jueves, 23 de mayo de 2019

como Alicia corriendo detrás


Te apareciste

No te acercaste

ni entraste sin llamar

Te apareciste

A pocos centímetros de mi cara

de repente

Como una virgen salvífica de sonrisa infinita

y esa luz preciosa y brillante alrededor,

agitando orgulloso una botella en alto

para que todos la vieran

una de aquellas botellas con un mensaje dentro

que Shelley lanzaba al mar

Y dentro estaba escrito mi nombre

En las palmas de tus manos

estaba escrito mi nombre

En las paredes de aquel bar

y al otro lado de los espejos

siempre estuvieron escritos

como Alicia corriendo detrás

de nuestros nombres


Del texto: 
© Todos los derechos reservados - Mar López, 2019

lunes, 20 de mayo de 2019

"El cuerpo nunca miente" - Alice Miller


Me produjo mucha curiosidad este título de Alice Miller, “El cuerpo nunca miente”. Relacionaba las malas experiencias sufridas en los primeros años con las enfermedades sobrevenidas posteriormente, en la edad adulta. Miller (1923-2010) fue una psicóloga especializada en el maltrato infantil y dedicó su vida a estudiar los efectos que estos traumas tenían sobre las víctimas con el paso de los años. Ella misma sufrió la persecución nazi en Polonia durante los primeros años de su vida. Tras formarse en filosofía, psicología y sociología y practicar el psicoanálisis durante muchos años de su carrera profesional, finalmente se desencantó de él, debido a que arrebataba a las víctimas la veracidad de sus recuerdos y los atribuía a fantasías infantiles.

Con apenas 200 páginas en su edición de bolsillo, este ensayito es demasiado breve como para ser capaz de establecer sin lugar a dudas la teoría que defiende. Todo gira en torno a desmontar el cuarto mandamiento “honrarás a tu padre y a tu madre” que, según Miller, tanto daño ha hecho (y sigue), provocando que se enquisten en las mentes de los niños maltratados los traumas sufridos. Según Miller, es muy importante desmitificar las figuras paternas y/o maternas en tanto en cuanto son humanas y también se equivocan. Es decir, no por ser tus padres/madres son instantáneamente seres angelicales libres de errores, deslices y garrafales tropezones pedagógicos.

¿Cómo se puede querer a un niño que uno desea que sea diferente de como es?

Esto me recuerda a todas aquellas ocasiones en las que alguien es rechazado en casa porque su naturaleza conlleva una orientación sexual no heteronormativa, y se queda y se queda y aguanta y sufre y calla en el domicilio familiar porque, bueno, si no lo aceptan todo puede explicarse por la ignorancia, la desinformación, la incultura, los otros tiempos y demás: pues resulta que no. Que si no te quieren como eres, no te quieren en absoluto: quieren a alguien que se parece pero que no cumplió con sus expectativas. Pero como es la familia, en muchas ocasiones se acepta ese maltrato sostenido, porque está feo romper con la familia aunque no hacerlo signifique romperse uno mismo. Por esto tengo que estar de acuerdo con Miller, la salud mental depende de un entorno afectivo saludable y este escenario no lo es, en absoluto.

Algo que no me ha gustado demasiado es que mencione página sí – página también, esta idea, sin apenas variar el enfoque. Como si su audiencia no fuera lo suficiente perspicaz como para pillarlo a la primera. Esto también hace que se avance poco, o muy lento, en la teoría que pretende establecer.

Cuando una persona cree que siente lo que debe sentir y constantemente trata de no sentir lo que se prohíbe sentir, cae enferma, a no ser que les pase la papeleta a sus hijos, utilizándolos para proyectar sobre ellos inconfesadas emociones.

Miller ataca directamente a todas esas terapias, anticuadas y dañinas, que se centran en forzar al paciente a perdonar a las madres/padres a toda costa, aunque realmente lo hicieran mal y se equivocaran, adrede o no: dando lugar a contradicciones internas que poco ayudan a la mejora del paciente. Normalizar la rabia e interiorizarla, no tiene ninguna lógica ni puede llevar a ningún buen puerto. La disociación solo invoca fantasmas y los fantasmas nunca traen consigo nada bueno.

Pero me encanta que tenga tan en cuenta en todo momento a nuestro innerchild o niña interior que todos llevamos dentro, y que personalmente me esfuerzo tanto en dejar que asome y, es más, que me guíe.

Algo muy interesante de este librito, es el recorrido que hace por la trayectoria vital de algunos autores, buscando precisamente el rastro de antiguos dolores infantiles en la literatura del adulto. Así, buceamos por momentos por las más o menos trágicas vidas de genios como Dostoievski, Chéjov, Kafka, Neietzsche, Schiller, Virginia Woolf, Rimbaud, Mishima, Proust y Joyce.

No tienes que honrar a tu padre. Las personas que te han hecho daño no necesitan ni tu amor ni tu respeto, aunque sean tus padres. Has pagado el tributo de ese respeto con el tremendo suplicio de tu cuerpo. Si dejas de someterte al cuarto mandamiento, podrás liberarte.

También es interesante que reflexione sobre el hecho de que son esos dolores los que hacen a muchos artistas producir sus obras, y que precisamente a veces se niegan a enfrentarse a los fantasmas y despejarlos de sus mentes por si eso acabase también con su inspiración.

(…) predicar el perdón no solo es hipócrita e inútil, sino también peligroso. Encubre la compulsión a la repetición. Lo que nos protege de la repetición es únicamente la aceptación de nuestra verdad, de toda la verdad, en todos sus aspectos. Cuando sepamos con la mayor exactitud posible lo que nuestros padres nos hicieron, ya no correremos el peligro de repetir sus abusos; de lo contrario, los cometeremos de manera automática y opondremos la mayor de las resistencias a la idea de que uno puede y debe romper el vínculo infantil con los padres que lo maltrataron si quiere hacerse adulto y construir su propia vida en paz.

