jueves, 13 de diciembre de 2018

"El alma del mar" - Philip Hoare


Descubrir a Philip Hoare fue una de las cosas más bonitas que me pasó en 2012. Una editorial que no conocía, Ático de los libros, ponía a nuestra disposición el sugerente “Leviatán o la ballena”, que resultaba ser un homenaje intenso y precioso al mar y a la vida. Poco después nos sorprendían con “El mar interior”, del mismo autor, que seguía exactamente la misma estela, y que disfruté enormemente a pesar de la desmesurada cantidad de erratas que surcaban sus páginas.

Y ahora nos llega “El alma del mar”, que ya desde su título nos indica que, por tercera vez y sin querer evitarlo, volvemos a sumergirnos en aquello que le da la vida a Philip Hoare. Insiste, a través de las páginas, en que al mar nada le importa, es un ente independiente con voluntad propia, algo así como un inabarcable organismo vivo que ha tomado conciencia de sí mismo a través de sus millones de años de existencia.

Podrán pasar décadas, Philip Hoare seguirá escribiendo sobre el mar y yo le seguiré leyendo. Posee una de las formas más sutiles de expresarse, tan delicada como imagino que serán sus pisadas sobre la arena de las playas, sus inmersiones en el agua salada, la suavidad en la yema de sus dedos deslizándose sobre el lomo de un animal vivo, la ternura en su mirada sobre un animal muerto.

p. 52 En ocasiones, la casa se convierte en un instrumento de viento tocado por un niño demente.

“El alma del mar” es muy cambiante según avanza, como un oleaje juguetón y caprichoso. Descubro que, enmarcadas siempre con un mar de fondo, en esta ocasión aparecen más personas que animales, aunque destaca el fragmento maravilloso de un avistamiento de ballenas genial, prehistórico, emocionante, muy bestia. Eso sí, no me gustan las imágenes en las que el autor posa junto a cadáveres de animales (independientemente del homenaje que intenta hacerle en el texto que las acompaña), no me encaja para nada en su discurso.

Mientras pasea por los mismos parajes de Massachusetts que sirvieron de fondo a las aventuras del gran Thoreau, “El alma del mar” se comienza a convertir en un homenaje a personajes literarios, y a la relación de estos con el mar: Virginia Woolf, Herman Melville, Sylvia Plath, Oscar Wilde, Elizabeth Barrett Browning, etc., y poco a poco se estanca durante páginas y más páginas en el grupo Edward-Mary-Percy-George... uf. Nos relata sus más y sus menos, sus aventuras y desventuras, su forma de vida caprichosa, narcisista y engolada que a través de multitud de ensayos y películas ya sabemos todos. No sé si por conocer ya los detalles, por ocupar demasiadas páginas, o por no terminar de encajarme en este libro, esta parte se me ha hecho pesada y larga.

Me hechizan y horrorizan a partes iguales todos los fragmentos en los que se trata el tema de morir ahogado: se trata en varias ocasiones, salpicadas, aquí y allá, obligando a una lectura hiperventilada.

Blub-blub-blub.

                                                   

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