domingo, 3 de abril de 2016

"La Abadía de Tintern" - William Wordsworth


El mundo del libro, y sus infinitos matices, me fascina. Los veteranos paseantes de estas aguas lo saben. Hay ocasiones en las que una serie de errores en una edición pueden lograr exasperarme, otras en las que la simple elección de la fuente correcta, o una presentación libre de erratas puede reconciliarme con la vida (por naturaleza tiendo a ser exagerada).

En esta ocasión quiero hablaros de los prólogos. Me fascinan. Ocupan ese espacio inicial tan privilegiado, previo al libro, tan cargado de infinitas posibilidades… y es dramático observar cómo uno tras otro lo desaprovechan, y la pifian. Hay prólogos innecesarios, otros cargados de falsedad y exagerada alabanza (los de escritores “amigos”); también hay prólogos-resumen que sólo te cuentan la trama, hasta el final si hace falta (nunca me han importado los spoiler, es más, creo que la información es poder y siempre quiero saberlo todo, pero maldita sea, para qué me lo cuentas en el prólogo, si he venido al libro para leerlo), en fin. 

Y hay prólogos, como es el caso, que le hacen justicia poética al libro, que lo completan, que lo realzan, que lo sitúan a la perfección en su contexto exacto en el tiempo y en el espacio: que hacen del prólogo, me atrevería a decir, un género literario por derecho propio. Me he emocionado leyendo a Gonzalo Torné en su maravilloso prólogo a Wordsworth: sólo os digo eso.

Es capaz de plasmar a la perfección los detalles del inicio del romanticismo literario en sólo trece páginas (no he hablado de los prólogos interminables, que sólo sirven para lucimiento del prologante y que nadie lee, por cierto); pero además expone con una lucidez apabullante sus propias conclusiones leyendo a Wordsworth (como por ejemplo el por qué hay ocasiones en que hay que leerle al revés, y tiene todo el sentido), también resume los conceptos clave que otros críticos literarios han establecido en relación al autor, las carencias de la poesía contemporánea, el papel fundamental de la Naturaleza en los poemas de Wordsworth y cómo se refleja en el paso de testigo a las generaciones posteriores, etc.: todo, todo, con una lucidez y una elegancia, una querencia por la precisión lingüística que, os lo juro, no sólo reconcilia con los prólogos… es que emociona. De veras, Gonzalo Torné: GRACIAS.

Transcribiría aquí el prólogo exacto, hasta la última coma, pero no quiero apropiármelo, así que dejo solo unos fragmentos:

“Aunque poco traducido en comparación con otros escritores de su rango, el criterio general es que Wordsworth hizo algo con la poesía occidental que no puede ignorarse, de manera que cualquiera que escribe o lee poesía, lo sepa o no, la lee y la escribe wordsworhizada.”

“En estos poemas ambientados en páramos, bajo la sombra de castillos en ruinas, cerca de brezales y pantanos, el mundo ya no se recorre como un cuadro al que el ánimo responde con simpatía o rechazo. No hay adecuación. La naturaleza más bien parece dispuesta como una trampa que hiere a la conciencia para provocarle una crisis que tratará de resolver o mitigar antes de que el poema termine.”

“Wordsworth será considerado con justicia una de las cimas del romanticismo, siempre que usemos la palabra romántico como una pincelada impresionista para referirnos a cientos de personas que, más o menos al mismo tiempo, empezaron a pensar que la correspondencia entre la mente y el mundo, entre las palabras y las cosas, entre la voluntad y el deseo, no era limpia, sino un proceso rugoso, minado de problemas.”

“La brecha que el romanticismo abrió en las creencias trascendentales parece haberse cerrado en una aceptación discreta de la inmanencia. La poesía ha dejado de ser un asunto de mentes afiebradas que flotaban entre la aspereza de la tierra y la dudosa promesa del cielo, para refugiarse en el juego de accésits de las diputaciones provinciales. Cuánto hay de represión histérica en esta política de la mediocridad es una asunto que merecería (aunque quizá sólo convendría) tratarse en un marco más amplio, pero es indiscutible que los poemas del siglo pasado que nadie debería dejar de leer seguían alimentándose de la conciencia desdichada acuñada por Hölderlin y Wordsworth.”

“Wordsworth hizo algo más que escribir poemas como bálsamos para aliviar la herida psíquica que le había inflingido la naturaleza, se pasó diez años luchando contra el mito del desgaste, cada poema ensaya una respuesta, señala un problema nuevo, elabora un matiz o descarta un acuerdo.”

“La poesía de Wordsworth afronta los puntos de fuga de la existencia cuando la belleza del mundo y la intensidad de estar vivo empujan al entusiasmo a una altura donde la conciencia roza el sueño nunca desmentido de la trascendencia. Un estado mental donde considera justa y exacta la idea de vivir más, más, siempre. Wordsworth pertenece a esa clase de hombres para quienes el pensamiento sobre la decadencia personal es algo más que una pasión triste, la oportunidad de disfrutar más intensamente de todo lo que nos será arrancado (todo), un camino seguro para internarse en las regiones extrañas de la melancolía, ese vicio de los entusiastas.”

¿Qué puedo decir después de esto? Yo ahora pienso en un Gonzalo Torné Cicerone esperando en Inverness para darnos la bienvenida a las Highlands.

“La abadía de Tintern”, William Wordsworth, editorial Lumen, febrero de 2010; edición y versión de Gonzalo Torné, eso os digo.

Y ahora, Wordsworth (que habría empalidecido ante una presentación tan a su altura, y se habría sentido muy afortunado, qué duda cabe).


A slumber did my spirit seal;
I had no human fears;
She seemed a thing that could not feel
The touch of earthly years.

No motion has she now, no force;
She neither hears nor sees;
Rolled round in earth’s diurnal course,
With rocks, and stones, and trees.

Un sueño selló mi espíritu;
no tenía miedos humanos;
ella parecía una cosa que no podía sentir
el roce de los años terrenales.

Ahora ya no puede moverse, ni tiene fuerza;
ni escucha ni ve;
gira en el curso diurno de la tierra,
con las rocas, y las piedras, y los árboles.

(1799)

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