Hasta aquí todo bien. Pero: Alice Miller… hay un elefante en el garaje.
“Todo aquel al que de pequeño pegaron es vulnerable al miedo”: ok, ¿y si lo es, sin que le hicieran ningún daño de pequeño?

¿Qué pasa con todas las personas que enferman sin haber sufrido ningún tipo de maltrato en su infancia? ¿Y qué, con todas aquellas que sufrieron y sin embargo no desarrollaron con el tiempo ninguna patología? En todo el libro no se hace ninguna mención a esto. Además, a pocas páginas del final establece que “no es raro” que se somatice la negación del afecto en la infancia, derivando en patologías de todo tipo. Es decir, acota a solo algunos casos su teoría, cuando se ha dedicado todo el libro a generalizar, dando por hecho que sufrimiento infantil deriva sí o sí en patología adulta, como un silogismo que se mantiene durante todo el ensayo como una retahíla, o como una constante invariable.

Muy recomendable en cualquier caso, ya que también hay que tener en cuenta el desajuste generacional. Corramos un tupido velo sobre el hecho de que la pequeña bibliografía no incluye ningún estudio científico que ratifique su teoría.

jueves, 16 de mayo de 2019

*


He recorrido largos caminos a pie
―durante años
tratando de construir un hogar
para nosotras
allí donde hubiera agua
en los países del norte de Europa
  ―un hogar
con unos trozos de loza rota
y las pocas fotografías que pude salvar del incendio

Nunca he parado de caminar
llevándote en brazos
fabricando tinta en los bosques
para cubrir de color todas nuestras cicatrices blancas

buscando en los libros
la manera de revertir el hechizo
trepando a todas las montañas
para ver más lejos
y bajando cada vez a rescatarme de nuevo

Y una noche de abril
alejándonos del bullicio
sin nada que celebrar
seguimos el rastro de una pequeña luz apagada
tu pequeña mano en la mía

Llegamos ante una puerta que solo se abrió esa noche
y reconocimos dentro los muebles, el olor de la comida,
el eco de las voces, su cadencia:
si sonaba música de fondo, también era familiar

Estábamos dibujadas en las líneas
de la mano que nos invitó a entrar

La noche del incendio llovieron pájaros
y detrás de estallidos de luz y
vigas derrumbándose yo había
podido ver cómo se salvaba

Lo que nunca supe es qué camino tomó

No pude seguir ningún rastro de huellas
porque quemaban
con un dolor agudo y hondo
me alejé de todas sin poder borrarlas
hacerlas desaparecer
porque la tierra ardía

Ahora quiero volver a casa

coger esa mano y besar
cada rincón
abrir todas las ventanas
recorrer todas las habitaciones
―descalza
bailar desnuda bajo la lluvia cuando llegue
llenarme los pulmones dulcemente
de olor a hierba y a pan recién hecho

Todos los años después del incendio
solo he querido volver
estar a salvo y volver

Y es en ese lugar donde me encuentro ahora


Del texto y la imagen: 
© Todos los derechos reservados - Mar López, 2019

jueves, 2 de mayo de 2019

"El anzuelo del diablo: Sobre la empatía y el dolor de los otros" - Leslie Jamison (fragmentos)


(…) la pérdida es como un sistema radicular que se extiende y multiplica como un rizoma bajo la superficie de mi vida.

Te imagino en todas las direcciones posibles, y luego vuelvo sobre mis pasos y empiezo a imaginarte otra vez desde cero. A veces me resulta insoportable lo mucho que no sé de ti.

(…) un hombre con larga barba blanca me ofreció un zumo de naranja. Era como el dibujo de Dios que haría un niño. Recuerdo lo mal que me sentó que se negara a darme analgésicos hasta que hubiese comido un puñado de galletas saladas, pero se mostró amable. Su resistencia era una forma de cuidarme. Eso lo noté. Me estaba cuidando.

La empatía es una forma de velar por alguien, pero no es la única, y no siempre es suficiente.

(…) la oración no tiene nada que ver con las probabilidades, sino con el anhelo, con querer a alguien lo bastante para postrarte de rodillas y pedir que se salve. Cuando Dave lloró en esa capilla, no fue por empatía, sino por otra cosa. No se arrodilló para sentir mi dolor, sino para pedir que éste acabara.

El estudio viene a decir que la empatía debería nacer del valor, y no puedo evitar pensar que buena parte de mi empatía nace del temor. Temo que los problemas ajenos me pasen a mí, bien que los demás dejen de quererme si no adopto sus problemas como si fueran míos

Camino entre los jóvenes y sanos y soy más o menos como uno de ellos. Intento no sentir escozor. Intento no preguntarme si siento escozor. Intento saber apreciar mi propia piel. A veces el corazón me late demasiado deprisa, o una larva se instala bajo la piel de mi tobillo, o bebo demasiado, o estoy demasiado delgada, pero todo eso son breves estancias lejos de un reino que por lo general puedo considerar mío, un reino donde estoy bien, donde soy capaz de desear y ser deseada, donde no dudo ni por un instante de que tengo un lugar en el mundo. Pero cuando me marcho de la iglesia baptista de Slaughter Lane no consigo acallar las voces de aquellos que ya no creen encajar en ningún lugar. Paso un día en su reino y me marcho cuando me apetece. Se me antoja una traición salir a tomar el aire.

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