miércoles, 10 de julio de 2019

"Lo que se puede contar" - David González


Hay un espacio en uno de los estantes de mi biblioteca con más de diez libros de David González. Le he leído desde que era una adolescente que apenas empezaba la universidad, he acudido a muchos de sus recitales, a presentaciones de sus libros, nos hemos cruzado e-mails desde 2009, he reseñado sus libros sin descanso*, le he seguido de cerca a través de amigos y conocidos, incluso fui mecenas durante una temporada que habilitó un blog de pago, “Todo lo demás son palabras”. Recordar a David González es para mí, también, recordar una época de mi vida, ya que le conocí a través de una persona que también, y sin querer, me llevó a otras y después pasaron muchas cosas (que llegan al día de hoy). Pero le había perdido la pista en estos últimos años.

Se ha escrito mucho sobre la poesía maldita de David González. Compruebo que sigue siendo el mismo y que su poesía sigue también siendo la misma, no sé si esto me reconforta o me decepciona. Me gustaría explicarme bien. De alguna manera siento que se agotan todas esas anécdotas de vida que nutren su maravillosa poesía de no ficción (como él mismo la define). Y que en este libro sus textos contienen lo que fue, es decir, lo que ya sabemos unido a su día a día en el presente, que es un tanto desolador: la pobreza se empeña en perseguirle de cerca a dentelladas, la relación con su familia sigue siendo un desastre y su vida amorosa es devastadora. Pero crece el número de lectores que reivindican su obra y que le dan voz a través de la radio, en reseñas de blogs literarios, en tesis doctorales en la universidad, también hay un documental sobre su figura, se puede ver aquí:


“Para mí la poesía, y voy a decirlo claramente, es como un sol que sale de noche. La poesía debe iluminar los rincones oscuros del alma.”

Me pregunto si habría preferido encontrarme a un David González reinventándose a sí mismo y explorando nuevas formas de utilizar su talento, que es mucho. Creo que su capacidad de transmitir es algo innato, así como la facultad para denunciar lo injusto. De lo que nadie puede acusarle es de no haber compuesto una obra original, porque personalidad le sobra, a él y a sus libros. Si habéis tenido la oportunidad de escucharle alguna vez en vivo, sabréis de qué hablo.

Reivindicar la poesía de David González en estos tiempos en que la poesía se ahoga, es quitarle un poco del lastre de la pseudo-poesía de la apariencia, de poetas con morritos, de sombreritos de ala estrecha, de juegos de palabras que no son poesía, de frases (que no son versos) impresas en los pasos de cebra de Madrid: la pseudo-poesía de la Generación Encantada que ya señalaba con desencanto David allá por 2015, y que cada vez es más ruidosa y sinvergüenza. La poesía es cuando no tienes miedo, y cuando no tienes miedo dices la verdad: verdad y David González van de la mano.

Si en la tapa del primer volumen de El lenguaje de los puños aparece Joe Louis, el boxeador predilecto de mi abuelo Luis, la idea que tenía pensada, una idea creativa que me hacía muchísima ilusión poder llevarla a cabo, era que en el segundo volumen fuese Cassius Clay, púgil favorito de mi padre, quien diera la cara desde la portada, lugar que ocuparía en el tercero Evander Holyfield, mi campeón, mientras que en el cuarto y último volumen, mis propios puños te machacarían el rostro desde la cubierta. Esta era la idea, sí, pero como con tantas otras cosas en mi vida tengo que joderme y renunciar a ella por razones técnicas y económicas, y juntar los volúmenes 2, 3 y 4 en un solo libro que reúne los artículos críticos, y los poemas que en ellos se mencionan, que se han escrito sobre mi poesía en prensa e internet durante el periodo comprendido entre los años 2001 y 2013. De este modo, los críticos son también, sin ellos saberlo, los antólogos de este tocho de más de quinientas páginas, en una edición limitada a tan solo 78 ejemplares.

“Lo que se puede contar” es una colección de poemas autobiográficos y narrativos, que dejan poco lugar a la imaginación. Se trata de la séptima entrega del ciclo “Los que viven conmigo”. Es lo más cercano a diario personal con forma de poesía que he leído en mucho tiempo, pero este siempre fue el estilo de David. Su poesía es dura y cruda, dolorosa y auténtica, sucia y cruel de tan realista.

Sin embargo, David es alguien que parece escurrírsenos entre los dedos. Lleva mucho tiempo molestándose cada vez que alguien le pide que se cuide y después de tantos años esa maldición no parece ser ninguna broma: no es un artificio para vender, un aura de misterio o una excusa para ir de duro: es real. Mientras escribo esto, leo un artículo on-line de 2016 donde hablaba de un suicidio pasivo, de dejarse morir, de muchas drogas y de problemas con las autoridades: se quejaba de tener pocos lectores a pesar de tener decenas de libros en el mercado y haber sido traducido a varios idiomas.

