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jueves, 14 de diciembre de 2017

Fuera del mapa - Alastair Bonnet

 

"Fuera del mapa" es la constatación de que ni siquiera es segura la tierra que pisamos. La geografía es cambiante, caprichosa. A menudo ocurren desastres medioambientales de variable envergadura. Si unimos esto a la fuerza de la naturaleza y al cambio climático que hemos provocado a costa de contaminar consumiendo y produciendo avariciosamente, se da lugar a geografías físicas que antes no existían.

Alastair Bonnett nos cuenta historias tan curiosas como que hay países que se pelean por islotes que de repente aparecen de la nada, y que de la misma forma un buen día desaparecen sin dejar rastro. O que se jugó el tipo cruzando una carretera muy transitada para acceder a un pedazo de tierra entre cruces de carriles que había quedado allí perdido, inservible, una tierra de nadie sobre la que se moría de ganas de caminar. Nos habla de lugares ya para siempre malditos o mancillados por culpa de las religiones, la política o cualquier otro tipo de miseria humana.

La historia de cada lugar en “Fuera del mapa” es muy interesante, pero también lo es el punto de vista desde el que el autor la enfoca. Bonnett reflexiona de una manera casi filosófica sobre el paso del tiempo y sobre lo equivocados que estamos acerca de la estabilidad de aquello que nos rodea; observa todos estos lugares raros con una mirada poética que parece buscar la belleza en lo sórdido, en lo extraño, en lo que no sale en las guías de turismo locales.

El ser humano tiende a vivir con la creencia de que todo ha sido siempre tal y como lo ha conocido desde su accidental llegada al mundo, y que nada ha sufrido un largo proceso ni experimentado cambios o alteraciones. Un poco como la dificultad de imaginar a nuestros padres niños, la arrogancia de creer que el mundo empezó cuando nosotros llegamos.

Y si sucede que algo cambia de pronto delante de nuestras narices, queremos regresarlo a la única forma que para nosotros es válida, la que tenía cuando llegamos, cuando lo conocimos. Quizá, siguiendo esa línea psicológica, se pueda explicar por qué la gente vota insistentemente a partidos conservadores aunque todo esté mal.

Por otro lado, “Fuera del mapa” también nos enfrenta al espejo de nuestras avaricias, cuando nos habla de lugares que han sido alterados a favor del confort de las personas que los habitan, o que creen poseerlos (la tierra jamás es nuestra: siempre nosotros somos de la tierra). Incluso a pesar de la destrucción del ecosistema del lugar, de cualquier rastro de naturaleza y de la expulsión de los animales que lo habitaban (sin haberlo escriturado, insensatos). Destruyendo el bosque, el paisaje, y alterando el clima. Y llevándonos las manos a la cabeza cuando la naturaleza se rebela protestando.

“Fuera del mapa” se divide en ocho secciones, donde se agrupan los lugares que tienen características comunes. Una de las partes más interesantes es en la que se habla de algunos lugares abandonados dentro de ciudades, hay cuadrillas organizadas que se dedican a investigarlos, Internet está lleno de ellos. Una muestra son los youtubers que se dedican a grabar vídeos en localizaciones como hospitales psiquiátricos abandonados. Leyendo estos fragmentos recordé una película rodada al estilo falso documental o “cámara en mano”, titulada “Así en la tierra como en el infierno”, se trata de una película de terror (poco pretenciosa, muy divertida) rodada en las catacumbas de París, sobre las que existen multitud de leyendas y habladurías relacionadas con diversas variantes de la filosofía oculta. Este tipo de lugares también son reclamo habitual para celebrar botellones o cualquier tipo de encuentro más o menos relacionado con el misticismo. Están llenos de suciedad, escombros y pintadas, y pueden ser muy peligrosos.

Bonnett reflexiona también sobre dualidad Turista VS Viajero. El viajero es un explorador respetuoso que se alimenta de cada nueva experiencia, se mimetiza en lo posible con cada lugar que visita y camina casi de puntillas. Pero los turistas lo patean todo, lo fotografían (sin mirarlo) todo, lo pervierten todo... Cada cosa que se les pone en el folleto de información, la hacen, siguen al rebaño, no ven más allá de sus narices, porque son incapaces de salirse de una ruta preestablecida. Como por ejemplo, las rutas para observar tribus indígenas en vez de dejarles en paz (eso existe), lo llaman "primer contacto de pago", es vergonzoso y sucede en Papúa Occidental, pero habrá más sitios, es preferible no saberlo.


En India aún queda una civilización sin pervertir de la que se sabe poco, no son amistosos, se han hecho intentos de mierda para acceder a ellos, en la Isla Sentinel del Norte. Hemos destrozado el mundo y ya estamos jodidos… pues dejémosles en paz, quizá las maquinitas, todo eso que llaman progreso, no eran tan necesario a fin de cuentas: o más bien es que se nos ha ido de las manos. Quizá vivan con incomodidades o no tendrán vacunas... no sé. Pero no tienen televisores y con suerte no sabrán nada de las bombas atómicas o de los campos de concentración, no pondrán banderas de mierda en sus balcones.

