martes, 12 de agosto de 2014

"¡Oh Capitán! ¡Mi Capitán!"

¡Oh Capitán! ¡Mi Capitán! Nuestro viaje ha terminado;
el buque tuvo que sobrevivir a cada tormenta, ganamos el premio que buscamos;
el puerto está cerca, escucho las campanas, todo el mundo está exultante,
mientras siguen con sus ojos la firme quilla, el barco severo y desafiante:

Pero ¡oh corazón! ¡Corazón! ¡Corazón!
Oh, las lágrimas se tiñen de rojo,
mi Capitán está sobre la cubierta,
caído muerto y frío.

¡Oh Capitán! ¡Mi Capitán! Levántate y escucha las campanas;
levántate, izan la bandera por ti, por ti suenan las cornetas;
por ti ramos y cintas de coronas, por ti se amontonan en las orillas;
por ti llama la influyente masa, giran sus rostros impacientes;

¡Aquí Capitán! ¡Querido padre!
Este brazo bajo tu cabeza;
es como un sueño sobre la cubierta,
has caído muerto y frío.

Mi Capitán no responde, sus labios están pálidos e inmóviles;
mi padre no siente mi brazo, no tiene pulso ni voluntad;
el barco está anclado sano y salvo, el viaje ha terminado y se ha hecho;
de un viaje temeroso, el barco triunfador, entra con su objetivo realizado;

exultamos, ¡oh costas y tañidos, oh campanas!
Pero yo, con triste pisada,
camino en cubierta donde está mi Capitán
caído muerto y frío.

WALT WHITMAN
Poema escrito a la memoria de Abraham Lincoln tras su asesinato en 1865.
Dedicado desde aquí a lo inmortal que aún permanece de Robin Williams, feliz tránsito, ¡¡oh Capitán, mi Capitán!!

miércoles, 6 de agosto de 2014

"Campo Santo" - W. G. Sebald


(...) Kafka, que a menudo se sentía como un espectro entre sus semejantes, sabía con qué ansia insaciable rondan los muertos a los que todavía no lo están. Toda su literatura puede entenderse como una forma de noctambulismo o como el estado que lo precede. "Sin peso, sin huesos, sin cuerpo he deambulado dos horas por las calles, pensando en lo que había soportado mientras escribía esta tarde", anota una vez. Envía de noche a Berlín cartas de murciélago, y él mismo es el fantasma del que cuenta a Milena que apura en el aire los besos que ha enviado antes de que puedan llegar a su destino. Zischler cita también el pasaje de una carta en e que Kafka cuenta cómo, en un recorrido hasta casa en el tranvía, "al vuelo, fragmentariamente, leía con esfuerzo los carteles", ante los que pasaba. Por curiosidad, comenta Zischler, Kafka se empapa de imágenes. Para él eran evidentemente un sustitutivo de la vida que no podía llevar, un alimento sin sustancia con el que, en sus sueños de noche y de día, desarrollaba continuamente los fantásticos guiones en los que, una y otra vez, se convertía en un estrafalario personaje cinematográfico. Qué episodio más extraño es aquel en que, como cuenta Max Brod en una postal, estando en el médico se ve obligado a echarse en un canapé, por un pequeño desfallecimiento, y de pronto se siente de tal modo como una muchacha, ¡que trata de arreglar con los dedos su falda de muchacha! ¿Y no son esas secuencias oníricas, en la camera obscura de su alma, películas proyectadas por las que deambula como su propio espectro? Zischler, con la mayor delicadeza, sabe sondear las corrientes que hay entre realidad e imaginación. Las películas sobre las que escribe son para él en realidad sólo la lámina a través de la cual cae una luz nueva sobre la intensidad de un trabajo de sueño y duelo, casi ininterrumpido, entre realidad y ficción. Los Diarios de Kafka están llenos de relatos de experiencias en las que lo cotidiano, exactamente como en el cine, se disuelve entre nuestros ojos en imágenes ingrávidas.

"Kafka en el cine", Campo Santo, W. G. Sebald.

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