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miércoles, 16 de enero de 2019

"Historia de una mujer plantada" - La Shatunga


Acaba de salir a la venta la “Historia de una mujer plantada”, escrito por La Shatunga.

¿Queréis saber más?

Pues no mováis vuestro culamen del sofá-silla-sillón /barra/ cama resacosa, ¡y seguid viendo el vídeo!

Con esa frase introduce Carmen, conocida como La Shatunga en YouTube, las anécdotas que cuenta en los vídeos de su canal los domingos por la mañana.

Se trata de un canal de humor sin pretensiones, en el que el protagonismo recae sobre las anécdotas absurdas y descabelladas que le pasan a nuestra autora. Es una de esas personas a las que siempre le pasan las cosas, que sabe cómo empieza su día pero nunca cómo va a acabar. Que vive aventuras porque nunca le da la espalda a una ocasión para hacer alguna locura, es decir, que vive la vida porque deja que le pasen cosas.

Su encanto reside en su particular forma de expresarse, alterando las palabras para conseguir que suenen divertidas. También en el hecho de que ella misma se ríe de las situaciones más absurdas y contagia esa alegría con actitud de “por qué no” y “qué más da”, y sobre todo “hemos venido a pasarlo bien, que son dos tardes”.

Aunque en su canal se pueden encontrar vídeos con tutoriales de maquillaje o recomendaciones de productos de cosmética, creo que no son más que excusas para darle forma al mismo y participar de la comunidad de YouTube, donde aporta un soplo de aire fresco y diversión, con humor blanco con cero cantidad de vanidad.

¿A qué viene este libro entonces, es otro libro más de una youtuber? Bueno, en parte sí, para qué lo vamos a negar. Carmen no es escritora y sus anécdotas en este libro son casi una transcripción de lo mismo que te diría hablando.
¿Y...?
Insisto, se trata de un producto sin pretensiones, yo no diría que esto es literatura sino simple entretenimiento en forma de libro. Ojo, mi intención no es menospreciarlo, es describirlo lo más exactamente posible para que nadie se llame a engaño. No es el tipo de libro que consumo, pero fue una grata excepción que me amenizó un viaje en tren el otro día (se lee rapidísimo), me hizo reír y he visto bastantes vídeos de La Shatunga, que me parece buena tía y me cae bien, por eso lo recomiendo, sin más.

Resulta que, durante estos últimos años, cuando iba contando más y más anécdotas en YouTube, le empezaron a preguntar cada vez de forma más insistente si es que no tenía anécdotas de citas amorosas: su ejército de seguidoras quería saber qué pasaba con La Shatunga en esas situaciones, ¿se convertía en una persona seria y aburrida? En absoluto: ella respondía que tenía mil anécdotas de ese tipo pero que se reservaba para el día en que escribiera el libro que se titularía "Historia de una mujer plantada", como así fue, porque a ella le habían dado plantón sus ligues y parejas de las formas más rocambolescas que se pudiera imaginar, y que el día que todo aquello saliera a la luz el libro sería un exitazo.

Hace unos meses, llegó ese día, en el que la editorial Planeta le escribió un e-mail proponiendo que escribiera un libro porque se lo querían publicar. Y aquí lo tenemos.

¿Qué le pasa a La Shatunga en el amor? Que está enamorada de la idea del amor y busca desesperada a alguien que le dé forma, que se ha tragado el mito del amor romántico y se le ha hecho bola. Es una de esas personas que buscan una relación seria en una aplicación de ligar, y que no van de farol. En este sentido, es mejor tomarse este libro como puro entretenimiento sin más, porque si nos paramos a analizar cualquiera de las historias que lo componen, en realidad nos daremos cuenta de que se trata de historias muy tristes, de una mujer que siente la necesidad de completarse con una pareja masculina, o que no se siente reforzada y segura sin una presencia parejil a su lado. No sé. Ella misma admite haber hecho cosas muy absurdas “por amor” (arrastrarse nunca es amor) y en el prólogo avisa de que esas historias, narradas en orden cronológico, son también una prueba del paso del tiempo y de su madurez a lo largo del mismo: pero esas excusas no me convencen.

"A los dos minutos salí de casa con la excusa de que no había comprado leche sin lactosa y no volví nunca más. 
Puede que tras leer esto os alegréis por mí, porque por una vez no me han plantado, no me han dejado esperando durante horas como una tonta esperanzosa, no me han engañado con otra o directamente no han pasado de mí como de la mierda, pero no os confundáis. En realidad, yo no le dejé, Carmen no le dejó, en todo caso quien le dejó fue una tal Eva Nasarre con ojos negros, porque esa era la persona con la que él quería vivir, con la que él quería salir a practicar sus mierda de excursiones deportivas, a la que quería lavar el pelo con sus pociones mágicas y a la que quería presentar a su madre. 
Yo no existía. Yo simplemente había pasado a ser un óvulo fértil en su fantasía.

