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sábado, 6 de abril de 2019

"Ultima hora", un poema de Sharon Olds



En el medio de la noche, me hice una cama
en el piso, alineándola fielmente a mi madre,
la cabecera hacia las colinas, los pies hacia la Bahía donde
los pájaros vadean para buscar moluscos me acosté,
y el primer cascabel de la muerte sonó
con su autoridad del desierto. Ella tenía ese aspecto de
niño cantor en un ventarrón,
pero su cara se había vuelto más material,
como si los tejidos, almacenados con su vida,
estuvieran siendo reemplazados desde algún abastecimiento general
de jaleas y resinas. Su cuerpo la respiraba,
crujidos y chasquidos de mucosidad, y después
ella no respiraba. A veces parecía
que no era mi madre, como si hubiera sido sustituida
por un ser más adecuado a esa tarea,
una criatura más simple y más calma, y sin embargo
saturada del anhelo de mi madre.
La palma de mi mano le rodeaba la coronilla
donde latía su corazón feroz, la otra mano sobre su
hombro pequeño, me mantuve a la par de ella,
y entonces empezó a apurarse,
a adelantarse, después se quedó quieta y su
lengua, manchada con motas de maná,
se levantó, y un jadeo se formó en su boca,
como si lo hubieran forzado a entrar, después la calma.
Después otro suspiro, como de alivio, y después
la paz. Esto siguió por un rato, como si ella estuviera
expresando, sin apuro,
sus sentimientos sobre este lugar, su tierna
y apesadumbrada conclusión, y después, contra
la palma de mi mano en su cabeza, el regalo de no
sufrir, ningún latido;
por momentos, sus labios parecían curvarse
y después sentí que ella no estaba ahí,
sentí como si ella siempre hubiera querido
escaparse y ahora se hubiera escapado.
Entonces se transformó,
despacio, en una cosa de hueso,
que marcaba el lugar donde ella había estado.



Sharon Olds
Traducción: Inés Garland e Ignacio Di Tullio
Ediciones Gog y Magog, Buenos Aires, 2015
217 páginas

Contiene poemas de:

-"Satán dice"
-"Los muertos y los vivos"
-"La celda de oro"
-"El padre"
-"El manantial"
-"Sangre, lata y paja"
-"La habitación sin barrer"
-"Una cosa secreta"

Y es una auténtica maravilla. Es un libro carísimo y creo que ya inencontrable en los circuitos de librería nueva, al menos en España. Es una de mis joyas...



jueves, 31 de enero de 2019

"Introducción al límite" - María Alcantarilla


Cuando hace tiempo leí “La edad de la ignorancia” y descubrí a María Alcantarilla, supe que se trataba de una de las grandes.

La recomendé muy seriamente entonces. Me impactó la manera en que hablaba de la necesidad de recuperar el instinto y la inocencia, como una filosofía de vida para sobrevivir en el mundo adulto o, mejor dicho, para ser más feliz y más real en él.

Si os acordáis, os contaba que en “La edad…” había un vaivén de géneros cuando la poeta hablaba en primera persona. Quienes me seguís sabéis que me parece importantísimo utilizar un lenguaje inclusivo no binario, ya que el lenguaje es realmente nuestra única arma para acabar con la lacra patriarcal. Además, mis lecturas siempre incluyen algún tratado sobre teoría de género. Pues bien, en esta ocasión los primeros versos ya nos hablan en un masculino “descarado”. ¿Estamos ante poesía queer? ¿Poesía que no entiende de géneros? ¿O que los entiende tan bien que los utiliza en cada momento según corresponda? Porque si hay algo de esto, me encanta: es algo que se añade a lo genial que ya me parecía la poesía de María antes.

Lo que aquí tenemos son poemas que tratan de la manera de explicarse las ausencias, de dar otra forma a la idea de la muerte, del no-retorno. Habla de lo que nos cuentan acerca de la pérdida, en contraposición a lo que sentimos llegado el caso.

p. 83 
Pero ¿no es el dolor otra fisura,
otro modo de estar y de entender
que quienes viven
aún deben darle al mar todas sus olas?

