Mark se presenta a sí mismo como el típico niño rebelde que detesta ir a clase y pasa su juventud rodeado de drogas y malas compañías, hasta que consigue hacerse un hueco en la industria musical y grabar algunos discos.
Su discurso lo conforman frases cortas y muy rápidas, directas al grano y exentas de eufemismos, por lo que se trata de una lectura cómoda y muy dinámica.
Para mi gusto, el libro mejora a partir de la mitad aproximadamente, cuando una serie de tragedias familiares cambian por completo la forma que tiene Mark de vivir y de ver la vida; realmente, en esos capítulos da una lección sobre la posibilidad de sobreponerse a la desgracia y seguir adelante pese a todo buscando la parte buena en cada detalle de nuestra existencia.
Personalmente, prefiero sin duda el libro a su música, pero resulta muy curioso escuchar sus discos tras leer el por qué de cada uno de ellos y las anécdotas que se ocultan detrás de las letras de sus canciones.
Como muestra, un fragmento de uno de los acontecimientos más devastadores:
(...) Debía yo de tener doce años cuando un avión se estrelló en nuestro vecindario. Aquella noche estaba solo en casa, sentado en la alfombra de color vómito del salón viendo What's Happening en la tele. A través de las cortinas empezó a relumbrar una luz anaranjada. Luego oí una especie de aullido cada vez más cercano y ensordecedor. De repente hubo una enorme explosión de sonido. La casa tembló como si la hubiese sacudido un terremoto (experiencia que he tenido años más tarde). Las ventanas temblaron y Tut chillaba sin parar. Como vivíamos tan cerca de Washington DC, pensé que estábamos siendo bombardeados.
Tut subió corriendo las escaleras para esconderse y yo fui tras él con el corazón en la boca, sin saber muy bien qué estaba haciendo. Volví a bajar las escaleras y encendí la radio de radioaficionado que mi padre tenía en la repisa de la cocina, pero entonces se me ocurrió que quizá la casa estuviese ardiendo y que mejor sería salir a la calle.
Salí descalzo a la calle intentando entender qué estaba sucediendo, lo mismito que el programa que había estado viendo por la tele. Me acerqué corriendo a la enorme columna de humo recortada por las llamas y las luces de emergencia contra el cielo nocturno, y a mi paso vi asientos y ceniceros y cuerpos desmembrados y desperdigados por todo el vecindario. Una casa había quedado demolida por completo, y cerca de allí había varios cadáveres tendidos en el parque. Cuando mis pies descalzos tocaron el asfalto aceleré y pensé en toda esa gente que hacía un instante estaba viva y ahora estaba muerta, y en lo muy vivo que me sentía en ese momento.
Enorme desparpajo el del amigo Oliver, habrá que seguirle la pista, estupenda recomendación.
ResponderEliminarClaro que sí, pero realmente (no sé por qué) no me parece que tenga pinta de seguir escribiendo, aunque ojalá esté equivocada.
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