lunes, 24 de noviembre de 2014
"El intelectual melancólico" - Jordi Gracia
“El intelectual melancólico” es un pequeño ensayo que encaja a la perfección en el catálogo de altísima calidad de Anagrama. Un reencuentro con la intelectualidad más pura, una dosis de finura y buen hacer en un mundo hostil donde los intelectuales parecen verse obligados a convertirse en melancólicos.
Jordi Gracia es catedrático de Literatura Española en la Universidad de Barcelona, así como crítico en periódicos catalanes y madrileños. Es autor de varios ensayos sobre historia de la literatura, otros sobre autores cuya obra admira y coordinador de diversas antologías.
Cómo detectar al intelectual melancólico
La principal aportación de Jordi Gracia es esa: la de exponer con gran claridad una teoría personal basada en la observación del mundo intelectual que le rodea, y hacerlo además con una finura, una elegancia, un buen gusto y una ironía tan sutil que es imposible no disfrutar leyéndolo incluso aunque uno no esté de acuerdo con lo que cuenta.
Y es que la conjunción de los términos “intelectual” y “melancólico” ya a priori es divertidísima, y anticipa a la perfección tanto el tema que se va a tratar como el tono desde el que va a enfocarse. Uno empieza a leer el libro y descubre además que el título inicial era “Panfleto contra el prestigio de la melancolía entre los intelectuales afectados por el síndrome del narciso herido” y si aún le faltaba alguna razón para seguir leyendo, ya las tiene todas.
El intelectual melancólico es, en fin, todo aquel ser dedicado a las letras que ve con horror cómo sus publicaciones tienen menos éxito del que cree que por justicia merecen, y se enfada observando las cifras insultantemente elevadas de otros autores que cree que intelectualmente no le llegan ni a la suela del zapato. Entonces se ofende y ataca y piensa que cualquier pasado fue mejor, que el mundo de la cultura está tan muerto que ya casi desaparece.
Melancolía VS solemnidad
En este libro encontramos frescura, y las ganas de contagiar el amor por el conocimiento y por las cosas bien hechas. Porque si el intelectual melancólico no para de criticar a todos los escritores de medio pelo que no tienen calidad, gasta todas sus fuerzas en darles precisamente aún más publicidad. Lo que debería hacer, según este libro, es trabajar por aportar su trabajo de calidad al mundo de la cultura y dejar de criticar una inercia que con su mismo comportamiento está alimentando.
Es solo el tiempo el que pondrá a cada uno en su lugar: las obras de consumo de masas nunca pasan a la posteridad. Como bien dice Gracia, “casi cada nuevo libro de éxito y casi cada nuevo autor con público encarnan una agresión programada contra el buen gusto” pero también, “la calidad es exigua y es minoritaria, que las grandes obras son grandes porque son pocas”.
Así que, si uno consigue publicar en un medio que llegue a otros, ¿de qué sirve criticar la mediocridad que ya todos sabemos que impera y que muchas veces nos deja tan mal sabor de boca al comprobar que es precisamente lo que tiene éxito popular? ¿Por qué no convertir esa inquina y esa crítica mordaz en razones que estimulen el buen gusto en las masas?
El intelectual melancólico se escuda en la solemnidad como refugio contra los ataques de la estupidez imperante en el mundo de la supuesta cultura. Es una opción como cualquier otra, sí, pero, ¿es la mejor?
Un regreso al buen gusto es posible
No se trata solo de recuperar la calidad en el mundo de las letras, es algo que va más allá: signos de pérdida de nivel como sociedad no son sólo la falta de interés por la cultura o la enfermedad de la titulitis. Es la pérdida total de los valores, en un mundo en el que la palabra que te den no valdrá nada, el dandy de disfraz será el que más te mienta y los jóvenes, sentados con gorra visera a la mesa, fotografiarán el plato que van a comerse y lo compartirán en Internet satisfechos. Los viejos ya no son sabios de los que aprender por su experiencia sino muebles molestos de los que desprenderse con la mayor celeridad posible. Podrían hacerse listas interminables, en fin, de ejemplos similares.
Pues bien, ¿qué podemos hacer? Este libro nos contagia el entusiasmo por no seguir esa inercia y sin embargo sí releer a los clásicos, aprender de ellos, filtrar nuestras lecturas con lupa en el maremágnum de publicaciones y novedades de nuestras librerías favoritas. El mundo de la cultura no está muerto, por suerte. Huyamos de la mediocridad, tenemos mucho, mucho que aprender, sigamos haciéndolo. Autores como Jordi Gracia están ahí para ser nuestros aliados.
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