En una entrevista concedida por la autora, explica que este poemario gira también en torno al “lenguaje como forma de construir, en primer lugar, una identidad y, en segundo lugar, un marco relacional con el resto de personas”. Esa forma de enfrentarse a la literatura me parece hermosa y muy necesaria. Así, la escritura es la manera de dar forma física a los pensamientos y conseguir hacer de todo eso algo útil, que parta desde dentro hacia fuera, y que sea verdad. “Introducción al límite” es, un poco, una manera de purgar (o de sanar) todo aquello que no digo porque fuera del marco poético, además de inentendible, perdería sentido (…) sigo siendo un poco abstracta, me parece que en este libro hay un esfuerzo por traer la idea a tierra".

El poemario se distribuye en cuatro apartados: “Umbral” hace las veces de bienvenida o declaración de intenciones; “Proyección de perspectiva” habla de cuestiones tan dispares y cercanas a la vez como son la maternidad, el odio entre los hombres, el mundo hostil en el que se desarrolla todo, los hijos no deseados, los recuerdos de la infancia, etc. En este apartado hay siete poemas cortos, mas uno largo y denso al más puro estilo Juan Carlos Mestre que brilla y roba el protagonismo al resto. “Punto de fuga” se divide en poemas cortos o muy cortos y lo que más encontramos son pequeñas reflexiones en torno a la muerte.

p.62 Sospecho que no nos conocemos, que existe entre nosotros una sombra parecida a la que el cielo proyecta en las tormentas

No tiene miedo a volver la mirada hacia las cosas menos amables. Por último “Un segundo después” analiza la forma en que morimos y sí, es un tanto tétrico y cruel, pero también realista al mismo tiempo.

p.69 
Quizá la enfermedad sea otro lenguaje.
Quizá aquel hombre sepa
que ha llegado el momento
de intentar aprender un nuevo idioma.

Me sigue alucinando su control sobre el ritmo interno de los versos, su gusto en la elección de las palabras, el modo en que las encadena, como un baile. Cada vez veo que hay más defensores de esa pseudo-poesía que en realidad es un montón de juegos de palabras enlazados, afirman que como les conmueve, es poesía, y me pregunto si todos son filólogos o qué demonios pensarán entonces cuando se enfrenten a poesía de verdad. A un libro como este. En fin.

Sin duda, “Introducción al límite” supone una evolución con respecto a “La edad…”, aunque os prometo que ese poemario ocupa un espacio muy especial en mis estantes. “Introducción…” quizá sea una proeza técnica, una colección de textos más oscuros y maduros, en los que esa destreza de la que os hablaba, se hace más patente.

Además, aunque principalmente nos hable de muerte y enfermedad, que son lugares a los que habitualmente preferimos no mirar, también hay espacio para la ternura y la belleza en este poemario.

p.87 
El milagro y su discreta persistencia
también es invisible.
Hay un hombre observando cómo un mirlo
defiende su terreno
mientras él se pregunta por la vida;
una anciana limpiándole la flema
a un marido lejano
que olvida cada día
hablar con su memoria
pero sabe a quién ama
y acaricia la sombra compartida
como un niño regala la torpeza.
Hay un perro lamiendo
la herida de su dueño, entre basuras,
y alguien mira con celo
la pericia animal y los afectos
como si esto pudiera consolarlo
mientras calla su voz y vuelve a casa.
Porque el milagro y su impúdico tamiz
de gallinita ciega
que nos muestra los pasos acertados,
mientras los desoímos,
inunda cualquier calle.
No es ciego aquel milagro que sucede:
también el corazón cierra los ojos.


miércoles, 9 de marzo de 2016

GENEALOGÍA


Ubicar tu sitio exacto en el planeta cada mañana
bastaba para que yo deviniese heroína
pasaba las horas flotando descalza
tejiendo un mapa estelar
de tus contradicciones y las mías.

Nunca confesar secretos pero
he construido un arco perfecto de luces amarillas.

Acércate y deja que te susurre al oído
que la única forma de a-mar
es que no pongas nunca los pies en mi camino
y que no necesitas mis alas para volar.

Mi quinto elemento reta a un pulso al frío
y tú te preguntas
(¿para qué demonios me preguntas?)
los estigmas sólo toman forma, no se eligen:
despierto gritando cada noche
que sueño que ya no están.

Sus manos no van a salvarme
vuestras manos no ofrecen consuelo
las tuyas NO ESTABAN en ese jodido momento
eran tan solo las mías reflejadas frente a un espejo.

Afrodita mira al vacío con los ojos muy abiertos.
Las únicas manos que sujetaban los rayos
ya han muerto.

