Libérame del hondo presagio de la muerte,
del olvido, del vacío, la desmemoria, el sueño.
Haz real mi existencia. Di mi enigma secreto,
antes de que la esfinge del tiempo me devore.
(Sé que sólo tus labios poseen la voz exacta,
la que desata nudos y atemoriza reinos,
la que derriba puertas más allá de la vida.)
Conjúrame delante de los dioses eternos;
ofréceles los dones de tu belleza límpida,
el desnudo perlado de tu pecho; levanta
los vasos de mezcladas esencias, y promete
lo que mi desventura y tu amor te inspiraren.
Quizá se compadecan de tu cuerpo marcado
con todos los estragos que a mí me corresponden.
Quizá, benevolentes, te susurren los justos
sonidos. Luego, amado, nómbrame, y viviremos.
*
A PROPÓSITO DE LA NOTICIA DE UN HOMICIDA NECRÓFAGO
No podríais entenderlo.
No cabía mi deseo en sus espacios,
la desbordaba como a un arroyuelo.
Yo, lluvia; yo, torrente.
Era desolador verla desnuda,
mínima y frágil, tras cada combate,
exhausta y triste carne de suspiros.
No bastaban sus pechos.
Me clavaba las uñas en las palmas
por no poder morder sus húmedas mejillas,
delirando de hambre.
La amaba de un amor ilimitado,
con dolor y con vértigo. La amaba;
no podríais entenderlo.
(Perlas graves,
sus ojos estallando entre mis dientes).
De "Elogio a la mala yerba", Josefa Parra Ramos
Visor, 1996
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