lunes, 20 de mayo de 2019

"El cuerpo nunca miente" - Alice Miller


Me produjo mucha curiosidad este título de Alice Miller, “El cuerpo nunca miente”. Relacionaba las malas experiencias sufridas en los primeros años con las enfermedades sobrevenidas posteriormente, en la edad adulta. Miller (1923-2010) fue una psicóloga especializada en el maltrato infantil y dedicó su vida a estudiar los efectos que estos traumas tenían sobre las víctimas con el paso de los años. Ella misma sufrió la persecución nazi en Polonia durante los primeros años de su vida. Tras formarse en filosofía, psicología y sociología y practicar el psicoanálisis durante muchos años de su carrera profesional, finalmente se desencantó de él, debido a que arrebataba a las víctimas la veracidad de sus recuerdos y los atribuía a fantasías infantiles.

Con apenas 200 páginas en su edición de bolsillo, este ensayito es demasiado breve como para ser capaz de establecer sin lugar a dudas la teoría que defiende. Todo gira en torno a desmontar el cuarto mandamiento “honrarás a tu padre y a tu madre” que, según Miller, tanto daño ha hecho (y sigue), provocando que se enquisten en las mentes de los niños maltratados los traumas sufridos. Según Miller, es muy importante desmitificar las figuras paternas y/o maternas en tanto en cuanto son humanas y también se equivocan. Es decir, no por ser tus padres/madres son instantáneamente seres angelicales libres de errores, deslices y garrafales tropezones pedagógicos.

¿Cómo se puede querer a un niño que uno desea que sea diferente de como es?

Esto me recuerda a todas aquellas ocasiones en las que alguien es rechazado en casa porque su naturaleza conlleva una orientación sexual no heteronormativa, y se queda y se queda y aguanta y sufre y calla en el domicilio familiar porque, bueno, si no lo aceptan todo puede explicarse por la ignorancia, la desinformación, la incultura, los otros tiempos y demás: pues resulta que no. Que si no te quieren como eres, no te quieren en absoluto: quieren a alguien que se parece pero que no cumplió con sus expectativas. Pero como es la familia, en muchas ocasiones se acepta ese maltrato sostenido, porque está feo romper con la familia aunque no hacerlo signifique romperse uno mismo. Por esto tengo que estar de acuerdo con Miller, la salud mental depende de un entorno afectivo saludable y este escenario no lo es, en absoluto.

Algo que no me ha gustado demasiado es que mencione página sí – página también, esta idea, sin apenas variar el enfoque. Como si su audiencia no fuera lo suficiente perspicaz como para pillarlo a la primera. Esto también hace que se avance poco, o muy lento, en la teoría que pretende establecer.

Cuando una persona cree que siente lo que debe sentir y constantemente trata de no sentir lo que se prohíbe sentir, cae enferma, a no ser que les pase la papeleta a sus hijos, utilizándolos para proyectar sobre ellos inconfesadas emociones.

Miller ataca directamente a todas esas terapias, anticuadas y dañinas, que se centran en forzar al paciente a perdonar a las madres/padres a toda costa, aunque realmente lo hicieran mal y se equivocaran, adrede o no: dando lugar a contradicciones internas que poco ayudan a la mejora del paciente. Normalizar la rabia e interiorizarla, no tiene ninguna lógica ni puede llevar a ningún buen puerto. La disociación solo invoca fantasmas y los fantasmas nunca traen consigo nada bueno.

Pero me encanta que tenga tan en cuenta en todo momento a nuestro innerchild o niña interior que todos llevamos dentro, y que personalmente me esfuerzo tanto en dejar que asome y, es más, que me guíe.

Algo muy interesante de este librito, es el recorrido que hace por la trayectoria vital de algunos autores, buscando precisamente el rastro de antiguos dolores infantiles en la literatura del adulto. Así, buceamos por momentos por las más o menos trágicas vidas de genios como Dostoievski, Chéjov, Kafka, Neietzsche, Schiller, Virginia Woolf, Rimbaud, Mishima, Proust y Joyce.

No tienes que honrar a tu padre. Las personas que te han hecho daño no necesitan ni tu amor ni tu respeto, aunque sean tus padres. Has pagado el tributo de ese respeto con el tremendo suplicio de tu cuerpo. Si dejas de someterte al cuarto mandamiento, podrás liberarte.

También es interesante que reflexione sobre el hecho de que son esos dolores los que hacen a muchos artistas producir sus obras, y que precisamente a veces se niegan a enfrentarse a los fantasmas y despejarlos de sus mentes por si eso acabase también con su inspiración.

(…) predicar el perdón no solo es hipócrita e inútil, sino también peligroso. Encubre la compulsión a la repetición. Lo que nos protege de la repetición es únicamente la aceptación de nuestra verdad, de toda la verdad, en todos sus aspectos. Cuando sepamos con la mayor exactitud posible lo que nuestros padres nos hicieron, ya no correremos el peligro de repetir sus abusos; de lo contrario, los cometeremos de manera automática y opondremos la mayor de las resistencias a la idea de que uno puede y debe romper el vínculo infantil con los padres que lo maltrataron si quiere hacerse adulto y construir su propia vida en paz.

Hasta aquí todo bien. Pero: Alice Miller… hay un elefante en el garaje.
“Todo aquel al que de pequeño pegaron es vulnerable al miedo”: ok, ¿y si lo es, sin que le hicieran ningún daño de pequeño?

¿Qué pasa con todas las personas que enferman sin haber sufrido ningún tipo de maltrato en su infancia? ¿Y qué, con todas aquellas que sufrieron y sin embargo no desarrollaron con el tiempo ninguna patología? En todo el libro no se hace ninguna mención a esto. Además, a pocas páginas del final establece que “no es raro” que se somatice la negación del afecto en la infancia, derivando en patologías de todo tipo. Es decir, acota a solo algunos casos su teoría, cuando se ha dedicado todo el libro a generalizar, dando por hecho que sufrimiento infantil deriva sí o sí en patología adulta, como un silogismo que se mantiene durante todo el ensayo como una retahíla, o como una constante invariable.

Muy recomendable en cualquier caso, ya que también hay que tener en cuenta el desajuste generacional. Corramos un tupido velo sobre el hecho de que la pequeña bibliografía no incluye ningún estudio científico que ratifique su teoría.

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