Del texto:
© Todos los derechos reservados - Mar López, 2016

sábado, 2 de noviembre de 2013

Autorretrato con radiador - Christian Bobin


Es más fácil leer que explicar "Autorretrato con radiador": porque es un libro que envuelve con una atmósfera extraña, muy silenciosa y solitaria, (que al parecer se asemeja mucho a la vida real de su creador) y susurra con una voz tímida y delicada secretos que, de tan sencillos, casi siempre resulta imposible plasmar con palabras. Pues bien, Bobin los plasma.

Bajo la apariencia formal de un diario con entradas muy breves, Bobin reflexiona, a grandes rasgos, de la vida, la muerte y  la literatura. Y de cómo esta última parece servir de compañera de viaje entre una y otra. En su caso, la literatura es precisamente el motivo de que la muerte no se precipite en su camino, en varios sentidos: no sólo es la herramienta que le sirve de sustento (Bobin cuenta con más de cuarenta libros publicados, aunque en castellano sólo se hayan publicado cuatro), sino que también es el alimento espiritual que impulsa sus fuerzas para seguir adelante.

Domingo 7 de julio

Ya por dos veces me ha devuelto a la vida. Podría por lo menos, por cortesía, citar su nombre: Tomas (sin h) Tranströmer. Poeta sueco. La reseña dice que es psicólogo de profesión, que todavía vive, que en 1990 se volvió afásico. A veces uno de sus poemas viene a aletear a la altura de mis ojos, me da de comer con su pico y después se va, recuperado por la oscuridad de donde salía, de donde él saca su alimento — y por añadidura el mío.

Christian Bobin no acostumbra a viajar, dar conferencias, salir por la tele, promover, en fin, su trabajo haciendo ruido. Su espíritu se conforma con las cosas más insignificantes y humildes del día a día, y a partir de ellas construye su riqueza. Sólo alguien como él podría describir la literatura y el amor de este modo:

Lunes 24 de febrero

La literatura eterna —cuentos, mitos, leyendas— apareció en la tierra con los primeros hombres. Les permitió habitar la tierra sin morir de frío. El fuego y la voz que narra se inventaron al mismo tiempo, dando el mismo calor y logrando el respeto de los animales salvajes. La literatura eterna debió de venir así: alguien se inclina sobre alguien que está enfermo, empieza a contarle la gran leyenda de los albores, el torbellino de los fines, el carnaval de los dioses, y mediante esa voz que inventa, llega un poco de luz a la oscuridad. La literatura eterna ya estaba allí, entera, en ese tiempo en el que los hombres iluminaban las cavernas con coloreados fantasmas de caballos. Llegó al mismo tiempo en el que el miedo entró por vez primera en un alma, por una grieta de la carne  un cazador mordido en el talón por una serpiente, un niño con los ojos brillantes de la fiebre, una mujer perdiendo su sangre, tumbada cerca de las cenizas, un pintor de bisontes, que se volvió ciego, un anciano, con sus piernas atrapadas por el hielo. La literatura eterna es la medicina más antigua del mundo. Es anterior a la escritura. Antes de depositarse sobre unas tablas de arcilla, purificó voces, sosegó almas. Sigue haciéndolo cada vez que una madre se inclina sobre su hijo adormecido por el cansancio, y cuenta un cuento, canta una cancioncilla. Nunca ha existido una distinción real entre la palabra y la escritura. La escritura es la hermana pequeña de la palabra. La escritura es la hermana tardía de la palabra en la que un individuo, viajando desde su soledad a la soledad del otro, puebla el espacio entre las dos soledades con una vía láctea de palabras. Lo que nos habla, es lo que nos ama. Una palabra privada de amor es una cosa sorda, sin consecuencia. "No sé hablarte, luego te mato": el amor es un esfuerzo para salir de ese crimen natural de cada uno por cada uno de nosotros. El amor es esa bondad elemental a partir de la cual una soledad puede hablar a otra soledad y, si es necesario, acompañarla hasta en la oscuridad. (...)