Su obra está exageradamente dispersa en multitud de editoriales y algunos de sus títulos ya son imposibles o casi imposibles de conseguir. No sé. Tenía una amiga que ironizaba con el hecho de perderle la pista a alguien y encontrarle después de los años “debajo de la misma farola”. Criticaba duramente la falta de ambición, el estancarse, la mediocridad. Y estoy de acuerdo sólo en el sentido de que es cierto que nadie regala nada… pero también lo es que poner toda la energía en una sola cosa que nunca funciona, o no como a ti te gustaría, definitivamente no es una buena opción. Pero es que hay gente que literalmente no sabe cómo hacer, o no puede hacer las cosas de otra manera.

Creo que lo que me ha pasado con este poemario es que he percibido que más allá del mensaje vitalista que siempre transmitía David (y que, de alguna manera, también está aquí), me ha dado la sensación de que son los poemas de alguien que ha tirado la toalla, y por eso me ha dejado descorazonada leerlos. Quizá había olvidado que la poesía de David te rompe literariamente la nariz de un derechazo cada vez que abres alguno de sus libros por cualquier página.

Uno de los recuerdos más bonitos que atesoro es que, en sus e-mails, David siempre se despedía así:

Tu amigo, David González, con un abrazo fuerte y solidario, agradecido.



*Haciendo click sobre la etiqueta “David González” que aparece justamente aquí debajo, se puede acceder directamente a todos los textos sobre David que hay en este blog, desde el año 2008. Ha llovido desde entonces…

Estaré sorteando un ejemplar de este libro en mi perfil de Instagram (@marapsara) hasta el 15 de julio, ¡participa!

martes, 2 de julio de 2019

"Mejor la ausencia" - Edurne Portela


Esta es la primera vez que me enfrento a un libro de Edurne Portela y me ha llevado directa a su mundo, sin explicaciones ni transición. "Mejor la ausencia" es una de esas novelas que no tienen prólogo ni lo necesitan. Tiene un hilo argumental claro y se puede decir que es un libro sin pretensiones, esto es algo que dice mucho a su favor. Personalmente, me molestan las ínfulas y los engolamientos, en este sentido este libro es perfecto, si bien es verdad que he echado en falta quizá algunos toques de lirismo, luego explico por qué.

Portela se centra en describir los hechos, de una forma más o menos clara: algunas veces las escenas de violencia son muy cruentas, otras se describen de forma más escueta, que no poética: con pocas palabras y obviando fragmentos que perfectamente el lector se puede imaginar. Es decir, en estos casos la narración se presenta como una escena a fogonazos, con ráfagas de luz seguidas de momentos de oscuridad que activan la imaginación del espectador. Sabemos que lo más terrible es precisamente lo que no se ve y que la mente de quien observa es capaz de figurarse horrores mucho más terribles de los que la ficción sugiere.

En cuanto al lirismo: Portela ha elegido un modo directo y descriptivo para presentar una historia que gira en torno a la violencia (familiar, social, institucional). Es un modo tan válido como cualquier otro, si se hace bien. Personalmente, valoro mucho el esfuerzo narrativo cuando la narración describe sucesos espantosos y sin embargo la forma elegida es lírica, como en el caso de “Del color de la leche” de Nell Leyshon o “Tu amor es infinito” de Maria Peura. Me parece que, en estos casos, la finura y la delicadeza convierte al escritor en un artesano de las palabras, puesto que construir una narración hermosa con un argumento espeluznante es algo así como fabricar una obra de arte con el barro.

Algo a destacar es la evolución del lenguaje de la protagonista, que habla en primera persona y su forma de expresarse evoluciona a medida que ella crece. Desde que es una niña y empieza a asistir a escenas de violencia familiar y de terrorismo etarra, hasta que es una mujer cuya vida, en todos y cada uno de los aspectos, se ha visto afectada por ese entorno de violencia y miedo en el que viene a nacer y del que el lector comprobará si es capaz de escapar en algún momento.

Hace poco leí a Alice Miller en un ensayo que enlaza muy bien con esta historia, “El cuerpo nunca miente”. En ese texto Miller analiza hasta qué punto está aceptado e interiorizado el cuarto mandamiento católico en la cultura popular, y de qué manera lo hemos asimilado. En general, las personas que componen nuestro entorno (amigos, familia, compañeros de clase y trabajo, etc.) siempre nos van a incitar a perdonar y amar a nuestros padres aunque se compruebe que nos están tratando mal, de una forma violenta y dañina.

Muchas veces, los padres parecen creerse el cuento de la cigüeña y le encargan niños perfectos, pero perfectos según sus ideales, claro. Luego, no reciben de la cigüeña los hijos que soñaban, y rechazan y quieren modificar las formas de ser de hijos sensibles y amanerados, o de hijas asertivas y fuertes que rechazan el rosa, hijos que resultan ser hijas, hijas que resultan ser hijos, hijos e hijas con sexualidades no normativas, tatuados, o que desean carreras profesionales distintas a las que habían diseñado para ellos.

En mi opinión, los padres que no te quieren como eres, no te quieren. Quieren (si es que ser tan salvajes no les incapacita para el amor) al ideal que soñaron, y que por supuesto no existe. Y si no hay lugar para el diálogo y el entendimiento (teniendo en cuenta que su rechazo puede provenir de la ignorancia y ser reversible a través de explicaciones y educación), hay que huir de ahí. Quedarse nunca da lugar a nada bueno: los principios determinan los finales, como sucede en esta novela de comienzo premonitorio.


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