lunes, 28 de octubre de 2019

"Los Modlin" - Paco Gómez


¿Conocéis a los Modlin? Poca gente los conoce, se trata de una historia bastante freak.

A través de la visión de Paco Gómez, que se obsesionó con ellos, la reconstrucción de su historia da como resultado un libro absurdo e inclasificable que engancha, a pesar de todo. 


Los Modlin eran unos americanos que vivieron en el número 3 de la calle del Pez de Madrid desde los años 70 hasta su muerte. Aspiraban a pasar a la historia del arte (Margaret Modlin) y del cine (Elmer Modlin) pero su aportación no pasó de un puñado de fotos y enseres personales que arrojaron a la calle las personas que vaciaron la casa tras la muerte del último de los tres (y que Paco Gómez encontró por casualidad), además de un montón de cuadros inquietantes realizados por Margaret, de calidad cuestionable, así como algunas apariciones esporádicas en películas cutres, casi siempre como figurantes. La única película memorable (además de maldita) donde participó uno de los Modlin fue “La semilla del diablo” (“Rosemary’s baby”, 1968), donde aparecía Elmer Modlin como extra apenas visible en una de las escenas finales. Sin embargo, parece que la maldición les alcanzó de alguna manera.


El primero que llegó a España fue el hijo de ambos, Nelson. Cuando llegó era todavía muy joven y estuvo estudiando expatriado en colegios de Madrid y más tarde en la universidad de Salamanca, cuidando cambiar de domicilio cada dos meses a fin de no poder ser localizado a tiempo y evitar así ser llamado a filas a la guerra de Vietnam. Él fue quien facilitó la llegada de sus padres y gestionó muchos de sus asuntos hasta su muerte, ya que ellos nunca llegaron a aprender a hablar castellano correctamente y no se manejaban bien en asuntos burocráticos ni en asuntos del mundo real en general, ya que vivían en las nubes. 


Nelson Modlin era un chico muy guapo, y al parecer sus padres estaban obsesionados con su belleza. Aspiraban a convertirlo en una gran estrella del cine sin contar con sus intereses personales. Le retrataban desnudo con demasiada frecuencia y esto resulta muy inquietante y sospechoso, el trato hacia él siempre fue muy extraño y él evitaba hablar de sus padres, incluso de adulto; nunca sabremos hasta dónde llegaba esa obsesión por su físico y qué porcentaje de sus traumas de adulto estaría motivado por posibles abusos, si los hubo.


Aunque la historia más turbadora la protagoniza el autor de este libro, que se obsesionó durante años con la reconstrucción de estas vidas esquizoides, contagiándose de su deriva hacia el absurdo. El libro contiene multitud de reproducciones de fotografías íntimas de la familia y la narración es tan caricaturesca que resulta hipnótica. Para él, todo son casualidades, incluso teniendo en cuenta que todos eran vecinos de un barrio muy pequeño en el que en aquella época todos se conocían (Malasaña), lo raro es que los vecinos y trabajadores de los bares del barrio no le hubieran sabido dar información de esta familia, tras tantos años de convivencia en las mismas pocas calles.

Las cenizas de los tres (madre, padre e hijo) fueron arrojadas al lago artificial de la Casa de Campo. Años después, Paco Gómez protagonizó en su orilla una ceremonia personal para despedirse de ellos cuando concluyó su investigación. Ese día arrojó al agua las placas metálicas de las urnas funerarias de la familia… en el mismo lago que drenaron hace poco por completo a fin de retirar toda la basura que se acumulaba en el fondo. Para colmo, las inscripciones de las placas funerarias tenían erratas ortográficas. 

No he podido dejar de pensar en esto porque parece una historia que no se deja enterrar, que siempre vuelve a salir a flote aunque tenga más bien poco que contar. Parece que los protagonistas se rebelan desde el más allá y a pesar de no haber dejado a sus espaldas una obra sólida ni memorable, se revuelven para que les hagamos caso, siquiera por pesados.


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