Este libro es una colección de aforismos enredados entre pensamientos de la más diversa índole. Lo único que podría reprochársele a esta edición española es que, antes de imprimirlo, el libro se debió caer, o acaso un duende intervino, el caso es que las tildes aparecen y desaparecen en los lugres más inoportunos. Perderse o no perderse, en fin, en su interior, siguiendo su hilo de Ariadna, es ya sólo una decisión vuestra.

viernes, 14 de septiembre de 2012

"Historia de la muerte en Occiente: Desde la Edad Media hasta nuestros días" - Philippe Ariès


Los cementerios, siempre silenciosos e inquietantemente acogedores, también misteriosos y un poco lúgubres a veces, son lugares perfectos para la reflexión, el espacio más parecido al campo dentro de las grandes ciudades. Lo cierto es que para algunos es una bendición que la gente los rehuya. Es interesante comparar las lápidas más sencillas y casi anónimas con las capillas en formato miniatura a modo de casita para tumbas que los más ricos se hacen construir a veces: diminutos templos donde el paso del tiempo vuelve a reunir sucesivas generaciones de una misma familia. Siempre es sorprendente encontrarse con fotografías del difunto junto a su nombre y las dos fechas definitivas que prueban su paso por el mundo, o los ramilletes de flores artificiales que lucen su colorido hasta que inevitablemente también se pudren, y los resquebrajados traga-luces que inspiran ternura, con sus tumbas colocadas en la parte inferior.

Este es un estudio sobrio y riguroso (enlutado y elegante, lustrosos los zapatos) que esclarece esas cuestiones y detalla la evolución de la relación de la sociedad occidental con sus muertos.

Y ésta es una de las claves sobre las que reflexiona Ariès: qué ha ocurrido desde la Edad Media para que se haya producido el desapego actual imperante entre los vivos y los muertos. Aunque depende de la época y del lugar (incluso de las clases sociales y de las tradiciones exclusivamente familiares) a grandes rasgos se ha ido dilatando la distancia entre unos y otros. Ya no sólo a la hora de las visitas a los cementerios para llevar flores a los difuntos, sino incluso en la forma de expresar el dolor en el momento de la pérdida. Ariès lo explica así de bien en uno de mis pasajes favoritos: 

“(...) El tabú de la muerte sucede de pronto a un muy largo período de varios siglos, durante los cuales la muerte era un espectáculo público al que nadie habría tenido la idea de sustraerse y que llegaba incluso a ser apetecido. ¡Qué rápida inversión!

Una causalidad inmediata aparece enseguida: se trata de la necesidad de la felicidad, del deber moral y la obligación social de contribuir a la felicidad colectiva evitando toda causa de tristeza o de hastío, simulando estar siempre feliz, incluso si se ha tocado el techo del desamparo. Mostrando algún signo de tristeza, se peca contra la felicidad, se la cuestiona, y la sociedad corre entonces el riesgo de perder su razón de ser.

Esa última frase me parece terrible, por lo real: es aplicable a muchos otros momentos de la vida en los que un miembro de la sociedad bienpensante debe obrar en contra de sus emociones para no desequilibrar la paz del resto. Es injusto y es absurdo, pero es cierto que generalmente es así como sucede.

Otro momento llamativo en la historia del tratamiento de los muertos es aquél en el que se ordenó trasladar los cementerios a las afueras de las ciudades, tras comprobar que convivir entre lápidas era motivo de insalubridad: en cuestiones de higiene, son increíbles los avances, retrocesos y posteriores redescubrimientos que ha habido. Pero la mejor idea que aparece en este libro, para solucionar este embarazoso asunto, son los cementerios dispuestos a lo largo de los caminos que llevaban a las ciudades: tumbas dispuestas a ambos lados dando la bienvenida o despidiendo al viajero.

Es curioso meditar también sobre el hecho de que no sólo la relación con los muertos ha cambiado, sino que también la forma de morir es ahora diferente. Ha desaparecido la escena antigua de la familia congregada en la habitación del moribundo alrededor de su cama en compañía del sacerdote, con muertes rápidas (porque incluso las enfermedades más banales solían ser mortales). Son situaciones que nada tienen que ver con las actuales, enmarcadas dentro de hospitales mecanizados donde la higiene se cuela incluso en las emociones de quienes acompañan al moribundo en su último aliento. La familia asiste a agonías más largas y asépticas de un moribundo apenas reconocible bajo metros de tubos, máquinas, pitidos y batas blancas, que en ocasiones ya está en realidad muerto a pesar de conservar artificialmente un pulso débil. Ahora generalmente se le priva de su propia muerte, impidiéndole decidir el cómo, el cuándo y el dónde en última instancia, como si se tratase de un menor o un deficiente mental, e incluso se le oculta la gravedad de su estado haciéndole creer en enfermedades leves o en recuperaciones imposibles.