Este libro peca de que ofrece poca información de cada sitio que comenta. El lector tiene que investigar más por su cuenta si le intriga alguno de los sitios. Una de las cosas más bonitas es que la prosa narra buscando la belleza, como se puede apreciar en este fragmento:

p.96 “Encontramos otro caso en la zona montañosa que hay entre los puestos fronterizos del paso de Torugart, que conecta China y Kirguizistán. América Central también tiene un buen ejemplo en Paso Canoas, una ciudad que parece estar entre Panamá y Costa Rica. Se la suele denominar “tierra de nadie” porque dejas atrás un puesto fronterizo y ya estás en la ciudad, sin haber pasado por inmigración para entrar en el otro país. Hay visitantes a quienes les gusta pensar que la ciudad que los rodea está más allá de las fronteras. Es por eso por lo que, en parte, Paso Canoas ha desarrollado una atmósfera oscura y carnavalesca, como si fuera una especie de lugar crepuscular o fugitivo.

Lo que hacen estas lagunas geográficas es devolvernos nuestros propios deseos reflejados; y sobre todo el deseo de salir, aunque sea un momento, de la claustrofóbica parrilla de las naciones. Probablemente ya sospechamos que se trata de una ilusión. Avanzar lentamente en una cola de gente y dejar atrás al agente a cargo de los pasaportes no implica salir de un país ni entrar en otro en ese momento exacto.

Esos puntos de control existen para verificar que tienes permiso para entrar o salir. Su cercanía a la línea fronteriza es irrelevante desde el punto de vista legal. Sin embargo, esta interpretación puramente legal no consigue captar ni la importancia simbólica del punto fronterizo ni el deseo reprimido de entrar en un territorio sin gobierno.”

Para terminar, y siguiendo con las reflexiones sobre la necesidad atávica de apropiarse de un territorio, las regiones tienen a veces también la necesidad de desvincularse de otras que les resultan hostiles o les molestas, o sobre las que sus habitantes sienten un supremacismo nazi que basan en argumentos poco sólidos y muy llenos de odio, como estudios genéticos (totalmente xenófobos y absurdos, ya que nuestro ADN tiene fácilmente rastros de todos los continentes) o hechos históricos que no por haber sucedido significan per se ya absolutamente nada en en el presente. Así, tenemos la tragicómica historia de Gagauzia, increíble pero cierta:

p.251 “La historia de Gagauzia ilustra el poder implacable del nacionalismo al no dejar nunca de dividir y subdividir naciones en unidades más pequeñas. Gagauzia está en el sur de Moldavia, un pequeño país de 3,5 millones de habitantes encajado entre Ucrania y Rumanía y sin salida al mar. Moldavia se escindió de la URSS y se independizó en 1991, pero es un puzzle de nacionalidades que parece deshacerse.
(…) Puede resultar reconfortante pensar, por ejemplo, que en cuanto Escocia se independice se habrá llegado al final feliz de una larga historia. Pero el nacionalismo siempre rebasa sus fronteras, se adapta y transmuta otras identidades geográficas en proyectos de nación. Si Escocia se independiza, ¿por qué no pueden hacerlo las Shetland? Si Moldavia se independiza, ¿por qué no Gagauzia? El proceso de creación de naciones no se limita a satisfacer unas necesidades, sino también a crearlas.
Una de las pocas personas que ha estudiado Gagauzia es la antropóloga turca Hülya Demirdirek. Hasta ella se muestra un poco perpleja por la invención por parte de los gagaúzos de una entidad nacional llamada “Gagauzia”, una palabra y una idea que hasta hace veinte años casi nadie había oído, puesto que antes de la desintegración de la URSS el lugar no existía. (…) un aspecto más significativo de su complejo patrimonio es que los gagaúzos son uno de los grupos más culturalmente rusificados de Moldavia y que muchos de ellos prefieren hablar ruso que gagaúzo. Para los gagaúzos se trata de una asociación desafortunada, puesto que el nacionalismo moldavo se define a partir de la antipatía hacia sus antiguos amos soviéticos.  A medida que se iba acercando la independencia de Moldavia, los gagaúzos se vieron representados cada vez más como elementos extranjeros, un pueblo aparte, cuya verdadera lealtad era hacia la Madre Rusia.