Creo que Carmen también tenía una idea muy clara en la cabeza, y que a cada chico que conocía le intentaba meter en el molde para localizar qué parte le apretaba o de dónde le quedaba flojo. Y supongo que cada uno tiene su forma de elegir compañía y sabe qué le conviene, pero echo en falta ese dejarse llevar que considero tan necesario. Ella exigía “unos mínimos” que pasaban por una apariencia física muy concreta y unos gustos musicales también muy concretos. Poco más. Y no me parece nada maduro ni fiable: después de leer el libro y ver cómo se desenvuelve en el terreno afectivo, tengo claro que yo no habría querido salir con ella. Su perfil sería uno de esos tan cerrados que entre líneas transmiten que esa persona en realidad está enfadada, y se traduciría en “no quiero pijos ni pedantes ni chonis ni ni ni…”, es decir, un perfil lleno de prejuicios, tabúes o carencias afectivas enquistadas.

Y esto es culpa de esa represión a la que todas estamos sometidas (el femenino también incluye a los tíos: de nada), el control político que supone el sistema monógamo y de la familia clásica y establecida. Solo hay un colectivo muy reducido de personas (se llaman poliamorosos) que viven y se dejan fluir fuera de ese sistema y pueden tener un círculo afectivo compuesto por una persona que les aporte unos valores y cubra unas necesidades, otra persona con otras cosas, y así sucesivamente. Puedes tener, básicamente, una pareja para follar, otra para tener hijos y otra para hablar de Faulkner en pelotas, donde el respeto, la independencia y los cuidados sean la base para que todo funcione. Pero no nos educan en eso. Ya me he vuelto a ir por las ramas. O no.


sábado, 15 de septiembre de 2018

"Yo también soy una chica lista" - Lucía Lijtmaer


Yo no tengo el carnet de feminista. El feminismo, teoría y movimiento social (no el postureo efectista y hueco propio de redes sociales) lo considero algo no solo necesario sino imprescindible para mantener los logros que ya se han conseguido y seguir mejorando la vida de las mujeres y su posición en la sociedad que las ningunea y aparta, hasta conseguir un equilibrio y justicia reales que ya no lo hagan necesario nunca más (sé que no viviré para ver ese día).

Pero no tengo el carnet de feminista primero porque eso no existe y segundo porque ante todo soy una persona profundamente racional y curiosa que investigo por mi cuenta y leo para sacar mis propias conclusiones acerca de todo lo que me afecta o interesa. Y hoy en día, tener una opinión que no se ajuste al hashtag de moda que sea el trendig topic del momento… no es muy popular. No me interesa, no hago ningún esfuerzo por encajar en esta sociedad superficial y poco analítica.

El caso es que analizo las cosas que pasan en mi entorno, observándolas sobre todo a través de lo que leo en los libros. Y no trato de defender a ultranza todo lo que diga o haga una mujer por el hecho de serlo (porque en eso no consiste el feminismo). 

Creo que Lucía Lijtmaer quiere decir con este título divertido e irreverente, (que da lugar a pensar que se trata de un libro de humor, más aún con esa ilustración tan infantil y anodina) que ser feminista es lo contrario a ser idiota. Y estoy de acuerdo, aunque parezca muy reduccionista: porque sin el filtro morado, nos las cuelan como goles. Ser feminista es no dejarse avasallar, no rendirse ni agachar la cabeza por ser mujer, no ser más esa “chica o niña buena que obedece” como nos han enseñado (para nuestra desgracia) a todas desde pequeñas. Feminista entre otras cosas es elegir, decidir, pisar fuerte y avanzar en la dirección que realmente queremos cada una, no seguir paso a 
paso y por obligación ningún camino pautado.

Es un poco lo que Roxane Gay cuenta en “Mala feminista” (Capitán Swing, 2016), aunque a ese libro le falta el alma guerrera que sin embargo desborda en “Por qué no soy feminista: un manifiesto feminista” (Los Libros del Lince, 2017) de la amazona Jessa Crispin, jefa máxima.

Hay, en fin, casi tantas interpretaciones y variables válidas en el feminismo como chicas listas, informadas y bien documentadas. Cada una hemos nacido en un entorno diferente, en un país o sociedad distintos, cargamos con nuestra propia mochila de experiencias a la espalda: no somos las mismas ante un mismo estímulo, o el estímulo se multiplica en tantas variantes como destinarias tenga. Esto no es malo, siempre que el objetivo de todas sea el mismo: velar para que gocen de sus derechos y privilegios hasta los individuos más vulnerables de la sociedad. ¿Las mujeres? No, de hecho son los animales: a las mujeres se nos trata como la mierda pero de momento no se nos fabrica en granjas para exprimirnos o vendernos descuartizadas. Pero no veo movimientos feministas claros en este sentido a los que adscribirme. Así que hace unos años me hice vegetariana y vivo de forma coherente a mis convicciones. Cambiar las mentes no está en mi mano, no ser una humana de mierda, sí.