La muerte de antaño era una tragedia –a menudo cómica– en la que uno representaba el papel del que va a morir. La muerte de hoy en día es una comedia –siempre dramática– donde uno representa el papel del que no sabe que va a morirse.

El luto, como el resto de muestras de decoro y elegancia básicas en cualquier situación, también se ha erradicado ya casi por completo, sobre todo en las ciudades. Eso sí me parece grave, por lo que conlleva. Como decía Javier Marías hablando de costumbres y educación, qué más se puede esperar después de comprobar que existe gente se sienta a comer con la gorra puesta. 

El único aspecto negativo de este libro es que lo conforman artículos sueltos que vieron la luz en diferentes momentos, por lo que en ocasiones las ideas se repiten y al leer se tiene la extraña sensación de haber comenzado equivocadamente un capítulo ya leído. Pero merece la pena perderse entre sus páginas y conocer los motivos sociológicos y psicológicos que conducen a los vivos a tratar a sus muertos como si ya no se encontrasen entre nosotros.

martes, 3 de abril de 2012

"El Sunset Limited" - Cormac McCarthy


Leí “The Sunset Limited” teniendo muy presente desde el comienzo la novela “The Road”, del mismo autor, que es un libro sencillamente magistral, y he de decir que esta breve obra de teatro está sobradamente a su altura y mi consideración sobre McCarthy como uno de los mejores escritores que he leído, sigue intacta.

“The Sunset Limited” es un diálogo entre un hombre blanco que acaba de intentar arrojarse a las vías de un tren y uno negro que le ha salvado de la muerte en el último momento. El hombre blanco es un profesor de cierto prestigio con formación y cultura, goza de una buena posición social pero a pesar de todo no encuentra sentido a la vida (carece de la fantasía necesaria en el día a día para seguir adelante, como comenta en una ocasión a lo largo del diálogo). Su único deseo es lograr la oscuridad y el silencio absolutos, el reposo eterno que es su idea de la muerte, sólo así encontrará la paz necesaria. 

Por otro lado, el hombre negro arrastra un pasado lleno de dolor y malvive pobremente, incluso ha estado en la cárcel durante un tiempo. A diario acoge en su casa a otros seres olvidados (delincuentes, drogadictos) y su fe religiosa mantiene intacta su ilusión por la vida, pese a su presente gris. 

Así pues, su conversación enfrenta dos posturas contrarias ante la vida. El hombre negro intenta convencer al otro de que no se quite la vida, con frases cargadas de giros, sabiduría y buena cantidad de ironía. Mientras, el hombre blanco permanece firme en sus convicciones y continuamente se muestra deseoso de abandonar el piso y la conversación, para ir de nuevo al andén y volver a intentar llevar a cabo su suicidio. Son las dos voces de ángel y diablo que todos escuchamos a menudo hablándonos al oído: ninguna de las decisiones que tomamos se libra de pasar antes por el tamiz de la valoración de los pros y de los contras, ninguna valoración acerca de cualquier cosa se escapa tampoco. Por tanto, este diálogo se me antoja el monólogo interior contradictorio que podría perfectamente suceder dentro de la cabeza de cualquier suicida, cuyo discurso previo a la muerte será siempre confuso: la desesperación y las ganas de poner fin a su triste existencia lucharán y se antepondrán al miedo a la desconocida muerte, al dolor, a las consecuencias que de su acto se deriven, etc. El discurso que más pese será el que al final dará lugar bien a suicidarse o bien a continuar con vida.

Sin llegar al extremo del suicidio, el mismo diálogo que nos presenta McCarthy es también similar al monólogo interno de cualquiera de nosotros cuando pensamos acerca de nuestras propias convicciones. Por ejemplo, en la conversación de “The Sunset Limited” se habla en repetidas ocasiones sobre la fe. Pues bien, estoy convencida de que los no creyentes conservan, aunque sólo sea en lo más profundo de sí mismos, un resquicio de duda acerca de la existencia de algo divino que esté por encima de su entendimiento. Igualmente, quienes sí tienen fe mantendrán también en algún lugar la incertidumbre con respecto a si su creencia no es más que una ilusión vacía, puesto que carecen de pruebas que se la puedan confirmar.

