Venecia”, del mismo autor, cuya versión en cine (de Visconti) también es más que recomendable.
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