martes, 21 de agosto de 2012

"Morfina" - Mijaíl Bulgákov


Agosto en Madrid. La calle se combustiona y yo hago lo que puedo por refrescarme, Bulgakoizándome mientras tanto. Leo "Morfina" con emoción creciente y todos los relatos me traen el recuerdo de otra preciosa historia sobre médicos ya antiguos, "Corazón", de Thomas Thompson, un relato largo o novela corta que estaba incluido en una de las "Selecciones del Readers Digest" que devoraba de pequeña (en una edición, rescatada de uno de los estantes familiares y enseguida apropiada, de 1974). "El maestro y Margarita" (divertido, irónico, rápido, absorbente) intensifica con creces mis ganas de atreverme con el "Fausto" de Goethe, aunque una vez más pienso que aún es demasiado pronto, quizás ya siempre lo sea. 

Empecé la lectura de "Morfina" creyendo que se trataba tan solo del relato en el que Mijaíl Bulgákov explica su experiencia como morfinómano, con mucho interés por saber cómo había gestionado su adicción y qué sensaciones le había producido. Pero este libro contiene varios relatos: además de "Morfina", en el que cuenta esa experiencia y que es el último de la recopilación, aparecen también otros textos que son anécdotas del hospital en el que Bulgákov fue destinado como médico cuando terminó la universidad. Son estremecedores hechos reales, curiosidades médicas relatadas con detalle y realismo: qué no puede ocurrir en un pueblo ruso alejado de la civilización que permanece la mayor parte del año entoñado bajo la nieve, en el que un médico veinteañero sin experiencia (Bulgákov) atiende tan solo con la ayuda de cuatro enfermeros a cientos de campesinos llegados de los alrededores: campesinos con tan pocas nociones sobre medicina que llegan a aplicarse los ungüentos que se les receta por encima de la ropa.

Se percibe un halo de niebla a lo largo de la narración, que le da un tinte onírico muy bello. Bulgákov escribe de una forma muy cuidada pero además, en este diario dividido en relatos se ha colado parte del frío y del resplandor blanco de la nieve que rodea cada una de las anécdotas como una constante. Quizá también influya el hecho de que Bulgákov escribía muchas veces bajo la sensación del sueño, ya que su descanso se veía siempre interrumpido por alguna enfermera que le despertaba con prisas para que se levantase y corriese a atender a algún paciente recién llegado que requería atención urgente. Sus experiencias y sensaciones físicas están escritas en primera persona pero la sensación es la de un Bulgákov que se observa a sí mismo desde fuera y nos cuenta qué ve.

Grandes campos rusos nevados que son un oasis en el que refugiarse.

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