sábado, 16 de mayo de 2020

"El libro del té" - Kakuzo Okakura (fragmentos)



«La primera taza me humedece los labios y la garganta, la segunda acaba con mi soledad, la tercera registra mis entrañas yermas sólo para encontrar en ella cinco mil volúmenes de extraños ideogramas. La cuarta taza me causa una ligera sudoración, y cuanto de nocivo hay en la vida se disipa a través de mis poros. Al llegar a la quinta taza estoy purificado, la sexta me lleva al reino de los inmortales. La séptima... ¡ah, pero no podría tomar más! Tan sólo siento el hálito del fresco viento que me alza las mangas. ¿Dónde está Horaisan? Dejad que me lleve allá.»

«[El té] le llegaba al alma como una llamada directa, cuyo delicado sabor amargo era como el que deja en la boca un buen consejo.»

«La sala de té, llamada sukiya en japonés, no pretende ser otra cosa que una cabaña, una choza de paja, como nosotros la llamamos. Los ideogramas originales del término sukiya significan "morada de la fantasía". Más adelante los diversos maestros del té sustituyeron varios caracteres chinos, de acuerdo con su concepto de la sala de té, y así el vocablo puede significar "morada del vacío" o "morada de lo asimétrico". Es una morada de la fantasía en la medida en que se trata de una estructura efímera construida para albergar un impulso poético. Es una morada vacía porque carece de ornamentación, excepto lo que se coloca en ella para satisfacer alguna necesidad estética del momento. Es una morada de lo asimétrico porque está consagrada al culto de lo imperfecto, dejando a propósito alguna cosa sin terminar a fin de que la complete la imaginación.»

«Entre nosotros el té llegó a ser más que una idealización de la manera de beber, para convertirse en una religión del arte de vivir. La bebida acabó por ser una excusa para el culto de la pureza y el refinamiento, una función sagrada en la que el anfitrión y el invitado ponen juntos en escena la suprema beatitud de lo mundano. La sala de té era un oasis en el monótono desierto de la existencia, donde los fatigados viajeros podían reunirse para beber del manantial común de la apreciación artística.»

«La ceremonia era un drama improvisado cuyo argumento se tejía en torno al té, las flores y las pinturas. Ningún color fuera de lugar alteraba el tono de la sala, ningún sonido trastornaba el ritmo de la acción, ningún gesto desbarataba la armonía, ninguna palabra rompía la unidad del entorno, todos los movimientos se llevaban a cabo de una manera sencilla y natural... tales eran los objetivos de la ceremonia del té. Y, por extraño que parezca, a menudo se conseguían. Detrás de todo ello se encontraba una filosofía sutil: el teísmo era taoísmo disfrazado.»


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