(…) El deseo de reinventar un lugar como nación no emerge necesariamente de unas aspiraciones reprimidas durante siglos, sino que puede aparecer de pronto, sobre todo en el seno de poblaciones vulnerables cuya identidad ha sido absorbida en el pasado por entidades enormes y multinacionales como la Unión Soviética, y que ahora se sienten discriminadas y abandonadas. Esa sensación de agravio ha favorecido el surgimiento de muchos mitos útiles. Por ejemplo, se dijo que Gagauzia llevaba mucho tiempo reprimida y que los gagaúzos habían pasado mucho tiempo ansiando la libertad. Hasta hubo quien afirmó que no solamente no eran de origen extranjero, sino que llevaban en aquella parte del mundo más tiempo que los propios moldavos. Prácticamente nada de eso es verdad, y Gagauzia es cualquier cosa menos un lugar antiguo. Aparte de un Estado independiente de cinco días de duración, declarado en 1906 y limitado a la capital (la República de Kormat), los gagaúzos jamás habían pensado en sí mismos como gente necesitada de un país propio.
(…) La lógica fragmentaria del nacionalismo resulta enervante. Una serie de países de los que jamás se ha oído hablar se dividen en unidades casi carentes de significado. La lógica de la desintegración crea una geografía de la ignorancia, en la cual el florecimiento de identidades y de naciones nuevas sobrepasa nuestra capacidad de ubicarlas o de pronunciarlas. La gente de fuera de la región hace gestos exasperados: los lugares como Gagauzia acaban relegados al montón cada vez mayor de proto-Estados a los     que nadie presta atención. (…) Muchos gagaúzos quieren un país propio porque sin él seguirán siendo un pueblo marginal y sin lugar. El hecho de que un país sea inventado no le resta realidad.

jueves, 18 de agosto de 2016

Fieras y esferas


" Desde que la leí, no sabría decir dónde, me resultó deliciosa una anécdota contada por la madre de Schopenhauer, escritora ella misma, sobre los gustos de la buena sociedad a finales del siglo XVIII: al atravesar los Alpes las damas alemanas que se dirigían a Italia para pasar el verano cerraban las cortinas de sus carruajes para no tener que contemplar los agresivos perfiles de las montañas. Los Alpes eran de mal gusto. Sin embargo, únicamente una generación después, a principios del siglo XIX, el arte europeo se llenaba de agrestes cordilleras y recónditos valles. Los pintores querían enfrentarse directamente, à plein air, a los paisajes más abruptos; los poetas exaltaban la comunión con la tierra; los músicos se lanzaban a una escala de sonidos que duraría un siglo largo. Sería interesante saber, por ejemplo, qué hubieran opinado las recatadas damas alemanas, que evitaban la visión de los Alpes, sobre una obra como la Sinfonía alpina de Richard Strauss.

En cualquier caso la actitud de estas damas es mucho menos extravagante y frívola de lo que ahora pueda parecernos, acostumbrados a dos siglos de exaltación de la "naturaleza". Esta exaltación, bien reciente, es una consecuencia directa del asentamiento de una civilización urbana que proyecta sus carencias y sus malas conciencias en el espacio que aparece como más antagónico al de la propia ciudad. Cuanto más indomable se suponga este espacio mayor es el grado de catarsis con el que fantaseará el habitante de la urbe. Así nace la sensibilidad romántica europea: una cultura ya urbana que, como tal, expresa una nostalgia sin precedentes por un ámbito que se considera perdido o extraordinariamente alejado de la vida cotidiana.

Las damas a las que se refiere la madre de Schopenhauer participan todavía de una atmósfera anterior, ilustrada y rococó, en la que se admiran los jardines racionalistas, aunque sean exuberantes, y en la que si se acude a la "naturaleza" es por juego estético, por ánimo de recrear esas metamorfosis alegóricas en las que los dioses amables compiten con una humanidad refinada y lúdica. Es cierto, no obstante, que mientras las damas alemanas se dirigen a la Riviera para sus veraneos la época se está dislocando con violentas revoluciones, no sólo políticas o sociales.

Mientras está afilándose la hoja de la guillotina destinada a seccionar la cabeza de Luis XVI el arte europeo se desliza hacia un inconformismo radical, inédito que incluye una reformulación rotunda de la idea de "naturaleza". En Gran Bretaña poetas como Wordsworth o Blake y en Alemania Goethe convocan una nueva visión, mayúscula, de la Naturaleza en la que las coordenadas físicas se hallan yuxtapuestas a las míticas, a las psicológicas, a las religiosas. El mito de la Naturaleza empieza a ocupar el centro de la experiencia estética como contraposición a una creciente sensación de marginalidad por parte del hombre que se autodenomina moderno. El Werther de Goethe ofrece la senda que no deja de ganar adeptos en toda Europa. Es el momento del significativamente llamado Sturm und Drang. En tanto en el París revolucionario David pinta la muerte de Marat con tintes neoclásicos, en el norte de Alemania Caspar David Friedrich empieza a pintar esos paisajes insoportables para las damas de su país. Quien mejor entiende la nueva perspectiva en música es Haydn, quien con sus últimas sinfonías abre la puerta hacia el naturalismo cósmico de Beethoven. Recién estrenado el siglo XIX los románticos proclaman solemnemente, como filosofía y como poética, el retorno a la Naturaleza.

Es una proclamación paradójica pues el retorno supone una estancia previa que en realidad no se había producido o que, cuando menos, el arte no había expresado. Es difícil encontrar en la anterior historia artística europea formulaciones afines a la romántica. El mito de la Naturaleza, con su grandiosidad mística y su fuerza salvadora un mito que, aunque empalidecido, se perpetúa en nuestra ecología contemporánea apenas tiene precedentes fragmentarios y dispersos.


Maldita perfección
Escritos sobre el sacrificio y la celebración de la belleza
Rafael Argullol
Editorial Acantilado, 2013
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