En verdad que era difícil imaginar que el tiempo
nos pondría en nuestro sitio
y que nuestro sitio no fuera ese.
Allí los amigos nada tenían que ver con la amistad.
Ni las novias te hablaban de amor.
Ni las calles
requerían de nombres para ser recordadas.
Allí el mundo era un circuito de tiza en el suelo
donde siempre ganábamos a las chapas.
Éramos una ciudad pequeña.
De biblioteca pública
y plazas de patio de vecinos.
De botellones parlamentarios
pero con buena gente,
inútiles chavales que planteábamos no sé qué gilipolleces de sueños
de cambiar el mundo
sin salir del barrio.
Éramos
y supongo
somos
una ciudad pequeña
que nunca se acostumbró a ser tan guapa.
Carácter tímido de salones de provincia,
no queríamos molestar.
y así y todo
nos fuimos revolviendo y separando
por esa tendencia
a la emigración que tienen las ciudades de Castilla.
Eso de que nosotros,
ya ves,
nunca podríamos ser del sur
y que todas las canciones
y poemas
se equivocaban de orientación
y nos tocaba cambiarles la letra.
Así que el tiempo vino a recordarnos
que entre tanta sopa de letras
olvidamos ciertas maneras aprendidas
entre patio de colegio
y cartas furtivas a compañeras de clase.
Éramos
y supongo
somos
una ciudad pequeña
que tampoco quiso ser grande.
Una ciudad de pasos de cebra en calles peatonales,
de adoquines imposibles,
de parques.
Una ciudad a modo de casa.
Ahora que la nostalgia más de menos me obliga a echarte
voy a decirte: guapa.
Entiendo que estas palabras hermosas son para Palencia. Yo, sin embargo, y con permiso de su autor, Escandar Algeet, se lo dedico, desde este rinconcito -¿de mi corasón?- A ZAMORA.
Alas de mar y prosa. Escandar Algeet; Ed. Ya lo dijo Casimiro Parker.