La escritura de McCarthy es precisa, sublime, oscura, descarnada y genial. Es, junto con William Gaddis y, también a veces, Joyce Carol Oates, el último representante del gótico sureño. 

Esta pequeña pero brillante obra de teatro plantea muchas preguntas acerca de nuestra existencia y, más concretamente, sobre nuestro grado de satisfacción ante la vida. Y los libros que nos hacen pensar son los únicos que merecen la pena. Éste, en concreto, es mucho más que recomendable y volveré a leerlo en breve, sin lugar a dudas. Espero de veras que ustedes también lo disfruten.

jueves, 8 de marzo de 2012

SOLSTICIO DE INVIERNO


Mi ropa irradia
un resplandor azul.
Solsticio de invierno.
Tintineantes panderetas de hielo.
Cierro los ojos.
Hay un mundo sordo,
hay una grieta
por la que los muertos
traspasan la frontera.

"El cielo a medio hacer", Tomas Tranströmer
Nórdica, 2010




lunes, 1 de agosto de 2011

"Muerte en Venecia" - Thomas Mann


"Muerte en Venecia" es una deliciosa novela corta que me ha maravillado y gracias a la cual ahora afronto con más ánimo y ganas -y prisa- la tarea de leer "La montaña mágica", del mismo autor.

Releí las primeras páginas hasta encontrar el pulso exacto al discurso del escritor que aparentemente es sencillo y llano pero que contiene gran cantidad de matices (si por algo se reconoce a los grandes literatos es por narrar de forma que la trama pase a un segundo plano). Abundan las descripciones magistralmente detalladas, posee una elegancia y una serenidad difíciles de describir.

El relato trata el encuentro casual entre dos desconocidos: un escritor anciano, viajero solitario, y un adolescente extremadamente bello, y del embelesamiento y fijación del primero hacia el joven, cuando lo descubre. Son especialmente magistrales las descripciones de Mann (1875-1955) acerca del adolescente: transmiten a la perfección su fisonomía y costumbres, que el viejo escritor observa incansable desde que le encuentra, casualmente, en el mismo hostal donde él se aloja.

La gran diferencia de edad entre ambos motiva las reflexiones del protagonista, que da por hecho que cualquier acercamiento a su objeto de deseo es inútil por culpa de su vejez. No obstante, la posibilidad de disimular los estragos del paso del tiempo (cuidados faciales, teñido de cabello, etc.) resaltan un fragmento especialmente bueno del inicio de la novela que en su momento pasa desapercibido por no influir en los acontecimientos del relato pero que ya hacia el final cobra mucho más sentido: es el espanto del protagonista tras observar a un señor mayor intentando aparentar menos años para mezclarse con un grupo de chicos mucho más jóvenes que él.

"Un grupo de jóvenes integraban el pasaje de primera (...): charlaban o reían, complaciéndose en su propia gesticulación, e inclinándose por la borda, lanzaban pullas y remoquetes a sus compañeros que, cartera bajo el brazo, discurrían afanosos por la calle del puerto y amenazaban con sus bastoncillos a los excursionistas. Uno de éstos, vestido con un traje estival de última moda, color amarillo claro, corbata roja y un panamá con el ala audazmente levantada, destacaba entre todos por su voz chillona y excelente humor. Pero en cuanto Aschenbach lo hubo observado con más detenimiento, se percató, no sin terror, de que se trataba de un falso joven. Era un hombre viejo, no cabía la menor duda. Hondas arrugas le cercaban ojos y boca. El opaco carmín de sus mejillas era maquillaje; el cabello castaño que asomaba por debajo del panamá con cinta de colores era una peluca; la piel del cuello le colgaba fláccida y tendinosa; el bigotito retorcido y la perilla se los había teñido; la dentadura amarillenta y completa, que enseñaba al reírse, era postiza, además de barata, y sus manos, cuyos índices lucían anillos con camafeos, eran manos de anciano. Aschenbach se estremeció viéndolo alternar con aquellos muchachos. ¿No sabían, no advertían acaso que era viejo y no tenía derecho a llevar su abigarrada indumentaria de dandy ni a hacerse pasar por uno de ellos? Pues lo cierto es que, con toda naturalidad y como por costumbre, según parecía, lo toleraban en su grupo y lo trataban como a un igual. ¿Cómo era posible algo así?"

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