Lucía Lijtmaer utiliza el humor como herramienta para hacer llegar su mensaje. Esto puede ser problemático porque se trata de un tema muy sensible, no en vano cada pocos días tenemos noticia de un nuevo asesinato machista: por no hablar de la vida de mierda que llevan muchas mujeres maltratadas por hombres.

Asumir consciencia feminista lo llama Lijtmaer “darse el golpe en la cabeza”. Es lo que en círculos feministas se conoce como “ver con gafas moradas” (el morado es el color oficial del movimiento feminista), cuando te das cuenta es imposible parar de detectar el machismo en todos los ámbitos de nuestra vida, y es que vivir sin ser conscientes nos hace peligrosamente vulnerables ante abusos de todo tipo (desde que cualquier tarado te grite comentarios por la calle, a que un compañero de trabajo te mande callar para que hable otro tío, o a que tu novio te suelte un puñetazo). Si bien es cierto que ser conscientes nos hace dejar atrás esa falsa tranquilidad de quienes viven inconscientemente y ajenos a todo, con la ignorancia como escudo de la cruel realidad.

Pero ya hemos decidido que no queremos ser idiotas desinformadas que solo abren la boca para escupir perlitas del tipo “ni machismi ni feminismi”.

Hay cosas de este libro que no me convencen. Lo peor es esa cadencia y estructura de monólogo de club de la comedia, de humor barato para lerdos (un poco a lo Caitlin Moran, a la que cita en alguna ocasión, claro, debe ser su musa), no lo aguanto. Cargado de repeticiones y con guindas finales que resumen con una gracieta cada capítulo. Arg. Ni me gusta el formato ni lo veo apropiado para hablar de feminismo con toda la complejidad y gravedad que conlleva. Otra cosa es que cada vez que aporta datos reales para dar más peso y veracidad a sus afirmaciones, se abre un recuadro y aparece el terrible título de mierda “MOMENTO CIFRAS”. ¡Cada vez!

Lo cierto es que, como lectora compulsiva y consumidora de cultura, ya estoy cansada de esa proliferación interminable de “feminismos para principiantes” que abundan en las librerías. Me molesta la falta de rigor y el bajo nivel académico y cultural en general: por favor pasemos ya a Paul B. Preciado o Judit Butler, no pido milagros, solo dar un pasito más. No digo que haya que leerlo todo desde Mary Wallstonecraft, pero sí un poco de madurez: muchas cosas que nos pasan, nos pasan por idiotas, y la desinformación y la baja formación están directamente relacionadas con ser idiota y maleable, vulnerable, inmaduro y presa fácil. La formación autodidacta es interesantísima sobre todo teniendo en cuenta las carencias de los planes de estudio reglados, y las bibliotecas públicas las financiamos entre todxs. 

Un tema muy clave en este libro es la educación sentimental. Lijtmaer se da cuenta de que creció viendo películas románticas y que normalizó la dependencia emocional y todo tipo de maltrato machista. Hoy son las 50 malditas sombras y mañana será otra basura. Y aún hay quien lo defiende porque “hay que leer de todo y mientras sean libros que se lea cualquier cosa”. Lo cierto es que este tipo de productos conforman estructuras en las mentes más vulnerables que se están desarrollando (y cada vez la sociedad es más pueril y sigue en fase de permanente desarrollo mucho después de la mayoría de edad). Recomendar esto es condenar a las chicas a una posible relación de alto riesgo que puede acabar en el cementerio. El problema es que este tipo de subproductos no se leen siendo conscientes de la pedazo de mierda que tenemos entre las manos, no: existe un perfil lector que sólo lee este tipo de carroña, y que se excita sexualmente con las escenas de violencia machista. Pues, ¿qué milagros vamos a esperar después de esto? 

Cuando se normaliza la dependencia emocional y el maltrato machista, como decía, luego en la vida real no se detectan los avisos, no saltan las alarmas. Yo misma he crecido con esas falsas promesas de lo que sería la vida adulta en cuestión de relaciones, y me ha costado años, decenas de lecturas y muchos malos ratos hasta deconstruirme, desaprender todo lo innecesariamente aprendido, y convertirme en la persona que quiero ser.

Que no me haya fascinado “Yo también soy una chica lista” no significa que no lo recomiende, ya he alertado de los aspectos con los que no estoy de acuerdo. No es ninguna maravilla pero bueno, tiene su aquél: le pierden las formas pero el contenido en esencia es muy pertinente. Lo que he hecho más bien, es poner este libro como excusa porque era la manera perfecta de hacer una reseña para desahogarme. Sed muy felices.


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