Es más fácil leer que explicar "Autorretrato con radiador": porque es un libro que envuelve con una atmósfera extraña, muy silenciosa y solitaria, (que al parecer se asemeja mucho a la vida real de su creador) y susurra con una voz tímida y delicada secretos que, de tan sencillos, casi siempre resulta imposible plasmar con palabras. Pues bien, Bobin los plasma.
Bajo la apariencia formal de un diario con entradas muy breves, Bobin reflexiona, a grandes rasgos, de la vida, la muerte y la literatura. Y de cómo esta última parece servir de compañera de viaje entre una y otra. En su caso, la literatura es precisamente el motivo de que la muerte no se precipite en su camino, en varios sentidos: no sólo es la herramienta que le sirve de sustento (Bobin cuenta con más de cuarenta libros publicados, aunque en castellano sólo se hayan publicado cuatro), sino que también es el alimento espiritual que impulsa sus fuerzas para seguir adelante.
Domingo 7 de julio
Ya por dos veces me ha devuelto a la vida. Podría por lo menos, por cortesía, citar su nombre: Tomas (sin h) Tranströmer. Poeta sueco. La reseña dice que es psicólogo de profesión, que todavía vive, que en 1990 se volvió afásico. A veces uno de sus poemas viene a aletear a la altura de mis ojos, me da de comer con su pico y después se va, recuperado por la oscuridad de donde salía, de donde él saca su alimento — y por añadidura el mío.
Christian Bobin no acostumbra a viajar, dar conferencias, salir por la tele, promover, en fin, su trabajo haciendo ruido. Su espíritu se conforma con las cosas más insignificantes y humildes del día a día, y a partir de ellas construye su riqueza. Sólo alguien como él podría describir la literatura y el amor de este modo:
Lunes 24 de febrero
La literatura eterna —cuentos, mitos, leyendas— apareció en la tierra con los primeros hombres. Les permitió habitar la tierra sin morir de frío. El fuego y la voz que narra se inventaron al mismo tiempo, dando el mismo calor y logrando el respeto de los animales salvajes. La literatura eterna debió de venir así: alguien se inclina sobre alguien que está enfermo, empieza a contarle la gran leyenda de los albores, el torbellino de los fines, el carnaval de los dioses, y mediante esa voz que inventa, llega un poco de luz a la oscuridad. La literatura eterna ya estaba allí, entera, en ese tiempo en el que los hombres iluminaban las cavernas con coloreados fantasmas de caballos. Llegó al mismo tiempo en el que el miedo entró por vez primera en un alma, por una grieta de la carne — un cazador mordido en el talón por una serpiente, un niño con los ojos brillantes de la fiebre, una mujer perdiendo su sangre, tumbada cerca de las cenizas, un pintor de bisontes, que se volvió ciego, un anciano, con sus piernas atrapadas por el hielo. La literatura eterna es la medicina más antigua del mundo. Es anterior a la escritura. Antes de depositarse sobre unas tablas de arcilla, purificó voces, sosegó almas. Sigue haciéndolo cada vez que una madre se inclina sobre su hijo adormecido por el cansancio, y cuenta un cuento, canta una cancioncilla. Nunca ha existido una distinción real entre la palabra y la escritura. La escritura es la hermana pequeña de la palabra. La escritura es la hermana tardía de la palabra en la que un individuo, viajando desde su soledad a la soledad del otro, puebla el espacio entre las dos soledades con una vía láctea de palabras. Lo que nos habla, es lo que nos ama. Una palabra privada de amor es una cosa sorda, sin consecuencia. "No sé hablarte, luego te mato": el amor es un esfuerzo para salir de ese crimen natural de cada uno por cada uno de nosotros. El amor es esa bondad elemental a partir de la cual una soledad puede hablar a otra soledad y, si es necesario, acompañarla hasta en la oscuridad. (...)
Este libro es una colección de aforismos enredados entre pensamientos de la más diversa índole. Lo único que podría reprochársele a esta edición española es que, antes de imprimirlo, el libro se debió caer, o acaso un duende intervino, el caso es que las tildes aparecen y desaparecen en los lugres más inoportunos. Perderse o no perderse, en fin, en su interior, siguiendo su hilo de Ariadna, es ya sólo una decisión vuestra.
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